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Haydn: El genio que perdió la cabeza dos veces   

 

 

Hacia los cincuenta años de vida, Haydn empezó a quejarse de un pólipo nasal que lo obligó a sufrir hasta tres cirugías, seguramente muy dolorosas y de evolución lenta. Una de esas operaciones fue realizada por el cirujano jefe de la armada austriaca, el doctor Brambila. Fuera de su pólipo nasal y de sus catarros repetidos, Haydn gozó de buena salud durante varias décadas.

Con la muerte del príncipe Nikolaus en 1790, Haydn perdió interés en continuar en el palacio Esterháza y decidió a los 58 años iniciar una aventura que sería muy gratificante y productiva: sus viajes a Londres. Cuando Mozart le comentó que tenía en su contra el no saber inglés, él contestó: “No importa, mi lenguaje es uno que todo el mundo entiende”. En los primeros 18 meses que pasó en Londres recibió numerosas muestras de aprecio y reconocimiento, pero a pesar de su diaria tarea de repasar un libro de gramática inglesa, no aprendió casi nada de inglés, lo cual podría explicarse por la edad y por el inicio larvado de su deterioro mental. A pesar de ello, tuvo tanto éxito, que recibió el grado de Doctor en Música de la Universidad de Oxford en 1792, a los 60 años, cuando acertó a dirigirse a la audiencia diciendo “I thank you”. Durante esos meses, fuera de algún dolor pasajero de espalda y momentos ocasionales de depresión, estuvo sano, productivo y mostró entusiasmo por más de una amistad femenina, entre otras, la esposa del famoso cirujano inglés John Hunter, quien quiso, sin éxito, extirparle su tumor de la nariz. A pesar de que ya lo tenía sentado en la silla de operaciones, y sujetado por varios forzudos ayudantes, fueron tales los pataleos y los berridos de Haydn, que tuvieron que dejarlo marchar con su nariz intacta.

Un acontecimiento lo entristeció profundamente, sin que nunca se repusiera, pues con frecuencia lloraba al recordarlo: la muerte de Mozart el 5 de diciembre de 1791. Haydn reconoció con generosidad el gran talento de Mozart y también el de Beethoven, aunque las relaciones con este último no fueron tan cordiales, sin duda por la gran diferencia de personalidades entre maestro y alumno.

A los 61 años empezó a mencionar discretamente su deterioro mental y la pérdida gradual de memoria, pero a pesar de ello, un año después viajó nuevamente a Londres, donde permaneció 18 meses, rodeado de éxitos artísticos, financieros y musicales y tal vez románticos. Entre las razones que lo convencieron de volver a Viena estuvo la nueva propuesta, ahora del príncipe Nikolaus II, de reasumir su puesto de maestro de capilla, con una orquesta renovada. Su actividad creadora continuó y encontró su cima a los 66 años al completar su obra maestra: el oratorio La Creación. Tuvo que realizar un gran esfuerzo para completar el oratorio y, de hecho, mencionó: “me arrodillo todos los días y pido a Dios que me dé la fuerza para completar con éxito este trabajo”.

Dos años más tarde, la composición de su segundo oratorio, Las Estaciones, le significó más esfuerzo: “En muchas ocasiones, dijo, me siento abatido por mi mala memoria y mis nervios desfallecientes, por lo que caigo en un estado miserable y por muchos días después no encuentro una sola idea, hasta que finalmente, ayudado por la Providencia, me siento en el piano y empiezo a pergeñar alguna idea”.

Todavía convaleciente de un padecimiento posiblemente respiratorio, Haydn pudo estrenar Las Estaciones en Viena, pero ya era un músico visiblemente envejecido. En años subsecuentes comentó con frecuencia que su notable deterioro de salud había sido resultado del esfuerzo enorme de poner música los versos poco agraciados que el intolerante barón van Gottfried van Swieten había derivado del texto original en inglés. Un tanto recuperado de su deterioro, pudo aún escribir dos espléndidas misas.

En 1803, a las 71 años, ya no pudo completar su último cuarteto; en vez de los dos movimientos faltantes, le envió a su editor una tarjeta que decía “he perdido toda mi fuerza, estoy viejo y débil”. A la completa incapacidad de escribir música, se añadió la hinchazón de los pies, que lo obligaba a permanecer en casa y aun, en una misma habitación. A pesar de ello, continuó con sus metódicos hábitos hogareños, con su elegante vestir, con su peluca empolvada, sus guantes blancos de cuero y el alegre disfrutar de la compañía de amigos. Hizo buen provecho de la diaria siesta de media hora, que lo obligaba a desvestirse, para luego volver a su vestimenta habitual.

Hacia los 73 años a la pérdida de memoria y a los dolores de cabeza se sumaron los accesos de llanto involuntario y también, la incapacidad para tocar siquiera algunos acordes en el piano. Los rumores sobre su muerte aparecieron en Londres. En París, el músico italiano Luigi Cherubini compuso prematuramente una cantata fúnebre en honor de Haydn, quien al enterarse dijo: “de haberlo sabido, hubiera yo mismo dirigido mi propia misa”. A medida que su salud se deterioraba, las cuentas del médico, así como la dotación de vino que consumía, se incrementaban en forma progresiva.

El final llegó en Viena el 31 de mayo de 1809 con dolores de cabeza y escalofríos. Poco a poco fue cayendo en coma hasta morir a los 77 años y 61 días, para luego recibir un funeral discreto, tal vez impuesto por los reglamentos de los invasores franceses.

La enfermedad que torturó a Haydn los últimos años de su vida fue el deterioro progresivo de sus habilidades mentales que le impidió la realización de sus actividades habituales: la pérdida gradual de la memoria, la labilidad emocional, la depresión y el retraimiento, todos estos síntomas forman parte de lo que se conoce en medicina como demencia. Por ello, Haydn fue, poco a poco, “perdiendo la cabeza”, por primera vez. La demencia puede ser debida a varias causas, las más comunes son la arteriosclerosis cerebral y la enfermedad de Alzheimer. Si bien las dos causas de demencia tienen criterios diagnósticos parecidos en el manual de diagnóstico psiquiátrico “de moda” (el DSM-IV-TR), la demencia de origen vascular se acompaña de trastornos neurológicos focales, como alteraciones del equilibrio, cosa que ocurría a Haydn con frecuencia. Dos síntomas que padeció en los últimos años de su vida: la hinchazón de las piernas y la dificultad para respirar, provocada por esfuerzos mínimos reflejaban, además, la existencia de insuficiencia cardiaca.

Después de muerto, Haydn perdió la cabeza, pero esta vez, lamentablemente, en forma literal. Dos de sus amigos cercanos, fervientes defensores de la teoría de Franz Joseph Gall, anatomista alemán, según la cual las habilidades mentales están reflejadas en las características físicas del cráneo, decidieron robarse la cabeza del compositor, para guardarla adecuadamente, al abrigo de los gusanos a los que estaba destinada en la fosa mortuoria. Mediante generosa propina al enterrador, cuatro días después del fallecimiento, recibieron la cabeza. Por delicadeza, omitimos los detalles escritos por uno de los malhechores sobre su fechoría, quienes además supusieron tranquilamente que no había impedimento legal para apropiarse de lo que había sido abandonado. Nada importante surgió del examen del cráneo, ni de su contenido. Joseph Carl Rosenbaum, antiguo secretario del príncipe, se quedó con el cráneo y le hizo un pequeño monumento en su casa… para enseñarlo a los amigos.

Once años más tarde, al reabrir la tumba de Haydn encontraron el cuerpo y la peluca, pero sin la cabeza. La policía no puedo dar con la notable reliquia porque el cráneo había sido escondido por la señora Rosenbaum, debajo de su colchón. Después de varias peripecias, el cráneo llegó finalmente a manos del profesor Carl von Rokitansky, quien lo guardó en el museo anatómico de la Universidad de Viena.
Finamente, en 1954, 145 años después de su muerte, el verdadero cráneo de Haydn fue depositado junto a su cuerpo en su tumba, en la ciudad de Eisenstadt, en la que se lee:
 

Doctor de Oxford. Hombre devoto, honesto y tranquilo.
Maestro en el arte del encantamiento del corazón.

 

Fuente

 

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Última modificación de la página:25/01/2010

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