Ciencia, tecnología,
y decisiones morales
Alteran la capacidad de realizar juicios morales mediante
estimulación electromagnética
Tenemos el sentido de la moral detrás de la oreja derecha. La frase es una
simplificación, pero en esta zona se encuentra la denominada conexión
derecha temporoparietal, un área del cerebro que participa de forma
esencial en la toma de decisiones morales, dentro de la compleja red que
se pone en marcha durante el proceso.
Un equipo de investigadores de Harvard y MIT acaba de conseguir alterar
la manera en que los sujetos experimentales realizaban juicios morales
mediante estimulación magnética transcraneal. En palabras del español
Joan Camprodón, neuropsiquiatra de Harvard coautor del estudio, los
investigadores han conseguido “apagar estas zona durante alrededor de
cuarenta minutos” y comprobar los efectos sobre la toma de decisiones.
“Lo que vimos en esta zona”, explica Camprodón, “es que resulta esencial
a la hora de interpretar las intenciones de terceros y tomar decisiones
morales. Cuando estimulábamos esta área, había un cambio bastante
radical del patrón de moralidad de los sujetos y en la forma en que
juzgaban las acciones”.
Escenarios morales
El experimento consistía en someter a los sujetos a una serie de dilemas
morales mientras esta zona concreta del cerebro permanecía “bloqueada”
por la estimulación. La situación típica que se les pedía valorar
incluía varios escenarios morales en los que pesaban tanto las
intenciones del sujeto como las consecuencias.
Uno de los ejemplos incluía cuatro posibilidades dentro de una misma
situación: en el primer escenario una chica pone azúcar a su novio en el
café y éste se lo bebe (neutra), en la segunda la chica trata de
envenenar a su chico pero se confunde y pone azúcar (asesinato
frustrado), en la tercera cree que pone azúcar pero envenena a su chico
sin querer (accidente) y en la última consigue su objetivo y le envenena
a conciencia (asesinato).
En una situación normal, los sujetos tienden a valorar las acciones
tanto en función de las intenciones como de las consecuencias. Es decir,
juzgamos como reprobable el hecho de que la chica trate de envenenar a
su novio, aunque no lo consiga. Durante el experimento, sin embargo, los
sujetos tendían a dar una mayor importancia a las consecuencias que a
las intenciones, de forma que el intento de envenenamiento frustrado,
como acaba bien, no les parecía especialmente grave. Y el efecto se
repetía con los distintos experimentos.
“De golpe”, explica Camprodón, “las acciones tenían mucho más peso que
las intenciones en sus juicios de valor”. Un efecto que encaja con lo
que los neurólogos saben hasta ahora sobre el desarrollo de esta zona.
“De hecho”, apunta el neurocientífico catalán, “esto es lo mismo que les
pasa a los niños”. Esta región del cerebro no madura hasta una edad
entre los 5 y los 7 años y los niños que aún no lo han desarrollado
juzgan la realidad en términos de consecuencias e ignoran las
intenciones. Justo como los sujetos del experimento.
Otros estudios, como el realizado en paralelo por el equipo del
prestigioso neurocientífico Antonio Damasio, publicado hace unos días en
Neuron, llegan a conclusiones en el mismo sentido. Ellos estudian la
otra región directamente relacionada con las decisiones morales, el área
ventromedial, en pacientes que han sufrido algún tipo de daño cerebral.
Sus experimentos también apuntan a que una alteración en esta zona
produce cambios en la forma de interpretar la moralidad y también
prevalecen consecuencias sobre intenciones.
Una puerta inquietante
Con estos resultados sobre la mesa, la pregunta ineludible apunta a
pesadillas imaginadas por los escritores de ciencia ficción: ¿será
posible en un futuro manipular el pensamiento, o nuestra forma de juzgar
los hechos, mediante pulsos electromagnéticos?
“No tenemos la tecnología”, asegura Camprodón, “pero sí empezamos a
conocer los principios que permiten cambiar de una forma leve la forma
en que los sujetos procesan la información moral”. Aunque este estudio,
insiste, está “muy lejos de llegar hasta allí”, “en realidad es una
prueba de que existe el potencial para hacerlo y abre una serie de
problemas bioéticos que es importante que se empiecen a discutir ya”.
La comunidad científica lleva tiempo reclamando un debate serio sobre el
asunto, que implique a los distintos especialistas y a la sociedad. “Se
abre la cuestión sobre qué tendríamos que hacer si esto pasara en el
futuro”, dice Camprodón. “Tenemos un montón de herramientas hoy en día,
tanto farmacológicas como electromagnéticas, que pueden ser utilizadas
para cambiar estados emocionales, estados cognitivos, en un contexto
clínico, pero potencialmente se podrían utilizar en un contexto no
clínico y aquí es donde entra este debate”.
“La cuestión”, apunta el científico, “es cuándo utilizamos esas
herramientas, con quién las utilizamos, quién controla estas
tecnologías, quién tiene acceso a ellas, etc”. Y en este terreno se
situará el debate científico en los próximos años, a medida que vayamos
conociendo cómo funcionan los resortes de nuestro pensamiento, nuestras
emociones y nuestra moral.
Fuente: Lainformacion.com
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