Compendio de las enseñanzas   

 

 

El miedo es el primer enemigo natural que un hombre debe derrotar en el camino del saber. No estás acostumbrado a esta clase de vida; por eso las señales se te escapan. Te ocupas demasiado de ti mismo. Ese es el problema. Y eso produce una tremenda fatiga.

Busca y ve las maravillas que te rodean. Caso contrario te cansarás de mirarte a ti mismo, y el cansancio te hará sordo y ciego a todo lo demás.

Un hombre va al saber como a la guerra: bien despierto, con miedo; con respeto y con absoluta confianza. Ir en cualquier otra forma al saber o a la guerra es un error, y quien lo comete vivirá para lamentar sus pasos.

Un hombre de conocimiento es alguien que ha seguido de verdad las penurias de aprender. Un hombre que, sin apuro, sin vacilación ha ido lo más lejos que puede en desenredar los secretos del poder y el conocimiento.

Cualquiera puede tratar de llegar a ser hombre de conocimiento; muy pocos llegan a serlo, pero es natural. Los enemigos que un hombre encuentra en el camino para llegar a ser un hombre de conocimiento son formidables, de verdad poderosos. Y la mayoría pues, se pierde.

Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar. Su propósito es diferente; su intención es vaga. Espera recompensas que nunca llegarán, pues no sabe nada de los trabajos que cuesta aprender. Pero uno aprende así, poquito a poquito al comienzo, luego más y más. Y sus pensamientos se dan de topetazos y se hunden en la nada. Lo que se aprende no es nunca lo que uno creía. Y así se comienza a tener miedo. El conocimiento no es nunca lo que uno se espera. Cada paso del aprendizaje es un atolladero, y el miedo que el hombre experimente empieza a crecer sin misericordia, sin ceder. Su propósito se convierte en un campo de batalla. Y así ha tropezado con el primero de sus enemigos naturales: ¡el miedo! Un enemigo terrible: traicionero y enredado como los cardos. Se queda oculto en cada recodo del camino, acechando, esperando. Y si el hombre, aterrado en su presencia, echa a correr, su enemigo habrá puesto fin a su búsqueda.

Una vez que el hombre ha conquistado el miedo, está libre de él por el resto de su vida, porque a cambio del miedo ha adquirido la claridad: una claridad de mente que borra el miedo. Para entonces, un hombre conoce sus deseos; sabe cómo satisfacer esos deseos. Puede prever los nuevos pasos del aprendizaje, y una claridad nítida lo rodea todo. El hombre siente que nada está oculto.

Y así ha encontrado a su segundo enemigo; ¡la claridad! Esa claridad de mente, tan difícil de obtener, dispersa el miedo, pero también ciega. Fuerza al hombre a no dudar nunca de sí. Le da seguridad de que puede hacer cuanto se le antoje, porque todo lo que ve lo ve con claridad. Y tiene valor porque tiene claridad, y no se detiene en nada porque tiene claridad. Pero todo eso es un error; es como si viera algo pero incompleto. Si el hombre se rinde a esa ilusión de poder, ha sucumbido a su segundo enemigo y será torpe para aprender. Se apurará cuando debía ser paciente, o será paciente cuando debería apurarse. Su segundo enemigo no más ha parado en seco sus intentos de hacerse hombre de conocimiento.

La claridad que tan caro ha pagado no volverá a transformarse en oscuridad y miedo. Será claro mientras viva, pero ya no aprenderá ni ansiará nada.

El poder es el más fuerte de todos los enemigos. Y naturalmente lo más fácil es rendirse; después de todo, el hombre es verdaderamente invencible. Le manda; empieza tomando riesgos calculados y termina haciendo reglas, porque es el amo del poder.

Un hombre está vencido cuando ya no lucha y se abandona. Tiene que llegar a darse cuenta de que el poder que aparentemente ha conquistado no es nunca suyo en verdad. Debe tenerse a raya a todas horas, manejando con tiento y con fe todo lo que ha aprendido.

Cualquier cosa es un camino entre cantidades de caminos. Por eso debes de tener siempre presente que un camino es sólo un camino; si sientes que no deberías seguirlo, no debes seguir en el bajo ninguna condición. Para tener esa claridad debes llevar una vida disciplinada. Solo entonces sabrás que un camino es nada más un camino, y no hay afrenta, ni para ti ni para otros, en dejarlo si eso es lo que tu corazón te dice. Pero tu decisión de seguir en el camino o dejarlo debe estar libre de miedo y de ambición.

Pruébalo tantas veces como consideres necesario, luego hazte a ti mismo, y a ti solo, una pregunta: -¿Tiene corazón este camino? Todos los caminos son lo mismo: No llevan a ninguna parte.

Si tiene corazón, el camino es bueno; si no, de nada sirve. Uno hace gozoso el viaje; mientras lo sigas, eres uno con él. El otro te hará maldecir tu vida. Uno te hace fuerte; el otro te debilita.

Anónimo, Síntesis de Las Enseñanzas de Don Juan

 

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