Decidir bien no siempre es acertar
Tomar decisiones y ponerlas en práctica es la tarea
más importante no sólo de los directivos en el ejercicio de sus
cargos, sino de cualquier persona en su día a día. Decidir bien es
fundamental para solucionar los problemas a medida que van
apareciendo pero a la hora de hacerlo se debe pensar más allá de la
dificultad concreta que se plantea y analizar las posibles
repercusiones que esa decisión tendrá en un futuro.
Los autores ponen el acento sobre una cuestión fundamental: para
tomar una buena decisión hay que perder el miedo a no acertar. De
hecho, una decisión puede tener resultados desfavorables y no por
ello ser incorrecta. El profesor Miguel Ángel Ariño y el colaborador
científico Pablo Maella, dibujan cuatro posibles escenarios que
permiten entender la importancia de interiorizar unos principios
básicos a la hora de decidir.
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Una decisión correcta con resultados favorables es la
situación ideal, pero no siempre se produce.
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Una decisión correcta con resultados desfavorables
puede deberse a la mala suerte o a un factor exógeno y de imposible
previsión. En este caso se obtiene un aprendizaje que mejorará
futuras decisiones y el éxito acabará por llegar.
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Una decisión incorrecta con resultados desfavorables
también permite aprender, pero hay que hacer todo lo posible para
evitar que la situación se vuelva a producir.
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Una decisión incorrecta con resultados favorables es
el escenario más peligroso, ya que los errores se perpetuarán
mientras que la suerte se acabará. Y el resultado de una empresa no
puede depender de la suerte.
De estas cuatro posibles situaciones se desprende que
lo importante no son los resultados, si no el proceso que lleva a
tomar una decisión.
Definir objetivos y ser realista
Acotar claramente lo que se pretende conseguir, plantearse metas
ambiciosas y comprometerse con su logro son elementos básicos para
decidir bien. A la hora de definir objetivos es imprescindible
priorizar adecuadamente para evitar que lo secundario se confunda
con lo principal y, como resultado, se tome una decisión que no
ayude a conseguir lo verdaderamente esencial.
Una vez definidos claramente los objetivos, es necesario ser
realista. Muchas decisiones se toman en función de presupuestos
erróneos repetidos hasta alcanzar la consideración de verdad
incuestionable. Cuando un consenso común es la base de la toma de
una decisión, ésta tendrá los pies de barro. Ser realista implica
también plantear los problemas de manera adecuada. Es decir,
centrarse en las causas principales del mismo, preguntarse por las
razones últimas que lo provocan. Sólo así se podrá obtener una
solución adecuada.
Ser realista es no intentar justificar lo injustificable. En
ocasiones se fundan decisiones sobre explicaciones convincentes pero
alejadas de la realidad. El ser humano puede justificar con palabras
sus acciones y decisiones, pero el recurso a sofismos son el primer
paso hacia el fracaso. Y es que el autoengaño es el peor enemigo
para la toma de decisiones.
Uno de los pilares necesarios para ser realista es contar con la
información necesaria para poder tomar una decisión correcta. A más
elementos de análisis, más posibilidades de decidir correctamente.
Sin embargo, el coste de la información nunca debe ser superior a
los beneficios esperados de la toma de decisión.
La irracionalidad también cuenta
Si bien todos los principios apuntados en el libro Iceberg a la
vista, principios para tomar decisiones sin hundirse, conducen hacia
una racionalidad y objetivación del proceso decisorio, hay que tener
en cuenta que el elemento irracional también juega un papel
importante.
En ocasiones, las decisiones tomadas de forma intuitiva pueden
funcionar, pero para ello son necesarias tres condiciones:
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Llevar a cabo esa solución ha de suponer un riesgo
controlado.
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Esa solución intuitiva sólo debe ensayarse una vez se
haya analizado todo lo que sea posible analizar.
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Tanto si van bien las cosas como si salen mal, es
bueno aprender el camino para evitar posibles errores en el futuro.
La hora de la ejecución
Tomar decisiones es complejo. Valorar los diferentes escenarios,
considerar todas las variables y estudiar las posibles repercusiones
de una decisión supone un gasto de tiempo significativo. Sobre todo
si se hace correctamente. Por este motivo, una vez tomada la
decisión es necesario ejecutarla. Si no hay una ejecución de la
decisión, el tiempo invertido habrá sido perdido y el tiempo tiene
un coste. Además, no implementar una decisión tomada inevitablemente
crea frustración y ésta puede condicionar futuras decisiones.
Los autores también ponen de relieve la importancia de ganar aliados
a la hora ejecutar una decisión. Muchas veces una buena idea no se
aplica porque alguien dentro de la misma organización ve la decisión
como una amenaza hacia su departamento o hacia su propia persona.
Para evitar esta situación es necesario recurrir a la pedagogía,
modular el lenguaje en función del interlocutor y, sobre todo, hacer
entender a la otra parte las ventajas que la ejecución de dicha
decisión le reportará.
Nada puede asegurar que después de seguir todos estos principios los
resultados sean favorables. Decidir bien no es sinónimo de éxito y
la corrección de una decisión no puede medirse en función de sus
resultados. Lo que sí se puede afirmar es que si se interiorizan
estos principios de decisión, los buenos resultados, tarde o
temprano, llegarán.
Miguel Ángel Ariño
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