El desacuerdo interior
El desacuerdo interior es una experiencia humana
universal e inevitable, Esto quiere decir que todos los seres
humanos durante el transcurso de nuestra vida transitamos por la
experiencia de desacuerdo interior. Evolucionamos, recorremos un
ciclo vital y es inherente a esa condición de seres cambiantes en el
tiempo el experimentar en el hoy un sentimiento o un pensamiento
distinto al de ayer. Cuando eso ocurre el sentimiento de hoy queda
en desacuerdo con la memoria, con la inercia del sentimiento de
ayer. Hasta ayer me gustaba vivir en casa de mis padres. En la
medida que avanzo en mi adolescencia comienzo a querer vivir en mí
propia casa y tal nuevo deseo entra en desacuerdo con mi necesidad
anterior.
Además de las causas evolutivas existe también el desacuerdo que se
genera a partir de aspectos carenciados o distorsionados: Como
expresamos anteriormente, al observar mi funcionamiento a lo largo
del tiempo puedo encontrar aspectos psicológicos propios que me
desagraden y quiera cambiar. Puede ser, por ejemplo, un aspecto
triste o inseguro, o miedoso o posesivo, o violento, etc. Cualquiera
sea el contenido del aspecto de rechazo y cualquiera sea la causa
por la que lo recazo, la trama del desacuerdo es siempre la misma:
el desacuerdo entre lo que soy y lo que deseo ser. En términos
esquemáticos sería:
a) Un aspecto mío es de cierta manera (temeroso,
confuso, dependiente, indeciso, autoritario, etc.)
b) Estoy en desacuerdo con esa manera y deseo que sea de otra
(audaz, claro, independiente, decidido, respetuoso, etc.)
c) Realizo acciones para producir la transformación interior
deseada.
Para descubrir cómo es cada reacción de desacuerdo
resulta muy útil proponerle a alguien que imagine que el aspecto
rechazado está enfrente de él. (En esta descripción utilizaremos
como ejemplo, a un aspecto triste). Una vez que lo imaginó se le
propone que observe qué siente hacia él y que luego se lo diga. Lo
primero que suele aparecer es el rechazo propiamente dicho. Esta
reacción tiene que ver con la simple expresión de la frustración y
el desagrado que produce la existencia del aspecto triste. Las
formas más frecuentes en las que se manifiesta son: "¡Ya me tenés
harto con tus bajones...!, "¡No quiero verte más, te mandaría bien
lejos...!" "¡No te aguanto más, te mataría,..!", etc. Esto es,
simplemente, rechazo.
Junto con el rechazo se producen también otras reacciones que tienen
que ver con el deseo de cambiar al aspecto triste en alegre. Estas
reacciones serán distintas según sean las creencias -concientes e
inconcientes-que cada uno tenga acerca de cual es el modo a través
del cual se logrará cambiar al aspecto triste. Algunas de las
creencias y actitudes erróneas más frecuentes son: "¡Me dan ganas de
sacudirte para que te despiertes...!", "¡tenés que ponerte firme y
olvidarte de la tristeza...!" "¡tengo que arrancarte de mí para
poder vivir con alegría...!" etc.
Rechazo y deseo de cambio son como las dos caras de la misma moneda
y se implican recíprocamente.
Si rechazo a mi aspecto triste, entonces lo quiero cambiar, y si
quiero cambiarlo es porque lo rechazo.
Podríamos hablar entonces de una relación rechazador-rechazado o de
su otra faceta: cambiador-aspecto a cambiar. Cualquiera de las dos
descripciones remite a la otra y la incluye.
Hecha esta salvedad digamos que, de aquí en más, al segundo término
del vínculo, más allá de su contenido -triste, inseguro,
dependiente, etc.-lo llamaremos Aspecto a cambiar y al primero,
también más allá de la forma en la que se exprese, lo llamaremos
Cambiador.
Hemos comenzado a caracterizar este vínculo y hemos presentado a sus
protagonistas porque de lo que el cambiador le haga al aspecto a
cambiar depende el destino del desacuerdo. Cuando las actitudes que
pone en juego son las adecuadas, la transformación del aspecto a
cambiar se encamina y el desacuerdo se va resolviendo, pero,
lamentablemente, no es la evolución más frecuente. La gran mayoría
de las veces las acciones del cambiador no son las adecuadas y por
lo tanto, la transformación no se produce. En ese caso el desacuerdo
interior no sólo no se resuelve sino que se profundiza más aún. Esta
es la estructura que subyace en la vivencia de sufrimiento
psicológico. Si cada vez que uno sufre, explora con detenimiento su
estado, podrá comprobar que en la gran mayoría de los casos lo que
lo produce es un desacuerdo interior que no se resuelve: el
desacuerdo entre "lo que soy" y "lo que deseo ser"
La ignorancia como causa de sufrimiento
Al llegar a este punto la pregunta que surge es: ¿Y por qué el
cambiador no produce las respuestas adecuadas que resuelvan el
desacuerdo interior?
Cuando examinamos la autorregulación biológica habíamos observado
que era eficaz en la medida que se producían reacciones que lograban
realmente transformar al estado rechazado. Si éste era la anoxia su
respuesta era respirar, y de un modo equivalente con el resto de los
estados. Los mecanismos de autorregulación con que cuenta el
organismo son automáticos, no dependen de la voluntad individual.
Son el producto del ensayo y el error que la naturaleza viene
realizando desde sus orígenes mismos, hace aproximadamente cuatro
mil millones de años. El alto grado de eficacia que ha alcanzado ese
cambiador que coordina las acciones para producir los cambios
buscados es probablemente la consecuencia de este larguísimo proceso
de aprendizaje, pero más allá de cuales fueran las probables razones
de esta eficiencia, el hecho cierto es que su capacidad resolutiva
se basa en que la acción que el cambiador biológico produce coincide
con la que el estado a cambiar necesita recibir para poder
transformarse. Esto es precisamente lo que no ocurre en el nivel
psicológico y es lo que desemboca en la no resolución del desacuerdo
interior. Y no ocurre porque el cambiador del nivel psicológico no
sabe cómo transformar un aspecto en otro. No lo sabe porque él es
una faceta del "yo" y el "yo" es una instancia relativamente
reciente en la evolución de la vida. Está vinculada al desarrollo
del cerebro, el cual cuenta con una edad aproximada de tres millones
de años. Puede parecer un muy largo período de tiempo pero si lo
comparamos con los cuatro mil millones de años en los que la vida
está realizando sus experiencias de autorregulación, podemos
percibir, al menos en su dimensión numérica, la magnitud del
contraste.
Una de las capacidades propias del "yo" es proponerse metas y
arbitrar los medios para alcanzarlas. En relación al mundo externo
es muy alto su desarrollo: puede enviar un hombre a la luna,
producir televisores, computadoras y robots de alta sofisticación,
pero en relación al mundo interno su nivel de desarrollo es muy
escaso. La prueba más contundente de su precariedad la encontramos
en la extraordinaria inadecuación de los recursos que el cambiador
utiliza habitualmente para transformar los aspectos psicológicos -de
sí mismo y de los otros-que rechaza y quiere cambiar.
Norberto Levy. El asistente interior
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