Mediocres y engreídos  

 

Para evitar malentendidos, damos inicialmente la definición que aplicaremos a las palabras aficionado, mediocre y profesional:

  • Aficionado o amateur: una persona que cultiva algún arte, deporte, etc., sin tenerlo por oficio o profesión.

  • Mediocre: una persona que no tiene capacidad para la actividad que realiza.

  • Profesional: una persona que ejerce su profesión eficientemente y con destacada capacidad.

Frecuentemente escuchamos que las personas presumidas están entre las más detestadas. Ciertamente, cualquier virtud que posea un individuo se ve bastante mermada por la jactanciosidad que éste practique. Pero este rechazo hacia la falta de modestia no es ni universal ni coherente en todos los casos: como ya se da en el mundo de los famosos, la política, y en la publicidad de empresas, servicios y productos, el engreimiento se tolera bastante bien a cambio de una no casual buena performance o no casual beneficio.

En el mejor de los casos el engreído pocas veces lo es careciendo de cualquier excelencia y el mediocre rara vez deja de serlo en algo dedicándole sólo parte del tiempo libre (por algo es mediocre y no un verdadero profesional).

En el peor de los casos, el éxito es posible tanto al mediocre como al engreído, sin que haya demasiada diferencia en la performance de unos y otros.

Consideramos muy desagradable la vanagloria pero es mucho peor la hipocresía que frecuentemente va detrás de la crítica a este defecto. Tendría más sentido que la crítica fuera a la supuesta excelencia de la que se vanagloria el engreído, demostrando que no es tan bueno y bajándolo de su injustificable pedestal.

Esto es sustancialmente distinto a decir que cada vez que alguien alardea es porque es bueno en eso de lo que alardea. También es distinto a decir que no se debe señalar la falta de modestia o humildad. Tampoco significa necesariamente favorecer al elitismo (de todas maneras, la cultura no deja de ser elitista de una forma u otra). Ni significa que todo aficionado es mediocre.

Consideramos que existen aficionados excelentes pero, sin duda, no es algo general. Más concretamente, antes que una cuestión netamente cualitativa preocupa más el aspecto cuantitativo. Una cultura en la que la mediocridad pase a destacar, en la que cualquiera pueda pasar al estrellato o al éxito por factores ajenos a la óptima performance en una actividad, es mucho peor que una cultura en la que la mayoría de sus astros sean petulantes desagradables. En tal caso, ¿de qué podría alardear el mediocre afamado o exitoso que no sea de la propia fama o éxito?

El mediocre quisiera estar en un nivel mejor pero si no hace nada por mejorar es realmente porque no desea pagar el precio correcto; y es lo que demuestra en los hechos. Y esta realidad, aunque sea desagradable decirlo y escucharlo, es necesario que se perciba claramente. Una cultura que encuentra beneficios premiando la decadencia sólo favorece el autoengaño y la ilusión, ni qué mencionar de la inercia generada hacia una mayor confusión.

Una cosa es innegable, un profesional con éxito (de los que están entre los mejores de su actividad) difícilmente se haga ilusiones o se autoengañe acerca de su propia capacidad, lo cual deriva en una mayor proactividad. Un profesional así es un factor de claridad, jamás de confusión.

Probablemente estamos de acuerdo en que mediocres engreídos no merecerían tener éxito; pero entonces ¿cómo llegamos a la preponderancia de la decadencia? ¿o acaso es una apreciación incorrecta acerca de la cultura contemporánea? Nos parecen cuestiones irritantes aunque más que interesantes.

Patricio Jorge Vargas Gil
 

 

 

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Última modificación de la página:10/09/2007

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