El
enigma de la consciencia
Conferencia pronunciada en la Real Academia Nacional de Medicina el 12
de enero de 2010
La
consciencia es un enigma, probablemente el mayor enigma tanto en
filosofía como en ciencia. Las cuestiones fundamentales que plantea son:
¿qué es la consciencia? ¿de dónde procede? y ¿para qué sirve?
El
filósofo australiano David J. Chalmers distingue entre los “problemas
fáciles” y el “problema duro o difícil” (hard problem) de la
consciencia. Los problemas fáciles tratan la consciencia como una
facultad mental más y analizan temas como la discriminación entre
estímulos sensoriales, la integración de la información para guiar el
comportamiento o la verbalización de estados internos, cómo se integran
los datos sensoriales con la experiencia del pasado, cómo focalizamos la
atención o lo que distingue el estado de vigilia del sueño. Pero el
“problema difícil” de la consciencia es saber cómo los procesos físicos
cerebrales dan lugar a la consciencia, cómo las descargas de millones de
neuronas pueden producir la experiencia consciente, la experiencia
subjetiva.
Si ser
consciente implica la existencia de un “yo” y este yo, como nos dice la
neurociencia, es una ficción, ¿qué consecuencias tendría este hecho para
la consciencia? Por otra parte, ¿existe un solo yo? El psicólogo
estadounidense William James planteó la existencia de al menos tres yos
diferentes: un yo material, otro social y un tercero espiritual. Además,
los enfermos con cerebro escindido han mostrado que pueden surgir tras
la separación del cuerpo calloso dos yos distintos. El psicólogo
californiano Michael Gazzaniga dice que el hemisferio izquierdo es
dominante para la mayoría de las funciones cognoscitivas, como la
resolución de problemas, mientras que el hemisferio derecho es muy
deficiente para resolver problemas difíciles. El resultado de muchos
años de investigación sobre el cerebro hendido le hace concluir que el
hemisferio derecho tiene una experiencia consciente muy diferente de la
exacta y literal del hemisferio izquierdo. Aunque ambos son conscientes,
la consciencia del cerebro izquierdo supera con mucho a la del derecho.
¿Cuál sería pues el sustrato neuronal que hace surgir estos dos tipos de
consciencia en los hemisferios cerebrales? Existe un “vacío
explicativo”, como dice el filósofo de Harvard, Joseph Levine, entre las
funciones cerebrales y la experiencia subjetiva.
La
cuestión fundamental es, pues: ¿cómo podemos superar el abismo que
separa lo objetivo y lo subjetivo, el cerebro y la experiencia
consciente? Es un planteamiento muy parecido al planteamiento
tradicional cuerpo/alma o mente/cerebro, que han discutido los filósofos
desde hace más de 2000 años. Y aún siguen discutiendo. Sobre este tema
hablaremos al final de esta conferencia.
Otra
cuestión que se plantea es la siguiente: si un sistema, como el cerebro,
puede resolver problemas y procesar información de manera inconsciente,
¿para qué sirve la consciencia?
Algunos
filósofos afirman que cuando comprendamos suficientemente bien el
funcionamiento del cerebro, el concepto de consciencia se disipará del
mismo modo que se disipó el concepto del flogisto una vez que se
comprendió el proceso de la oxidación. El flogisto era un hipotético
constituyente volátil de todas las sustancias combustibles que, según se
creía, se liberaba en forma de llama durante la combustión.
Sir
Charles Sherrington, premio Nobel de Medicina y Fisiología del año 1932,
era de la opinión que la consciencia era científicamente inexplicable. Y
el psicólogo Stephen Pinker, de la Universidad de Harvard, piensa que
puede que podamos entender la mayoría de los detalles de cómo funciona
la mente, pero la consciencia puede permanecer oculta. También el
filósofo británico Colin McGinn opina que el problema es demasiado
difícil para nuestras mentes limitadas, añadiendo que estamos cerrados
cognoscitivamente ante ese problema.
Afortunadamente, no todos los científicos y filósofos piensan lo mismo.
Definición de consciencia
La
consciencia es un concepto que entendemos intuitivamente, pero que es
difícil o imposible de describir adecuadamente en palabras. Se puede
decir que consciencia es el estado subjetivo de apercibir algo, sea
dentro o fuera de nosotros mismos.
No
existe ninguna definición consensuada de la consciencia. Pero
consciencia significa experiencia subjetiva, o sea, lo opuesto a
objetividad. En algunos escritos la consciencia es considerada sinónimo
de mente. Pero la mente incluye procesos mentales inconscientes, y puede
definirse como el funcionamiento del cerebro para procesar información y
controlar la acción de manera flexible y adaptativa.
La
consciencia tiene contenidos, pero aunque pueda tener una enorme
variedad de contenidos no puede tener muchos al mismo tiempo. La
consciencia no es un fenómeno pasivo como respuesta a estímulos, sino un
proceso activo de interpretación y construcción de datos externos y de
la memoria relacionándolos entre sí.
Se ha
equiparado la consciencia a la vigilia, pero estar despierto no es lo
mismo que ser consciente de algo en el sentido de apercibirse de algo.
En el sueño podemos apercibir imágenes mentales visuales o auditivas.
Los
actos voluntarios y la toma de decisiones son aspectos importantes de la
experiencia consciente. Por ello, uno de los significados más comunes de
consciencia es que es un sistema de control ejecutivo que supervisa y
coordina las actividades del organismo.
Para el
profesor de psicología de la Universidad de Princeton, Philip
Johnson-Laird, el cerebro es un sistema organizado jerárquicamente que
procesa información en paralelo y cuyo nivel más alto que controla la
conducta corresponde a la consciencia, aunque interacciona con varios
subsistemas inconscientes.
Se ha
considerado a la consciencia íntimamente relacionada con la memoria
operativa, la atención y el procesamiento controlado. La memoria
operativa es importante para la solución de problemas, la toma de
decisiones y la iniciación de la acción. La relación con la atención es
clara: prestar atención a algo es ser consciente de ese algo. El ejemplo
más clásico de atención selectiva es el conocido como “efecto cocktail
party”, por el que seleccionamos información interesante en medio de un
gran ruido de fondo.
También
se ha considerado la consciencia como sinónimo de auto-consciencia. Pero
como se puede ser consciente de muchas cosas que no son la propia
persona, hoy se estima que la auto-consciencia es una forma especial de
la consciencia.
Todo el
mundo sabe lo que es consciencia, dicen el fallecido premio Nobel
Francis Crick y su colaborador alemán Christof Koch, pero mientras
sepamos tan poco de ella, lo mejor es no dar ninguna definición que
pueda inducir a errores o que sea restrictiva, o ambas cosas a la vez.
En la
bibliografía anglosajona se utilizan dos palabras distintas que en
español se suelen traducir por consciencia. La primera es “awareness”,
que yo traduzco por apercepción; la segunda es consciousness que se
traduce por consciencia. Esta diferenciación es importante, ya que
existe la expresión en inglés “unconscious awareness” que se traduciría
por “apercepción inconsciente”, lo que sería imposible si la palabra
“awareness” se tradujese por consciencia, como suele hacerse.
Algunos
autores definen la apercepción como un estado en el que tenemos acceso a
cierta información que puede usarse para controlar la conducta. La
consciencia está siempre acompañada de apercepción, pero la apercepción
no tiene por qué estar acompañada por consciencia.
Se
pueden distinguir dos tipos de consciencia. La consciencia primaria, que
es la experiencia directa de percepciones, sensaciones, pensamientos y
contenidos de la memoria, así como imágenes, ensueños y sueños diurnos.
La consciencia reflexiva es la experiencia consciente per se. Este tipo
de consciencia es necesaria para la auto-consciencia, que implica darse
cuenta de ser un individuo único, separado de los demás, con una
historia y un futuro personales. La consciencia reflexiva incluye el
proceso de integración, o sea, de observar la propia mente y sus
funciones; con otras palabras: conocer que se conoce. En realidad, la
experiencia consciente en el humano adulto normal implica tanto la
consciencia primaria como la consciencia reflexiva.
Características de la consciencia
William
James, padre de la psicología norteamericana, en sus Principios de
Psicología describió cinco características de alto nivel de la
consciencia que aún siguen vigentes. Son las siguientes:
1)
Subjetividad: Todos los pensamientos son subjetivos, pertenecen a un
individuo y son sólo conocidos por ese individuo
2)
Cambio: Dentro de la consciencia de cada persona, el pensamiento está
siempre cambiando
3)
Intencionalidad: La consciencia es siempre de algo, apunta siempre a
algo
4)
Continuidad: James utilizó siempre la expresión “curso de la
consciencia” para dar a entender que la consciencia parece ser siempre
algo continuo
5)
Selectividad: Aquí James se refirió a la presencia de la atención
selectiva, o sea que en cada momento somos conscientes de sólo una parte
de todos los estímulos
A pesar
de la enorme variedad de percepciones y pensamientos de naturaleza
siempre cambiante, tenemos la impresión de que nuestra consciencia es
algo unificado y continuo. Esta sensación de unidad de la consciencia
algunos autores la consideran una ilusión.
Algunas teorías sobre la consciencia
Al
igual que entre los filósofos post-cartesianos había diversas teorías,
como la teoría del doble aspecto de Spinoza, el ocasionalismo de
Malebranche, el paralelismo de Leibniz y su doctrina de la armonía
preestablecida, hoy existen diversas teorías de la consciencia.
La
teoría “clásica” ha sido la postulada por el psicólogo norteamericano
William James en el siglo XIX. Para James, la consciencia es una
secuencia de estados mentales conscientes, siendo cada uno de estos
estados la experiencia de algún contenido concreto. James pensaba
también que la consciencia tiene que haber tenido un propósito
evolutivo, por lo que trataba la consciencia como una función y no como
una entidad.
En el
siglo XVIII el biólogo suizo Charles Bonnet intentó resolver el dilema
introduciendo el llamado “epifenomenalismo”, una idea que después asumió
también el biólogo británico Thomas Huxley. El epifenomenalismo acepta
que la mente y el cuerpo están hechos de diferentes sustancias, pero la
mente no tiene influencia sobre el cuerpo, aunque está causada por el
cerebro. Los sucesos mentales son productos accesorios de los sucesos
materiales.
La
teoría basada en un dualismo cartesiano postula que la mente, alma o
espíritu es inmaterial y la autoconsciencia, como propiedad de esa
mente, está separada del cerebro que es físico e inconsciente. Esta
teoría ha sido mantenida por Karl Popper y John Eccles; con este último
yo colaboré en la Universidad del Estado de Nueva York en Buffalo en su
periodo tardío de laboratorio en 1975. El problema que plantea esta
teoría es que no explica cómo se produce la experiencia subjetiva, ni
tampoco cómo funciona la interacción entre un ente inmaterial y otro
material.
Otra
teoría es la sostenida por Stuart Hameroff y Roger Penrose que supone
que los microtúbulos, que se encuentran en toda célula nerviosa, están
designados para permitir la coherencia cuántica y las conexiones
cuánticas en todo el cerebro.
La
dificultad es que no explica cómo surge la experiencia subjetiva por lo
que muchos autores concluyen que la teoría cuántica de la consciencia
sustituye un misterio por otro. Penrose es también de la opinión que el
fenómeno de la vida mental requiere un conocimiento de la física que aún
no tenemos.
El
filósofo coreano Jaegwon Kim utiliza el término “superveniencia”
(supervenience) para expresar el hecho de que un ámbito o dominio está
determinado por otro. Por ejemplo, las propiedades biológicas
supervienen o son supervinientes a las propiedades físicas, porque las
propiedades biológicas de un sistema están determinadas por sus
propiedades físicas. En una tabla de madera, por ejemplo, la madera
superviene a las moléculas y las moléculas supervienen a los átomos. Lo
mental sería, pues, superviniente a lo físico. La mente sería al cerebro
como el rayo a las partículas cargadas eléctricamente.
Los
electrones tienen masa y rotación, pero la electricidad tiene potencial
e intensidad. Los componentes químicos tienen densidad y conductividad,
mientras que los organismos biológicos tienen crecimiento y
reproducción. A cada nivel hay propiedades distintas, propiedades
“emergentes”. Sin embargo, la superveniencia no explica por qué y cómo
la mente emerge del cerebro.
Los
neurobiólogos Gerald Edelman, premio Nobel de Fisiología y Medicina de
1972 por sus trabajos sobre el sistema inmunológico, y Giulio Tononi
proponen que la consciencia emerge cuando grandes grupos de neuronas
forman un núcleo dinámico en el cerebro con conexiones que forman bucles
entre la corteza y el tálamo. A estas conexiones Edelman les llama
“mapas de reentrada”, parecido a lo que el psicólogo británico Nicholas
Humphrey denomina “bucles de realimentación reverberantes sensoriales”.
La idea en ambos es que el cerebro se refiere a sí mismo y esto es lo
que desencadena la consciencia.
La
alternativa al dualismo es el monismo que plantea que el cuerpo y la
mente están hechos de la misma sustancia. Los idealistas piensan que
todo es mental, los materialistas que todo es material. El filósofo
Spinoza pensaba que sólo existía una sustancia y que la sustancia tenía
dos propiedades: que era consciente y que tenía extensión.
Un
ejemplo típico de la postura materialista es la sostenida por el
filósofo francés Julien Offroy de LaMettrie que en su obra L’Homme
machine (El hombre máquina) decía que la mente es una máquina hecha de
materia y que el pensamiento era un proceso material.
Y el
filósofo británico Bertrand Russell pensaba que lo mental y lo físico
son diferentes formas de conocer la misma cosa, la primera por la
consciencia y la segunda por los sentidos. La consciencia nos da un
conocimiento directo, inmediato, de lo que hay en el cerebro, mientras
que los sentidos pueden observar (posiblemente ayudado por instrumentos)
lo que hay en el cerebro. La consciencia es, básicamente, otro sentido,
un sentido que, en vez de percibir colores, olores o sonidos, percibe la
verdadera naturaleza del cerebro.
El
materialismo eliminativo es la doctrina que postula que los estados
mentales no existen, o, al menos, que la terminología es equivocada y
debería abandonarse.
Tanto
el filósofo alemán Paul Feyerabend como el filósofo norteamericano
Richard Rorty niegan la existencia de lo mental. Lo mental no es más que
un mito. Y el neurocientífico norteamericano Paul Churchland dice que lo
mental es el sujeto de la “psicología popular”, y la psicología popular
no es una ciencia. Adscribimos estados mentales a los individuos, pero
en realidad sólo existen procesos cerebrales.
El
filósofo estadounidense John Searle piensa que la consciencia no puede
reducirse a los procesos neuronales que la causan, pero que la
consciencia es una característica biológica del cerebro. Searle ataca
tanto al dualismo como al materialismo diciendo que la división del
mundo en materia y mente es arbitraria y contraproducente. En su opinión
tenemos que tener en cuenta que la consciencia está causada por procesos
cerebrales, pero no puede ser reducida a esos procesos porque es un
fenómeno de “primera persona”, o subjetivo, mientras que los procesos
cerebrales son fenómenos de “tercera persona”, es decir objetivos.
El
psicólogo norteamericano Julian Jaynes estudió los documentos
históricos, arqueológicos y biológicos de civilizaciones antiguas,
llegando a la conclusión que hace unos 3000 años los humanos no tenían
aún consciencia. Dependían aún, como otros primates, de reacciones
aprendidas. Los individuos de civilizaciones desarrolladas antes de los
1000 años a.C. (en Asiria, Babilonia, Mesopotamia, Egipto) no eran
verdaderamente conscientes. Libros antiguos, como la Ilíada o la Biblia
fueron compuestos por personas no conscientes que no distinguían entre
los sucesos reales y los imaginarios. Los personajes de esos libros
actuaban inconscientemente tomando decisiones confiando en voces, en
alucinaciones. Según este psicólogo la consciencia apareció en la Odisea
y en las partes más recientes de la Biblia, hará unos 3000 años.
Lógicamente, estas afirmaciones han sido muy discutidas.
El
antropólogo británico Kenneth Oakley planteó que existirían tres niveles
de consciencia que corresponderían a tres capas evolutivas del cerebro:
la apercepción, controlada por las regiones más antiguas del cerebro y
relacionada sólo con el condicionamiento; la consciencia, controlada por
la corteza cerebral y el hipocampo y relacionada con la representación
interna del mundo; y, finalmente, la auto-consciencia, dependiente de
las regiones más modernas de la corteza cerebral y relacionada con la
representación interna de la propia representación interna.
El
lingüista sueco Peter Gardenfors ve en el lenguaje el último estadio en
el proceso que lleva a la consciencia humana. Piensa que primero
estuvieron las sensaciones, luego la atención, las emociones, la
memoria, los pensamientos, la planificación, el yo, el libre albedrío y,
finalmente, el lenguaje. La mayoría de estas facultades no son únicas en
los humanos, ya que la mayoría de los mamíferos tienen emociones e
incluso pensamientos. Los chimpancés llegan hasta la planificación, pero
sólo los humanos tienen consciencia de sí mismos y lenguaje.
Todos
los animales tienen un cierto grado de consciencia, pero sólo mamíferos
y aves tienen corteza que les permite representaciones separadas de la
realidad por lo que pueden adivinar y planificar. Los pensamientos son
representaciones internas del mundo, lo que permite a los animales que
los tienen separarse del mundo inmediato, pudiendo crear más de un curso
posible de acción.
El yo
sería para Gardenfors un fenómeno emergente, una propiedad que surge de
una red de funciones cognoscitivas relacionadas entre sí. El lenguaje,
como último estadio en el ser humano requiere una representación interna
sofisticada, que son los símbolos. Las representaciones de otros
animales no están suficientemente separadas de la realidad exterior.
Nicholas Humphrey dice que ser consciente es tener sensaciones, como
algo opuesto a las percepciones. Los animales desarrollaron dos formas
de representación de la interacción entre el cuerpo y el entorno: unas
cargadas de afecto que son las sensaciones y otras neutrales con
respecto a los afectos que son las percepciones. Para Humphrey tenemos
un “ojo interior” que se comporta como cualquier otro sentido, menos en
el hecho de que su objeto es el propio cerebro. La consciencia me
permite percibir el estado de mi cerebro.
El
neurofisiólogo norteamericano William Calvin propuso la teoría llamada
“darwinismo mental”. Según esta teoría, lo mismo que el sistema
inmunológico y la evolución de las especies están impulsados por la
selección natural, la vida mental también lo está. Los pensamientos se
producen inconscientemente y el proceso darwiniano elige los mejores.
Para Calvin, lo que pensamos está siempre en función de la acción; los
pensamientos son sólo movimientos que no han sido aún realizados.
El
psicólogo estadounidense Marcel Kinsbourne cree que la consciencia no es
un producto de la actividad neural, sino la actividad neural misma. El
cerebro no genera consciencia, sino que es consciente, por lo que no es
necesario buscar una región que genere consciencia; no es la región lo
que importa, sino el estado del circuito; cualquier región del cerebro
puede ser consciente si sus circuitos están en un estado apropiado.
El
matemático danés Tor Norretranders piensa que la consciencia no contiene
casi ninguna información. La mayoría de los procesos mentales nunca
alcanzan la consciencia. El cerebro descarta cantidades ingentes de
información antes de que tenga lugar la consciencia, aunque esta
información descartada tenga influencia sobre nuestra conducta. Esto
significa que la consciencia trata sobre todo de lo que ocurre dentro de
nosotros y no fuera. Los datos sensoriales se procesan de acuerdo con
estructuras cerebrales y se comparan con los contenidos de la memoria,
volviendo a ser procesados, y luego surge una sensación consciente. En
esta sensación poco queda de los datos sensoriales originales. Nunca
podemos experimentar los datos sensoriales originales, sino que
experimentamos sólo los productos terminados. Con otras palabras:
nuestro cerebro conoce mucho más de lo que conoce la consciencia.
Con
esto no agotamos todas las teorías existentes sobre la consciencia, pero
he elegido las que me parecieron más relevantes. Como vemos, hay
opiniones para todos los gustos.
Origen y evolución de la consciencia
¿Cómo
surge la consciencia en un individuo y cómo surgió en la evolución?
Todos creemos que los humanos no nacen con consciencia y que la vida,
como fenómeno natural no fue originalmente consciente. Existe, pues, un
problema ontogenético, de cuándo surge la consciencia en un individuo, y
un problema filogenético, de cuándo surgió la consciencia de la materia,
si fue repentinamente en una especie determinada o por el desarrollo de
ciertas estructuras cerebrales.
La
auto-consciencia surge en el niño en la segunda mitad del segundo año de
vida, y depende de la memoria episódica y de la capacidad para la
consciencia reflexiva.
Ya
mencionamos que el psicólogo norteamericano Julian Jaynes piensa que
surgió muy recientemente en el ser humano, en la época homérica. Por el
contrario el neurofisiólogo australiano John Eccles pensaba que surgió
con el neocórtex de los mamíferos y la bióloga norteamericana Lynn
Margulis es de la opinión que la consciencia es una propiedad tan
antigua como la vida de organismos unicelulares simples, hace miles de
millones de años. Otros científicos piensan que la consciencia surgió
por la necesidad de comunicación con otros individuos, es decir, que fue
cercana al lenguaje. El filósofo austriaco Karl Popper decía que la
consciencia emerge con el lenguaje, tanto ontogenética como
filogenéticamente.
El
psicólogo británico Nicholas Humphrey coincide con la opinión de que la
función de la consciencia es la de interacción social con otras
consciencias. La consciencia aporta a los humanos un modelo explicativo
de su propia conducta y esta facultad es útil para la supervivencia; con
otras palabras: los mejores psicólogos son los que mejor sobreviven. Al
entender la propia mente, entienden también la mente de los demás y eso
supone una ventaja evolutiva importante.
Sin
embargo, la consciencia difícilmente contribuye a la supervivencia.
Muchas veces nos deprimimos cuando pensamos en cosas futuras, como la
vejez o la muerte. La consciencia muy a menudo resulta en una menor
determinación y perseverancia. Visto así, no parece que sea el producto
de una evolución darwiniana porque realmente lo que hace es debilitar
nuestro sistema de supervivencia en esos casos.
El
lingüista estadounidense Merlin Donald planteó que la mente moderna con
pensamiento simbólico surgió de una forma de inteligencia no simbólica
por absorción gradual de sistemas nuevos de representación. La mente
humana se desarrolló en cuatro estadios que coinciden con los estadios
de crecimiento cognoscitivo en humanos modernos. Los homínidos más
antiguos estaban limitados a representaciones episódicas del
conocimiento. La memoria episódica era útil para aprender asociaciones
estímulo-respuesta, pero no podía recuperar memorias independientemente
de las señales del entorno, es decir, no podía pensar. Estos seres
episódicos vivían sus vidas totalmente en el presente. El Homo erectus
desarrolló un sistema “mimético” de representación. La mente podía
recuperar memorias independientemente del entorno y era capaz de
redescribir la experiencia. La mente tiene una representación del mundo
y es capaz de adaptarse continuamente a los nuevos conocimientos. Estas
representaciones permitían al individuo comunicar sus intenciones y
deseos. En este estadio existía una especie de memoria colectiva. En el
tercer estadio, el Homo sapiens adquirió el lenguaje y, por
consiguiente, la capacidad de construir relatos y formar mitos que
representan modelos integrados del mundo por los que los individuos
podían generalizar y predecir acontecimientos. El lenguaje permitió
contar historias en grupo.
Hace
unos 50.000 años los humanos comenzaron a almacenar contenidos de
memoria en el mundo exterior en vez de en sus cerebros (pinturas
rupestres, figuras, calendarios, etc.). Finalmente, con la escritura,
hará unos 10.000 años, los humanos modernos alcanzaron capacidades
representativas simbólicas y la lógica. Es la mente “teórica”.
En otro
orden de cosas se estima que existen unos 10.000 millones de células
corticales en el hombre moderno, de los que 1.000 millones estarían en
relación con el cuerpo. Así que 8.900 millones se utilizarían para
procesos internos y para las conexiones con otras neuronas del sistema.
Se estima que el cerebro del Australopiteco tendría 3.500 millones de
neuronas por encima de las relacionadas con el cuerpo, comparadas con
los 2.000 millones del gorila y los 2.400 millones del chimpancé. El
Homo habilis tendría unos 4.500 millones de interneuronas y el Homo
erectus 7.000. Respecto al volumen, el Australopiteco tenía un cerebro
de 500 c.c. frente a los 450 c.c. del gorila. El Homo habilis tenía unos
700 c.c., el Homo erectus unos 950-1050 c.c. y el Homo sapiens 1.350
c.c. Sin embargo, parece que el número de células no es determinante. El
lingüista y neurólogo alemán Eric Lenneberg dice que el cambio más
importante durante la expansión cerebral fue la interconexión entre las
células.
Aparte
de nuestras experiencias cotidianas existen informes procedentes de
estadios cognoscitivos que sugieren que los seres humanos no somos los
únicos animales que tienen consciencia. Quizá seamos los únicos que
somos conscientes de que somos conscientes, y, desde luego, los únicos
que podemos informar de nuestro estado consciente mediante el lenguaje
sintáctico.
Parece
evidente que la consciencia surge sobre el sustrato biológico del
sistema nervioso y, por tanto, es un estado adquirido a lo largo de la
evolución. Se suele distinguir entre una consciencia sensorial, llamada
también “consciencia primaria”, probablemente común a muchos animales, y
una consciencia llamada metacognición o “consciencia de nivel superior”,
única en el hombre. Desde luego, si reconocerse en un espejo es señal de
auto-consciencia, las ballenas, los delfines, los elefantes, los
chimpancés, los gorilas, los orangutanes y los tamarinos poseen
autoconsciencia. A favor de la presencia de consciencia en los mamíferos
está el hecho de que todos poseen un sistema tálamo-cortical altamente
desarrollado.
Informes sobre rendimientos considerables de la memoria en algunas aves,
el aprendizaje vocal y la reproducción de lo aprendido, así como la
discriminación en tareas difíciles hace pensar que la consciencia surge
en las aves, probablemente de manera independiente de los mamíferos. En
la solución de problemas que parecen requerir habilidades cognoscitivas
de alto nivel destacan también los cuervos que son capaces de utilizar
herramientas de distinto tamaño y longitud de acuerdo con la dificultad
de la tarea para obtener alimentos.
Se ha
llegado incluso a plantear niveles muy simples de consciencia en
cefalópodos, tales como los pulpos y las sepias a los que se le reconoce
una capacidad cognoscitiva muy elevada en la discriminación de objetos,
en atención y en memoria.
¿Cuándo
surge, pues, la consciencia? El problema cuando intentamos saber si
otros animales son conscientes es que los organismos no humanos no
pueden hablar. Estamos convencidos de que pueden sentir placer y dolor,
pero no podemos saber si son conscientes de esos sentimientos. Entre los
humanos también los niños pequeños no pueden hablar, aunque también
estamos convencidos de que pueden tener sentimientos como nosotros.
No
obstante, ha habido controversias sobre si los bebés son capaces de
sentir como los adultos. La circunsición suele realizarse sin anestesia
y generalmente a los bebés se les prescribe dosis post-operativas de
analgésicos inferiores a las que se utilizan para el adulto. Se les
puede preguntar cuando se hacen mayores, pero existe lo que Freud llamó
la amnesia infantil, algo que según él se producía porque los contenidos
de la memoria estaban reprimidos. Explorando esa amnesia se ha podido
comprobar que los bebés tienen una buena memoria a largo plazo y que esa
información no sufre en la transición entre la vida pre-verbal y la
verbal.
Pero no
podemos saber si en la vida pre-verbal el bebé tiene consciencia de esa
memoria, ya que el recuerdo utiliza el lenguaje.
Por
todo ello se ha sugerido que los bebés que aún no han aprendido a hablar
no tienen recuerdos conscientes, mientras que los bebés parlantes sí los
tienen. Que el lenguaje juegue un papel crítico en este proceso lo
indica que las niñas, que suelen aprender antes a hablar que los niños,
tienen recuerdos más antiguos de su niñez.
Se ha
propuesto la existencia de dos tipos de memoria. El primer sistema
operaría a lo largo de toda la vida y no puede accederse a él
intencionalmente; el segundo sistema dependería del lenguaje y puede
accederse a él intencionalmente. Otros autores han planteado que la
memoria autobiográfica se desarrolla cuando lo hace el concepto del yo o
de sí mismo. Los niños comienzan a utilizar la palabra ‘yo’ y ‘mi’ poco
antes de los dos años de edad y ‘tú’ uno o dos meses después. Se calcula
que el concepto del yo surge, pues entre los 18 y los 24 meses de edad.
En resumen: que el acceso consciente al sistema autobiográfico que
depende del hipocampo coincide con el desarrollo del lenguaje y con el
desarrollo del concepto de sí mismo.
Correlatos neurales de la consciencia
Cuerpo
y cerebro son observables por terceros. Pero la mente sólo es accesible
por el que la posee. Los pesimistas niegan la posibilidad de salvar esa
distancia. Sólo podremos describir los correlatos de estados mentales,
pero no cómo esos correlatos generan la consciencia, el sentido del yo.
Otros argumentan que es absurdo llevar a cabo una investigación sobre la
mente que es el instrumento que se emplea en la búsqueda de la solución
del problema.
Algunos
científicos han abordado la prometedora tarea de buscar los correlatos
neuronales específicos de la consciencia. Los diversos autores proponen
diferentes estructuras del cerebro para el asiento de la consciencia,
estructuras como los núcleos talámicos intralaminares, el núcleo
reticular, la formación reticular mesencefálica, la red intracortical
tangencial de las capas I y II y los bucles tálamo-corticales.
Para
Francis Crick y Christof Koch la mejor manera de abordar el tema de la
consciencia es concentrarse en encontrar sus correlatos neuronales y las
funciones cerebrales que dan lugar a las experiencias conscientes.
Edelman
y Tononi piensan que el sustrato neuronal de la consciencia comprende
grandes poblaciones de neuronas – en especial las del sistema
tálamo-cortical – que se encuentran ampliamente distribuidas por todo el
cerebro. Por otro lado, ningún área concreta y única del cerebro es
responsable de la experiencia consciente.
Las
únicas lesiones cerebrales localizadas que tienen como resultado la
pérdida de la consciencia son las que suelen afectar al llamado sistema
reticular de activación, situado en las porciones superiores del tronco
cerebral (las regiones superiores de la protuberancia y el mesencéfalo)
hasta el hipotálamo posterior, los llamados núcleos talámicos
intralaminares y reticulares y el cerebro basal anterior. Su actividad
es esencial para el mantenimiento del estado de la consciencia. Se
supone que no genera consciencia por sí mismo.
En
seres humanos se han identificado varios correlatos de la consciencia,
como el bucle tálamo-cortical, un EEG característico de ondas frecuentes
y de baja amplitud que va de 12-70 Hz y la formación reticular
mesencefálica. Se ha propuesto que la descarga sincrónica de neuronas
corticales, con una frecuencia de 40 Hz, también conocida como
oscilación gamma, sea el correlato neural de la consciencia y sirva para
unir la actividad de diversas áreas corticales, en relación con un mismo
objeto. Pero estudios recientes en sujetos anestesiados han podido
mostrar que la frecuencia de 40 Hz puede existir sin consciencia.
Se ha
postulado que las células piramidales de la capa V y VI de la corteza,
cuyos axones proyectan fuera de la corteza, serían responsables de la
consciencia visual.
Los
neurocientíficos británicos Karl Friston y Richard Frackowiak mostraron
que las áreas que disminuyeron su actividad cuando una actividad motriz
es aprendida son la corteza prefrontal y el área motriz suplementaria,
lo que puede indicar que estas regiones cerebrales están implicadas en
la producción de consciencia. La corteza prefrontal se sabe que está
implicada en la toma de decisiones y el AMS es uno de los lugares
implicados en la iniciación de la acción. Las regiones que participan en
el control inconsciente de la actividad motriz son probablemente la
corteza parietal posterior y el cerebelo. Es sorprendente la cantidad de
corteza cerebral que puede perderse sin que el individuo pierda la
consciencia.
El
neurocirujano norteamericano Joseph Bogen tenía dos pacientes que tras
una operación habían conservado sólo el hemisferio derecho. Perdieron
las funciones sensoriales y motoras de la parte derecha del cuerpo y
casi toda la capacidad de hablar, pero los sujetos estaban conscientes y
respondían apropiadamente a los estímulos.
El
nivel de consciencia se regula por el Sistema Activador Reticular
Ascendente, descubierto por Moruzzi y Magoun en 1949 y que es la
formación reticular que se extiende por el bulbo, la protuberancia y el
mesencéfalo. Las neuronas necesitan mantener un nivel de actividad
determinado. La formación reticular actúa no sólo modificando el nivel
de actividad, sino también modulando las entradas y salidas, sobre todo
las que salen de la médula espinal. Podemos modular los niveles de
consciencia alterando la actividad de la formación reticular
probablemente desde la corteza prefrontal. Estas estructuras son
necesarias, pero no suficientes para la consciencia. Se necesita también
la actividad de neuronas corticales.
El
núcleo reticular del tálamo funciona como un interruptor para la
consciencia. Cuando el nivel de activación del tronco del encéfalo
disminuye, los circuitos tálamo-corticales comienzan a oscilar. Este
ritmo sincrónico contribuye a la pérdida global de consciencia como
ocurre en el sueño no REM. En el EEG se ven los husos característicos
del sueño y las ondas lentas. A este fenómeno se le ha llamado
“sincronización del EEG”.
Cuatro
neurotransmisores juegan un papel en la función cerebral: el sistema
noradrenérgico del locus coeruleus, el sistema serotoninérgico de los
núcleos del rafe, el sistema dopaminérgico del mesencéfalo y el sistema
histaminérgico del hipotálamo. La noradrenalina y la histamina están
implicadas en la vigilia, la alerta y la atención; la serotonina en
frenar la acción motora, ayudándola para que sea estímulo- y situación-
específica; la dopamina apoyando y facilitando el movimiento, la emoción
positiva y el pensamiento.
En la
visión hay una vía que va desde la retina a la corteza visual primaria,
pasando por el núcleo geniculado lateral. Esa vía no implica
consciencia. En la corteza visual primaria, la información se dirige
luego a las áreas corticales donde está representado el movimiento y a
otras donde se representa el color; de ahí pasa la información a células
que reconocen los objetos en la corteza asociativa temporal inferior,
donde la información se hace consciente. La cuestión es: ¿Cómo se
explica que unas descargas neuronales de una región asociativa de la
corteza pueda ir acompañadas de consciencia y otras no? Gerald Edelman
piensa que esa pregunta puede contestarse con lo que él llama
“darwinismo neural”, que trata sobre la cooperación y competición entre
grandes grupos de neuronas; las que salen triunfantes de esta
competición serían las que van acompañadas de consciencia. A esto
Edelman le llamó la “hipótesis del núcleo dinámico”.
Se sabe
asimismo que la vía visual dorsal, que va desde el área visual primaria
hacia la corteza asociativa parietal, también llamada la vía del
“dónde”, que es capaz de localizar los objetos en el espacio, es
inconsciente, mientras que la vía ventral que se dirige a las áreas
asociativas temporales, llamada vía del “qué” es consciente. Las
proyecciones de la corteza parietal a las áreas premotoras son
inconscientes, mientras que las proyecciones de corteza parietal a la
corteza prefrontal están relacionadas con la consciencia.
Experimentos realizados por Benjamín Libet mostraron que era necesario
estimular la corteza somestésica con un tren de impulsos de al menos
medio segundo para producir una experiencia consciente. Libet llamó a
este fenómeno la “adecuación neural para la consciencia”. Este hecho
significa que la consciencia tiene que estar mucho más atrás en el
tiempo que los sucesos del mundo real y, por tanto, tiene que ser inútil
para responder a un mundo que se mueve rápidamente.
La
consciencia no es un fenómeno todo-o-nada, sino que existen diversos
niveles de consciencia. Y la transición de la inconsciencia a la
consciencia no es simplemente un cambio de una inactividad a una
actividad neuronal, sino que supone un cambio en lo que hacen las
neuronas, cambio que hoy por hoy es desconocido.
Todos
estos resultados indican que la consciencia es un producto de la
actividad cerebral, pero que muchas de las actividades de las neuronas
cerebrales no van acompañadas de consciencia.
¿Máquinas con consciencia?
¿Puede
crearse consciencia en una máquina? Los ordenadores pueden resolver
problemas que los humanos encuentran difíciles, como la comprobación de
teoremas, pero tienen enormes dificultades en tareas fáciles para los
humanos, como el reconocimiento de objetos y la manipulación de los
mismos.
En 1997
el mejor jugador del mundo de ajedrez, Gary Kasparov fue vencido por
“Deep Blue”, un ordenador IBM. El ordenador era capaz de calcular 200
millones de posiciones de las fichas del ajedrez por segundo, mientras
que Kasparov sólo podía procesar tres o cuatro posiciones. Además, el
ordenador no estaba sometido a emociones o a estrés. La pregunta que se
plantea es la siguiente: si Kasparov es considerado un ser inteligente,
¿por qué no podemos darle a Deep Blue la misma consideración?
Uno de
los ataques más relevantes a la idea de que la IA podría desarrollar una
mente ha sido la llamada Habitación China del filósofo estadounidense
John Searle, un “Gedankenexperiment” en el que una persona en una
habitación recibe caracteres chinos, los procesa siguiendo una serie de
reglas, saca los resultados correctos sin entender lo que significan.
Aunque
muchas actividades y acciones complejas pueden realizarse de manera
inconsciente, actividades más dinámicas e interactivas, como el diálogo
interpersonal, sólo puede llevarse a cabo de manera consciente.
Ahora
mismo, en Internet, hay unidos cientos de millones de ordenadores, y el
ancho de banda de las conexiones crece cada año. Algunas personas
afirman que si Internet sigue creciendo llegará a un tamaño en el que
inevitablemente se volverá consciente.
En los
últimos 50 años la densidad de empaquetamiento de transistores en los
circuitos integrados se dobla aproximadamente cada dos años. Esta tasa
de crecimiento exponencial, llamada la ley de Moore, se espera que
continúe durante una década o dos, lo que supone un aumento del
rendimiento y una disminución de los costes. Se ha calculado que en el
año 2019 un ordenador típico de mesa tendrá la capacidad del cerebro
humano y costará sólo unos 1000 dólares. Y se calcula que el año 2029 se
podrá construir una máquina que pase el test de Touring.
En 1950
Alan Touring planteó la respuesta a la pregunta: “¿Pueden pensar las
máquinas?”. El test que lleva su nombre se aprobaría si durante 5
minutos la máquina podría responder de tal manera que el interrogador no
pudiese distinguirla de un ser humano. Supongo que se necesitará más que
pasar el test de Touring para que una máquina genere consciencia.
Conclusiones
El
dualismo que subyace a algunas de las teorías sobre la consciencia
plantea una cuestión importante, a saber cómo superarlo, ya que a lo
largo de la historia de la filosofía este dualismo no ha podido aclarar
cómo es posible que un ente inmaterial pueda interaccionar con la
materia que es el cerebro. Por tanto, entiendo que la superación de esta
visión dualista ha ayudado mucho a la neurociencia para plantearse el
estudio de las funciones mentales, considerando éstas el producto de la
actividad cerebral.
Ahora
bien, la cuestión no es tan fácil, ya que considero imposible liberarse
completamente del pensamiento o la visión dualista. Y pienso que es
imposible porque supongo que esta forma de pensamiento en antinomias o
antítesis podría bien ser una categoría más de nuestra mente con la que
analizamos el mundo. Estoy convencido de que nuestro pensamiento
lógico-analista es dualista, nos hace ver el mundo en antinomias o
conceptos contrarios.
Todos
tenemos la impresión de que nuestra experiencia consciente subjetiva es
algo distinto del mundo físico que nos rodea y, si el cerebro pertenece
a ese mundo físico, como es el caso, nos resulta muy sencillo separar la
actividad cerebral de las experiencias subjetivas. De ahí que el
pensamiento dualista sea común a mitos y religiones, a la filosofía y a
la ciencia. Me hace pensar en una predisposición genética que denomino
“pensamiento dualista”, aunque ya previamente el psiquiatra de
Pensilvania Eugene D’Aquili, fallecido en 1998, lo llamó “operador
binario”, una estructura, módulo o dispositivo neural que estaría
localizado en el lóbulo parietal inferior izquierdo. El neuropsicólogo
ruso Alejandro Luria tuvo un paciente con una lesión en esa región
cerebral y el sujeto no podía ya distinguir entre los conceptos
contradictorios, como arriba/abajo, delante/detrás o antes y después.
Había perdido la visión dualista del mundo que nos caracteriza.
Si esto
es cierto, entonces el dualismo que parecemos percibir en la naturaleza
no es tal, sino simplemente que nuestro cerebro lo percibe así, pero que
no existe en la naturaleza, en el mundo exterior.
A mi
entender, esta manera de ver el problema de la consciencia dificulta
enormemente su solución. En otro lugar he argumentado que la experiencia
mística, producida no sólo espontáneamente, sino provocada
experimentalmente por estimulación de ciertas regiones del cerebro, es
una experiencia en la que una de sus características es la anulación de
la visión dualista, o sea, la desaparición del yo frente al mundo,
uniéndose el sujeto con la naturaleza, el vacío o Dios.
Este
hecho nos está diciendo, en mi opinión, que la visión dualista no es la
única posible con la que el cerebro se enfrenta a la realidad exterior.
Pero también nos dice que el cerebro es capaz de generar experiencias
espirituales, es decir, que considerar a este órgano como materia,
simplemente, no sería correcto. Más bien habría que hablar de algo así
como “espiriteria”, o sea la contracción de espíritu y materia.
Esto
quiere decir que los conceptos “materialismo”, “espiritualismo”, no son
otra cosa que “dualismos cojos” en el sentido que de la partición
dualista de una totalidad eligen solamente una parte.
En
cualquier caso, espero que haya quedado claro que estamos aún lejos de
comprender el salto cualitativo que supone pasar de la actividad
neuronal del cerebro a la experiencia subjetiva de la consciencia.
Aquellos que opinan que este es un enigma insoluble y que nunca
llegaremos a encontrar una solución deberían considerar los enormes
avances que ha experimentado la neurociencia, sobre todo en la segunda
mitad del siglo pasado, y deberían asimismo pensar que en ciencia la
palabra “nunca” no debe utilizarse. Por mi parte, considero que es
posible que sea el resultado de una visión dualista que habría que
superar.
He
dicho.
Francisco J. Rubia
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