Si consideramos la evolución de nuestra especie
pareciera que no hay una mirada consensuada. Sin duda, pensamos
en la inteligencia como lo más representativo de nuestra
especie. La evolución humana se traduce habitualmente como la
evolución del cerebro hacia una mayor capacidad de procesar
información y experiencias.
La ciencia afirma que el cerebro humano puede ser consciente de
apenas 100 pedacitos de información por cada segundo.
Eso significa el 2% de todo lo que el cerebro procesa por cada
segundo; el cerebro humano es capaz de procesar en cada segundo
unos 5000 pedacitos de información. Entre esos 100 pedacitos de
los que podemos ser conscientes (el 2% del total) hay pedacitos
redundantes, la mitad o cerca de la mitad. Y si esto fuera poco,
la ciencia ha comprobado que nuestra conciencia tiene un retraso
de medio segundo en la percepción (lo que lleva a preguntarnos
¿quién piensa primero?,¿ el cerebro o uno mismo?)
A pesar de estos porcentajes poco alentadores exploramos el
universo y sus posibilidades, componemos poemas y música,
creamos narraciones, diseñamos experimentos, etc. ¿Es posible un
cerebro mejor? Creemos que sí. Imaginemos que coexistimos con
una especie competidora que posee un cerebro que procesa a 7000
pedacitos de información por cada segundo y es consciente de 140
pedacitos de información por segundo... Un cerebro así, no sólo
nos ganaría al ajedrez!.
Pensamos que evolucionar es tener más capacidad para ser
conscientes de las cosas, incluyéndose uno mismo. Uno mismo,
como entidad auto consciente, y desde esa única perspectiva,
existe indiscutiblemente. La experiencia de ser uno mismo no es
transferible ni observable. Y la subjetividad es real,
independientemente de sus limitaciones.
Cuando hablamos de evolución humana hablamos de evolución del
cerebro, y si hablamos de evolución cerebral, hablamos de
evolución de la conciencia en el sentido de tener más amplitud y
profundidad de enfoque.
Tener como ideal el tipo de pensamiento de una computadora
parece implicar un modelo de análisis algo rígido y limitado.
Nadie ha demostrado que se aumente la conciencia de una
computadora aumentando los niveles de complejidad de su
capacidad de procesamiento. La Inteligencia Artificial imita el
comportamiento de la conciencia humana pero eso no significa que
reproduce el fenómeno. El efecto omega, la autoconciencia, es
inalcanzable para las máquinas. No pueden duplicarlo, sólo
pueden imitarlo y siempre que un humano inicie el proceso (el
programador).
Además, pareciera que la vida en general evolucionó basándose
menos en la precisión y profundidad de percepción que en la
utilidad de la misma. Las ranas se alimentan y sobreviven a
pesar de tener una percepción visual bastante pobre. Sea lo que
sea que la rana experimenta visualmente, le alcanza
perfectamente para sobrevivir.
Si bien la ciencia debe parte de sus grandes avances a la
precisión y profundidad de observación, también es bueno
recordar que debe otro tanto al azar, los sueños, la
creatividad, la intuición, y la capacidad de vislumbrar
incidentalmente representaciones esquemáticas y reflexivas.
Aunque lo que experimentamos como autoconciencia no es algo
observable externamente, aún así es más racional considerarla
real que negar su existencia. Nadie puede partir de la premisa
las experiencias de autoconciencia son ilusorias e irreales.
Intenta convencerte de que eres ilusorio, que no existes
realmente ¿Cómo podrías?
Cuando pensamos en una posible evolución del cerebro deseamos
evitar el vaciamiento significativo de la experiencia subjetiva.
Nos preocupa mucho más cuando se le quita realidad a la
conciencia que cuando se le agregan ilusiones.
La vida evolucionó azarosamente hasta que llegó el momento en
que la conciencia y el conocimiento pueden intervenir
intencionalmente en su posible evolución. La cuestión es
¿Estamos realmente buscando más amplitud y profundidad de
conciencia? ¿O podemos sinceramente creer en nuestra
inexistencia?
Patricio Jorge Vargas