Neurofisiología de las necesidades
Una necesidad es un estado de carencia que, si no
se satisface, genera sentimientos de privación, insatisfacción o
desequilibrio. Cuanto más relevante para el sujeto sea ese
sentimiento, mayor será su compulsión para encontrar alguna forma de
satisfacción.
Ahora bien ¿cómo se produce, neurobiológicamente, este proceso? Para
comenzar a explicarlo, recurriremos a un ejemplo sencillo. ¿Qué ocurre
cuando sentimos hambre?
Cuando sentimos hambre, el registro de esta necesidad
se centra en el hipotálamo. Éste recibe constantemente información
acerca del estado del cuerpo a través de una compleja interacción
entre las hormonas, las neuropéptidos y los neurotransmisores.
Se bajan los niveles de glucosa, minerales o lípidos, la información
llega desde la sangre, el estómago, los intestinos y las células
adiposas. Al registrarla, el hipotálamo manda estas señales hacia la
corteza. Allí la información excita las áreas del cerebro que
registran conscientemente el hambre con el fin de que organicen la
búsqueda, preparación y acción de comer.
¿Qué ocurre en el cuerpo durante el proceso de satisfacción de esta
necesidad?
Mientras comemos, el sistema invierte la marcha. Cuando estamos
satisfechos, el cuerpo le indica al hipotálamo que se ha saciado y
este último le pasa el mensaje a la corteza que, a su vez, genera la
voluntad consciente de dejar de comer.
En el caso de las necesidades básicas, como el
hambre, es normal que su satisfacción involucre al mismo tiempo la
de otras necesidades más complejas.
Un ejemplo:
Por ejemplo, si un cliente elige cenar en un
restaurante de lujo en París no sólo apunta a satisfacer su
necesidad básica de hambre, sino también aquellas que se derivan de
sus aspiraciones sociales. Éstas últimas son más complejas y
difíciles de explicar desde la neurobiología ya que, además del
hipotálamo involucran también todo el "circuito de recompensa" que
hace que una persona se sienta bien cuando está en determinado
lugar.
¿Cómo es el proceso cerebral de creación de
necesidades?
En primer lugar, y ante un estímulo apropiado, el cerebro crea una
necesidad que demanda ser satisfecha. Por ejemplo, si el estímulo es
un descenso del nivel de glucosa en la sangre, la necesidad será
hambre; si el estímulo es sexual, la necesidad será el apetito
sexual.
Algunos estímulos más complejos, como el aislamiento social, pueden
producir impulsos más difíciles de identificar, como el gusto por
las reuniones sociales. Sea cual fuere la forma que adopten, estos
impulsos van muchas veces acompañados de una sensación de vacío y su
propósito es siempre desencadenar la acción.
En segundo lugar, la acción (comer, relacionarse) es recompensada
por sensaciones de placer positivas. Cuando se completa una acción,
el caudal de placer se reemplaza por una sensación de satisfacción
(siempre momentánea).
Precisamente, desde el punto de vista conceptual, la satisfacción
total (opuesta al estado de carencia) es aquélla en la que se
encuentra el ser humano que no produce, ni puede producir, acción
alguna, por lo tanto, es prácticamente utópica.
En la realidad, el estado de carencia se manifiesta cotidianamente y
a veces en forma muy sencilla, por ejemplo, cada vez que notamos que
carecemos de alimento y debemos ir hasta el negocio más próximo para
conseguirlo.
A su vez, todos tendemos a sustituir una situación de menor
satisfacción por otra que nos proporcione mayor satisfacción, por
ejemplo, cuando no estamos conformes con los beneficios que nos
suministra un producto o servicio y nos ocupamos de buscar y comprar
otro que lo reemplace.
Esto permite comprender por qué lo que lleva a las personas a
actuar, manifestando distintas conductas ante el consumo, es casi
siempre un estado de carencia o insatisfacción.
Para la teoría psicológica tradicional, la mayoría de la gente
experimenta los mismos tipos de necesidades y motivaciones. Lo que
diferencia a una persona de otra es la manera de sentirlas y
expresarlas.
Según los especialistas en Programación Neurolingüística, la pauta o
estructura básica de pensamiento es similar en todos los seres
humanos, por lo tanto, para comprender las diferencias entre ellos
es necesario indagar las variaciones en la percepción, registro y
expresión de experiencias.
Desde la perspectiva de las neurociencias, cada cerebro construye la
realidad a partir de los mecanismos que desencadenan las
percepciones.
La imagen mental que tenemos sobre nuestras necesidades es una
compleja construcción que está basada en la propia arquitectura
neuronal de nuestro cerebro y en una construcción social tanto o más
compleja que surge de nuestra interacción con las demás personas.
Como la percepción es subjetiva, cada cerebro es un mundo: procesa
los estímulos que recibe de manera individual y en este
procesamiento inciden los recuerdos, experiencias y emociones de
cada individuo en particular.
Por ejemplo, si dos personas pasan frente a una cafetería por la
mañana temprano, pueden responder de diferente modo ante el estímulo
del aroma característico del café express. Puede ocurrir que una de
ellas lo ignore, porque ha optado por los descafeinados, y que la
otra lo asocie inmediatamente con situaciones placenteras y se
detenga a disfrutarlo o piense en hacerlo apenas pueda.
Lo relevante, en este segundo caso es que el aroma del café despertó
una necesidad latente, transformándola en un deseo que se
cristalizará, posteriormente, en demanda efectiva.
De este ejemplo se desprende que más allá de que los seres humanos
coincidan o no en sus necesidades básicas, lo que resulta útil desde
el punto de vista de marketing es indagar las variaciones en la
percepción, registro y expresión de información y experiencias,
debido a que ello se relaciona estrechamente con el despertar de la
necesidades, los deseos y la demanda.
Independientemente de las diferencias individuales, todos estamos
motivados por necesidades y deseos. Las necesidades constituyen una
fuerza básica que nos impulsa a hacer algo. Algunas se refieren a
nuestro bienestar físico, como alimentarnos; otras a nuestra autoimagen, como el perfume que elegimos; y otras a nuestra relación
con los demás, por ejemplo, la asociación a la que deseamos
pertenecer.
Como vemos, todas ellas tienen que ver con lo "interno", lo cual
refuerza un concepto expuesto al inicio:
El neuromarketing no crea necesidades de la nada porque los impulsos
son representaciones internas de estímulos externos, lo cual no
implica una manipulación en el cerebro sino más bien, un despertar
de las necesidades latentes.
Lo relevante es que el ser humano es un manojo de necesidades que lo
impulsan a obrar, y que cuando las organizaciones las reconocen,
encuentran el mercado para sus productos.
Néstor P. Braidot, Neuromarketing. Neuroeconomía y
negocios
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