Cuando el pensamiento crítico no es tan crítico   

 

En la era de la información y el conocimiento, de la tecnología y la tecnocracia, el modelo de pensamiento científico ha ganado suficiente prestigio como para que prácticamente todos los ámbitos se hayan vuelto permeables a su influencia y lineamientos ideológicos.

Deseamos plantear una objeción crítica a esta permeabilización, fundamentalmente porque consideramos que es una influencia masiva acríticamente aceptada en la cultura.

Consideramos que ciertos errores conceptuales derivados de este reinado del “pensamiento científico” generan consecuencias que son realmente importantes para analizar.

Necesitamos remarcar un hecho: tanto ciencia, lógica, como matemáticas son completamente inútiles para determinar la esencia de lo subjetivo, lo estético, lo ético. (¿Qué queremos decir con determinar? Exactamente lo que dice la RAE: 1. Fijar los términos de algo. 2. Distinguir, discernir. 3. Señalar, fijar algo para algún efecto. 4. Tomar resolución. 5. Hacer tomar una resolución.)

Se ha discutido mucho acerca de los excesos de lo irracional originado en las supersticiones y las pseudociencias. Incluso ya no se duda en incluir a las religiones entre las fuentes de la irracionalidad que nos pueda aquejar como civilización.

Probablemente jamás sea suficiente todo el esfuerzo para prevenir los excesos de la irracionalidad. No obstante, podemos señalar que se puede hablar también de los excesos que derivan de una asimilación acrítica de los preceptos científicos. Y poco se habla de ello.

Está de moda declararse agnóstico, escéptico y materialista. Y por lo general - de una u otra forma - hay errores conceptuales importantes subyacentes en estas posturas popularizadas.

Muchas veces hallamos que quien afirma ser agnóstico cree estar diciendo lo mismo que el materialista, que no cree en nada que no sea tangible y observable. Nada más lejano, el verdadero agnosticismo sólo plantea que cualquier realidad inmaterial es inaccesible al entendimiento humano. Si lo inmaterial existe no lo podemos conocer.

Por otra parte tenemos a los escépticos. La mayoría de los que se declaran escépticos son pseudoescépticos. Tienen dudas y desconfianzas de todo menos de las autoridades científicas y académicas, sobre las que depositan una indiscutible fe. El verdadero escéptico tiene dudas y desconfianzas metódicas que incluso suele aplicar al establishment del conocimiento académico y las autoridades que lo representan. En este caso, la máxima libertad intelectual se manifiesta con claridad y sin caer en excesos ni descuidos.

El materialismo de moda es la más pobre de las posturas ya que no origina nada propio sino que es subproducto de una objetividad mal entendida o de un escepticismo mal entendido; no sólo es incapaz de dudar de ciertos presupuestos que asume con ingenuidad sino que ignora el hecho demostrado de que siempre la teoría determina la observación.

Por supuesto que estamos hablando de las manifestaciones más populares de estas posturas de moda. Lamentablemente, no faltan los científicos y filósofos de la ciencia que representan las versiones más pulidas de la moda.

Ojalá que no lleguemos a aceptar que se determine la apreciación estética de un poema utilizando el método científico o el pensamiento crítico. Que no caigamos en la ingenuidad de dejar nuestras políticas en manos de científicos, como sueñan ciertos escritores de ciencia ficción. Que no intentemos justificar biológicamente la superioridad moral de una raza, que no recaigamos en la sociobiología brutal, profundamente ignorante, de otras épocas. Ojalá que no intentemos observar lo bueno y lo justo en un laboratorio.

Esperamos que las formas populares de esta tendencia cientificista no se plasmen en representatividades políticas, administrativas y educativas.

Debiéramos ser verdaderamente libres de creer en cosas inmateriales. Es perfectamente legítimo. En principio, si uno no pretende hacerla una creencia científica, ni intenta imponérsela a otros con fanatismo irracional, ni hace daño u ofensa a nadie, es una creencia legítima.

No estamos hablando de creencias sobre la verdad, sino de la verdad acerca de las creencias subjetivas, lógicamente incontrastables con algo material.

Permitámonos creer que es un absurdo imponernos la condición de sólo tener creencias acordes a los principios científicos. No se trata de determinar si es lógico creer en Dios o no, se trata de ser realmente libres para creer en nosotros mismos.

Patricio Jorge Vargas Gil

 

 

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