Pensar dormidos e hipocresía, la fórmula del consumo   

 

 

La palabra pensar nos lleva a relacionarla con el pensamiento crítico. Pero es un error considerarlo siempre así. Lamentablemente, se puede pensar en un estado completamente alejado de la lucidez. Y existen pensamientos que detrás de la "normalidad" esconden su naturaleza adormecida.

Por ejemplo: podemos observar a gran número de nuestros congéneres completamente fascinados con las pantallitas de sus celulares; se los puede ver caminando en las calles, sentados en un transporte público, en el cine, en una fila de trámites y - ahora también - en los tiempos entre clases y en los patios de recreo de los colegios primarios y secundarios... ¿es normal esta fascinación? ¿es realmente algo tan útil o es mera complacencia consumista?

Ninguna de las debilidades de nuestra mente y nuestro corazón pueden ser muy nuevas, llevamos siglos de inercia cultural y psicológica en nuestras cabezas. Esto también implica a siglos de hipocresía haciéndose carne.

Convenimos en que preferimos a las democracias a las dictaduras pero nos vemos obligados a aceptar a la representatividad de cualquier enfermedad ideológica en las sociedades y debemos señalar que eso sólo es un malestar hasta que nos habituamos.

Convenimos en que preferimos la libertad de expresión (ideológica y artística), pero nos vemos obligados a tolerar la expresión de los intestinos de cuanto cretino se ampare en esto. Consideramos divertida y progresista la convivencia de las expresiones artísticas de aficionados con las de artistas verdaderos y así como elevamos a la categoría de artista a cualquiera que apriete botones y maneje con soltura un software de mezcla hacemos ídolos de los descarados y los oportunistas.

Convenimos en que preferimos la libertad de culto pero entonces tenemos que tolerar hasta los cultos más atroces que vayan proliferando junto con los permanentes nuevos intérpretes de los textos sagrados. En un futuro no muy lejano Dios podría tener una oficina céntrica con un cartel luminoso que amenace a los transeúntes que no se suscriban a sus publicaciones.

Convenimos en que preferimos tantas cosas buenas... pero debemos soportar a las malas que vienen aparejadas. Algunos soportan en un estado de ensueño habitual mientras que otros soportan a duras penas lo que ven.

En un prestigioso canal presentan un documental acerca del castor de Canadá, casi en extinción. El relator-conductor del programa contrata a un taxista experto en castores. El taxista afirma que tiene mucho trabajo como taxista y que le va bien en su trabajo. El taxista es un experto en trampas para castores. El relator del programa, con expresiones casi infantiles, y después de algunos intentos, lamenta no haber podido tener un encuentro cercano con el castor de Canadá. Y eso es todo. No relaciona la información de que el animal está casi extinto con la información de que al taxista le va muy bien económicamente. No puede criticar el hábito del cazador de castores - que bien podría dedicarse a tocar el ukelele eléctrico - o no lo hace porque sería montar un conflicto en un canal donde parece no existir otro criterio que la insípida neutralidad. Un ejemplo más de cómo la hipocresía permanece oculta junto a todo lo que es deseable.

Entre los que gestionan los cambios culturales y tecnológicos de nuestra civilización se manifiestan muchos intereses que nos representan a todos genuina y positivamente, pero si ya nada contrarresta seriamente a la inercia cultural mundial que vivimos, no tardaremos en llegar al punto crítico en el que los únicos intereses representados serán los de la auténtica decadencia humana. A los grandes miedos, que parecieran ya pasados de moda, como las guerras atómicas, la superpoblación, el efecto invernadero, los desastres ecológicos y demás, se les deberá agregar el peligro de extinción de la verdadera cultura humana. Quizás sea el momento de poner más entusiasmo en mejorar como personas para ejercer mayor influencia crítica y positiva y también para tener mayor resistencia a esta tendencia a adormecernos en la tolerancia total.

Patricio J. Vargas Gil
pvargasgil@mentat.com.ar

 

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