La personalidad creativa 
En la última década, Gardner (1993), afamado
estudioso de la inteligencia, ha definido la creatividad como la
cualidad de una persona para resolver problemas regularmente, para
entregar ideas o productos novedosos que terminan por aceptarse en
su respectiva cultura.
Por su parte, Romero (1994) reconoce a la creatividad como una
actividad original que produce más de una solución a un problema.
La creatividad supone, entonces, un comportamiento original o nuevo,
no convencional, y además con una utilidad práctica. Podría decirse
que una de las características distintivas de la humanidad es
precisamente su capacidad para desarrollar cosas nuevas, rasgo que
la ha hecho evolucionar como especie y progresar como civilización.
Aquí se asumirá una definición de creatividad surgida de los
estudios más conocidos sobre el tema, aquella que la entiende como
el proceso gracias al cual una persona resuelve un problema de modo
original, con una solución –o varias de ellas- desconocida hasta ese
momento, y generando una utilidad o producto también novedoso.
Ahondando más en el tema, la creatividad se entiende como proceso y
como producto. Esto es, como forma peculiar, interna, subjetiva y
por ende desapercibida para el espectador, que una persona tiene de
analizar y elaborar situaciones y, de otro lado, como conjunto de
resultados objetivos y tangibles del actuar de una persona
considerada creativa (Marín, 1980; Novaes, 1973).
Ser creativo significa, para recapitular, ver la realidad de forma
diferente, peculiar, de modo distinto a los demás. Una persona
creativa es aquella que puede descomponer una situación o problema
de forma opuesta a la mayoría y que, a la vez, producto de ese
análisis singular, halla respuestas o modificaciones novedosas.
Dicha solución sólo se considerará realmente creativa si resulta
útil y productiva, si acarrea más beneficios que los procedimientos
anteriormente usados.
Algunos escépticos señalan que es ésta una entidad inabordable o
incognoscible, imposible de restringir a determinados parámetros. Es
fruto, dicen, del azar, de circunstancias especiales e
impredecibles. Responde más al chispazo sorprendente y repentino que
a la voluntad o intención de las personas dotadas de ella.
No obstante lo dicho, existe ya una literatura que analiza la
personalidad de los sujetos creativos.
Esta vía ha surgido ante lo inseguros que aún resultan los llamados
tests de creatividad. Según concluye Gardner (1993), uno de los más
célebres estudiosos del tema actualmente, los llamados tests de
creatividad no son completamente válidos. Nada garantiza que quien
salga airoso en una de estas pruebas, lo sea efectivamente en la
vida práctica o real.
Hacia fines del siglo diecinueve surgió el interés por estudiar al
detalle las vidas de las gentes brillantes, notables por su
intelecto y sus obras. Los primeros trabajos sobre estas personas se
deben a Francis Galton, Havelock Ellis y Cesare Lombroso.
Es ya en los años cincuenta del siglo XX que el tema reaparece con
otro cariz, es decir, desprovisto de prejuicios racistas, que
caracterizaron a los autores decimonónicos. En el Berkeley Institute
of Personality Assesment se empieza a estudiar la biografía de
artistas y científicos destacados. El objetivo es hallar
denominadores o rasgos comunes (Barron, 1976). En jerga psicológica,
se asume un enfoque nomotético, aquel que busca establecer leyes
generales.
En años recientes, el estudio prolijo de sujetos creativos ha sido
encabezado por Howard Gruber, Dean Simonton y Howard Gardner (1993,
2001). Es así como parece haberse llegado a un perfil del individuo
creativo.
Varios son los perfiles de la persona creativa que se han expuesto.
Gowan, Demos y Torrance (citados por Romero, 1994) presentan su
propia lista de rasgos: curiosidad, espíritu inquisitivo;
originalidad de pensamiento y de acción; independencia de obra y
pensamiento; fértil imaginación; inconformismo; captación de
relaciones desapercibidas para los demás; fluidez de palabras y
acciones; constancia en sus acciones y aprecio por la complejidad.
Sólo resta aludir al vínculo entre creatividad e inteligencia. De
acuerdo a los entendidos, las personas más creativas no son siempre
las de más alta inteligencia. Si bien resulta indispensable contar
con cierto nivel de inteligencia superior para ser creativo, los
hechos muestran que buen número de personas de inteligencia normal
promedio hacen gala de ideas ingeniosas y creativas. Aunque parezca
curioso, también hay personas inteligentes y muy poco creativas.
Según los entendidos (Ricarte, 1998), el sujeto inteligente ejercita
un pensamiento convergente, esto es, en un solo sentido: se esfuerza
por hallar la solución correcta a un problema y sólo una. Mientras
que la persona creativa practica un pensamiento divergente, es
decir, va más allá de lo usual y se esfuerza por producir más de una
solución a determinado asunto o dilema.
REFERENCIAS
BARRON, F. (1976), Personalidad creadora y proceso creativo. Madrid:
Marova.
DAVIS, G. y J. SCOTT (Compiladores) (1975), Estrategias para la
creatividad. Buenos Aires.
GARDNER, H. (1993), Mentes creativas. Barcelona: Paidós Ibérica S.A.
GARDNER, H. (2001), Arte, mente y cerebro. Una aproximación
cognitiva a la creatividad. Barcelona: Paidós Ibérica S.A.
MARIN, R. (1980), La creatividad. Barcelona: CEAC.
NOVAES, M. (1973), Psicología de la aptitud creadora. Buenos Aires.
Kapeluz.
ROMERO, C. (1994), El estudio de la creatividad en el ámbito de la
educación. En: Más Luz, Revista de Psicología y Pedagogía. N° 1,
Vol. 2. Pp. 51 – 65.
RICARTE, J. (1998), Creatividad y comunicación persuasiva.
Barcelona: Universidad Autónoma de Barcelona.
TORRANCE, P. (1977), Educación y capacidad creativa. Madrid: Marova.
Arturo Orbegoso G.
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