El riesgo del autoengaño
El lamentable ejemplo de todos conocido
Cuentan sus biógrafos que, hasta su suicidio bajo la cancillería de
Berlín el 30 de abril de 1945, Adolf Hitler fue sufriendo un
paulatino proceso de huida de la realidad, una necesidad constante
de autoengañarse y de recibir noticias favorables. Sobre todo a
partir de la entrada de Estados Unidos en la guerra, Hitler fue
entrando cada vez más en un mundo de ficción creado por sí mismo. Es
indudable que poseía una portentosa inteligencia, pero prefirió
engañarse, y su engaño le llevó a huir de la realidad de una manera
sorprendente. De hecho, a mediados de aquel mes de abril de 1945,
cuando los tanques del mariscal soviético Zhukov estaban ya a pocos
kilómetros de la puerta de Brandenburgo, Hitler repetía a gritos
ante su Estado Mayor, dentro de su refugio subterráneo, que los
rusos sufrirían una sangrienta derrota ante las puertas de Berlín.
Historiadores como Hugh Trevor-Roper y Ian Kershaw analizan con
detalle cómo fue el proceso por el que Hitler que, envenenado por
sus triunfos, acabó por abandonar todo signo de diplomacia e
inteligencia. No parece posible que el trabajo de la propaganda nazi
modificara de tal modo los datos del propio Hitler hasta el extremo
de hacerle creer que sus derrotas eran victorias. Pero el hecho
incontrovertible es que, cinco días antes de su muerte, rodeado de
mapas operativos cada vez más irreales, enumeraba con gran seguridad
a sus generales las bazas inverosímiles que le hacían esperar una
victoria final.
La vida se vuelve amarga y la tentación es muy fuerte
La lectura de esos testimonios históricos —han pasado ya más de
cincuenta años y hay suficientes documentos bien contrastados que
han hecho posible conocer minuto a minuto lo que ocurrió—, nos
brinda un ejemplo asombroso y extremo del modo en que un hombre
puede llegar a encerrarse en un mundo propio, hasta trasladarse por
completo al reino de lo imaginario. Aquel triste y trágico episodio
de la historia del siglo XX nació marcado por el autoengaño de negar
la existencia de principios morales superiores que limitaran el
poder y la persecución de sus inmorales objetivos, y puede servirnos
para detenernos un instante y hablar de ese gran peligro del
autoengaño, que, en diversa medida, nos acecha a todos en pequeñas
cosas del acontecer ordinario de cada día.
El hombre, al ser batido por la adversidad, se siente con frecuencia
tentado a huir. Sin embargo, cualquier vida es difícilmente
gobernable si no hay un constante esfuerzo por estar conectado a la
realidad, si no se permanece en guardia frente a la mentira, o
frente la seducción de la fantasía cuando se presenta como un
narcótico para eludir la realidad que nos cuesta aceptar.
La tentación de lo irreal es constante, y constante ha de ser la
lucha contra ella. De lo contrario, a la hora de decidir qué hay que
hacer, no nos enfrentaremos con valentía a la realidad de las cosas
para calibrar su verdadera conveniencia, sino que caeremos en algún
género de escapismo, de huida de la realidad o de nosotros mismos.
El escapista busca vías de escape frente a los problemas. No los
resuelve, se evade. En el fondo, teme a la realidad. Y si el
problema no desaparece, será él quien desaparezca.
La verdad y sus ventajas
El autoengaño puede presentarse en formas muy variadas. Hay
personas, por ejemplo, que caen en él porque necesitan continuas
manifestaciones de elogio y aprobación. Su sensibilidad al halago,
al continuo "tiene usted razón" sin tenerla, hace desplegar a su
alrededor servilismos capaces de idiotizar a cualquiera. Son
personas difíciles de desengañar, pues exigen que se les siga la
corriente, que se mienta con ellos, y acaban por enredar a los demás
en sus propias mentiras. Son presa fácil de los aduladores, que los
manejan a su antojo, y aunque a veces adviertan que se trata de una
farsa, no suele bastarles para salir de ella.
La verdad y sus ventajas
La verdad, y en especial la verdad moral, no debe acogerse como una
limitación arbitraria al obrar libre de las personas, sino, por el
contrario, como una luz liberadora que permite dar una buena
orientación a las propias decisiones. Acoger la verdad lleva al
hombre a su desarrollo más pleno. En cambio, eludir la verdad o
negarse a aceptarla, hace que uno se inflija un daño a sí mismo, y
casi siempre también a los demás. La verdad es nuestro mejor y más
sabio amigo, siempre dispuesto y deseoso de acudir en nuestra ayuda.
Es cierto que a veces la verdad no se manifiesta de forma clara,
pero hemos de esforzarnos para que no resulte que esa falta de
claridad sólo se da en nuestro pensamiento, al que aún no hemos
impulsado lo necesario en búsqueda de la verdad.
Alfonso Aguiló
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