Abatimiento
El abatimiento es un sentimiento o sensación de desaliento, melancolía,
tristeza profunda o depresión. La misma palabra «desaliento» (sin
aliento, es decir, sin vitalidad) es muy significativa. La persona
abatida siente que le falta la energía, la fuerza vital, el ánimo, la
prestancia y el tono vital. El abatimiento admite, como otras muchas
emociones o sensaciones, grados muy diversos, que pueden ir desde la
tristeza a la melancolía intensa y sostenida. La anergia (falta de
energía) contrarresta el ánimo de la persona, que puede llegar a
sentirse tan desmotivada y desanimada que no puede tomar ninguna
dirección clara y concreta o activar potencias internas o recursos
psíquicos que contrarresten ese estado de depresión o melancolía. El
abatimiento puede desencadenar un tumultuoso e inquietante parloteo
mental, retracción psíquica, dudas neuróticas y paralizantes y buen
número de temores infundados. Los pensamientos se tornan muy neuróticos
y ponen el énfasis en lo aflictivo o negativo.
El desaliento puede ser tal que la mente pierde su capacidad de
concentración, el entendimiento se aturde y el pensamiento se fragmenta.
La persona no encuentra ningún tipo de interés u objetivo que fomente su
energía y se siente apesadumbrada. Todos pasamos por estados más o menos
fugaces o leves de tristeza, pesadumbre o desaliento, y en esos momentos
nos sentimos alicaídos, desorientados e inermes, con el nivel de
conciencia más bajo, la mente desconcentrada y el ánimo muy disminuido.
No es raro que la mente pase por estados de ansiedad y abatimiento. En
tanto no va equilibrándose y armonizándose, tiene esa tendencia a
oscilar o fluctuar en exceso, perdiendo su eje de equilibrio y cordura.
El abatimiento es muchas veces una reacción de desaliento cuando las cosas
no son como querríamos que fueran o cuando nos contrarían o tenemos
adversidades o nos sentimos dañados o amenazados o surgen vicisitudes o
situaciones que psíquicamente nos desarman. También el abatimiento es
muchas veces el resultado de nuestro núcleo psíquico de caos y confusión
o de nuestra propia debilidad o fragmentación psicológica o de nuestras
expectativas frustradas o defraudadas o de nuestras carencias internas.
Pero hay personas que reaccionan en seguida a su abatimiento y lo
superan y personas mucho más lábiles al mismo y que tardan en reaccionar
o se quedan prendidas indefinidamente en el mismo. También depende,
pues, del grado de integración psíquica y madurez emocional de la
persona y, por supuesto, de su capacidad de equilibrio y ecuanimidad. La
ecuanimidad es un magnífico aliado para prevenirse contra el abatimiento
o aprender a superarlo con mayor diligencia y efectividad, puesto que la
persona ecuánime tiene esa visión esclarecida y esa comprensión clara
que le permite no dejarse arrebatar tanto por la euforia o la depresión,
por la exaltación o el abatimiento. Muchas veces la actitud con respecto
a nuestros estados de abatimiento es esencial para no dejarnos implicar
en exceso por ellos. En este sentido, hay una historia muy ilustrativa:
Un periodista acudió a entrevistar a un maestro realizado y le preguntó:
—Antes de realizarse, ¿se deprimía usted?
—Sí, a veces, como todo el mundo.
—Y después de haberse realizado, ¿se deprime?
—Sí, a veces, como todo el mundo..., pero ya no me importa.
El cuidado de la mente es siempre esencial para evitar, en lo posible, que
ésta siga cultivando errores mentales que perturban la visión y la
conducta. Todo lo que la persona haga por armonizar y cultivar su mente
le será de gran ayuda para mantenerla sana, afinada y resistente. Hay
una parábola de Buda muy célebre a este respecto, que es la que compara
la mente con una casa: si está bien techada (es decir, equilibrada), no
entrarán las lluvias, el granizo y la nieve (es decir, estará protegida
contra las influencias nocivas del exterior o de la propia esfera
psíquica).
Tenemos que darle a la mente motivaciones, intereses genuinos, prácticas
saludables, actividades creativas y estados mentales constructivos,
protegiéndola de pensamientos siniestros o de enfoques que acentúan la
visión del lado negativo y que herrumbran el ánimo y obnubilan la
conciencia. Hay otra parábola que merece una detenida reflexión y que es
la de la ciudad real fronteriza. El Anguttrara Nikaya la refiere de la
siguiente manera:
En una ciudad real fronteriza hay un guardián inteligente, experto y
prudente, que mantiene fuera a los desconocidos y sólo admite a los
conocidos, para proteger a los habitantes de la ciudad y rechazar a los
extraños. Semejante a ese guardián es un noble discípulo que esté atento
y dotado de un alto grado de atención y prudencia. Recordará y tendrá en
la memoria aquello que haya sido hecho y dicho hace mucho tiempo. Un
noble discípulo que tenga la atención como guardián de su puerta
rechazará lo que no sea saludable y cultivará lo que es impecable y
preservará su pureza.
Mediante la ecuanimidad y el ánimo más estable, todo ello apoyado con una
visión más esclarecida, la persona va aprendiendo a no dejarse afligir
desmesuradamente y a no venirse tan fácilmente abajo o hundirse incluso
en la desesperación cuando los acontecimientos se tornan desfavorables.
Una persona clara y ecuánime sabe recuperarse y hacer gala de sus
potenciales internos para no entrar en estados de depresión o melancolía
o para salir lo antes posible de los mismos. La comprensión de la
dinámica de todo lo fenoménico, sometido a toda suerte de cambios y a la
ley de la inestabilidad, también ayuda a entonar el ánimo y tener una
mayor resistencia psíquica, previniendo la depresión, porque la persona
comprende que hay situaciones favorables y otras desfavorables y que hay
que sobreponerse a las circunstancias adversas con ánimo más firme o
incluso trasformar las adversidades para desarrollarse interiormente,
consiguiendo así que las crisis tengan una influencia integradora y no
destructiva.
Si la persona logra situarse más equilibradamente en el centro del placer
y del dolor, la ganancia y la pérdida, el halago y el insulto, tratando
de recobrar el equilibrio cuando tienda a perderse, estará más preparada
para no dejarse desbaratar demasiado psicológicamente ante la
inestabilidad de los fenómenos y sabrá cómo «recomponerse» ante las
vicisitudes, evitando reaccionar desmesuradamente y de un modo
neurótico, y aprendiendo a juzgar las cosas en su justa medida.
Alguien menos condicionado por el apego y la aversión estará más
capacitado para no sentirse tan frustrado cuando no pueda lograr lo que
desea o cuando tenga que soportar lo que no desea. Esa mente más
sosegada y armónica previene contra estados de abatimiento y depresión,
pero para conseguirla, distintos temas de meditación serán de gran ayuda
y cooperarán en armonizar la vida psíquica de la persona y a hacerla más
resistente tanto a influencias deteriorantes del mundo exterior como de
la propia esfera psíquica.
En una ocasión, Buda le aconsejó amorosamente a su hijo Rahula mediante
unas exhortaciones que a todos nos pueden servir como aleccionadoras:
«Desarrolla la meditación sobre la benevolencia, Rahula, pues con ella
se ahuyenta la mala voluntad. Desarrolla la meditación sobre la
compasión, Rahula, pues con ella se ahuyenta la crueldad. Desarrolla la
meditación sobre la alegría compartida, Rahula, pues con ella se
ahuyenta la aversión. Desarrolla la meditación sobre la ecuanimidad,
Rahula, pues con ella se ahuyenta el odio. Desarrolla la meditación
sobre la impureza, Rahula, pues con ella se ahuyenta la concupiscencia.
Desarrolla la meditación sobre la transitoriedad, Rahula, pues con ella
se ahuyenta el orgullo del ego. Desarrolla la meditación sobre la
inspiración y la exhalación, Rahula, pues la atención a la respiración,
desenvuelta y practicada con frecuencia, rinde mucho fruto y es muy
conveniente.»
A veces el abatimiento se manifiesta de modos muy sutiles y que no parecen
tales, pero que si los vigilamos nos damos cuenta de que el trasfondo de
esos «rostros» es la melancolía; modos sutiles como la desidia renuente,
la indolencia crónica, el tedio vital, la falta de confianza en uno
mismo, la desgana insuperable o la apatía mórbida. Hay que tratar de
prevenirse contra el abatimiento mediante la acción diligente y diestra,
pero sin obsesionarse por los resultados ni sentirse frustrado si no se
producen como anhelábamos; disciplinarse en el esfuerzo consciente, ya
que la aplicación de energía reporta más energía, en tanto que la
desidia nos hace más desidiosos; motivarse con la relación de los seres
queridos, pensar un poco más en ellos y no dejarse obsesionar por uno
mismo, intentando percatarse de que también las otras personas tienen
necesidades y no pocos problemas, y que no somos los únicos que tenemos
dificultades que resolver. Es preciso buscar intereses vitales y
motivaciones genuinas, además de la de progresar y encontrar dicha
interna y sosiego.
El desaliento forma parte de la psicología del ser humano y tampoco hay
que desalentarse, ni mucho menos resentirse, porque se produzcan fases
más o menos pronunciadas y largas de desaliento.
También ese estado hay que enfocarlo con ecuanimidad o equilibrio de
mente, comprendiendo que al estar sometidos a influencias internas y
externas de muchos tipos, siempre pueden surgir momentos de desconsuelo,
pero que hay que saber reaccionar con la prontitud posible para no
entrar en estados de excesivo debilitamiento psíquico o emocional o
incluso en estado de pusilanimidad, que nos van mermando las mejores
energías.
Porque la energía es muy necesaria, los antiguos yoguis la valoraban
extraordinariamente y trataban de acopiarla, encauzarla y nunca, en lo
posible, diseminarla inútilmente. Nuestros inútiles charloteos mentales,
las obsesiones, preocupaciones y fricciones, los conflictos, todo ello
nos roba mucha energía y tiende a debilitarnos. Con habilidad, hay que
ir aprendiendo a no malgastar la energía, sino, por el contrario, a
servirse de ella con inteligencia.
Tanto el desasosiego como el abatimiento, que a veces se suceden
fugazmente o incluso pueden ser simultáneos, disminuyen el nivel de la
conciencia, embotan la mente y entorpecen el entendimiento.
Son errores básicos de la mente porque confunden, pueden llegar a
desquiciar al individuo y a procurarle mucha desdicha. Como la
meditación es un banco de pruebas, durante su práctica no es raro que
aparezca lo que llevamos dentro: desasosiego, ansiedad, abulia,
tristeza, anergia, tedio o incertidumbre. Pero cuando esos estados se
presentan, no hay que reprimirlos, sino enfrentarse a ellos con
ecuanimidad y firmeza de mente, para irlos poco a poco desactivado e ir
liberándonos de condicionamientos internos que los producen. La práctica
de la meditación es una ocasión preciosa y única para no dejarse
arrebatar ni por lo grato ni por lo ingrato, para no perseguir ni
rechazar nada, sino para mantenerse en el ángulo de quietud que no se
deja afectar por los nubarrones de los estados mentales aflictivos. Si
logramos no reaccionar tan desmesuradamente ante ellos, en lugar de
intensificarlos los iremos aligerando hasta su práctica desaparición o
bien aprenderemos a no dejarnos fustigar por ellos, considerándolos
fenómenos mudables que no tienen por qué someternos. Toda persona puede
ir superando estados de aflicción, sean de ansiedad o abatimiento u
otros, y poder lograr vivir con sosiego entre los desasosegados y con
vitalidad entre los abatidos. Tendremos que empezar por cambiar muchas
actitudes y enfoques y sus subsiguientes reacciones neuróticas.
Cortar las ataduras que residen en la propia mente es una labor que toda
persona, para humanizarse, debería emprender casi desde que comienza a
tener uso de razón, pero en lugar de enseñársenos a ello, se nos induce
a ir adquiriendo otras ataduras, persiguiendo futilidades y viviendo
guiados por deseos artificiales que ni siquiera son nuestros propios
deseos y que cuando la persona no logra satisfacer, se siente frustrada
y deprimida. Hay que aprender a descubrir los trucos del
«prestidigitador» y no dejarse aturdir ni embaucar por ellos.
Ramiro Calle, Las zonas oscuras de tu mente
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