Amplitud y
claridad
A no dudarlo. Las habilidades mentales plenamente desarrolladas son mucho
mejores que el descuido habitual con el que solemos vivir. Y son mucho
mejores que la idea de mera normalidad que podamos tener en base a nuestra
formación tradicional.
Debido a que nuestra civilización nos permite vivir y sobrevivir a pesar
de las confusiones y limitaciones propias de la mente es que postulamos la
necesidad de contrarrestar esta inercia culturalmente favorecida.
En principio, y por presuntuoso que suene, planteamos un camino de
desarrollo de la conciencia; no sólo de la mente.
Así que, no obstante nuestro enfoque en las habilidades mentales, creemos
que lo primordial es aumentar la lucidez, la claridad y la amplitud de
conciencia. Algo mucho más simple pero notablemente más difícil.
Nada es menos común que la amplitud y claridad de conciencia; como
objetivo, no se puede alcanzar con intentos basados en la mera actitud.
Si sólo haces las cosas que una persona plenamente consciente haría no te
acercas un ápice al camino que lleva a la amplitud de tu propia
conciencia. Es como si estudiaras en base a los resúmenes que otros hayan
hecho de un tema que debieras haber analizado y sintetizado tú mismo.
No se puede, en este terreno, declarar verdades del tipo que alguien
completamente descomprometido con el trabajo interno pudiera avalar
o devaluar. Ni se puede adoptar una filosofía de áurea científica
puesto que en última instancia no es válida la experiencia sensible de
otro para hacer más evidente la propia experiencia de ampliar la
conciencia. Antes bien, te planteamos un arte y su disciplina; y esa es
toda la experiencia demostrativa que se puede obtener en el camino.
La arquería zen no es un mito ni es una ciencia; es una disciplina
real que se transforma en el arte de excelencia que permite alcanzar el
blanco aún con los ojos cerrados. De manera similar, si queremos tener una
conciencia más clara y más amplia, somos los responsables de nuestras
propias experiencias mientras estamos en camino de alcanzar el objetivo. Y
esto conlleva la intencionalidad latente de desprendernos del lastre
mental a medida que nos hacemos conscientes de ello. Ninguna disciplina y
arte de excelencia se permite o acepta flojeras. Y sin disciplina no hay
arte, y sin arte no alcanzamos la experiencia.
Todos estamos obligados a hacer elecciones, y las hacemos hasta que
llegamos al punto en el que ya no son necesarias. Ese momento
culminante de la mente es el momento en el que la conciencia se
enciende; una vez alcanzada suficiente claridad y amplitud de conciencia
ya no hay más que una posibilidad: saber.
Mientras estamos en camino, se nos impone la tensión de hacer elecciones
entre opciones vitales, pudiendo equivocarnos en la mayoría de las veces.
Pero cuando llegamos a suficiente amplitud y claridad de conciencia, no
nos equivocamos porque ya sabemos. No titubeamos porque no hay margen para
las dudas.
Sólo la mente puede tropezar varias veces con la misma piedra, la
conciencia no. La conciencia es la red sutil que tendemos para alcanzar y
atrapar a toda nuestra experiencia; una vez liberada de las confusiones y
limitaciones naturales de la mente, nuestra red se expande y ya no se
contrae más.
Patricio J. Vargas Gil
pvargasgil@mentat.com.ar
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Última modificación de la página:05/09/2005
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