Competencia y
autoestima
El problema de la autoestima surge claramente a la consideración cuando se
trata del tema competitividad.
Las sociedades varían en el grado de rudeza competitiva que aplican en las
distintas actividades, pero es un hecho universal: la competencia está
instalada entre nosotros. Y también, en aquellos casos que nada tienen que
ver con el juego o los deportes, puede manifestarse con una crudeza
extrema.
Nuestros hijos pueden no saber que el mundo es una competencia continua,
pero nosotros no podemos darnos el lujo de no tener en cuenta esto. Ante
la competitividad, como padres, podemos cometer varios errores.
Un error es proteger a nuestros hijos de la competencia y de la
responsabilidad por el propio desempeño. Competitividad es todo lo que
hallarán, y nada tiene que ver con esa actitud ingenua o idealista que
pretende negar su existencia.
Otro error es empujar a los niños a la competencia diciéndoles que no
vayan a perder en "esta ocasión" o serán unos "perdedores" siempre, o
cosas por el estilo.
Casi el peor error es pretender bajar el nivel de exigencias, para que les
sea más fácil estar a la altura de las mismas. De esa manera, la espiral
descendente se agiganta y ya nada tendrá suficiente valor, pues todo se
obtendría sin esfuerzo.
Y uno de los errores que les hará particularmente infelices es inculcarles
un mal sentimiento hacia aspectos en los que nada pueden hacer. Por
ejemplo: su ascendencia, rasgos o las dimensiones de su cuerpo.
Fallas y justificación
Somos los principales modelos de comportamiento para nuestros hijos y, por
supuesto, toda la cultura de nuestra sociedad también lo es. Entre
nosotros como padres y los restantes modelos en nuestra sociedad
construimos las posibilidades de desarrollo de una autoestima sana en una
competitividad sana. Pero hay algo preocupante en el modelado que hacemos
de estas posibilidades.
Y lo preocupante es que tenemos una cultura universal de la justificación.
Por mucho que nos pese tenemos una clara tendencia a justificar fallas o
mal rendimiento, como si la racionalización que explique el comportamiento
equivocado o la ineptitud bastara para asimilarlos analíticamente y
curativamente.
Nos justificamos por nuestros errores y justificamos el de los demás.
Nuestros líderes, jefes e ídolos se justifican y nosotros les justificamos
a ellos. Todo esto es parte de una devaluación del significado de la
palabra responsabilidad y un malentendido de la franqueza.
Y tendemos a acusar de mojigatería a cualquier revisión de estas
cuestiones. Pero es una honradez mal entendida cuando un individuo ante su
propia ineptitud dice "yo soy así", "no puedo", "tengo este defecto", etc.
y eso es todo, como si la declaración franca de su falla le eximiera de
cualquier esfuerzo por enmendarla.
Primero, como padres, es falso que no estamos modelando mentes con esa
actitud, siendo un peor modelado aún cuando se cuenta con especial
atención de nuestros hijos. Y es un gran error que estemos todos bien
dispuestos a justificar cualquier cosa de nuestros líderes, héroes o
ídolos. Así, se les enseña a nuestros hijos a justificarse con patrañas y
es así que no considerarán ningún inconveniente para aplicar el mismo
modelo decadente.
Una cultura justificatoria es una cultura que bajó sus estándares de
competitividad. El esfuerzo, la concentración, la dedicación y la
autoestima se ven afectadas profundamente. ¿Por qué es esto así? Sin
disciplina y persistencia no hay logros de valor. Nadie puede curarse de
una baja autoestima fuera de la competitividad o justificándose malamente
por ser inepto.
Debemos aprender a valorar los propios progresos frente a nosotros mismos
y en medio de la competitividad con otros. Cuanto más dura sea la tarea en
la que valoremos nuestro propio progreso, mejor reconstituiremos nuestra
autoestima. Y esto, claramente, nada tiene que ver con la mojigatería.
Patricio J. Vargas Gil
Director Editorial
Director de Cursos
patriciovargas@mentat.com.ar
www.mentat.com.ar
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