Conciencia ortográfica y motivación
Ha sido muy llevado y traído a lo largo de la
historia de la pedagogía el problema de la llamada conciencia
ortográfica. Quienes se han dedicado a la didáctica de la ortografía
se han referido de una u otra forma a esta cuestión; aunque, pocos y
esporádicos ejemplos de su existencia se han dado en la práctica
escolar.
Para hablar de conciencia ortográfica, necesariamente hay que
referirse a la conciencia, término del cual, según el Diccionario de
Oxford (citado por Moreno) existen seis definiciones:
a) la conciencia como conocimiento compartido, dimensión
intersubjetiva basada en el significado etimológico del término,
“saber o compartir el conocimiento de algo junto con otras
personas”.1 Esta definición, ajustada a los criterios de Vigotsky,
se basa en el carácter social de la conciencia y del conocimiento,
en la concepción de la cultura como herencia trasmitida a través del
devenir histórico. Aunque también es perfectamente posible
considerar el término “conocimiento compartido” como referido a la
interacción maestro-alumno o alumno-alumno. Esta última resulta muy
útil, pues propicia un ambiente más favorable a la construcción del
conocimiento: el alumno se siente bien cuando puede cooperar con sus
compañeros, lo cual se ajusta perfectamente a los criterios y
postulados de Vigotsky, quien opinaba que se aprende no solo del
adulto, no solo del maestro, sino también de los compañeros de aula.
b) la conciencia como criterio moral, dimensión intrapersonal,
de matiz ético. Se le define como “conocimiento o convicción
interior, conocimiento del que uno tiene testimonio dentro de sí
mismo”.2 El diccionario de la Real Academia Española expresa
“conocimiento interior del bien que debemos hacer y del mal que
debemos evitar”.3 La conciencia como criterio moral tiene carácter
social y, también, aunque de modo indirecto, tiene que ver con la
enseñanza-aprendizaje de la ortografía, pues cuando el alumno se
involucra y se compromete con la tarea, lo hace no solo por
aprender, sino también porque está comprometido con su grupo, su
equipo, su maestro y no puede fallarles. Esto elevará su nivel de
participación y contribución consciente.
Por otra parte, la intención axiológica halla su espacio en la
búsqueda de lo mejor de cada uno, al compartir saberes, colaborar
generosa y solidariamente con el más rezagado, satisfacerse por los
logros colectivos, asumir responsable y esforzadamente la parte que
toca, en fin, al desarrollar toda una serie de valores morales.
c) la conciencia como darse cuenta de algo, “el hecho o
estado de ser mentalmente consciente de algo”;4 según la Real
Academia, “conocimiento exacto y reflexivo de las cosas”. “Esta
conciencia posee un carácter activo y en ella está implicada la
atención [...] remite a la forma en que el conocimiento de ese algo
capta nuestra atención”.5 Definición marcadamente cognitiva que
implica atención selectiva, percepción consciente y puesta en
práctica de procesos controladores, que implican a la percepción y
la atención como procesos mentales.
d) la conciencia como autoconciencia, dimensión introspectiva
referida al conocimiento inmediato que tiene una persona de sus
pensamientos, sentimientos y operaciones mentales. “Es un acto
reflexivo por el que el sujeto sabe lo que piensa y que sus
pensamientos y acciones son suyos y no de otras personas”.6 Tiene
claras implicaciones metacognitivas, referidas al autoconocimiento
de las operaciones y procesos mentales. Es, por tanto, una de las
definiciones más interesantes en una concepción que afirma la
necesidad imperiosa de que el alumno, aprenda a aprender asimilando
para ello una serie de estrategias, que esté “consciente del rol
protagónico que está representando y, de cómo tienen lugar su
aprendizaje, sus avances, errores, cómo orientarse ante las
dificultades para continuar su progreso, cómo valorarse a sí mismo y
a los demás”.7
e) la conciencia como el conjunto de sucesos y estados mentales
de una persona, como “la totalidad de impresiones, pensamientos
y sentimientos que hacen de la persona un ser consciente”, como “la
propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos
esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo
experimenta”,8 tiene que ver con la concepción del “yo” y resulta
menos útil desde el punto de vista didáctico, lo que no niega la
participación del individuo como ser consciente de sus
potencialidades.
f) la conciencia como estado de vigilia o alerta, entendida
como actividad mental y opuesta a la inconsciencia, connotación de
carácter biológico que sustenta a las demás.
Este análisis permite apreciar su interrelación, pues la conciencia
humana no es más que una; aunque se descomponga de esta forma para
su estudio más detallado.
Cuando se plantea que la conciencia es el reflejo de la esencia del
objeto material, del propio sujeto (la autoconciencia) y se analiza
la diferencia y relación entre ambos, se hace referencia a las
distintas dimensiones del término conciencia. Queda clar que la
actividad cognitiva humana se desarrolla en dos direcciones: hacia
el conocimiento del mundo exterior reflejado a través de su
conciencia y hacia el conocimiento de su mundo interior, de sus
procesos mentales, afectivos y volitivos, de sus potencialidades y
de sus necesidades, proceso al que se ha llamado metaconocimiento.
En el campo de la didáctica de la ortografía, para hablar de
conciencia ortográfica, no es posible dejar de referirse, al menos a
tres de las anteriores definiciones: como conocimiento compartido,
como darse cuenta de algo y como autoconciencia; la conciencia como
intersubjetividad, como cognición y como metacognición; la
conciencia como conocimiento que se adquiere en sociedad, en
interacción social y la conciencia como conocimiento intrasubjetivo
de las propias posibilidades cognitivas. Esto implica que el alumno
deberá enfrentarse no solo a un cúmulo de saberes ortográficos, sino
que también habrá de conocer y desarrollar sus procesos mentales de
una manera consciente, dicho de otra forma, habrá de aprender a
aprender ortografía y habrá de hacerlo en un proceso de interacción
social.
Por eso, no es suficiente con que el maestro dé una clase atractiva,
capaz de despertar el interés en un momento dado, ni tampoco con que
recompense de alguna manera los éxitos alcanzados: el interés deberá
estar relacionado con la creación de motivos intrínsecos que partan
del conocimiento de las propias carencias y necesidades, y del
conocimiento del desarrollo de los propios procesos cognitivos y sus
potencialidades.
Esta conciencia de lo que se sabe, de lo que se necesita, de las
potencialidades de aprendizaje desarrolladas y por desarrollar,
unida a un alto nivel de compromiso y contribución consciente, que
permita que el estudiante se proponga objetivos concretos, metas,
que vele y responda por sus propios avances y los de sus compañeros,
son, en definitiva, los ingredientes de la conciencia ortográfica.
Quien pretenda desarrollarla, deberá trabajar no solo en la creación
de motivos extrínsecos, como generalmente se pretende en las aulas.
Tendrá que propiciar el desarrollo de la conciencia como
autoconciencia, lo cual implica la reflexión intrasubjetiva y la
puesta en marcha de procesos de autorregulación; tendrá que utilizar
la interacción social de una manera intencional, y no casual o
formal, como tantas veces se ve, lo que quiere decir que el maestro
ha de proponerse que esa interacción social sea una vía de
colaboración y acicate, que cale en las conciencias y actitudes de
sus estudiantes. Mientras se pretenda lograrlo solo con
“iniciativas” que arrastran al alumno temporalmente, no se logrará
el cultivo de la llamada conciencia ortográfica, y no será posible
un sólido aprendizaje de esta materia.
Por otra parte no puede olvidarse que “el sentirse eficaz es una
fuente poderosa de motivación”,9 mientras que “el fracaso hace que
un individuo que es indeciso y débil, y que no cree poder resolver
las dificultades con las que se enfrenta, se desanime, haciéndolo
más débil todavía, porque lo considere fácilmente como resultado
inevitable de su propia incapacidad”.10 Por eso, si se quiere
desarrollar la conciencia ortográfica en los estudiantes más
deficientes, y con ello, hacer que paulatinamente mejoren su
aprendizaje ortográfico, habrá que ponerlos en situación de éxito y
juzgar sus avances, no a partir de lo mucho que les falta, como se
hace, sino a partir de los lentos y vacilantes pasos que puedan dar;
es decir, juzgarlos a partir de su propio nivel de desarrollo y no
de criterios previamente establecidos, lo cual constituye una seria
dificultad a la hora de evaluar el proceso de aprendizaje.
De manera que, hablar de conciencia ortográfica implica un análisis
didáctico, reflexivo y profundo en torno a toda una serie de
conceptos psicológicos relacionados con enseñar ortografía,
aprenderla y aprender a aprenderla insertada dentro de un proceso
comunicativo e interactivo. Se hace necesario “pasar de una
enseñanza centrada en la actividad expositiva del maestro a lograr
un papel protagónico del alumno, requiere un nuevo quehacer del
alumno y, por consiguiente, de un cambio en la concepción de las
tareas de aprendizaje”.11
“Comprender el aprendizaje como proceso de comunicación implica la
utilización del diálogo y el trabajo conjunto profesor-alumno y
alumno-alumno en el proceso de construcción del conocimiento”.12 Sin
embargo, la clase se caracteriza por un excesivo y absurdo
protagonismo del docente y por una rigidez y autoritarismo que no
permiten que el escolar se sienta cómodo y dispuesto. De ahí, la
necesidad de dotar a la clase de una dinámica más ágil que permita
la colaboración y el intercambio entre los escolares. Según César
Coll “todo parece indicar que (dicha interacción) juega un papel de
primer orden en la consecución de las metas educativas”.13 Este
autor considera que la beneficiosa influencia de la interacción se
manifiesta no solo sobre los procesos de socialización del niño y la
aceptación por este de las normas establecidas, sino también sobre
la adquisición de competencias y destrezas, así como el desarrollo
de sólidos puntos de vista, lo que a la larga redunda sobre su
rendimiento escolar y el crecimiento de su personalidad.
Si para el proceso de enseñanza-aprendizaje esta dinámica se
considera esencial, para la enseñanza-aprendizaje de la ortografía
cobra especial importancia lograr un equilibrio entre la cooperación
y el trabajo independiente, pues cada uno de ellos aporta elementos
imprescindibles. Por una parte, el aprendizaje es una actividad
“estrictamente personal, la realiza el aprendiz a partir de sus
condiciones y características propias [...] Nadie puede aprender por
otro”;14 el alumno “es el protagonista y el responsable de su propio
aprendizaje. Es un participante activo, reflexivo, valorativo
[...]”.15 Mientras que por otra parte, “aprender es comunicarse,
desplegar actitudes, pensar”, por lo que “el aprendizaje tiene que
ser socializador, no solo individualizador”.16 De ahí, que
constituya un problema a resolver la forma de hallar el justo
equilibrio entre ambos durante el desarrollo de la clase. “La
organización cooperativa no debe eludir, sino al contrario, fomentar
el trabajo individual de condensación y consolidación de enfoques y
técnicas, que cada aprendiz debe practicar o ejecutar
individualmente en el contexto de ese trabajo en equipo”. (Brown,
citado por Pozo)17
Existe aún otra razón que avala la necesidad de esta dinámica de
trabajo, y es el hecho de que la vida cotidiana requiere de la
cooperación. En la familia, la comunidad o el trabajo, las
actividades se organizan de una forma cooperada; por ello lograrlo
en la clase es una forma de preparación para la vida; más aún en un
país con un sistema social como Cuba. “Solo viviendo de forma
democrática en la escuela se puede aprender a vivir y a sentir
democráticamente en la sociedad, construir y respetar el delicado
equilibrio entre la esfera de los intereses y necesidades
individuales y las exigencias de la colectividad”.18
Esta interacción que se produce en la comunicación grupal propiciará
momentos muy favorables para estimular la colaboración entre
alumnos, la necesidad y satisfacción de ayuda, la adquisición del
hábito de escuchar, el principio de respetar el criterio de los
demás, la habilidad para realizar preguntas inteligentes e
interesantes, para argumentar... El alumno no debe sentirse rígido u
obligado a una estricta disciplina, sino relajado. Debe gozar de una
relativa independencia, y aprender y enseñar, de acuerdo con sus
posibilidades y necesidades. “Es muy importante que el maestro logre
establecer una atmósfera emocional positiva de confianza en las
posibilidades individuales y de colaboración mutua. El carácter
colectivo que se logre durante el desarrollo de la clase hace
aumentar considerablemente sus éxitos”.19 No puede olvidarse que el
ser humano sigue las pautas requeridas por las metas y actividades
del grupo social en que se encuentra; de ahí, lo oportuno de
aprovechar esta necesidad de sentirse aceptado por su grupo en aras
del aprendizaje. Esta dinámica contribuye a que el alumno se sienta
mejor desde el punto de vista afectivo-emocional y es, sin dudas, un
importante elemento motivacional que contribuye al aprendizaje
ortográfico.
“La motivación puede considerarse como un requisito, una condición
previa del apredizaje. Sin motivación no hay aprendizaje”.20 Para
que el alumno se sienta motivado por una disciplina que ha sido tan
poco interesante como la ortografía, lo primero es que la clase
tiene que cambiar; si bien, no podemos olvidar que las diferencias
en los niveles ortográficos alcanzados antes y hoy, no están solo en
los métodos, sino también “en fenómenos socioculturales, en los
cuales el carácter creciente de la información, el desarrollo de
medios electrónicos, la música, los problemas políticos, las
diversas vías de comunicación entre los pueblos, el a veces
exagerado contenidismo de los programas de enseñanza, etc. producen
una dispersión pluridimensional de la atención y como consecuencia,
una falta de concentración, elemento psicológico en el cual se debe
profundizar en la labor docente”.21 Y ante semejante bombardeo de
información, por lo general muy atractiva y ajena a la vida escolar
“es condición esencial para motivar la atención [...] la variedad de
la materia comunicada”,22 así como utilizar otros mecanismos que
muevan el interés en función del conocimiento mismo y de la
actividad de aprendizaje. Según Claxton (1984, citado por Pozo),
motivar es “cambiar las prioridades de una persona”23 y esto no es
solo un problema de los escolares: es un problema de los maestros,
en especial, cuando hablamos de una materia tan aburridora como la
que hasta hoy ha sido la ortografía.
Otro elemento importante que puede contribuir al desarrollo de la
motivación lo constituye la introducción de los juegos. Según Bruner,
“jugar para el niño y para el adulto es una forma de utilizar la
mente [...] es un invernadero en el que poder combinar, pensamiento,
lenguaje y fantasía.24 Bellas palabras que evidencian la importancia
del juego en el aprendizaje, importancia que se acrecienta en la
enseñanza-aprendizaje de una materia tan árida como la ortografía.
En la primera fase del interés cognoscitivo, la curiosidad, “el
alumno se contenta únicamente con la diversión que le proporciona
tal o cual asignatura, tal o cual rama del saber”, de ahí, la
necesidad de utilizar juegos que puedan refrescar el aprendizaje
ortográfico, satisfacer las escasas exigencias de los escolares en
esta etapa e incrementar la atracción hacia la materia. El maestro
debe procurar que el estudio sea atractivo, aunque sin quitarle el
carácter de labor seria, que exige un esfuerzo de voluntad”.25
Ushinski (citado por Schúkina), el gran pedagogo ruso afirmaba:
“Acabad con el aburrimiento, y toda esa peste, que desespera a los
pedagogos y enturbia la diáfana corriente de la vida infantil,
desaparecerá por sí misma”.26 Ese ha de ser el primer propósito a
perseguir con la introducción de los juegos, que también contribuyen
a la creación de un ambiente afectivo-emocional adecuado. Sin
embargo, a pesar de su simpleza y presentación infantil, los juegos
han de esconder una tarea seria, serán, en definitiva, un ejercicio
más. Poco a poco, dentro del propio grado, los juegos irán
incrementando su nivel de exigencia; esconderán, tras su apariencia
ligera, una propuesta para la reflexión y un mayor desarrollo de
habilidades, técnicas y estrategias; y propiciarán que la curiosidad
vaya dejando paso primero al afán de saber y después, al interés
cognoscitivo.
Entre las características del aprendizaje humano se encuentra su
significatividad. “En sentido general y amplio, un aprendizaje
significativo es aquel que, partiendo de los conocimientos,
actitudes, motivaciones, intereses y experiencia previa del
estudiante, hace que el nuevo contenido cobre para él un determinado
sentido [...] potencia el establecimiento de relaciones: relaciones
entre aprendizajes, relaciones entre los nuevos contenidos y el
mundo afectivo y motivacional de los estudiantes, relaciones entre
los conceptos ya adquiridos y los nuevos conceptos que se forman,
relaciones entre el conocimiento y la vida, entre la teoría y la
práctica”.27 Son precisamente estas relaciones las que confieren
significatividad al aprendizaje y permiten que sea duradero y
aplicable a nuevas situaciones.
Los juegos, aunque constituyen un estímulo extrínseco que pudiera
dar un carácter superficial a los motivos de aprendizaje, bien
concebidos y realizados, tiñen de afectividad la tarea y contribuyen
a la creación de un ambiente emocional adecuado para el aprendizaje.
Aunque en cierto momento tuvieron muchos opositores, hoy, cada vez
más pedagogos se manifiestan a favor de la utilización e incremento
de los juegos y técnicas participativas, y defienden la idea de que
un aprendizaje feliz contribuye a un positivo aumento de lo
afectivo-emocional. Ahora bien, debe cuidarse que esto no signifique
facilismo, pues todo aquello que se alcanza sin esfuerzo deja poca
huella. No debe olvidarse que, como expresara Bruner, “el juego que
está controlado por el propio jugador le proporciona a este, la
primera y más importante oportunidad de pensar, de hablar e incluso
de ser él mismo”,28 lo que hace pensar en la necesidad de introducir
elementos de autocontrol en los juegos. Aquello que se aprende en un
contexto feliz cobra un sentido especial y ese aprendizaje vivencial
y con sentido contribuirá a la mejor fijación de la imagen en la
memoria.
De manera que podemos concluir que motivación y conciencia no
constituyen una dicotomía, sino muy por el contrario una combinación
muy necesaria cuando se habla de aprendizaje y en especial del
ortográfico.
María Luisa García Moreno
Notas
1-6 Moreno Hernández, Amparo: Perspectivas psicológicas sobre la
conciencia. Editorial de la Universidad Autónoma de Madrid, 1999, pp
21-23.
7 Silvestre Oramas, M.: Aprendizaje, educación y desarrollo.
Proyecto TEDI, Unicef, s/f, p. 54.
8 Moreno Hernández, M: Ob. cit., p. 24.
9 Burón Orejas: Introducción a la metacognición. Universidad del
Duesto, Ed. Mensajero, Bilbao, 1993, p. 135.
10 Rubinstein, J. L.: Principios de Psicología General. Ediciones
Revolucionarias, La Habana, 1967, p. 623.
11 Silvestre Oramas, M.: Ob. cit., p. 33.
12 González Rey, F.: Comunicación, personalidad y desarrollo. Pueblo
y Educación, La Habana, 1995.
13 Coll, C.: Psicología y currículo. Editorial Paidós, Madrid, 1991,
p. 106.
14 Álvarez de Zayas, R. M.: Hacia un curriculum integral y
contextualizado. Editorial Academia, La Habana, 1997, p. 55.
15 Addine Fernández, F. y otros: Didáctica y optimización del
proceso de enseñanza-aprendizaje. ISPEJV (soporte magnético), 1998,
p. 38.
16 Álvarez de Zayas, R.M.: Ob. cit., p. 56.
17 Pozo Municio, J. I.: Aprendices y maestros. La nueva cultura del
aprendizaje. Alianza Editorial, Madrid, 1998, p. 326.
18 Gimeno Sacristán, J. y A. I. Pérez Gómez: Comprender y
transformar la enseñanza. Editorial Morata, Madrid, 1994.
19 Coll, C.: Ob. cit., p. 15.
20 Pozo Municio, J. I.: Ob. cit., p. 183.
21 Ruiz Iglesias, M. y otros: Pedagogía textual. El proceso de
enseñar y aprender ortografía. Editorial INAES, México, 1997, p. 26.
22 Rubinstein, J. L.: Ob. cit. Ediciones Revolucionarias, La Habana,
1967, p. 507
23 Pozo Municio, J.I.: Ob. cit., p. 173.
24 Varios: El niño: Desarrollo y procesos de construcción del
conocimiento. Universidad Pedagógica Nacional, México, 1994, p. 86.
25-26 Shúkina, G. I.: Los intereses cognoscitivos en la escuela.
Editorial de libros para la Educación, Mined, 1978, p. 32-33, 46 y
42.
27 Castellanos Simons Doris y otros: El proceso de
enseñanza-aprendizaje desarrollador en la Secundaria Básica.
Proyecto: El cambio educativo en la Secundaria Básica: realidad y
perspectiva. Centro de Estudios Educacionales. ISPEJV (soporte
magnético), 2000, p. 31.
28 Varios: Ob. cit., p. 86.
Comparte esta información
Guarda este artículo en formato PDF
|