Carta a mis
hijos y nietos
En esta vida he aprendido dos cosas: que cada uno de nosotros es especial
y único en el universo, y que el amor es el recurso más poderoso con que
contamos. Nuestra contribución en este planeta consiste en desplegar todas
nuestras potencialidades personales, y conceder a los demás el mismo
privilegio. Si actuamos así, movidos por el amor y la dedicación, sin
convertirnos en jueces, cuando nos vayamos de este mundo, cosa que nos
tocará a todos, habremos vivido con plenitud.
Nuestra misión en la vida consistirá en ser tan felices y tan positivos
como podamos. Éste es nuestro derecho divino, y a menos que estemos
realmente contentos con nosotros mismos y nos queramos como los individuos
únicos y especiales que somos, nunca podremos darnos totalmente a los
demás para hacer de este planeta el lugar maravilloso, apacible y pacífico
que a todos nos gustaría que fuese.
La felicidad, en sí, no existe. Es una ilusión. Sólo estando contentos con
nosotros mismos podemos hallarla. Si la buscamos por todo el mundo hasta
la muerte, nunca la encontraremos. Tampoco nos la procurarán las cosas
materiales ni las otras personas. Es algo totalmente personal que sale de
dentro.
Lo maravilloso es que está allí para todos. Y que con independencia de
quien sea o cuáles sean sus circunstancias, debemos comprender que es su
don. La merecemos incondicionalmente. Nunca debe depender de que otra
persona le “dé” la felicidad; eso significaría una pesada carga para los
dos.
Si es realmente feliz en su interior y le otorga a la otra persona ese
mismo derecho, automáticamente se brindarán felicidad uno al otro sin
intentarlo siquiera, y esa es una ventaja porque ni la espera ni la
anticipa; simplemente es.
Nuestra responsabilidad consiste en mostrarnos tan positivos como podamos.
Esto no quiere decir ser que seamos irreales; sólo significa que sin que
importen las circunstancias ni cómo nos afecten, debemos mantener nuestra
calma interior, nuestra firme convicción de que somos únicos y de que nada
puede debilitar nuestra fe en nosotros mismos, si no lo permitimos.
En la vida debemos aceptar cada situación con dignidad y amor y darle a la
otra persona el mismo derecho. La vida no es un juego donde hay un ganador
y un perdedor. Todos somos ganadores. Solamente cuando nos sentimos o
sentimos a los demás como perdedores estamos poniendo un rótulo a algo que
en realidad no existe. Permítase ser un ganador en la vida y deje que las
demás personas también lo sean. Así, todos ganamos.
Cada uno de nosotros es único desde el día en que nace. Los niños pequeños
necesitan la protección de sus padres hasta que tienen la edad suficiente
para cuidarse en el aspecto físico, pero desde el día en que nace, cada
bebé es un ser humano, exactamente como nosotros, con un cuerpo diminuto.
No son “aprendices de persona”.
La vida es hermosa, maravillosa; Dios quiso que así fuera. Sólo a través
de nuestras actitudes con nosotros mismos y con los demás dejamos que
pierda su perfección.
Nuestro cuerpo está hecho de miles de millones de células, y para que
conservemos una salud perfecta, cada una de esas células debe tener un
funcionamiento óptimo. Si algunas están enfermas o débiles, las sanas
tendrán que trabajar más para contrarrestar esta situación negativa, de
manera que todo el cuerpo pueda estar sano.
Nuestro planeta es como un cuerpo, y cada uno de nosotros representa una
célula. Nuestra responsabilidad hacia ese cuerpo que llamamos nuestro
planeta consiste en ser, cada uno, una célula sana y feliz que irradie
nada más que bondad y actitudes positivas. Sólo de esta manera lograremos
contrarrestar las células enfermas o débiles y hacer que nuestro mundo sea
perfecto y maravilloso en todos los sentidos. No hay cabida para los
pensamientos negativos y el egoísmo. Esto sólo se puede lograr si nos
esforzamos en ser mejores y dejamos que los demás gocen del mismo derecho.
Nunca hagan nada que me defraude ni que consiga que los quiera menos.
Cuentan con mi amor incondicional y con la certidumbre firme de que eso no
cambiará nunca. Cada uno va por su propio sendero, aunque nuestras vidas
estén entrelazadas.
Todo lo que deseo y espero de ustedes es que ejerzan su derecho de ser
felices y llegar a ser lo mejor que puedan, y que concedan el mismo
derecho a los demás, sin reservas ni condiciones.
Los quiero mucho, su mamá y abuela Chloe.
Fuente: Wayne Dyer. La felicidad de nuestros hijos
Fuente: http://www.elexito.com
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