¿Puedo ser
feliz después de los 60?
Eso depende de muchos factores. Me animaría a preguntarte si fuiste feliz
en algún momento de tu vida. Si la respuesta es que no o que lo fuiste muy
pocas veces, te diría entonces que no le pidas a la vejez mucho más de lo
que te diste en la juventud.
Conozco mucha gente joven que está aburrida de la vida. Que no encuentra
emoción en lo que hace. Que trabaja, pero como un autómata. Que está de
novio, pero sólo para cumplir con un compromiso formal de la sociedad, que
indica que, a cierta edad, no es bueno estar solo y que debemos
prepararnos para casarnos y tener hijos.
Hay adultos que en este preciso instante pasan horas frente al televisor
porque ya no les queda nada de entusiasmo para hacer algo por ellos mismos
o por los demás. Si van a un club lo hacen porque alguna vez sus padres
los inscribieron y porque es entretenido ir a sacarles el cuero a los
otros.
Osho diría que niños, jóvenes, adultos y mayores viven dormidos y los
sorprende la muerte en una larga siesta en la que se prohibieron las
emociones y las aventuras, las largas travesías espirituales y la búsqueda
de las propias particularidades.
Durante buena parte de la vida escuchamos pero no oímos, hablamos pero no
nos comunicamos, observamos pero no vemos, leemos pero no nos proponemos
entender...
Estamos de paso y, de tanto en tanto, la muerte de los otros nos sacude,
la vida que llega nos sacude, el dolor nos sacude, la violencia nos
sacude; pero regresamos a nuestro camino estructurado para no afectar ese
sendero que conformamos desde que nacimos.
No obstante, no todo está perdido y siempre es buen momento para comenzar
a ser feliz... incluso después de los 60 años.
Esta historia que recibí por correo lo demuestra:
"Cuenta la leyenda que un hombre oyó decir que la felicidad era un tesoro.
A partir de aquel instante comenzó a buscarla. Primero se aventuró por el
placer y por todo lo sensual, luego, por el poder y la riqueza. Más tarde,
por la fama y la gloria, y así fue recorriendo el mundo del orgullo, del
saber, de los viajes, del trabajo, del ocio y de todo cuanto estaba al
alcance de su mano. En un recodo del camino vio un letrero que decía: `Le
quedan dos meses de vida'. Aquel hombre, cansado y desgastado por los
sinsabores de la vida se dijo: - Estos dos meses los dedicaré a compartir
todo lo que tengo de experiencia, de saber y de vida con las personas que
me rodean. Y aquel buscador infatigable de la felicidad, sólo al final de
sus días, encontró que en su interior, en lo que podía compartir, en el
tiempo que le dedicaba a los demás, en la renuncia que hacía de sí mismo
por servir, estaba el tesoro que tanto había deseado. Comprendió que para
ser feliz se necesita amar, aferrarse a la vida tal como viene, disfrutar
de lo pequeño y de lo grande, conocerse a sí mismo y aceptarse así como se
es, sentirse querido y valorado, pero también querer y valorar, tener
razones para vivir y esperar y también razones para morir y descansar.
Entendió que la felicidad brota en el corazón, con el rocío del cariño, la
ternura y la comprensión. Que son instantes y momentos de plenitud y
bienestar. Que la felicidad está unida y ligada a la forma de ver a la
gente y de relacionarse con ella. Que siempre está de salida, y que para
tenerla hay que gozar de paz interior. Finalmente descubrió que cada edad
tiene su propia medida de felicidad y que sólo Dios es la fuente suprema
de la alegría, por ser él amor, bondad, reconciliación, perdón y entrega
total.
Y en su mente recordó aquella sentencia que dice: `Cuánto gozamos con lo
poco que tenemos y cuánto sufrimos por lo mucho que anhelamos.' Ser feliz,
es una actitud".
Cada hombre tiene un tesoro que lo está esperando.
Por eso te digo, no dejes nada para mañana, porque mañana precisamente,
puede ser tarde, muy tarde. No te guardes nada en tu interior, porque lo
que te guardes a nadie le servirá, pero menos te servirá a vos.
Podemos ser felices, pero nos boicoteamos.
Muchas veces podríamos ser felices y nos lo negamos. Sí, tal cual. No me
volví loco. La idea central es esta: así como el amor en una pareja
necesita sí o sí de la confianza para persistir; la felicidad necesita sí
o sí de la calma que da la paz interior, de la que hablaremos en
profundidad un poco más adelante.
Los que buscamos la paz interior estamos, en definitiva, queriendo
preparar nuestro espíritu para disfrutar de los momentos de felicidad que
nos da la vida.
La paz interior se pierde cuando dejamos que nos gane el temor. Y el
temor, dicen los que saben, es tan fuerte... un sentimiento tan sólido
como la Fe... sí, ...esa que mueve montañas.
El temor, en definitiva, es una convicción que nos hace pensar e instalar
lo malo en nuestras vidas. Se necesita práctica, dedicación y esmero para
vivir con temor, pero se lo logra hasta alcanzar ideas-fuerza que se
instalan como una realidad en nuestras vidas.
Por ejemplo: "Tengo temor al fracaso. Es que hay muchas probabilidades de
que fracase porque se fueron los mejores años de mi vida y ya no podré
recuperarme. No podré empezar nuevamente y voy a fracasar en la vida'".
También está de moda: "Las cosas a mí me salen mal, ¿por qué ésta me va a
salir bien'?"
Pero hay más: "Mis hijos no me van a hablar más. Yo tengo un carácter que
no puedo cambiar. Les recrimino muchas cosas a mis hijos -me decía Azucena
una noche de radio-, y cada vez que vienen terminamos peleando. Por eso,
decretó esta amiga, estoy mejor sola".
Los humanos somos brillantes para definir nuestro futuro: Alberto se
preparó durante años para vivir su tercera edad. Tenía un enorme temor a
la pobreza, a que sus hijos no pudiesen ayudarlo y a que su mujer se
muriese y ya nadie lo cuidara. Desde los 50 años empezó a planificar lo
que él llamaba su ancianidad. Primero compró docenas de calzoncillos y
camisetas, algunas camisas y pantalones. Cuando creyó que había cubierto
la necesidad de ropa para su vejez, empezó a comprar cajas de pañales para
adultos, por las dudas. De a poco fue llenando un cuarto de la casa con
las supuestas necesidades de su vejez. Compraba por anticipado juguetes
para sus nietos, algunas radios de más por si las que tenía se le iban
rompiendo, pilas, bombitas de luz, etc, etc. Cuando llegó a los 65 se
jubiló con un cuarto lleno de productos perfectamente clasificados, como
para vivir cómodo y sin temor a la pobreza y al abandono. Nadie le avisó
desde el Cielo que dos años más tarde iba a morir por un cáncer
fulminante. Y la sorpresa fue que sufrió tanto por no haber podido
disfrutar de todo lo que había planificado desde los 50 años, que en sus
meses de agonía no alcanzó a ser feliz en la compañía de sus hijos y de su
mujer que lo acompañaron con mimos hasta sus últimos momentos.
Por eso, la cuestión pasa por identificar nuestros temores...
pulverizarlos y reemplazarlos por la Fe en la vida, en la protección
divina si somos religiosos o Fe en la entrega de nuestros semejantes y en
el amor, que es el sentimiento que todo lo cura y lo engrandece.
El amor pone una lupa sobre nuestras virtudes y convicciones.
"Lo contrario del amor -dice Osho- es el miedo. Con el amor te expandes,
con el miedo te encoges. Con el miedo te cierras, con el amor te abres.
Con el miedo dudas, con el amor confías."
El temor empequeñece lo bueno que hay en nosotros. Nos conecta con un
destino catastrófico. Nos muestra la peor cara de nuestro corazón, ese
lado mezquino que nos hace trizas los sentimientos más nobles.
Vivir con temor es creer que va a pasar todo lo peor. Que nuestros hijos
morirán sufriendo un accidente de auto, que perderemos a nuestra pareja,
que seremos abandonados por todos, que nos echarán del trabajo y que
deberemos mendigar limosna en la calle. Ese pensamiento, ese temor
catastrófico es el que nos inmoviliza como seres humanos. Y cuando digo
que nos inmoviliza no lo hago metafóricamente. Es literal. Sepan que el
miedo inmoviliza al punto de exponernos como personas.
Cierta vez conocí una perrita hermosa, que era muy querida y cuidada por
su ama y el resto de la familia. Pero la perrita temía a los truenos, a
los rayos, al viento y a las tormentas en general. Por más pequeña que
fuese la tormenta, la perrita quedaba inmovilizada por el temor. Parecía
muerta. No había forma de calmarla o hacerla reaccionar. Dejaba de comer o
de jugar o de disfrutar de la compañía de su ama. No había lugar en la
casa que la calmara... no tenía paz hasta que la tormenta seguía su
camino. Mientras se escuchara un trueno o soplara un poco de viento
tormentoso, la perrita temblaba sin parar. La perrita tenía temor a las
tormentas. ¿Podía un rayo partirla por la mitad? ¿,Podía un trueno
aplastarla? ¿Podía el viento arrastrarla y llevársela lejos de su ama?
¿Podía la lluvia ahogarla? Para cada pregunta, la respuesta es no,
sencillamente porque la perrita vivía en una casa confortable donde no
podía sufrir los avatares de la Naturaleza. Razonando, entonces decimos:
"Qué ignorante la perrita, pobre. Qué manera de experimentar miedo por
nada." También podríamos agregar: "Que lástima que esta perrita no tuvo la
capacidad de analizar la situación y disfrutar de todas las comodidades
que tenía a su alrededor".
Y nosotros, ¿qué hacemos con nuestras vidas? ¿Qué camino elegimos teniendo
la capacidad de razonar? ¿Cuántas veces nos inmovilizamos por miedos que
no tienen fundamentos? ¿Cuántos de nuestros miedos catastróficos se
cumplieron?
No obstante, el temor al fracaso... ese miedo a no poder recorrer el
camino que nos imaginamos era para nosotros, llega a nuestras vidas.
Porque inevitablemente, el avión no se cayó, nuestros seres queridos no se
murieron, la casa no fue rematada, nuestros hijos no se drogaron, pero
terminamos viviendo como si todo eso fuera realidad y finalmente no
tuvimos paz interior.
Las ideas-fuerza o los decretos o las sentencias desde ahora en más deben
ser: podré, llegará, vendrá, seré, ganaré, recuperaré, mejoraré y todo lo
que signifique tener Fe que es estar del lado del bien y de lo positivo.
Por eso, vivir con Fe es vivir sin miedo. Llenar de Fe nuestro corazón es
el mejor modo de confiar en Dios, en la energía suprema o en la Naturaleza
que cuidará cada uno de nuestros pasos.
Y tener siempre en un rincón del alma la frase de la Santa Madre
Maravillas de Jesús, será tranquilizador: "Lo que Dios quiera, cuando Dios
quiera y como Dios quiera."
Esteban Mirol, ¿Puedo ser feliz después de los 60?
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