Hacia una mejor
gestión del pensamiento
Ahora que intentamos otorgar su extraordinaria importancia al capital
humano
en las empresas, y que distinguimos mejor entre las diferentes dimensiones
tanto de la inteligencia racional como de la emocional, quizá convenga
prestar
mayor atención a la relación entre el hardware y el software de nuestro
intelecto. No hace falta recordar que el cerebro posee aproximadamente una
docena de miles de millones de neuronas, que se conectan a través de las
dendritas. Puede que la longitud total del cableado entre neuronas sea
comparable a la distancia entre la Tierra y el Sol: éste sería el
hardware. Como se sabe, el software –la mente– sería lo que las neuronas
hacen cuando se interconectan. Apoyándonos en este cableado hacemos cosas
como recordar, aprender o pensar.
La actividad de pensar viene a ser como una navegación por esa
singularísima web que es nuestra mente, para acceder a aquellas direcciones que
necesitamos y establecer las conexiones precisas. Simbólicamente,
podríamos decir que las distintas modalidades de pensamiento (sistémico, analítico,
conceptual, holístico, reflexivo, sintético, divergente y varios otros)
demandan diferentes trayectorias de la navegación neuronal. Concretamente, esta
última manifestación –aceptable o atrevida– es consecuencia de, al menos, nuestro
pensamiento conceptual: asociamos el concepto “modalidad de pensamiento”
al de “trayectoria mental”, y también agrupamos diferentes ejercicios
intelectuales dentro de la familia “modalidades de pensamiento”, otorgando
a todos el mismo nivel jerárquico. Sin embargo, la primera frase de este
párrafo parece responder a un ejercicio mental de síntesis.
Cerebro y mente
Quizá convenga recordar algo más sobre nuestro equipamiento intelectual.
Hablaríamos de los tres cerebros de Paul McLean: el interior,
correspondiente al hombre más primitivo; el emocional (sistema límbico), como siguiente
paso de la evolución; y finalmente el cerebro pensante (neocórtex), al que nos
referíamos al hablar de las neuronas. Podríamos considerar el modelo dual
de Roger Sperry, que sitúa lo racional y lógico en el lado izquierdo,
mientras atribuye al lado derecho las emociones y la imaginación, entre otras
cosas.
Más completo parece el modelo de Ned Herrmann, que identifica el software
genérico correspondiente a los cuatro cuadrantes derivados de los lados
izquierdo y derecho, tanto del sistema límbico como del neocórtex. Resulta
que las modalidades de pensamiento divergente, holístico, sintético y
conceptual, por ejemplo, se sitúan en la parte derecha del neocórtex: de
ahí parecen brotar las ideas originales; en cambio, los problemas que demandan
una solución racional retan al lado izquierdo de la corteza cerebral. La
planificación, la organización y el control quedan en el lado izquierdo
del sistema límbico; y la parte derecha de éste jugaría un importante papel en
las emociones. Seguramente todas estas partes “trabajan en equipo”.
Cabe pensar que alguno de los sectores predomine sobre el resto, y también
que algunas de las posibilidades que albergan estén más desarrolladas que
otras; seguramente por eso somos tan diferentes. Pero, sin renunciar a
nuestra singularidad, todos podemos desarrollar nuestro talento y, desde
luego, gestionarlo mejor. Se dice que pensamos poco: que deberíamos
dedicar más tiempo a pensar las cosas, sobre todo en el ejercicio
profesional. Ya pasaron los tiempos del taylorismo y ahora, en general, sí
que nos pagan por pensar.
Tras la explosión de la gestión del conocimiento –un postulado de plena
actualidad en las empresas– y de la gestión de las emociones y
sentimientos, quizá no resulte excesivo hablar de la “gestión del pensamiento”. Podemos
mejorar en conocimientos, sentimientos y comportamientos, pero también,
sin duda, en el uso de nuestra capacidad de pensar.
Mente activa
Aunque parece recomendable llevar diariamente la mente a su estado alfa
(relajación), para “sujetarnos” a nuestro cuerpo y neutralizar la
agitación habitual, lo cierto es que trabajamos con la mente en estado beta
–activa–, poniendo a prueba constantemente nuestras competencias cognitivas. En
efecto, sin olvidar la necesidad de las competencias emocionales (intra e
interpersonales), no podemos perder de vista que también hay habilidades
cognitivas de necesidad cotidiana. Directivos y knowledge workers, en
general, han de hacer frecuente uso, por ejemplo, de su habilidad para
manejar conceptos, de su perspectiva sistémica, de su capacidad de
síntesis y de otras diversas capacidades asociadas al neocórtex.
Pensamos con diferentes propósitos: recordar, comprender, analizar,
sintetizar, establecer conexiones, tener ideas, tomar decisiones,
solucionar problemas…
Todo ello contribuye a nuestro desarrollo personal y profesional, y a la
mejora de nuestra comunicación con otras personas. Pensando nos entendemos mejor
a nosotros mismos, y entendemos mejor a los demás. Podemos, por otra
parte, pensar a solas y también, en cierto modo, pensar en equipo (con sus
ventajas y riesgos). La empresas se beneficiarían de que todos pensáramos
mejor las cosas cada día.
Sin duda hay profesionales y directivos que lo hacen bien: analizan con
esmero y diligencia los problemas que encaran, atienden a las causas y las
consecuencias de cada actuación, ubican cada parte en el todo a que
pertenece, leen entre líneas, escuchan con atención, descubren los
problemas subyacentes, parecen ver más allá del horizonte, abren espacio a su
intuición, reflexionan sobre sus actos, poseen un sentido crítico edificante, se
anticipan a los acontecimientos, crean modelos inteligibles para abordar
la complejidad, generan valiosas ideas innovadoras, perciben la evolución de los sistemas,
advierten conexiones escondidas, concluyen y sintetizan con facilidad y
precisión, toman decisiones adecuadas, enfocan bien sus planes, manejan
rigurosamente los conceptos estableciendo sus dependencias jerárquicas,
deducen y diagnostican con acierto… Pero hemos de admitir que no siempre
es así; que no siempre utilizamos satisfactoriamente nuestra capacidad de
pensar. Y que esto ocurre por diferentes motivos.
Desarrollo del pensamiento
Para ser sinceros, la navegación por nuestra red de neuronas nos lleva a
veces a destinos errados, y ni siquiera aceptamos que nos hemos
equivocado.
Hemos de desarrollar nuestra capacidad de reconocer los errores, a priori
o a posteriori, pero sobre todo y para evitarlos, tenemos que desarrollar
nuestro pensamiento analítico, conceptual, sistémico, estratégico, holístico,
crítico, divergente, reflexivo, sintético, proactivo, convergente, conciliador…
Cada intervención intelectual requiere un determinado conjunto de estas y otras
competencias cognitivas (y seguramente también algunas emocionales), y
hemos de utilizar la fórmula-mezcla con la dosis precisa de ingredientes.
En función de la trascendencia del reto intelectual, en cada caso debemos
estar seguros de haber llegado a la mejor solución. El ejercicio
profesional nos exige, cada vez más, abundancia en el saber, control en el sentir y –lo
que aquí nos ocupa– agudeza en el pensar. Decíamos que también cabe hablar
de “pensamiento en equipo” como parte de la liturgia y doctrina del trabajo
en equipo; pero en el pensamiento colectivo se ha de progresar en sintonía:
todos en la misma onda, al mismo tiempo. De cualquier manera, cada
individuo ha de tomar conciencia autocrítica del límite de sus capacidades
intelectuales, e intentar alejarlo progresivamente en beneficio propio y
de su entorno profesional. El objetivo es utilizar a tope nuestros recursos
intelectuales disponibles.
Si fuéramos conscientes de posibles deficiencias –por ejemplo– en
conceptualización, argumentación o sintetización, eso no sería una mala
noticia porque se puede mejorar directa o indirectamente; lo
verdaderamente preocupante es que no nos demos cuenta, o no lo consideremos importante.
Por poner un ejemplo, seguramente hemos asistido alguna vez a
presentaciones en que el ponente mostraba una gran claridad y calidad de
ideas y una espléndida habilidad de exposición, sin discontinuidades ni
deducciones frívolas; pero también habremos asistido a intervenciones en
que el ponente no parecía estar convencido de lo que decía, ni su progreso
argumental nos convencía. La diferencia puede estar en una falta de
información y conocimientos del tema, o en debilidades de comunicación,
pero también en una deficiente gestión del pensamiento. El ejemplo nos recuerda
que no sólo hemos de pensar bien: también hemos de comunicar bien nuestros
pensamientos; de hecho necesitamos verbalizarlos para materializarlos.
Pero gestionar el pensamiento pasa también por prepararse antes de ponerlo en
marcha: por disponer de la información suficiente para que nuestra
navegación mental nos lleve a buen puerto y no se convierta en divagación. En suma,
hemos de gestionar bien nuestro “saber”, también nuestro “sentir”, y desde
luego nuestro “pensar”.
Conclusión
Como pasa con las habilidades físicas, nuestra capacidad de pensar y
formular nuestros pensamientos mejora con el entrenamiento, y mejor si
dispusiéramos de un coach. Por el contrario, a medida que vamos dejando de pensar –y se
dice que cada vez, en general, pensamos menos–, podemos propiciar una
cierta atrofia. Convenimos en que debemos neutralizar la pereza ante la
necesidad de pensar, y tratar de entender todo aquello que siendo de
interés se nos escape. Como ya decía Cicerón, tenemos la tentación de condenar lo
que no entendemos, y probablemente eso no es más que una muestra de
pereza ante el saludable ejercicio de pensar. Las organizaciones que no se
aplican en el pensamiento carecen de defensas contra el panfilismo, la
complacencia o el inmovilismo, pero al hablar de organizaciones nos
referimos a sus miembros, en todos los niveles. Para ser más eficientes, todos
debemos mejorar la cantidad y calidad en el pensar.
José Enebral
Tomado de
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