Las prevenciones inútiles
También las relaciones humanas son ahora frágiles,
transitorias, fáciles de romper. Sólo están vigentes “hasta nuevo
aviso”; ya no rige el “hasta que la muerte nos separe”. Duran lo que
dura la satisfacción que brindan a las personas relacionadas. Y si
la primera persona en sentirse insatisfecha es nuestro compañero o
nuestra compañera, nos tocará a nosotros (a usted o a mí) estar
solos.
Esto es algo que sabemos bien; de allí que tener una relación,
relacionarse con otras personas, se convierta en una experiencia
ambivalente y traumática.
En este mundo nuestro, líquido e impredecible, necesitamos
urgentemente amigos dedicados, compromisos firmes, la certeza de que
nos pueden tender una mano cariñosa en caso de apuro: necesitamos
más que nunca vínculos fiables con otras personas.
Pero por otra parte, y por esa misma “liquidez” de nuestro mundo,
siempre podemos temer –consciente o inconscientemente- que si
asumimos un compromiso demasiado firme, si nos atamos a otra persona
incondicional y permanentemente, nuestros lazos acaben siendo no un
valor, sino una carga: cuando surjan nuevas oportunidades, no
seremos capaces de aprovecharlas.
Miremos en la dirección en que miremos, siempre nos encontramos con
la misma historia. Todo cambia. No sabemos cuál es la fuerza motriz
que hay tras esos cambios. Sospechamos que las causas se hallan
ocultas en un lugar muy lejano, en el espacio global: un lugar que
no acertamos a entrever y cuyo funcionamiento desconocemos, aún
cuando padezcamos sus consecuencias. Toda esa frenética actividad de
trazado de fronteras va dirigida contra esta inseguridad.
Así, pues, ya que el mundo exterior es inseguro y no podemos
desactivar los peligros que de él emanan, encerrémonos a cal y canto
y vallémonos frente a sus efectos patológicos. Rodeémonos de cámaras
de televisión por circuito cerrado, de agentes de inmigración en las
fronteras y de perros especialmente adiestrados que conviertan en
sospechosa a toda persona que se desplace de un lugar a otro y
sometan a todos los pasajeros a los controles y las comprobaciones
destinadas originariamente a los delincuentes y terroristas.
Compremos y coloquemos más cerraduras de alta seguridad para
nuestras puertas. Contratemos a más vigilantes armados para proteger
la parte de la ciudad en la que vivimos e impedir la entrada en ella
a los extraños.
Tal vez todas estas cosas -esperamos contra toda esperanza- sirvan
de muro de contención frente a esa inseguridad que –según
presentimos- se desborda desde la frontera exterior de nuestro país
o de nuestra comunidad local, o desde el umbral mismo de nuestro
hogar, e impidan que se filtre hacia el interior.
Es, repito, una esperanza vana. Nada de eso evitará que las empresas
y los empleos desaparezcan. Tampoco evitará que nuestros ahorros
para la vejez se disipen de un día para otro. Ni detendrá el proceso
por el que las habilidades que tienen demanda un día dejan de
tenerla al otro. No hará, en definitiva, que los seres humanos
seamos más fuertes y fiables.
Múltiples culturas, una sola humanidad, Zygmunt Bauman
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