Inteligencia ética     

Teniendo en consideración a la filosofía subyacente en estas cuestiones, podemos decir que la moralidad consiste (para un determinado grupo o sociedad) en intentar hacer lo que es bueno o correcto siguiendo las reglas o un código convencional de comportamiento y conducta. En este sentido, la moral sería algo relativo al grupo que pertenecemos.

Ética, por otro lado, consiste en tratar de hacer lo que es bueno o correcto desde la propia percepción individual de lo que está bien o mal. En este sentido, se supone una sensibilidad a priori de lo que está bien y de lo que está mal. En principio, siempre podemos asumir que el sentido ético individual es muy alto. Deseamos integrarnos y asociarnos con nuestros semejantes y deseamos hacerlo de la mejor manera posible. Simplemente, al principio, todos somos "buenos".

Y todos sabemos que moral y ética con frecuencia entran en conflicto.

Y como disponemos siempre de una sola experiencia (la propia) y como la competencia se impone y nos subyuga, gradualmente muchos de nosotros perdemos la perspectiva de lo que es óptimo. Con el tiempo descendemos hasta el punto en el que sólo contamos con un código externo que nos señala eventualmente cómo comportarnos de la mejor manera posible. Podríamos decir que sustituimos nuestra ética personal con códigos externos.

Y todos sabemos que esto fracasa mayoritariamente; no obstante ello, tendemos a culpar por los conflictos a las infracciones de los demás. Y, paradójicamente, comenzamos a imponer nuestros códigos a otros. Esto, a su vez, nos conduce a más conflictos. Nos ponemos a luchar e intentamos forzar a los demás para que incorporen nuestros códigos (más conflictos); y si tenemos éxito, les obligamos a infringir su propia ética, lo único bueno que puede ser aún funcional, cuando todavía podrían disponer de ella. Al continuar así, perdemos nuestro sentido de integración con los demás y, después de todo esto, sólo pretenderemos dominar la situación. Este es el mediocre esquema que está a la vista de todos. Afortunadamente, con algo de valentía, es posible salirse del mismo. Pero es necesaria la percepción de las condiciones en las que podríamos reconocernos al actuar. Y, según lo expuesto, existen tres posibilidades diferentes de actuación.

a) Desde la ética. En este caso uno sería libre; relativamente, pues siempre debe ajustarse a la libertad de los demás.
b) Desde un código moral. En este caso uno impondría restricciones en sí mismo y en los demás. Aquí, uno con frecuencia padecería remordimientos o culpas y/o sufriría los efectos de tener demasiadas cosas que ocultarle a otros.
c) Desde la negación de la moralidad. En este caso, la apariencia es que uno operaría libremente; pero las restricciones inconscientes son grandes, y en lo más profundo uno estaría en conflicto consigo mismo. Aquí uno tiene pocos remordimientos conscientemente reconocidos; sin embargo, es muy probable que suframos profundamente por inventarnos permanentemente justificaciones para los actos negativos que hubiéramos cometido.

Obviamente, estamos mucho mejor actuando a partir de un sentido de la ética y estamos mucho peor negando toda regla o código. Y esto llama al debate acerca de qué es lo mejor ¿Cómo podemos saberlo a priori? Es extremadamente difícil de aceptar para quienes sólo pueden responder a una referencia externa o para quienes sólo pueden rechazarla. Y es fácil únicamente para quienes previamente aceptan honestamente un hábito de introspección; no hay dudas en su elección.

Jamás perderá vigencia el conocerse a uno mismo. Y nunca fue tan necesario.

Patricio J. Vargas Gil
Autor y consultor
consultoria@mentat.com.ar
 

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