Juego
infantil e inteligencia
El juego en los niños es una necesidad básica para un buen equilibrio
físico y emocional. Según la edad el juego va entrando en otras etapas.
¿Quieres saber cuales son y por qué es tan importante que los padres
juguemos también con ellos?.
Los adultos a menudo pensamos que los niños juegan para entretenerse, para
dejarnos tiempo libre. La realidad es bien distinta. Los niños no juegan
para entretenerse, ni para dejarnos tiempo, sino porque es el medio por el
que comprenden cómo es el mundo y se integran en él.
Jugando desarrollan sus aptitudes físicas, su inteligencia emocional, su
creatividad, su imaginación, su capacidad intelectual, sus habilidades
sociales…. y al tiempo que desarrollan todo eso, disfrutan y se
entretienen. Pero nunca en la historia los niños han jugado menos que
ahora. ¿Puede esta revolución silenciosa no tener consecuencias?
Los cachorros mamíferos juegan mucho mientras son pequeños, y de esa forma
adquieren las habilidades que necesitarán de adultos, de una manera
agradable y gratificante. Cuanto más inteligente es la especie, más
importante es la etapa dedicada al juego, por eso los niños son los
“cachorros” que más tiempo dedican a jugar… si se les deja.
¿A qué jugamos?
El tipo de juego para el que están preparados los niños viene condicionado
por su edad y momento evolutivo, y conocerlo es vital si queremos
comprender o compartir sus juegos, ponernos a su altura o, simplemente, no
interferir.
Hasta los 7 años, aproximadamente, el niño no distingue realidad de
ficción y vive en una atmósfera “mágica”. Todavía no ha desarrollado
plenamente su capacidad de abstracción, por lo que muchos pedagogos
consideran inapropiado los intentos de “enseñarles” en clave racional.
Ciertas pedagogías han estudiado detenidamente el proceso de desarrollo
del niño, y ajustan el programa escolar a esta realidad. Es el caso de la
pedagogía Waldorf, para la cual el desarrollo de la inteligencia humana
tiene un “calendario” de desarrollo propio, y cada etapa es fructífera si
se asienta sólidamente en la anterior. Así nos lo explica Elena Martín
Artajo, directora de la Escuela Waldorf de Aravaca, para quien la
adquisición de habilidades y conocimiento debe estar en función de la
evolución de los niños, y no al contrario. Y en estos primeros años, el
juego imaginativo y creativo constituye el fundamento para la aparición
posterior del pensamiento abstracto y de facultades racionales más
complejas. Dicho de otro modo, en esos años jugar parece ser la actividad
más seria que se puede realizar.
Bruno Bettelheim también distingue dos fases claras en la evolución del
juego infantil: el juego libre, hasta los 7 años, y el juego estructurado,
por el que se van interesando a partir de esa edad.
El juego espontáneo evoluciona de esta manera
Hasta los 3 años, el niño toma posesión de su propio cuerpo y progresa en
el conocimiento del mundo que les rodea. Es una fase de experimentación
con su cuerpo y con su entorno. Sus primeros juegos se basan en la
imitación. Los niños juegan a desempeñar las mismas actividades que hacen
los adultos, adquiriendo de esa forma habilidades útiles para su vida.
Entre los 3 y 5 años es la edad de la imaginación. Son capaces de crear
símbolos a partir de cualquier cosa –una caja de zapatos puede ser un
camión, y un rato después una casa de enanitos- y sus creaciones son
plenamente reales para él. Los juguetes demasiado “acabados” reducen sus
posibilidades de imaginar y simbolizar a partir de formas básicas.
Entre los 5 y los 7 años, su imaginación continúa desarrollándose, de
forma que no sólo crean objetos, sino también historias con un hilo
argumental cada vez más elaborados. Es la edad del “vale que”. El vale que
es el procedimiento por el cual los niños se distribuyen los “papeles” y
hacen un primer planteamiento de la historia que van a representar, y que
para ellos es muy real. Por ejemplo: “vale que yo era la mamá y tú eras el
bebé y yo te llevaba al médico, etc.”.
Normalmente, varios “vale qués” durante el juego sirven para distribuir y
negociar los “papeles”, y van reconduciendo la historia hacia su objetivo.
Las cualidades que se desarrollan durante estas etapas infantiles son el
fundamento mismo sobre las que se asienta la capacidad de materializar y
llevar a cabo capacidades más complejas e incluso el trabajo de adulto.
“Aquellos que se toman el juego como un simple juego y el trabajo con
excesiva seriedad, no han comprendido mucho ni lo uno ni lo otro”, afirma
H. Heine. Este tipo de juego es la base sobre la que se despliega
cualidades superiores como la imaginación, la creatividad, la
perseverancia en el esfuerzo, etc. que pueden resultar seriamente
menoscabadas si se impide su ejercicio por medio de, por ejemplo, esa gran
neutralizadora de la creatividad, la imaginación y la diligencia infantil,
que es la televisión.
Juego libre y juego estructurado
Hasta esa edad los juegos tienen un alto significado simbólico y cumple
múltiples propósitos.
Afirma Bruno Bettelheim en su obra No hay padres perfectos “los niños se
valen de los juegos para resolver y dominar dificultades psicológicas muy
complejas del pasado y del presente. Tan valioso es el juego en ese
sentido que la terapia por el juego se ha convertido en el procedimiento
principal para ayudar a los niños pequeños a vencer sus dificultades
emotivas”.
Jugar es para los niños pequeños un acto creativo de primer orden, que no
sólo les ayuda a aprehender el mundo sino a resolver sus conflictos y
dificultades. Es la edad del juego libre y creativo basado en la imitación
y por el que desarrollan su capacidad para crear símbolos e inventar
historias a partir de cualquier cosa: una caja de zapatos puede ser un
camión, y un rato después una casa de enanitos. Este contenido simbólico
de los juegos constituye la base misma de la inteligencia humana, y tienen
una “lógica” interna, independientemente de que la entendamos o no.
En esta fase podemos “incorporarnos” a sus juegos imaginativos, pero no
conviene “dirigirlos”.
Es importante no interferir tratando de dirigir el juego hacia
comportamientos más o menos lógicos para los adultos pero que desvíen al
niño del propósito intrínseco de su juego. Este autor advierte “cuando no
hay peligro inmediato, lo mejor suele ser aprobar los juegos del niño sin
entrometerse. Aunque bien intencionados, los esfuerzos por ayudarle pueden
desviarle de buscar, y a la larga encontrar, la mejor solución”.
A partir de los 7 años los niños van saliendo poco a poco de su atmósfera
mágica, y ya discriminan claramente entre lo que es realidad y ficción,
interesándose por otras actividades. A partir de entonces comienzan a
estar preparados para los juegos estructurados, con reglas previamente
establecidas, que continúan completando su “programa de desarrollo”. Son
juegos más activos, más competitivos, en los que el niño vive la
exhuberancia de una actividad física intensa y gratificante, mientras
aprende a respetar las reglas del juego colectivo y compatibilizar sus
intereses con los del grupo.
La familia que juega unida…
Arrastrados por la vorágine del día a día, por la inmediatez de lo
urgente, muchos padres y madres ven poco a sus hijos durante el curso
escolar, apenas un rato al final del día. Jugar juntos nos parece un lujo
inalcanzable, o incluso una pérdida de tiempo, según el día. Y sin
embargo, compartir el juego no es sólo una forma agradable, lúdica y
gratificante de hacer ejercicio y disfrutar en familia. Es también una
oportunidad para disfrutar de una relación de camaradería más allá de los
roles establecidos padres-hijos, un aspecto de la relación familiar
habitualmente descuidada pero que puede llegar a ser de inestimable ayuda,
por ejemplo, para
capear con mayor estabilidad la turbulenta etapa adolescente.
Y es que, quizá, el escaso valor que damos a la necesidad de jugar en la
infancia se deba a que hemos perdido a ese “homo ludens” que todos
llevamos dentro. Y si cerráramos ahora los ojos e hiciéramos el ejercicio
mental de situarnos dentro de –pongamos- 20 años, es posible que nos
embargue la añoranza del tiempo perdido, ese tiempo pasado en que tuvimos
la ocasión –y no aprovechamos- de disfrutar de ese efímero presente de
padres de niños que crecen demasiado deprisa. Pero estamos a tiempo.
Autor: Isabel F. del Castillo
Autora de “La Revolución del Nacimiento” (Editorial Granica)
Articulista de Enbuenasmanos
www.holistika.net
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