La búsqueda de
la felicidad
Como muchos pensadores han afirmado desde Aristóteles,
todo lo que hacemos tiene por objeto, en última instancia, alcanzar la
felicidad. En realidad no queremos la riqueza, la salud o la fama por sí
mismas; las queremos porque esperamos que nos hagan felices. Sin embargo,
no buscamos la felicidad porque nos aporte otra cosa, sino por sí misma.
Una conclusión que las investigaciones parecen justificar es que más allá
del umbral de la pobreza, tener recursos adicionales no aumenta
apreciablemente la probabilidad de ser feliz.
Motivación humana
A lo largo de un día normal las personas afirmarán que aproximadamente un
tercio del tiempo hacen lo que hacen porque quieren hacerlo, un tercio,
porque tienen que hacerlo, y el último tercio porque no tienen nada mejor
que hacer.
Tanto la motivación intrínseca (quererlo hacer) como la motivación
extrínseca (tenerlo que hacer) son preferibles al estado en que uno actúa
por defecto, sin tener ninguna clase de meta en la que centrar la
atención.
Concentración en el proceso
Hinduismo y budismo, prescriben la eliminación de la intencionalidad como
requisito previo a la felicidad, Afirman que sólo abandonando todo deseo y
logrando una existencia desprovista de fines, se tiene alguna posibilidad
de evitar la infelicidad. Esta forma de pensar ha influido a muchos
jóvenes europeos y americanos para intentar rechazar cualquier tipo de
meta, con la creencia de que sólo un comportamiento completamente
espontáneo y aleatorio conduce a una vida iluminada.
En mi opinión, esta interpretación del mensaje original es bastante
superficial. La mayoría estamos tan totalmente programados por los deseos
genéticos y culturales que se necesita un acto de voluntad casi
sobrehumana para silenciarlos todos. Quienes imaginan que siendo
espontáneos evitarán fijarse meta alguna, habitualmente se limitan a
seguir ciegamente los objetivos que establecen por ellos los instintos y
la educación.
Personalmente creo que el verdadero menaje de las religiones orientales no
consisten en la eliminación de cualquier clase de objetivo. Lo que nos
dicen es que debemos desconfiar de la mayoría de las intenciones que
tenemos espontáneamente. La inercia del pasado dicta el que la mayoría de
nuestras metas se hallen conformadas por la herencia genética o cultural.
Para asegurarnos de poder sobrevivir en un mundo peligroso dominado, por
la escasez, nuestros genes nos han programado para ser codiciosos, desear
el poder y dominar a los demás.
Paradójicamente, la meta de rechazar metas programadas puede exigir la
inversión permanente de toda nuestra energía síquica. Un yogui o monje
budista necesita de toda su atención para evitar que los deseos
programados irrumpan en la conciencia y, por tanto, les queda muy poca
energía síquica disponible, para cualquier otra cosa.
La experiencia de fluir
Cuando las metas son claras, la retroalimentación relevante y los desafíos
y capacidades se hallan en equilibrio, se ordena y se invierte plenamente
la atención. Una persona que fluye está completamente centrada debido a la
demanda total de energía síquica. En la conciencia no queda espacio para
pensamientos que distraigan ni para sentimientos irrelevantes. En este
caso desaparece la conciencia de si, pero uno se siente más fuerte de lo
normal. La sensación de tiempo queda distorsionada, ya que las horas
parecen pasar como si fueran minutos. Cuando todo el ser de una persona se
amplía en un funcionamiento pleno de cuerpo y mente, cualquier cosa que
haga merece la pena ser hecha por sí misma; vivir se convierte en su
propia justificación. En este centrarse armoniosamente de la energía
física y síquica, la vida cobra finalmente su propio destino. El fluir
lleva al crecimiento personal. No se puede ser feliz sin las experiencias
de flujo.
Generalmente las personas manifiestan tener experiencias de fluidez cuando
están practicando su actividad favorita, como cuidar el jardín, escuchar
música, jugar a los bolos o cocinar un buen plato. También ocurre cuando
conducen, están hablando con amigos y, sorprendentemente, a menudo en el
trabajo. Muy rara vez las personas dicen tener este tipo de experiencias
en actividades de ocio pasivas, como ver la televisión o descansar. Pero,
como casi cualquier clase de actividad puede producir un estado de fluidez
con tal de que se den los elementos relevantes, es posible mejorar la
calidad de vida si nos aseguramos de que tener objetivos claros,
retroalimentación inmediata, capacidades a la altura de las oportunidades
de acción y las restantes condiciones de los estados de fluidez formen
constantemente y lo más posible parte de la vida cotidiana.
Alberto Merlano, extractado de "Aprender a fluir" de Mihaly
Csikszentmihalyi.
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