La lectura se contagia
Hoy, como hace milenios, la escritura es el medio más importante para
explorar el corazón del hombre, proponer ideas, abrir horizontes y
acrecentar la conciencia; para crear, conservar y difundir conocimientos;
para construir y sostener la civilización. Multiplicada por la imprenta,
por los medios electrónicos, la escritura supone y requiere siempre la
lectura correspondiente.
En todo el mundo existe la conciencia de que el analfabetismo, real o
funcional, es un lastre para el desarrollo de los pueblos. Quienes no
saben leer, o quienes lo han olvidado, difícilmente podrán sumarse con
eficacia a un mercado de trabajo cada vez más complejo y cambiante;
difícilmente podrán llevar una vida en verdad productiva ni colaborar
cabalmente con el progreso de su país. Quienes pueden leer sólo en niveles
elementales o sólo en terrenos excesivamente especializados, difícilmente
podrán tener acceso a los placeres y al conocimiento de la naturaleza
humana que ofrece la literatura.
En México se han dedicado enormes recursos económicos y humanos a
erradicar el analfabetismo, y cada vez se está más cerca de lograrlo. Sin
embargo, muchas de las personas alfabetizadas, algunas con muchos años de
escuela, no pasan de ser lectores elementales, aunque tengan un título
universitario.
No basta con alfabetizar a una persona. Después de haberla alfabetizado es
preciso formarla como lector; acostumbrarla a leer. A leer en serio, obras
cada vez más importantes, de cualquier índole y además obras literarias.
No simplemente libros de consulta, historietas ni novelitas corrientes,
porque esa lectura es demasiado sencilla; exige muy poco del lector, no lo
ejercita en el manejo del lenguaje, que se traduce en el manejo de las
ideas, de los sentimientos y las emociones. Y ese uso del lenguaje es
necesario no sólo para leer poesía y grandes novelas o cuentos, sino para
resolver los problemas en otros campos, como la política, las fianzas, la
medicina, la ingeniería... a final de cuentas, puede contribuir a mejorar
cualquier actividad.
¿Cómo se forma un lector? De la misma manera que un jugador de dominó o de
ajedrez. La lectura auténtica es un hábito placentero, es un juego -nada
es más serio que un juego-. Hace falta que alguien nos inicie. Que juegue
con nosotros. Que nos contagie su gusto por jugar. Que nos explique las
reglas. Es decir, hace falta que alguien lea con nosotros. En voz alta
para que aprendamos a dar sentido a nuestra lectura; para que aprendamos a
reconocer lo que dicen las palabras. Con gusto, para que nos contagie. La
costumbre de leer no se enseña, se contagia. Si queremos formar lectores
hace falta que leamos con nuestros niños, con nuestros alumnos con
nuestros hermanos, con nuestros amigos, con la gente que queremos. Se
aprende a leer leyendo.
Imaginemos que fuera posible comenzar el día de clases, todas las mañanas,
con una lectura en voz alta, en el aula. Una lectura que no fuera de
ninguna materia, sino de un poema, un cuento, un pedazo de una biografía o
de una novela. Una lectura divertida, interesante, que provoque risa,
temor, sorpresa, compasión. La maestra o el maestro, con el libro en las
manos, leyendo en voz alta con sus alumnos, por el puro gusto de leer.
Diez o doce minutos, no más. En todas las aulas, en todas las escuelas, en
todos los grados de primaria y secundaria -en las preparatorias,
vocacionales y normales podrían organizarse talleres de lectura y
escritura.
¿Por qué leer literatura? Porque los textos literarios actúan no sólo
sobre el intelecto, la memoria y la imaginación, como cualquier texto,
sino también sobre estratos más profundos, como los instintos, los afectos
y la intuición, y en consecuencia consolidan una inclinación mucho más
intensa hacia la lectura. Por otra parte, los textos literarios son los
que más exigen del lector, los que mejor lo ejercitan para comprender el
leguaje escrito. Los lectores así formados podrán después leer por su
cuenta. Comprenderán mejor lo que lean. Poemas, teatro, ensayos y
narrativa, pero también textos técnicos, científicos, legales y de
cualquier otra clase.
No hay mejor manera de formar lectores genuinos. ¿Por cuánto tiempo habría
que tener estas lecturas diarias? Por todo el tiempo. Para siempre. Es una
costumbre que no debería tener fin. Como las de comer o dormir. Si a esta
lectura pudiera sumarse otra, en la casa, en familia, mejor que mejor. Con
el tiempo, esa lectura familiar llegaría a ser aún más importante que la
escolar.
Esos diez o doce minutos de lectura diaria en voz alta, en el aula y en la
casa pueden formar alumnos, artistas, dirigentes, trabajadores,
profesionistas, empresarios, ciudadanos más capaces. Pueden cambiar
nuestra ciudad, nuestro estado, nuestro país. Pueden constituir la
revolución educativa, social y cultural más importante que haya habido en
nuestra historia
¿Qué hace falta para lograr diez o doce minutos diarios de lectura por
placer en las aulas?
1. Despertar o aguzar en las autoridades educativas y en los maestros la
conciencia del problema que representan no los analfabetos, sino los
millones de personas que han asistido por muchos años a la escuela y que,
sin embargo, no han adquirido la costumbre de leer.
2. Reforzar el convencimiento de que ningún sistema aventaja a la lectura
en voz alta para formar lectores, para contagiar el gusto por la lectura.
3. Reforzar las habilidades de los maestros como lectores en voz alta. Se
aprende a leer mejor más o menos como se aprende a bailar mejor: siguiendo
los pasos de quienes lo hacen mejor que nosotros.
Felipe Garrido, "El buen lector se hace, no nace".
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