Lección 2
La magia sólo podrá retornar con el regreso de la inocencia. La esencia
del mago es la transformación.
Todas las mañanas, el joven Arturo bajaba al estanque del bosque a
lavarse. Como todo niño, el baño no era su tarea preferida y muchas veces
se quedaba por el camino, distraído con el parloteo de las ardillas rojas,
las urracas o con cualquier otra cosa que le atrajera más que el agua y el
jabón.
Merlín realmente no prestaba mayor atención a toda la mugre que se apilaba
en el rostro de su pupilo, alrededor del cuello y por todas partes. Pero
llegó el día en que el mago estalló: "¡Podría sembrar frijoles detrás de
tus orejas! No me importa si solamente pasas un minuto en el estanque,
pero haz algo allí".
Arturo agachó la cabeza y dijo: "He tenido miedo de confesártelo, Merlín,
pero cuando me inclino sobre el agua no puedo ver mi propio reflejo. No
veo dónde lavarme, ni siquiera sé cómo soy".
Para desconcierto del niño, cuando alzó la cabeza Merlín estaba a su lado
y se veía dichoso. "Toma", le dijo, colocando una gran esmeralda en la
mano del niño como premio (Arturo la utilizó posteriormente para saltar
por encima del agua).
"Creí que tu desobediencia era señal de que habías perdido tu inocencia,
pero veo que me equivoqué. La ausencia del reflejo significa que no tienes
imagen de ti mismo. Cuando la imagen de ti mismo no te distrae, sólo
puedes estar en estado de inocencia".
Para comprender la Lección.
La inocencia es nuestro estado natural, antes de quedar oculto detrás de
nuestra imagen de nosotros mismos.
Cuando nos miramos, incluso con la intención de ser totalmente sinceros,
vemos una imagen construida a través de los años, de capas complejamente
entretejidas. Las líneas y arrugas que surcan nuestro rostro cuentan la
historia de alegrías y tristezas pasadas, triunfos y derrotas, ideales y
experiencias. Es casi imposible ver algo distinto en él.
El mago se ve a sí mismo donde quiera que mira porque su vista es
inocente. No está nublada por los juicios, los rótulos y las definiciones.
El mago sabe de todas maneras que tiene ego e imagen de sí mismo, pero no
se deja distraer por esas cosas. Las ve contra el telón de la totalidad,
el contexto completo de la vida.
El ego es el "yo"; es nuestro punto de vista singular. En la inocencia,
ese punto de vista es puro, como un lente transparente. Pero sin la
inocencia, el foco del ego se distorsiona notablemente. Cuando creemos
conocer algo - incluidos nosotros mismos -, en realidad estamos viendo
nuestro propios juicios y rótulos. Las palabras más simples que utilizamos
para describimos unos a otros - amigo, familia, extraño - están cargadas
de juicios. La brecha enorme de significado que separa al amigo del
extraño, por ejemplo, está llena de interpretaciones. Al amigo se le trata
de una forma, al enemigo de otra. Aunque no traigamos nuestros juicios a
la superficie, ellos nublan nuestra visión como el polvo que oscurece un
lente.
Al no tener rótulos para nada, el mago ve las cosas siempre nuevas. Para
él el lente está limpio, de manera que el mundo resplandece de novedad. En
todo escucha la misma canción sutil: "Contémplate". A Dios se lo podría
definir como alguien que al mirar a su alrededor sólo se ve a si mismo - o
misma - en todas las direcciones; en la medida en que fuimos creados a su
imagen y semejanza, nuestro mundo también es un espejo.
A los mortales les pareció muy extraño este punto de vista mágico, porque
tenían su interés puesto en una dirección totalmente diferente. Quedaron
fascinados ante las cosas que vieron afuera, y desearon ponerles nombre y
utilizarlas. Era preciso dar un nombre a todas las aves y los animales.
Era preciso cultivar las plantas para obtener alimento o placer. Las
tierras estaban allí para ser exploradas y conquistadas.
Merlín no mostró mayor interés en todo eso. Los magos a veces desconocen
los nombres de las cosas más comunes, como roble, ciervo o las
constelaciones. Sin embargo, un mago podría pasar horas mirando el tronco
retorcido del roble, a un ciervo pastando o el cielo estrellado, y en cada
momento de su contemplación estaría totalmente absorto.
Los mortales quisieron participar de esa forma de arrobamiento. Cuando
preguntaron el secreto para mirar al mundo con nuevos ojos, con deleite,
Merlín les contestó: "Ustedes han perdido la inocencia. Como le han dado
nombre a las cosas, ya no ven las cosas sino sus rótulos". Eso era
bastante fácil de ilustrar. Cuando dos caballeros que no se conocían se
encontraban en el bosque, inmediatamente buscaban el emblema o pendón que
les permitiera saber si se hallaban frente a un amigo o a un enemigo. Tan
pronto como veían la insignia, podían actuar, pero no antes. El amigo
podía ser abrazado, invitado a compartir el banquete y animado a contar
sus historias. El enemigo solamente podía ser atacado.
Merlín decía que esta obsesión por denominar las cosas es la actividad de
la mente, pura y simple. La mente no puede reaccionar si no hay rótulo.
Todos llevamos millones de rótulos en la cabeza y la mente es capaz de
consultarlos a una velocidad asombrosa. La velocidad de la mente es
sorprendente, pero no nos salva del estancamiento. Todo aquello en lo que
podemos pensar ya lo hemos experimentado, y todo aquello que hemos
experimentado puede llegar a cansarnos. "¿Se preguntan por qué no pueden
contemplar un roble o un venado o una estrella durante más de un minuto?"
decía. "Puedo oír la queja de sus mentes: '¡Que aburrimiento, es lo mismo
de antes!' Y ahí van, ansiosos de encontrar algo nuevo.
"No veo dónde está el problema", le dijo un día uno de los ancianos de la
aldea. "El mundo es grande y la naturaleza está llena de aspectos y
transformaciones fascinantes".
"Eso es muy cierto", reconoció Merlín, "pero según ese argumento, nada
debería ser viejo y aburrido. Nadie niega la infinidad de cosas que
existen allá afuera. Pero los mortales se quejan constantemente del
aburrimiento, ¿no es así?" El anciano asintió.
"Sin embargo, has pronunciado la palabra acertada", continuó Merlín.
"Transformación. Pero es tu propio yo el que debe estar en constante
transformación. No puedes traer al mundo a tu viejo yo y pretender ver un
mundo enteramente nuevo".
El mago nunca ve la misma cosa de la misma manera dos veces. Así, cuando
observa en el bosque, no está absorto tanto en la vista del ciervo como en
alguna nueva faceta de su ser: su suavidad, gracia, timidez o delicadeza.
Cuando el ojo se renueva, cualquiera puede ver esas cualidades; éstas se
abren como los pétalos de una rosa. Es preciso tener paciencia, pero vale
la pena esperar. La inocencia es la única flor que existe. Jamás se
marchita y, por lo tanto, tampoco el mundo.
Para Vivir la Lección
Cuanto termine de leer la lección, dedique unos momentos a tratar de
recuperar un toque de inocencia. Es más fácil de lo que imagina. Lo
primero que debe saber es qué no debe hacer. No juzgue su estado actual.
Es probable que esté cansado o deprimido, o que sienta la necesidad de
desfogar gran cantidad de ira, temor o culpa. Olvide todo eso por un
momento, porque la inocencia, como enseña Merlín, está más allá de la
mente.
Sólo mire esta lista de palabras:
Pesado
Liviano
Negro
Blanco
Sol
Luna
Tomando cada una de esas palabras separadamente, experimente esas
cualidades. No importa si usted es el tipo de persona que trae a la mente
imágenes en lugar de sentimientos, o conceptos en lugar de objetos
concretos. Todos los sistemas sirven. ¿Se dio cuenta de que a la mente le
es imposible evitar tener alguna sensación de peso, liviandad, blanco,
negro, etc.? De hecho, ni siquiera pudo leer las palabras sin generar por
lo menos un leve sabor de cada cualidad.
Para que estas cualidades existan se necesita de su participación. Si
usted participa de manera inocente, las cualidades se presentarán nuevas,
renovadas. Así es como ve el pintor. Mira una cesta de frutas, un barco,
una nube, pero en lugar de ser receptor pasivo de todas esas cosas, las
crea a través de su visión. Las dota de su propio espíritu.
Y lo mismo hacemos todos, hasta en el acto más simple de ver una cosa
ordinaria. Esta experiencia demuestra que la inocencia no se pierde,
solamente se oculta. El secreto para ver con inocencia es mirar desde un
nuevo punto de vista, uno que no esté condicionado por lo que se espera
ver.
"Si realmente pudieras ver ese árbol que está allá", dijo Merlín, "te
caerías del asombro". "¿En serio? Pero, ¿por qué?", preguntó Arturo. "Es
sólo un árbol". "No", dijo Merlín. "Es sólo un árbol en tu mente. Para
otra mente es una expresión de espíritu y belleza infinitos. En la mente
de Dios es un hijo querido, más dulce que cualquier cosa que puedas
imaginar."
Mientras la mente pueda registrar el color, la luz, la densidad y la
sensación del mundo, se estará percibiendo a sí misma. La palabra pesado o
blanco, crea una sensación dentro de nosotros que le pertenece sólo a cada
uno. No existen la pesadez ni la blancura "allá afuera" sin que las
percibamos; no existen la vista, el oído, el tacto, el gusto o el olfato
sino como una chispa pequeña de la consciencia. Enviemos una cámara a la
Luna para tomar fotografías de todos los cráteres y valles, y traigámosla
de regreso a la Tierra. Si no hay un ser humano que vea la fotografía, no
hay imagen, solamente agentes químicos que han reaccionado a una
disposición momentánea de los fotones. La película estará tan muerta como
la Luna misma. Merlín diría que si no hay quien mire la imagen de la Luna,
tampoco hay Luna.
Por lo tanto, es de vital importancia ver el mundo inocentemente, porque
es la única forma como adquiere vida. El ojo imprime vida a todo lo que
ve. Detrás de cada molécula de existencia deben estar la consciencia y la
inteligencia; de lo contrarío, el universo sería un torbellino aleatorio
de gases inertes y estrellas muertas, un vacío penando por recibir la
semilla del nacimiento. Sin la inteligencia no hay vida, solamente
actividad. Cada mirada que echamos por la ventana pone la semilla de la
vida en la creación. Por esa razón Merlín tomaba tan en serio su tarea de
observar los robles, los ciervos y las estrellas. No deseaba que murieran;
amaba la vida.
Esta lección se resume diciendo: "Mira con inocencia y serás dador de
vida". Ése es el credo mágico al cual se atenía Merlín. A los mortales les
era difícil comprender algo tan simple porque iba en contra de su
prejuicio más hondo, a saber: "El mundo es primero y después soy yo". Pero
nosotros mismos no estaríamos vivos de no ser porque algún ser inocente
nos vio primero. Ése fue el acto que plantó la semilla de todo el
universo, y fue un acto de amor. Conoceremos nuevamente nuestra inocencia
cuando veamos el amor que palpita en cada brizna de la creación.
Deepak Chopra, El sendero del mago
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