La libertad
Sé que es tarea difícil discutir sobre juicios fundamentales de valor. Si,
por ejemplo, alguien aprueba, como fin, la erradicación del género humano
de la tierra, es imposible refutar ese punto de vista desde bases
racionales. Si, en cambio, hay acuerdo sobre determinados objetivos y
valores se puede argüir con razón en cuanto a los medios por los cuales
pueden alcanzarse estos propósitos. Señalemos, entonces, dos objetivos
sobre los cuales tal vez estén de acuerdo quienes lean estas líneas.
1. Los bienes esenciales destinados a sustentar la vida y la salud de
todos los seres humanos, deberían producirse con el mínimo esfuerzo
posible.
2. La satisfacción de las necesidades físicas es por supuesto la condición
previa indispensable para una existencia decorosa, si bien no es
suficiente por sí sola. Para que los hombres se muestren satisfechos deben
tener también la posibilidad de desarrollar su capacidad intelectual y
artística según sus características y condiciones personales.
El primero dé estos fines exige la difusión de todos los conocimientos
relacionados con las leyes de la naturaleza y de los procesos sociales,
esto es, el impulso de todas las investigaciones científicas. La tarea
científica resulta; por cierto, un conjunto natural, cuyas partes se
apoyan mutuamente, de tal manera que nadie puede prever, en efecto.
No obstante, el progreso de la ciencia exige que sea posible la difusión
sin restricciones de opiniones y consecuencias: libertad de expresión y de
enseñanza en todos los ámbitos de la actividad intelectual. Por libertad
debo suponer condiciones sociales de tal índole que el individuo que
exponga sus modos de ver y las afirmaciones respecto a cuestiones
científicas, de tipo general y particular, no enfrente por ello graves
riesgos. Esta libertad de expresión es indispensable para el desarrollo y
crecimiento de los conocimientos científicos, un detalle de decisiva
importancia práctica. En primer término, debe garantizarla la ley. Más las
leyes solas no logran asegurar la libertad de expresión; a fin de que el
hombre pueda exponer sus opiniones sin riesgos serios debe existir el
espíritu de tolerancia en toda sociedad. Un ideal de libertad externa como
éste jamás se logrará plenamente, aunque debe persistirse en él con empeño
si queremos que el pensamiento científico avance sin tregua, lo mismo que
el pensamiento filosófico y creador en general.
Para lograr el segundo objetivo, o sea que resulte posible el desarrollo
espiritual de todos los individuos, es necesario un segundo género de
libertad exterior. El individuo no ha de verse obligado a trabajar tanto
para cubrir sus necesidades vitales que no le quede tiempo ni fuerzas para
sus actividades personales. Sin este segundo tipo de libertad externa, no
servirá de nada la libertad de expresión. El progreso tecnológico tornaría
posible esta forma de libertad si se alcanzase una división racional del
trabajo.
La evolución de la ciencia y de las actividades creadoras del espíritu en
general, reclama otro modo de libertad que puede calificarse de libertad
interior. Esa libertad de espíritu consiste en pensar con independencia
sobre las limitaciones y los prejuicios autoritarios y sociales así como
frente a la rutina antifilosófica y el hábito embrutecedor del ambiente.
Esta libertad interior es un raro privilegio de la naturaleza y un
propósito digno para el individuo. Empero, la comunidad puede realizar
también mucha labor de estímulo en este sentido, por lo menos al no poner
trabas a la labor intelectual. Las escuelas y los sistemas de enseñanza
obstaculizan a veces el desarrollo de la libertad interior con influencias
autoritarias o cuando imponen a los jóvenes cargas espirituales excesivas;
las instituciones de enseñanza pueden, por otra parte, favorecer esta
libertad si fomentan el pensamiento independiente. Únicamente si se
prosigue con constancia y conciencia la libertad interior y la libertad
externa es posible el progreso espiritual y el conocimiento y así mejorar
la vida general del hombre en todos sus aspectos.
Albert Einstein (1940)
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