El mundo está en ti
Para resolver el misterio de la vida sólo necesitamos cumplir un
mandamiento: vivir como una célula. Sin embargo, no lo hacemos, y la razón
resulta evidente: tenemos nuestra manera de hacer las cosas. Nuestras
células se alimentan del mismo oxígeno y glucosa que nutrieron a las
amibas hace dos billones de años, pero nosotros preferimos los alimentos
de moda, grasosos, azucarados y frívolos. Pese a que nuestras células
cooperan entre sí -con base en lineamientos establecidos por la evolución
en los helechos del periodo cretáceo, nosotros encontramos un nuevo
enemigo en el planeta cada década, cada año, cada mes. Lo mismo podemos
decir de otras desviaciones de la sabiduría exacta, completa y casi
perfecta de nuestros cuerpos.
Estos ejemplos reflejan una situación de mayor alcance.
Para volver a la sabiduría de la célula debemos aceptar que vivimos las
consecuencias de elecciones ajenas. Se nos enseñaron hábitos y creencias
que ignoran por completo el misterio de la vida. Estas creencias están
contenidas unas en otras, como esas cajas chinas que contienen siempre
otra más pequeña:
Hay un mundo material.
El mundo material está lleno de objetos, sucesos y personas.
Yo soy una de esas personas y no tengo una posición más elevada que las
demás.
Para descubrir quién soy debo explorar el mundo material.
Este conjunto de creencias resulta limitante. En él no hay lugar para
ningún acuerdo espiritual; ni siquiera para el alma.
¿Para qué integrar el misterio de la vida en un sistema que sabe de
antemano qué es real? Por más convincente que parezca el mundo material -y
para vergüenza de la ciencia moderna-, nadie ha podido demostrar que es
real. Las personas comunes no están al tanto de los avances de la ciencia,
por lo que este grave problema no es conocido. No obstante, cualquier
neurólogo puede decirte que el cerebro no ofrece ninguna prueba de que el
mundo exterior existe en verdad, y sí muchas de que no existe.
Todo lo que el cerebro hace es recibir señales incesantes relacionadas con
el equilibrio químico, el consumo de oxígeno y la temperatura del cuerpo.
A lo anterior se suma una corriente discontinua de impulsos nerviosos.
Esta enorme cantidad de información no procesada tiene su origen en
estallidos químicos que producen cargas eléctricas. Éstas viajan en todas
direcciones por una intrincada red de finísimas células nerviosas, y una
vez que llegan al cerebro (como un corredor que lleva un mensaje a Roma
desde los límites del imperio) la corteza las combina y forma un conjunto
aún más complejo de señales eléctricas y químicas.
La corteza no nos dice nada sobre este procesamiento perpetuo de
información, que es lo único que ocurre dentro de la materia gris.
Nosotros sólo percibimos el mundo material con todas sus imágenes,
sonidos, sabores, olores y texturas.
El cerebro nos ha gastado una broma, un admirable juego de
prestidigitación, pues no existe conexión entre la información no
procesada del cuerpo y nuestra percepción subjetiva de un mundo exterior.
En lo que a nosotros concierne, el mundo exterior podría ser un sueño.
Cuando estoy dormido y sueño, veo un mundo de sucesos tan vivido como el
que veo durante la vigilia (aparte de la vista, mis otros cuatro sentidos
están presentes de manera irregular, pero al menos un pequeño porcentaje
de personas tiene los cinco: pueden tocar, saborear, escuchar y oler con
tanta intensidad como cuando están despiertos). Sin embargo, cuando abro
los ojos en la mañana, sé que esos sucesos tan reales fueron producto de
mi mente. Nunca he tomado el sueño por realidad porque doy por hecho que
los sueños no son reales.
¿Mi cerebro tiene un sistema para crear el mundo de los sueños y otro para
crear el de la vigilia? No; en términos de función cerebral, el mecanismo
de los sueños no se esfuma cuando despierto. La misma corteza visual
localizada en la parte trasera de mi cabeza, hace que vea un objeto -un
árbol, un rostro, e! cielo en la memoria, en un sueño, en una foto o justo
frente a mí. La ubicación de la actividad neuronal cambia ligeramente
entre una situación y otra, por lo que puedo distinguir entre un sueño,
una foto y el objeto; pero el proceso fundamental siempre es el mismo:
estoy creando un árbol, un rostro o el cielo a partir de una maraña de
nervios que lanzan estallidos químicos y cargas eléctricas por todo el
cuerpo. Por más que me esfuerce, jamás encontraré un patrón de sustancias
químicas y cargas eléctricas con forma de árbol" de rostro o de ninguna
otra cosa. Todo lo que hay es una tormenta de actividad electroquímica.
Este embarazoso problema -la incapacidad de demostrar la existencia de un
mundo exterior- socava la base del materialismo. Es así como llegamos al
segundo misterio espiritual: no estás en el mundo; el mundo está en ti.
La única razón por la que las piedras son sólidas es que el cerebro
interpreta una ráfaga de señales eléctricas como tacto; la única razón por
la que el sol brilla es que el cerebro interpreta otra ráfaga de señales
eléctricas como vista. No hay luz solar en mi cerebro, cuyo interior es
tan oscuro como una caverna de piedra caliza sin importar cuan iluminado
esté el mundo exterior.
En el momento en que digo que el mundo entero se crea en mí, me doy cuenta
de que tú podrías decir lo mismo. ¿Estoy en tu sueño, tú estás en el mío,
o estamos todos atrapados en una extraña combinación de las versiones de
cada uno sobre los acontecimientos? Para mí, éste no es un problema sino
la esencia de la espiritualidad. Todos somos creadores. El misterio de
cómo se combinan todos estos puntos de vista individuales -de modo que tu
mundo y el mío armonicen- es lo que lleva a las personas a buscar
respuestas espirituales. No hay duda de que la realidad está llena de
conflictos, pero también de armonía. Es liberador darse cuenta de que como
creadores generamos cada aspecto, bueno o malo, de nuestra experiencia.
Así, cada uno es el centro de la creación.
Antiguamente, estas ideas se aceptaban de manera espontánea. Hace siglos
la doctrina de la realidad única constituía el centro de la vida
espiritual. Religiones, pueblos y tradiciones discrepaban muchísimo, pero
todos coincidían en que el mundo es una creación indivisa e imbuida de una
inteligencia, un diseño creativo. El monoteísmo llamó a esta realidad
única Dios; India, Brahma; China, Tao. En todos los casos, el individuo
vivía dentro de esta inteligencia infinita, y sus actos constituían el
diseño total de la creación. No tenía que emprender búsquedas espirituales
para encontrar la realidad única: su vida estaba inmersa en ella. El
creador permeaba por igual cada partícula de la creación, y la misma
chispa divina animaba toda forma de vida.
En la actualidad tildamos esta perspectiva como "mística" porque trata con
lo invisible. Pero si nuestros ancestros hubieran conocido el microscopio,
¿no habrían encontrado en la conducta de las células la comprobación de su
misticismo? La creencia en una realidad inclusiva ubica a cada individuo
en el centro de la existencia. El símbolo místico de esta situación es un
círculo con un punto en el centro: el individuo (punto) es en realidad
infinito (círculo). Es como la pequeña célula cuyo punto de ADN la vincula
con billones de años de evolución.
¿Pero podemos considerar al concepto de la realidad única como místico?
Durante el invierno veo por mi ventana al menos un capullo colgando de una
rama. Dentro de él una oruga se ha convertido en crisálida, la cual
surgirá en primavera como mariposa. Todos conocemos esta transformación
porque la vimos de niños o porque leímos The Very Hungry Caterpillarde
Eric Carie. Pero lo que ocurre en el interior del capullo sigue siendo un
misterio. Los órganos y tejidos de la oruga se disuelven" forman una sopa
amorfa y toman la estructura de una mariposa, la cual no guarda ningún
parecido con la oruga.
La ciencia no se explica cómo se desarrolló esta metamorfosis. Resulta
imposible imaginar que los insectos la descubrieran por accidente: la
complejidad química necesaria para convertir una oruga en mariposa es
insólita; la transformación requiere miles de pasos interconectados
minuciosamente. (Es como si llevaras tu bicicleta a reparar y te
entregaran a cambio un avión.)
Pero algo sabemos sobre cómo se conforma esta delicada cadena de sucesos.
Dos hormonas, juvenil y ecdisona, regulan lo que a simple vista parece la
disolución de la oruga.
Ambas indican a las células dónde ir y cómo cambiar: unas deben morir,
otras consumirse a sí mismas y unas más convertirse en ojos, antenas y
alas. Esto denota un ritmo frágil -y milagroso- con un delicado equilibro
entre creación y destrucción. El ritmo depende de la duración del día, que
a su vez deriva del movimiento de traslación de la Tierra. Así pues, el
ritmo del cosmos ha estado íntimamente ligado al nacimiento de las
mariposas durante millones de años.
La ciencia se concentra en las moléculas, pero en este asombroso ejemplo
una inteligencia las utiliza para lograr sus objetivos. El objetivo en
este caso es formar una nueva criatura sin desperdiciar ingredientes. (Si
hay una sola realidad no podemos decir, como hace la ciencia, que la
duración del día provoca que las hormonas de la crisálida desencadenen la
metamorfosis. La duración del día y las hormonas provienen de la misma
fuente creativa y conforman la realidad única. Esa fuente utiliza ritmos
cósmicos o moléculas según su conveniencia. Así como la duración del día
no provoca cambios en las hormonas, éstas no motivan que el día cambie:
ambas están vinculadas a una inteligencia oculta que las crea
simultáneamente. Si en un sueño o pintura un niño golpea una pelota de
béisbol, ésta no sale volando por los aires. Cada sueño o pintura forma
una unidad indivisible.)
Otro ejemplo: dos proteínas que evolucionaron hace millones de años, la
actina y la miosina, permiten a los músculos de las alas de los insectos
contraerse y relajarse. Gracias a ellas los insectos aprendieron a volar.
SÍ una de estas moléculas está ausente, las alas crecen pero no baten, y
por tanto son inútiles. Las mismas proteínas son responsables del latido
del corazón humano, y cuando una está ausente, el pulso es ineficiente,
débil y, en última instancia, puede sobrevenir un ataque cardiaco.
La ciencia se maravilla de que las moléculas se adaptan a lo largo de
millones de años. ¿No hay aquí una intención más profunda? Todos anhelamos
volar, liberarnos de las limitaciones. ¿No es éste el mismo impulso que
expresó la naturaleza cuando los insectos empezaron a volar? La prolactína
que genera leche en el pecho de una madre es la misma que impulsa al
salmón a nadar contra corriente para reproducirse y cambiar el agua salada
por la dulce. La insulina de una vaca es idéntica a la de una amiba: sirve
para metabolizar carbohidratos, aunque una vaca es millones de veces más
compleja que una amiba. Por todo esto, no hay nada místico en el concepto
de una realidad totalmente interconectada.
¿Cómo fue que la creencia en la realidad única se vino abajo? Había una
alternativa que también colocaba a cada individuo en el centro de su
propio mundo. Sin embargo, e vez de incluirlo lo hacía sentir solo y
aislado, impulsado por el deseo personal y no por una fuerza vital
compartida o por la comunión de las almas. Es la opción a la que llamamos
ego, hedonismo" ley del karma o -para usar un lenguaje religioso-
expulsión del paraíso. Ha penetrado hasta tal grado nuestra cultura que
seguir al ego no parece ya una elección. Desde niños hemos sido educados
en la norma del "primero yo, después yo y finalmente yo". La competencia
nos enseña que debemos luchar por lo que deseamos. La amenaza de otros
egos -que se sienten tan aislados y solos como nosotros-, está siempre
presente: nuestros planes podrían frustrarse si alguien se nos adelantara.
Mi intención no es censurar al ego ni responsabilizarlo de que las
personas no sean felices, sufran o no encuentren su verdadero yo, a Dios o
al alma. Se dice que el ego nos obnubila con sus exigencias, avaricia,
egoísmo e inseguridad interminables, lo cual es un punto de vista común
pero errado. Lanzarlo a la oscuridad, convertirlo en enemigo, sólo agudiza
la división y la fragmentación. Si sólo existe una realidad, debe abarcar
todo. Excluir al ego es tan imposible como suprimir el deseo.
La decisión de vivir en aislamiento -algo que las células jamás eligen,
excepto las cancerígenas- originó un género especial de mitología. En
todas las culturas se habla de una edad de oro enterrada en un oscuro
pasado. Este relato de perfección degrada a los seres humanos, quienes
creyeron que eran defectuosos por naturaleza, que todos portamos la marca
del pecado, que Dios no mira con buenos ojos a estos hijos descarriados.
El mito da a una elección la apariencia de designio. La separación cobró
vida propia, pero ¿desapareció la posibilidad de la realidad única?
Para reconquistar la realidad única debemos aceptar que el mundo está en
nosotros. Este secreto espiritual se basa en la naturaleza del cerebro,
cuya función es crear el mundo en todo momento. Si tu mejor amigo te llama
por teléfono desde Tíbet, el sonido de su voz es una sensación en tu
cerebro; si se presenta en tu casa, su voz seguirá siendo una sensación en
la misma parte de tu cerebro, y lo mismo ocurrirá cuando tu amigo se haya
ido y su voz resuene en tu memoria. Una estrella en el cielo parece lejana
aunque también es una sensación en otra zona de tu cerebro. Por tanto, la
estrella está en ti. Ocurre lo mismo cuando degustas una naranja, tocas
una tela aterciopelada o escuchas a Mozart: toda experiencia se origina en
tu interior.
En este momento, la vida centrada en el ego resulta totalmente
convincente, razón por la cual ni todo el dolor y sufrimiento que provoca
nos decide a abandonarla. El dolor lastima pero no muestra la salida. El
debate sobre cómo terminar la guerra, por ejemplo, ha resultado estéril
porque se funda en la idea de que somos individuos aislados; como tales,
nos enfrentamos a "ellos", los innumerables individuos que quieren lo
mismo que nosotros.
La violencia se basa en la oposición nosotros-ellos. "Ellos" nunca se van
ni se dan por vencidos; luchan por proteger sus intereses. Mientras unos y
otros tengamos intereses distintos, el ciclo de violencia perdurará. Las
consecuencias funestas de esta postura pueden observarse en el organismo:
en un cuerpo saludable, todas las células se reconocen en las demás.
Cuando esta percepción se corrompe y ciertas células se convierten en "el
otro", el cuerpo arremete contra sí, situación conocida como trastorno
inmunológico, y provoca afecciones terribles como artritis reumatoide y
lupus. La agresión de un ser contra sí mismo se fundamenta en un concepto
erróneo, y aunque la medicina puede proporcionar cierto alivio al cuerpo,
es imposible curarlo sin corregir primero el concepto equívoco.
Una acción categórica en favor de la paz es renunciar al interés personal
de una vez por todas, lo que arranca la violencia de raíz. Esta idea puede
resultar desconcertante; nuestra reacción inmediata es: "¡Pero yo soy mi
interés personal en el mundo!" Por fortuna, esto no es exacto: el mundo
está en ti, no al revés. A esto se refería Cristo cuando nos apremió a
alcanzar el reino de Dios y preocuparnos por lo mundano después. Dios
posee todo en virtud de haber creado todo; si tú y yo creamos las
percepciones que interpretamos como realidad, nos pertenecen también.
La percepción es el mundo; el mundo es percepción.
Esta idea echa por tierra el drama de "nosotros contra ellos". Todos
formamos parte del único proyecto trascendente: la creación de la
realidad. Defender otros intereses -dinero, propiedades, posición- sólo
tendría sentido si fueran esenciales. Pero el mundo material es
consecuencia; nada en él es esencial. El único interés personal valioso es
la habilidad de crear libremente, con plena conciencia de cómo se crea la
realidad.
Puedo entender a quienes encuentran tan repugnante al ego que quieren
deshacerse de él. Sin embargo, el ataque al ego es sólo un disfraz sutil
del ataque a uno mismo. Su destrucción no serviría de nada aun si pudiera
lograrse. Es vital mantener la maquinaria creativa intacta. Cuando lo
despojamos de sus sueños feos, inseguros y violentos, el ego deja de ser
feo, inseguro y violento, y toma su lugar como parte del misterio.
La realidad única nos ha revelado un valioso secreto: quien crea es más
importante que el mundo entero. De hecho, es el mundo. Vale la pena hacer
una pausa para asimilarlo. De todas las ideas liberadoras que pueden
cambiar la vida de una persona, quizá ésta sea la más poderosa. Pero para
llevarla a la práctica" para ser auténticos creadores, debemos liberarnos
de múltiples condicionamientos. Nadie nos pidió que creyéramos en un mundo
material, pero aprendimos a considerarnos seres limitados. El mundo
exterior debe ser mucho más poderoso; él marca la pauta, no nosotros; él
está primero y nosotros muy por detrás.
El mundo exterior no te proporcionará respuestas espirituales mientras no
asumas tu papel de creador de la realidad. Esto parecerá extraño al
principio, pero establecerá un nuevo conjunto de creencias:
Todo lo que experimento es un reflejo de mí.
Por tanto, no tiene sentido tratar de escapar. No hay a dónde ir, y como
creador de mi realidad, no me interesaría huir aun si pudiera.
Mi vida es parte de todas las demás.
Mi conexión con todos los seres vivientes me impide tener enemigos. No
siento necesidad de oponerme, resistirme, vencer o destruir.
No necesito controlar nada ni a nadie.
Puedo inducir cambios transformando lo único que está bajo mi control: yo.
Deepak Chopra, El libro de los secretos
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