No hay memoria sin
olvido
Olvidar es humano. Si alguien afirma no haber
olvidado jamás alguna cosa, quiere decir que en ese preciso instante
no se acuerda de ello. Científicos afirman que el olvido es
condición para que funcione la memoria. Feliz aquel que en la vejez
aún está en condiciones de olvidar. Para entender ese proceso,
resulta necesario comprender cómo se transmiten las informaciones.
El asunto es complejo, indica el Dr. Josef Kessler, director de la
sección de neuropsicología de la universidad de Colonia, quien
explica así el proceso a grandes rasgos: “determinada señal llega a
una célula. Allí se liberan sustancias químicas. Éstas establecen
contacto con otras células. Entonces se produce un impulso eléctrico
y las informaciones son transmitidas”.
El cerebro y la computadora
También en la computadora las señales eléctricas se traducen en
información. Pero no se puede decir que la computadora tiene un
cerebro. Por lo pronto, eso se evidencia en la forma en que
selecciona la información: la almacena ordenadamente en archivos. El
cerebro opera de manera diferente. “En el cerebro humano no existen
lugares en los que residen las palabras o se almacenan determinados
acontecimientos”, afirma el Dr. Kessler, haciendo notar que “hay que
imaginar redes, es decir, que muchas neuronas están
interrelacionadas”.
Las neuronas intercambian información continuamente. Kessler lo
explica así: “en esa actividad permanente de nuestro cerebro surgen
determinados patrones. Es una especie de destello. Y ese destello
representa determinado contenido de la memoria”.
Tales “patrones” cerebrales no se pueden descifrar a la rápida, en
vista de que el cerebro de un adulto tiene una cantidad estimada de
100.000 millones de células. Su peso bordea los 1.400 gramos. En el
caso de los recién nacidos, el peso equivale apenas al de 3 tabletas
de chocolate: 300 gramos.
Informaciones fugaces
El intercambio de informaciones es permanente, incluso cuando la
persona duerme. Aun así, también el olvido está programado ya que,
como hace notar Kessler, “a lo largo de nuestra vida aprendemos
también muchísimas cosas inútiles”. Y pone un ejemplo elocuente:
“Cuando atravieso una calle, tengo 1000 impresiones. Si las
registrara todas, mi capacidad de almacenamiento estaría copada en
dos días”.
Los niños pequeños olvidan casi todo lo que les ha ocurrido antes de
cumplir los 3 años de edad. Sin embargo, informaciones triviales
también pueden ser de suma importancia durante cierto tiempo.
Mientras se atraviesa la calle, hay que captar si viene o no un auto
a la distancia. Con tal fin, nuestros órganos sensoriales, como los
ojos y los oídos, registran informaciones y las almacenan durante
algunos milisegundos. “Entonces se puede volver a filtrar esas
informaciones, que se almacenan en la memoria inmediata, donde
permanecen aproximadamente 18 o 20 segundos”, aclara el científico,
agregando: “si no les prestamos atención, las volvemos a olvidar”.
Modo automático
Lo mismo ocurre cuando uno escucha sin prestar mucha atención. El
cerebro ahorra donde puede. Por eso sucede, por ejemplo, que nos
dirigimos directamente del trabajo a casa, olvidando que debíamos ir
a recoger un paquete a otro sitio. En tal situación, actuamos
automáticamente. Según el Dr. Kessler, “estas operaciones
automáticas requieren muy poca atención, es decir, son parte de una
rutina”. En cambio, cuando ocurre algo especial, se ponen en
funcionamiento otras regiones del cerebro.
En la memoria de largo plazo está almacenada nuestra vida. Para que
un recuerdo se instale allí debe haber causado un fuerte estímulo.
Dicho en otros términos, las sustancias químicas y los haces
eléctricos que se intercambian entre las neuronas deben alcanzar
determinada intensidad. Aquello que provoca placer u otras
sensaciones intensas causa estímulos especialmente fuertes en el
cerebro. Cuál es el grado de intensidad necesario para grabar un
recuerdo es algo que la ciencia aún no ha podido determinar.
Ejercicios que ayudan
“No sabemos con exactitud cómo se almacenan las informaciones, de
modo que tampoco sabemos con precisión cómo se produce el olvido”,
apunta el especialista. Ése es un problema, ya que por ende tampoco
se sabe con qué estímulos químicos y eléctricos se podría ayudar a
la gente senil o a pacientes que sufren de demencia.
Algunos científicos afirman que lo que olvidamos permanece en algún
lugar del cerebro. Otros opinan que lo olvidado primero se desvanece
y luego desaparece.
Ya sea que se trate de personas jóvenes o ancianas, lo mejor contra
la pérdida de la memoria es alimentar el cerebro con gran cantidad
de informaciones que puedan ligarse en contextos dotados de
significado. “Mientras más sé, más fácil me resulta integrar nuevas
informaciones en mi sistema de conocimiento”, asegura Kessler,
puntualizando que “no se trata de cosas dispersas, sino que tienen
sentido, porque sé mucho acerca de eso”.
Babette Braun
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