Explorando la
mente del estratega
Donde no hay visión, la gente perece
Proverbios 29:18 - La Biblia
Pensar en forma estratégica significa algo más que estar alerta ante las
oportunidades que se nos presentan. Se necesita tener un fin determinado,
un claro sentido de propósito. Se requiere también tener una visión clara:
sentido de dirección de hacia dónde se quiere avanzar. Dice un dicho “sin
visión no hay ocasión”. El elemento clave que mueve la mente del estratega
es la visión proyectada a largo plazo.
En este sentido, la mente del estratega siempre tiene planes para el
futuro, constantemente están visualizando opciones y evaluando escenarios,
porque tienen un propósito claro, articulado en objetivos definidos. No
solamente ve las circunstancias presentes, sino que está captando patrones
y alternativas que otros no ven, como consecuencia de haber desarrollado
el hábito de “alzar sus ojos hacia el horizonte y ver más allá de la
coyuntura en que vive”, lo cual le permite tener capacidad de respuesta
ante situaciones imprevistas, al prever los problemas y sus soluciones,
porque la mente del estratega piensa con visión de largo plazo, con
sentido de propósito, no se entretiene en lo cotidiano y de corto plazo.
Ahora la visión que guía al estratega no sólo está en su pensamiento sino
también está presente en sus emociones; emerge de sus propias necesidades.
El estratega (líder o gerente) necesita tomar contacto emocional con la
visión, así es como asume el compromiso y la responsabilidad de alcanzar
ésta. Es la pasión que desarrolla por la visión, lo que lo mantiene
motivado a realizar acciones estratégicas dirigidas a materializar ésta.
Su contacto emocional con la visión y sus propias necesidades, convierte
su visión en una brújula interna que guía al estratega. Si en algún
momento pierde esa guía interna y los acontecimientos lo fuerzan a actuar,
dejará de accionar en forma estratégica, y comenzará a reaccionar ante las
situaciones de crisis.
Desarrollar un enfoque estratégico, pues, no significa llenarnos de
cuentas y análisis rigurosos, aunque el análisis es necesario, sino más
bien de adoptar un estado mental flexible y abierto al cambio; de
embarazarnos de una visión que es alimentada y sustentada, como la mujer
al feto, desde nuestras propias entrañas y energía interna; de concebir un
proyecto de vida que es apuntalando con nuestra fuerza interior. Es
llenarnos de una perspectiva real del cambio que está operando, sin perder
la perspectiva de que “los verdaderos cambios se instalan de adentro hacia
fuera” (Manuel Barroso). Es desarrollar la capacidad de ver los obstáculos
que se pueden presentar, las posibilidades ocultas y las diferentes
opciones por las que se puede optar, lo que requiere también desarrollar
la capacidad de visualizar e imaginar los pasos requeridos para alcanzar
los objetivos planteados. Este es un proceso más intuitivo que racional,
un proceso que va más allá del ámbito consciente y meramente analítico.
Como dice Kenichi Ohmae, en relación con el mundo empresarial: “… las
estrategias de negocios que llegan a tener éxito no provienen de un
riguroso análisis, sino más bien de un particular estado mental”. En tal
sentido, deberíamos preguntarnos: ¿dónde nace y se desarrolla la visión
estratégica? Nace en el corazón del estratega. Es fruto de su dinámica
interna, de cómo percibe la realidad, de cómo se movilizan sus emociones,
de cuáles son sus sueños, de cuáles son sus mapas, de cuáles son talentos
dominantes.
La visión estratégica del líder o gerente estratega está matizada por su
conocimiento / aprendizaje, su experiencia, su motivación, su intuición,
sus mapas metabolizados o introyectados, su cosmovisión de la vida, su
desarrollo de carácter y por la conciencia que tiene en sí mismo de lo que
está ocurriendo en el entorno, en la organización donde lidera o gerencia
y dentro de los límites de sí mismo. Todos estos elementos configuran el
ambiente interno en el que florece o se marchita la visión, y en donde se
construyen las estrategias o se obstaculiza el proceso de definición
estratégica.
Es en el propio corazón del hombre donde se atiza o ahoga la visión
estratégica del líder o gerente. Es en el corazón del hombre donde surgen
las resistencias o las fuerzas para perseverar en los propósitos, donde se
alojan los miedos a fracasar o el coraje para triunfar, donde se hace
evidente la incapacidad o flexibilidad para manejar la incertidumbre y la
ambigüedad que genera emprender procesos de cambios necesarios para
alcanzar la visión.
Por otra parte, desarrollar una mentalidad de estratega supone cultivar el
hábito de pensar en forma estratégica, al punto de que se constituya en
una actitud de vida, una forma de ser y estar en el mundo. Como dice
Kenichi Ohmae: “Es una disciplina diaria y no un recurso que puede dejarse
en hibernación durante las épocas tranquilas y despertarse cuando surge
una emergencia”. Ver la estrategia como un recurso o metodología para
abordar “situaciones de crisis” o apagar fuegos inesperados, equivale a
actuar reactivamente; pero el estratega no improvisa, no reacciona, no
vive en “automático”, por inercia, según el dicho “como vamos viendo,
vamos haciendo”, sino que actúa con proactividad, con intencionalidad, más
aun, con mentalidad de oportunista, o como dice Peter Drucker:
“oportunista con propósito”.
Lo vertiginoso y complejo del cambio no deja lugar para las
improvisaciones. La falta de previsión y sentido estratégico puede
resultar un error demasiado costoso, un lujo muy caro en estos tiempos de
cambio permanente. Al respecto dice Peter Drucker “estar sorprendido con
lo que ocurre es un riesgo muy grande para tolerar”, sobre todo en un
mundo tan complejo, competitivo y cambiante. El líder / gerente estratega
está consciente de esta realidad, por lo que no deja al azar o bajo la
responsabilidad de otro, el curso de acción a seguir, sino que explora
dentro de sí y en el entorno, para definir su estrategia.
Jesús de Nazaret también nos alerta sobre la necesidad de ser previsivo y
de pensar estratégicamente. “Porque ¿quién de vosotros, que queriendo
edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si
tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el
cimiento, y no pueda, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él,
diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. O qué rey, al
marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si
puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Y
sino puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le
pide condiciones de paz” (Lucas 14:28-30).
Esta ilustración nos habla de la necesidad de actuar en la vida con
previsión, con enfoque estratégico, lo cual es opuesto a la improvisación
y a la acción ligera e irreflexiva, que no pondera las posibles
consecuencias de las decisiones que se toman.
Arnoldo Arana
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