La mente:
¿Enemiga o aliada?
Uno de los grandes patriarcas del Zen declaró: "El cuerpo es el árbol de
la sabiduría. La mente es el soporte del espejo brillante. En todo momento
límpialo con diligencia, no dejes que se cubra de polvo".
La mente proporciona oscuridad; la mente proporciona luz. La mente es
fuente de ignorancia, pero también de conocimiento. Esa singular y
contradictoria mujer que fue Blavatski dijo: "La mente es una buena
sierva, pero una mala ama".
Desde luego el universo de la mente es sorprendente. La mente en la
superficie es movida, tumultuosa, caótica. La mente en la profundidad se
torna silente, serena, reveladora. Cuando la mente nos controla, ella
puede hacer lo que le plazca: puede hacer creer a una persona sana que
está enferma, a un rey que es un mendigo. Tal es el poder de las
creaciones de la mente. De hecho un sueño puede ser más intenso que una
escena en la vigilia. Pero esta mente que alucina, confunde, desorienta y
extravía tiene también un gran poder liberatorio y te puede proporcionar
discernimiento, conocimientos múltiples y sabiduría. ¿Somos algo que no
sea nuestra mente o que ella no viva o experimente? Ella nos conduce a la
esclavitud y a la libertad; ella nos permite conocer y conocernos,
percibir y percibirnos. Es una herramienta muy importante y hay que
cuidarla, conocerla y utilizarla con cierta precisión. Procura dolor, pero
también felicidad; proporciona zozobra y tribulación, pero también calma
profunda y beatitud. Puede ser muy experta o muy inútil, muy sabia o muy
torpe. Tiene poder para construir y destruir, para edificar y arrasar. Es
como si se tratase de dos siameses de muy distintas intenciones. Pura y
sometida, la mente es un regalo; contaminada e indócil, la mente es un
castigo. Engendra toda clase de tendencias codiciosas, pero también amor y
compasión. En suma, puede ser la peor enemiga; puede ser la más excelente
aliada. No es de extrañar que los sabios de la antigua India explorasen a
fondo la mente y concibiesen y ensayasen métodos y claves para subyugar la
mente, orientarla, ponerla al servicio del crecimiento interior y el
bienestar.
La mayoría de las veces vivimos inmersos en el río de los pensamientos y
éstos nos llevan de un extremo a otro, provocándonos sentimientos
contradictorios y muy dispares. Somos y nos sentimos lo que el pensamiento
nos dice. Nos creemos lo que pasa por la mente; nos convertimos en esa
marea de ideas, conceptos y descripciones, perdiendo nuestro eje interior,
nuestra armonía. Entonces, ¿somos algo más que nuestros pensamientos? Pero
aún más controlados estamos por las corrientes subterráneas que operan en
el subconsciente y que provocan todo ese oleaje pensante de superficie.
Somos una hoja a merced de la marea de los procesos psicomentales,
apartados de nuestra real identidad. Sin embargo, podemos cultivar otra
actitud. Podemos convertirnos en testigos de las modificaciones de la
mente y permanecer en la primera y no en la segunda causa, es decir, en la
raíz del pensamiento. Como nubes vienen y van los pensamientos por el
firmamento de la mente. No me afectan, no me alteran, no me confunden;
tomo o selecciono los beneficiosos o necesarios, pero hago caso omiso de
los otros. Al fin y al cabo sólo son ideaciones mecánicas, repetitivas,
que obedecen a estratos más profundos en conflicto. ¿Para qué tomar el
reflejo por la realidad? Es un ruido de fondo en la mente. ¿Por qué
identificarse con ellos, incluso por qué creérselos? En las prácticas de
interiorización se retrotrae la conciencia y se sitúa en su origen. Los
pensamientos entonces pierden su poder. La mente se apacigua; es como un
elefante furioso que finalmente se calma y se echa a reposar. La mente se
interna, se canaliza hacia su propia fuente, queda absorta en la sensación
o presencia de ser. Es una cuestión de ejercitamiento.
Uno cuida su cuerpo y debe cuidar su mente. Hay que adiestrarse en el
descanso profundo de la mente. De otro modo, la mente se deteriora,
envejece prematuramente e incluso se resiente el cuerpo, que es el
cerebro. Hay que alimentar con cuidado la mente, proporcionándole
impresiones positivas, estímulos de crecimiento, pensamientos, actitudes
favorables, bellos sentimientos. La mente es un "estómago" muy especial.
Hay que evitarle los alimentos tóxicos o venenosos. Y hay que aprender a
relacionarse pacientemente con ella. Es un almacén impresionante de
memorias, vivencias, inclinaciones, expectativas. En cierto modo es un
depósito de detritus y hay que sanearlo, drenarlo y purificarlo. Todas las
técnicas de ejercitamiento mental tienden a embellecer, afinar, cuidar y
entrenar la mente para que procure una sabiduría interior y una sabiduría
de vida. Paulatinamente uno descubre que "es" además de los pensamientos.
No un ego, sino una energía, es decir, que uno no es esa maraña de
ideaciones mecánicas. Uno empieza a descubrir que es posible generar los
propios pensamientos, cultivarlos, propiciarlos, y que si éstos son los
adecuados y como en cierto modo uno es lo que piensa, cambiarán las
actitudes internas. Así el practicante de una vía espiritual debe enfocar
sus pensamientos en actitudes, emociones y anhelos positivos y hermosos.
El odio y el amor pasan por la mente. Es decir, la mente puede ayudar a
propiciar y recrear odio o, por el contrario, compasión y amor. A veces la
mente es la gran dificultad para que surja el amor; lo frustra, le impide
su manifestación espontánea. Una mente demasiado egocéntrica,
narcisistamente preocupada, no está en disponibilidad de engendrar amor.
Es una mente tan obsesionada por sus alteraciones, zozobras, miedos e
inquietudes, que no se para a amar, a compadecerse. Pero cuando la mente
se descontrae, se expande y está abierta, genera compasión con la misma
naturalidad que la flor exhala su perfume. Una mente en paz, armonizada,
en libertad, que ha recuperado su inocencia, que se ha "recobrado" a sí
misma, da lo mejor de sí. Como sea la mente, así actuará. Si la mente es
un basurero, pondrá basura por todas partes, creará conflictos y se
regocijará en su agresividad. Si la mente está tensa, transmitirá
tensiones. Si la mente es ávida, evidenciará en todo momento su codicia,
su desmedida ambición. Pero cuando la mente está en calma, procura
serenidad; cuando la mente está en orden, crea orden y armonía. Con razón
los yoguis indios invitan a la revolución mental y te dicen que comiences
por arreglar tu mente y después ya arreglarás lo que te rodea. Cuando la
mente cesa en su agitación, comienza a obsequiarnos con su gran tesoro. Si
consideramos que percibimos, vemos, sentimos y nos relacionamos por medio
de la mente, comprenderemos cuan importante es la mente y cuan esencial
cuidarla, ordenarla y esclarecerla. Como sea nuestra mente, así
vivenciaremos la vida, a los demás y a nosotros mismos. Dentro de la mente
hay una especie de diablo que enreda sin cesar. Hay una historia india
significativa y simpática:
El tren cruzaba la planicie de la India por la noche; la luz se había
apagado en uno de los departamentos y todos los viajeros se disponían a
conciliar el sueño. De repente se escuchó una voz:
- ¡Ay, qué sed tengo, ay, qué sed tengo!
El lamento se repetía cada par de minutos, impidiendo al resto de los
viajeros conciliar el sueño. Por fin, uno de ellos encendió la luz, cogió
un vaso que tenía en la maleta, fue al lavabo, lo llenó de agua y se la
trajo al viajero sediento. Después, de nuevo se apagó la luz. Sólo se
escuchaba el traqueteo del tren. Los viajeros se disponían a conciliar el
sueño. De súbito de nuevo la misma voz de antes, lamentándose:
- ¡Ay qué sed tenía, pero qué sed tenía!
Pero en la mente también hay una brisa de paz, armonía y plenitud. En la
mente está el sadguru, el gran maestro. La mente debe recobrar su
naturaleza de calma y plenitud. Tiene que sanarse. El término meditación
en su raíz latina quiere decir "sanar, curar".
Se pueden decir muchas cosas sobre la mente, pero lo importante es actuar
sobre la mente. El ejercitamiento es lo esencial, acompañado de genuina
moralidad y tendente hacia la captación de la sabiduría. Hay que
despojarse del lado siniestro de la mente (que es también la mente de toda
la humanidad) y cultivar su lado luminoso. Hay muchas técnicas de
autorrealización, numerosos sistemas sotetiológicos, pero sólo hay una
senda. Es la senda del desarrollo y cultivo de la mente, que pasa por la
virtud y la apertura del corazón, y que conduce a un conocimiento
supramundano. Como siempre he dicho, el mejor consejo que nunca pudieron
darme en la India es: "medita". Es difícil, porque hay que deshabitar a la
mente de su precipitación mecánica y sin sentido, pero es la puerta de
acceso haría lo pleno.
Ramiro A. Calle, Recobrar la mente
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