Charlas sobre la nueva educación
La Fundación para la Nueva Educación (anteriormente conocida como “The
Rishi Valley Trust”) posee escuelas y colegios en Rajghat-Benares y en el
Valle Rishi de la India Meridional.
Estas pláticas las dio Krishnamurti en Rajghat-Benares, a orillas del río
Ganges, durante el mes de diciembre de 1952, a alumnos y alumnas de 9 a 20
años de edad.
I
Supongo que la mayoría de vosotros entienden el inglés, porque habré de
hablar, como lo sabéis, todas las mañanas a las 8,30; y vamos a conversar
acerca de las muchas dificultades que involucra la educación.
¿Habéis pensado alguna vez por qué se os educa, por qué aprendéis
historia, matemáticas, geografía? ¿Habéis pensado alguna vez por qué vais
a escuelas y colegios? ¿No es acaso muy importante averiguar por qué se os
llena de información, de esos llamados “conocimientos”? ¿Qué es esta
llamada “educación”? Vuestros padres os mandan aquí porque ellos han
obtenido ciertos títulos y han pasado ciertos exámenes. ¿Os habéis jamás
preguntado por qué estáis aquí, y los propios maestros os han preguntado
por qué estáis aquí? ¿Y acaso los propios maestros saben por qué ellos
están aquí? ¿No deberíais, pues, descubrir qué es esta lucha por pasar
exámenes, por estudiar, por vivir en determinado lugar para sufrir sustos,
practicar deportes, etc.? ¿No debieran vuestros maestros ayudaros a
averiguar todo esto y no simplemente enseñaros a pasar ciertos exámenes?
Los muchachos pasan exámenes porque creen que deberán conseguir un empleo,
que habrán de ganarse la vida. ¿Y vosotras, niñas, por qué pasáis
exámenes? ¿Para tener la educación que os permita lograr mejores maridos?
No riáis; pensad simplemente acerca de ello. ¿O es que en el hogar sois un
estorbo y por eso vuestros padres os mandan a una escuela? ¿Habréis
comprendido todo el significado y sentido de la vida por el hecho de pasar
exámenes? Tomad, por ejemplo, el caso de un muchacho que pasa cierto
examen, algún estúpido examen —porque vosotros, jóvenes, sois muy listos
para pasar exámenes— eso no significa que él sea una persona muy
inteligente. Algunas personas que no saben pasar exámenes podrán ser muy
inteligentes, podrán ser capaces con sus manos y con su mente; puede que
piensen más cabalmente que la persona que sólo se llena la cabeza y
aprende muy bien alguna materia para pasar exámenes.
Algunos muchachos pasan exámenes para conseguir empleos, y toda su
perspectiva en la vida consiste en encontrar trabajo. ¿Qué acontece
después? Se casan, tienen hijos y se ven atrapados en una máquina,
¿verdad? Llegan a ser empleados de oficina, abogados o policías. En esa
máquina quedan atrapados para el resto de su vida. Siguen siendo empleados
de oficina, abogados; sostienen una lucha incesante con la esposa que les
toca en suerte, con los hijos, una constante batalla; y ésa es su vida
hasta morir.
En lo que atañe a vosotras, niñas, ¿qué os ocurre? Os casáis, ¿no es así?
Ese es vuestro objetivo o incumbencia: vuestros padres os casan y tenéis
hijos. Os casáis con un empleado de oficina o con un abogado, y durante el
resto de vuestra vida, si contáis con un poco de dinero, os ocupáis de
vuestros “saris” (vestidos), de vuestra apariencia personal, de lo que se
dirá de vosotras, y de las reyertas con vuestro marido.
¿Es que veis todo esto? ¿No os dais cuenta de ello en vuestra familia, en
la vecindad? ¿No habéis notado cómo eso prosigue en todo momento? ¿No
debéis acaso averiguar qué sentido tiene la educación, por qué queréis que
se os eduque, para qué vuestros padres desean que se os eduque, por qué
pronuncian discursos sobre educación —como el que oísteis el otro día—
esmerados discursos acerca de lo que la educación está haciendo en el
mundo? Puede que seáis capaces de leer las piezas de Bernard Shaw, de
citar a Shakespeare, a Voltaire o a algún nuevo filósofo. Pero si vosotras
mismas no sois inteligentes, si no sois creadoras, ¿para qué sirve la
educación?
¿No resulta importante, pues, que tanto los maestros como vosotros,
estudiantes, averigüen, descubran, cómo se es inteligente? La educación no
consiste en saber leer; cualquier tonto sabe leer; cualquier mentecato
puede pasar exámenes. ¿Sois educados por el hecho de que sepáis leer? La
educación —¿no es así?— consiste por cierto en el cultivo de la
inteligencia. ¿No debéis descubrir qué es el ser inteligente? Yo no quiero
decir “astuto”; no quiero significar que uno trate de ser listo para
sobrepujar a alguien. La inteligencia es algo del todo diferente, ¿verdad?
Es obvio que la inteligencia os viene cuando no estáis atemorizados,
cuando en vosotros no hay miedo. ¿Sabéis qué es el miedo? El miedo surge
cuando pensáis en lo que la gente pueda decir de vosotros, o en lo que
puedan decir vuestros padres; cuando se os critica, cuando se os castiga,
cuando fracasáis en un examen, cuando vuestro maestro os reprende, cuando
no tenéis popularidad en vuestra clase, en vuestra escuela, en vuestro
medio. Gradualmente el miedo os invade, ¿verdad?
Es obvio, pues, que el miedo es una de las barreras para la inteligencia,
¿no es cierto? ¿Y no es la esencia de la educación el libertar al
estudiante —es decir, a vosotros y a mí— del miedo, y hacer que él se dé
cuenta de las causas del miedo para que pueda vivir libre de temor? ¿No es
acaso uno de los fines esenciales de la educación, desde el comienzo mimo
de nuestra vida, desde la infancia hasta que os lanzáis al mundo, el de
ayudaros a ser libres para que podáis comprender el miedo y las causas del
miedo?
¿Sabéis que estáis atemorizados? Tenéis miedo, ¿verdad? ¿O es que estáis
libres de temor? ¿Sabéis qué es el miedo? ¿No lo sabéis? ¿No estáis
atemorizados de vuestros padres, de vuestros maestros, de lo que la gente
pueda pensar? Suponed que hacéis algo que vuestros padres no aprueban, que
la sociedad en torno vuestro no aprueba. ¿No tendríais miedo? Supongamos
que os casáis con alguien que no es de vuestra casta o clase social;
tendríais miedo del “qué dirán”, ¿verdad? ¿No os daría temor el que
vuestro futuro marido no ganase bastante dinero o no tuviese posición ni
prestigio? ¿No os avergonzaríais? ¿No os causaría temor el que vuestros
amigos no pensasen bien de vosotros? ¿No tenéis miedo a la muerte, a la
enfermedad? La mayoría de nosotros, pues, estamos amedrentados. No os
apresuréis a decir “no”. Puede que no hayamos pensado en ello; pero si lo
hacemos, observaremos que casi toda persona en el mundo, tanto adultos
como niños, tiene alguna clase de temor, que le roe el corazón. ¿Y acaso
no es el fin, el objeto, la intención de la educación, el ayudar a cada
cual, a cada individuo, a verse libre del miedo para que pueda ser
inteligente? No sé si esta escuela habrá de hacer eso, o si lo está
haciendo. Eso es lo que aquí queremos hacer, lo cual en realidad significa
que los maestros deben estar libres de temor. De nada sirve que los
maestros hablen de intrepidez, si ellos mismos tienen miedo de lo que sus
vecinos puedan decir, si le tienen miedo a la esposa, o si las maestras
tienen miedo del marido.
Si uno tiene miedo carece de iniciativa. ¿Sabéis qué es la iniciativa?
¿Resulta tan difícil descubrirlo? Tener iniciativa es hacer algo original
de un modo espontáneo, natural, sin que a uno lo guíen, lo fuercen, lo
controlen; hacer algo que amáis. A menudo vais por la calle y veis una
piedra en medio de la calzada; y un automóvil choca contra ella. ¿Alguna
vez habéis retirado esa piedra? ¿O en vuestras caminatas habéis visto a la
gente pobre, a los campesinos, a los aldeanos, y habéis hecho algo por
ellos espontáneamente, de un modo natural y bondadoso, nacido de vuestro
propio corazón, en vez de que se os diga lo que debéis hacer? Bien veis
que si tenéis miedo, todo eso queda excluido, desaparece de vuestra vida;
sois inconscientes de lo que ocurre en torno vuestro, no os dais cuenta de
ello. Si tenéis miedo, habréis por fuerza de seguir la tradición, a alguna
persona, a algún “gurú” (guía espiritual). Cuando seguís la tradición,
cuando seguís al marido o a la esposa, vosotros —como individuos, como
seres humanos— perdéis vuestra dignidad.
¿No es acaso el objeto de la educación liberaros del miedo, y no sólo
hacer que paséis algunos exámenes que puedan ser necesarios? En lo
esencial y profundo, ¿no es propósito vital de la educación el ayudaros
desde la infancia hasta que os lanzáis al mundo? ¿No debiera una educación
así ayudaros a ser completamente libres de temor en vuestro fuero íntimo,
para que seáis seres humanos inteligentes, llenos de iniciativa? La
iniciativa queda destruida cuando imitáis, cuando no hacéis más que seguir
una tradición, a un líder político o a un “swani” (religioso hindú).
Seguir a alguien es ciertamente perjudicial para la inteligencia. El hecho
mismo de seguir infunde una sensación de temor, excluye la comprensión de
las extraordinarias complicaciones de la vida con todas sus luchas y sus
penas, con su pobreza, su riqueza y su belleza, la comprensión de las aves
y de la puesta de sol sobre las aguas. Cuando estáis temerosos, todo eso
queda excluido.
Es función de todo maestro, evidentemente, la de ayudar a cada uno de sus
alumnos a estar completamente libre de temor, para que se sienta impulsado
a hacer las cosas espontáneamente, sin que se le diga, sin que se le guíe.
He hablado veinte minutos, y creo que es suficiente. Si puedo sugerirlo,
vosotros deberíais pedir a vuestros maestros que os hablen de lo que hemos
estado diciendo, que os lo expliquen. ¿Haréis eso? Averiguad por vosotros
mismos si los maestros han comprendido lo que estoy dilucidando; eso les
vendrá bien para que os ayuden a ser más inteligentes, a no ser miedosos.
Porque, en asuntos de esta índole, necesitamos maestros que sean muy
inteligentes —inteligentes en el verdadero sentido, no en el sentido de
pasar los exámenes de “bachiller en artes” o “maestro en artes—”. Si esto
os interesa como estudiantes, discutidlo con vuestro maestro, reservad un
período de clase para conversar al respecto. Porque vosotros habréis de
crecer, habréis de tener marido, esposa e hijos; tendréis que saber qué es
la vida, la lucha por ganar, el hambre, la muerte y la belleza de la vida.
Todo esto tendréis que saber. Y este es el lugar para descubrir todas
estas cosas. Si los maestros sólo os enseñan matemáticas, geografía,
historia y ciencias, eso no basta.
Así, pues, si puedo sugerirlo, mientras yo esté aquí durante las próximas
tres o cuatro semanas, dedicad un periodo de clase a conversar acerca de
lo que yo haya dicho. De ese modo mañana, cuando vengáis, podréis hacer
preguntas y averiguar más al respecto; y así estaréis alertas, desearéis
inquirir, desearéis descubrir, y vuestra propia iniciativa podrá
despertarse.
Diciembre 10 de 1952.
II
Me pregunto si habéis vuelto a pensar en lo que hablamos ayer por la
mañana. ¿Tuvisteis oportunidad de discutir con vuestros maestros el
problema miedo, o bien vuestras actividades del día os hicieron olvidar de
ello?
¿Puedo continuar con lo que estuvimos diciendo ayer de mañana? Esta no es
una mera pregunta de cortesía. Deseo saber si estáis interesados en que
estuvimos dilucidando, o si queréis que os hable de alguna otra cosa.
Continuaré con lo que estuve diciendo. Luego, a medida que prosigamos
durante varios días, tal vez la conversación resulte más fácil.
Ayer estuvimos hablando del miedo. Es el miedo lo que impide la
iniciativa, porque la mayoría nosotros, cuando estamos atemorizados, nos
apegamos a las cosas como una enredadera se apega a un árbol. Nos apegamos
a nuestros padres, a nuestro marido, a nuestros hijos, a nuestras hijas, a
nuestra esposa. Esa es la forma externa del temor. Como interiormente
estamos atemorizados, sentimos miedo de estar solos. Puede que tengamos
gran cantidad de “saris” de ropa o de otros bienes; pero en nuestro fuero
íntimo, psicológicamente —¿sabéis qué significa “psicológicamente”?— somos
muy pobres, Cuanto más pobres somos interiormente, tanto más intrigamos en
lo externo, tanto más nos apegamos a los padres, a las cosas, a la
propiedad, a los vestidos. Cuando estamos atemorizados, nos apegamos a las
cosas externas como asimismo a las del fuero íntimo, tales como la
tradición. ¿Habéis observado a las personas de edad y a las que son
interiormente insuficientes, vacías? La tradición les importa muchísimo.
¿Habéis notado eso entre vuestros amigos, vuestros padres y maestros? ¿Lo
habéis notado en vosotros mismos? En el momento en que hay miedo, íntimo
temor, tratáis de encubrirlo con la respetabilidad, siguiendo una
tradición; y es así como perdéis iniciativa. Como no hacéis más que
seguir, la tradición adquiere gran importancia: tradición de lo que dice
la gente, tradición proveniente del pasado, tradición sin vitalidad
alguna, sin sabor vital, tradición que es una mera repetición desprovista
de sentido.
Cuando uno es miedoso existe siempre una propensión, una tendencia a
imitar. ¿Habéis notado eso? ¿Sabéis qué es la imitación? Estando con
temor, os aferráis a la tradición; os apegáis a vuestros padres, a vuestra
esposa, a vuestros hermanos, a vuestro marido. Siempre hay deseo de
imitar. La imitación destruye la iniciativa. Bien sabéis que, cuando
pintáis un árbol, no os contentáis con imitarlo, no copiáis el árbol tal
cual es exactamente; de otro modo sería una simple fotografía. Pero el
estar libre para pintarlo requiere que sintáis lo que el árbol, o la flor,
o la puesta de sol, os comunica; no tenéis simplemente que copiarlo en
negro y blanco sino que sentir la significación, el sentido de la puesta
de sol. Resulta muy importante transmitir su significación, no tan sólo
copiarla; entonces empezáis a despertar el proceso creador. Y para ello es
preciso que haya una mente libre, una mente que no esté cargada de
tradición, de imitación. Mirad vuestra propia vida y las vidas en torno
vuestro. ¡Cuan vacío es todo ello!
En ciertos niveles de la vida debéis imitar, ¿no es así? Por desgracia
debéis ser imitativos en la ropa que usáis, en los libros que leéis. Son
otras tantas formas de imitación. Pero es necesario ir más allá de eso, es
decir, que os sintáis libres para poder pensar cabalmente las cosas por
vosotros mismos, para que no aceptéis simplemente lo que alguien dice, sea
quien fuere: vuestros maestros, vuestros padres, los grandes instructores.
El pensar realmente las cosas por vosotros mismos, el no seguir a nadie,
es muy importante, porque no bien seguís a alguien, el hecho mismo de
seguir indica temor, ¿no es así? Alguien os ofrece algo que deseáis: el
paraíso, el cielo o un empleo mejor. Mientras deseéis algo, forzosamente
habrá temor; y el temor mutila la mente libre. ¿Sabéis qué es una mente
libre? ¿Alguna vez habéis observado vuestra propia mente? ¿Es ella libre?
No, no lo es, porque siempre estáis en acecho para ver qué dicen vuestros
amigos. Vuestra mente es como una casa cerrada con un portón y cercada por
alambre de púas. En ese estado ninguna cosa nueva puede ocurrir. Una cosa
nueva sólo puede surgir cuando no hay miedo. Y es en extremo difícil para
la mente estar libre de miedo, lo cual significa estar realmente libre de
imitación, del deseo de imitar, del deseo de seguir, del deseo de
amontonar riqueza o de seguir una tradición. Esto no quiere decir que
cometáis algún despropósito.
La libertad de la mente surge cuando no hay miedo, cuando la mente no está
intrigando para ganar posición o prestigio, para alardear de ello. No hay,
por lo tanto, sentido alguno de imitación. Es importante tener una mente
que sea de veras libre: libre de la tradición, que es el mecanismo de la
mente que forma el hábito. ¿Resulta todo esto excesivo, demasiado difícil?
No es tan difícil, por cierto, como vuestra geografía o vuestras
matemáticas. Es mucho más fácil, sólo que jamás habéis pensado en ello.
Pasáis la mayor parte de vuestra vida en la escuela adquiriendo
información; vais a la escuela durante unos diez o quince años. Nunca, sin
embargo, tenéis tiempo para pensar en ninguna de estas cosas; ni una
semana, ni un día, para pensar plenamente, completamente, en todas estas
cosas; y por eso es que ellas parecen difíciles. Pero esto no es nada
difícil. Por el contrario, si le dedicáis tiempo veréis cómo vuestra mente
trabaja, opera, funciona. Como lo veis, pues, mientras sois muy jóvenes
—como lo sois aquí la mayoría— resulta importantísimo comprender todo
esto, porque de no comprenderlo creceréis siguiendo alguna tradición sin
ningún sentido; imitaréis, y así seguiréis cultivando el miedo y nunca
seréis libres.
¿Habéis notado en la India cuan atados estáis a la tradición? Debéis
casaros de determinada manera; vuestros padres eligen el marido o la
esposa. Debéis practicar ciertos ritos; puede que no tengan sentido
alguno, pero debéis practicarlos. Tenéis líderes a los que debéis seguir.
Todo en torno vuestro, si lo habéis observado, es una manera de vivir en
la que la autoridad se halla muy bien establecida. Está la autoridad del
“gurú” (guía espiritual), la autoridad de la agrupación política, la
autoridad de los padres, la autoridad de la opinión pública. Cuanto más
vieja es la civilización, como en la India, mayor es el peso de la
tradición, de una serie de imitaciones. De suerte que vuestra mente nunca
es libre. Habláis de libertad, de libertad política o alguna otra clase de
libertad; pero vosotros como individuos jamás estáis libres para descubrir
realmente por vosotros mismos; siempre seguís a alguien, a algún “gurú” o
instructor, alguna tradición.
Toda vuestra vida, pues, está dentro de un cerco, limitada, confinada por
ideas, y en lo profundo de vosotros mismos hay miedo. ¿Cómo podéis pensar
libremente habiendo miedo? Lo importante, pues, es ser consciente de todas
estas cosas. Si veis una serpiente, sabéis que ella es ponzoñosa y huís,
la dejáis a un lado. Mas la serie de imitaciones que impiden la iniciativa
no las conocéis; os halláis atrapados en ellas inconscientemente. Pero si
os dais cuenta, si sois conscientes de ellas, si habéis pensado cómo ellas
os aprisionan, si percibís el modo como vosotros mismos deseáis imitar
porque tenéis miedo de lo que la gente pueda decir, porque vuestros padres
o vuestros maestros os tienen atemorizados; si os dais cuenta de esa serie
de imitaciones, las haréis a un lado. Una vez que lleguéis a ser
conscientes de esa serie de imitaciones, podréis mirarlas, examinarlas,
estudiarlas como estudiáis matemáticas o cualquiera otra materia. ¿Sois
conscientes de por qué lucís, “kumkum” (señal roja en la frente)? ¿Por qué
os lo ponéis? No es que debáis o no ponéroslo. ¿Por qué tratáis a las
mujeres diferentemente que a los hombres? ¿Por qué tratáis a las mujeres
con desprecio? Así, por lo menos, las tratan los hombres. ¿Por qué? ¿Por
qué vais a un templo, por qué practicáis ritos, por qué seguís a un “gurú”
(guía espiritual)?
Cuando os deis cuenta, pues, de todas estas cosas, podréis examinarlas,
podréis inquirir a su respecto, podréis estudiarlas; pero si todo lo
aceptáis ciegamente porque así ha ocurrido durante los últimos treinta
siglos, ello carece de sentido, ¿verdad? De suerte que lo que necesitamos
en el mundo no son meros imitadores, meros líderes y cada vez más
secuaces. Lo que ahora se necesita son individuos como vosotros y yo, que
sigan pensando en todos estos problemas, no de un modo superficial ni
casual, sino más profundamente, a fin de que la mente esté libre para ser
creadora, para pensar, para amar.
La educación es una manera de descubrir nuestra relación con todas estas
cosas, nuestra relación con los seres humanos, con la naturaleza. Pero la
mente crea ideas, y estas ideas llegan a ser tan fuertes, tan vitales, que
nos impiden mirar más lejos. De suerte que mientras haya temor habrá
tradición. Mientras haya miedo habrá imitación. Una mente que no hace más
que imitar es mecánica, ¿verdad? Es como una máquina funcionando; no es
creadora, no piensa cabalmente los problemas, podrá producir ciertas
acciones, ciertos resultados; pero ella no es creadora. Así, pues, lo que
aquí en esta escuela deseamos hacer —vosotros y yo, así como los maestros,
los miembros de la Fundación y los administradores— lo que debiéramos
hacer es examinar todos estos problemas, a fin de que, al dejar vosotros
la escuela, podáis ser seres humanos maduros, capaces de pensar los
problemas por cuenta propia y no depender de alguna estupidez tradicional.
Así podréis ser seres humanos con dignidad, seres humanos realmente
libres.
Esa es la intención total de la educación, no simplemente el que paséis
algunos exámenes y que luego se os ponga para el resto de vuestra vida a
hacer algo, a vivir para ser empleados de oficina, amas de casa o máquinas
de procrear. Deberíais reclamar de vuestros maestros, con insistencia, que
la educación os ayude a ser libres, a pensar libremente sin miedo, a
comprender, a inquirir. De otro modo la vida se desperdicia, ¿verdad? Se
os educa, pasáis los exámenes para obtener grados universitarios,
conseguís un trabajo que os desagrada y que no deseáis hacer, os casáis,
tenéis que ganar dinero, tenéis hijos y así quedáis presos para el resto
de vuestra vida. Sois miserables, desdichados, pendencieros; no tenéis
nada que esperar del porvenir con la excepción de bebés y más hambre, más
miserias. Eso no es educación. La verdadera educación debiera ayudaros a
ser tan inteligentes que con esa inteligencia podáis escoger un empleo que
os agrade, o moriros de hambre, pero no hacer alguna cosa estúpida que os
tornaría miserables para el resto de vuestra vida.
Mientras sois jóvenes deberíais encender en vosotros la llama del
descontentó; mientras sois jóvenes deberíais hallaros en estado de
revolución. Este es el momento de inquirir, de crecer, de formarse.
Insistid, pues, para que vuestros padres y maestros os eduquen
debidamente. No os contentéis con sentaros simplemente en un aula a
aprender alguna información acerca de algún rey o de alguna guerra. Estad
descontentos, id a averiguar, a inquirir de vuestros maestros; si ellos
son estúpidos, los volveréis listos, inteligentes, haciéndoles preguntas.
Así, cuando dejéis esta escuela, esta atmósfera, creceréis en madurez, en
inteligencia; aprenderéis durante el curso de vuestra vida hasta la
muerte, y así seréis seres humanos felices e inteligentes.
Un alumno: ¿Cómo habremos de lograr el hábito de la intrepidez?
KRISHNAMURTI: Observad la palabra que él emplea. El hábito implica un
movimiento repetido una y otra vez. Si tú haces algo una y otra vez,
¿consigues algo que no sea monotonía? ¿Acaso la intrepidez, la falta de
temor, es un hábito? ¿Comprendes? Él pregunta “¿cómo habré de lograr el
hábito de la intrepidez?” Él desea ser sin miedo, y por eso pregunta si
ello vendrá haciendo algo en forma habitual, constante, repetida,
imitativa. La intrepidez sólo viene cuando eres capaz de enfrentar los
incidentes de la vida, pero no como hábito sino cuando puedes
desmenuzarlos, mirarlos y examinarlos; aunque no con una mente acosada,
que se halla atrapada en el hábito.
Si tienes hábitos, eres una simple máquina de imitar. El mero hábito
engendra imitación, el hacer la misma cosa una y otra vez, el erigir un
muro en torno de ti mismo. Si has construido un muro a tu alrededor por
obra de algún hábito, no estás libre de miedo, vives dentro del muro que
te hace ser miedoso. Sólo puedes, pues, estar libre del miedo cuando
tienes la inteligencia de mirar todo problema, todo incidente, todo lo que
ocurre en la vida, toda emoción, todo pensamiento, toda reacción. Si eres
capaz de percibir eso, de examinarlo, entonces estás libre del miedo.
Diciembre 11 de 1952.
Jiddu Krishnamurti - Nueva educación
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