El pensamiento crítico en el aprendizaje
permanente
Hemos de estar continuamente aprendiendo en la economía del conocimiento,
pero debemos evitar falsos aprendizajes. Mediante el pensamiento crítico,
evaluamos el rigor e idoneidad de cada información antes de traducirla a
conocimiento aplicable.
El pensamiento crítico ha de acompañarnos como imprescindible en la
Sociedad de la Información, y en su álter ego, la denominada economía del
conocimiento y la innovación. Constituye una exigencia creciente en la
tarea cotidiana de traducir la información a conocimiento sólido y
aplicable, es decir, de asignar significado a los significantes, para
aprender, tomar decisiones y actuar con acierto. Sin este pensamiento
riguroso nos dejaríamos llevar por las corrientes circundantes,
renunciando a parte del protagonismo que nos corresponde.
Al referirnos a los pensadores críticos estamos haciéndolo a quienes
piensan con esmero, asegurando la validez de cada inferencia, dudando de
su propia percepción de las realidades y cuestionando también el rigor y
el propósito de cada información, antes de darla por buena: son personas
que, con la información, se muestran exigentes y aun, en cierto modo,
desconfiadas. Puede haber opiniones distintas, y sobre todo distinta
interpretación de las palabras, pero, evitando asimilar el pensamiento
crítico al escepticismo o la criticidad compulsiva, vale la pena
profundizar en su esencia más aceptada.
No podemos asumir el liderazgo de nuestra trayectoria personal sin
cultivar este modo perspicaz y juicioso de pensar. Cuando damos por buenas
las síntesis o conclusiones de los demás, estamos cediendo protagonismo y
renunciando a nuestra plenitud de seres humanos. Sin duda, la
independencia en el pensar —el pensamiento crítico— constituye un valor
cardinal, especialmente en quienes han alcanzado suficiente grado de
desarrollo personal y profesional; no hablamos de sumarse a corrientes
críticas ni de militancias opositoras, sino de controlar nuestro
pensamiento, de desplegar un control de calidad.
Inexcusable en la percepción de realidades, este modo autocontrolado de
pensar habría de empezar por el cuestionamiento propio, para mejor
conocernos; pero sin duda lo necesitamos igualmente para evitar falsos
aprendizajes, evaluar la información con mayor acierto, abrir nuestra
razón a nuevas consideraciones, abordar la complejidad, dar en el hito (o
dar en el clavo) y llegar a mejores conclusiones. Estamos apuntando a la
calidad en el pensamiento, lo que refuerza nuestra efectividad e incluso
nuestra calidad de vida.
Al hablar de la Sociedad de la Información, a menudo nos referimos
simplemente a la revolución informática; pero, más allá de la tan
postulada alfabetización digital, hemos de desarrollar nuestra
alfabetización o destreza informacional: aquella que, inseparable del
aprendizaje permanente, nos permite llegar al conocimiento valioso y
aplicable en pro, y en pos, de mejores cotas de productividad y
competitividad en las empresas.
Déjenme recordar ya un párrafo de The Delphi Report (1990), de la American
Philosophical Association: “El pensador crítico ideal es habitualmente
inquisitivo, bien informado, de raciocinio confiable, de mente abierta,
flexible, justo en sus evaluaciones, honesto en reconocer sus prejuicios,
prudente para emitir juicios, dispuesto a reconsiderar las cosas, claro
con respecto a los problemas, ordenado en materias complejas, diligente en
la búsqueda de información relevante, razonable en la selección de
criterios, enfocado en investigar y persistente en la búsqueda de
resultados que sean tan precisos como el tema/materia y las circunstancias
de la investigación lo permitan”.
Puede que no estemos prestando suficiente atención a este movimiento (critical
thinking movement) que se impulsó en la década anterior, y que cabe
asociar ya con la inquietud por la excelencia informacional en las
empresas. La traducción de información a conocimiento, para asegurar la
efectividad de cada decisión y acción, exige diferentes fortalezas y
facultades, y entre ellas buena dosis de pensamiento crítico: una
competencia clave que nos evita falsos aprendizajes.
Pensamiento crítico y destreza informacional
Se diría que disfrutamos de abundancia de información, pero no siempre
responde ésta a nuestras expectativas o necesidades. No podemos creer todo
lo que se nos dice o lo que leemos, ni ignorar los propósitos subyacentes
en cada hecho o cada información. Cuando vamos a documentarnos, cuando nos
disponemos a aprender, hemos de dotarnos, entre otras facultades
personales, de tenacidad, perspicacia, sagacidad, intuición y, desde
luego, pensamiento crítico. La información puede ser rigurosa y clara,
pertinente y valiosa, amplia y oportuna; pero también puede contener
errores o imprecisiones, servir a intereses espurios, resultar confusa o
incoherente. No estamos hablando de la prensa del corazón, ni de los
medios cotidianos de información: estamos ahora centrados en la que,
directivos y trabajadores, manejamos para nuestro desempeño profesional y
nuestro aprendizaje permanente.
Fue también en los primeros años 90 cuando surgió el movimiento de la
information literacy (destreza informacional) entre documentalistas y
universidades, al tenerse ya conciencia de la necesidad del lifelong
learning (aprendizaje permanente), y empezarse a percibir el significado
de la denominada Sociedad de la Información. Por entonces (Doyle, C.S.
1992, “Final Report to National Forum on Information Literacy”, ED
351-033), Christina Doyle decía que la persona informacionalmente diestra:
Admite que una completa y certera información sustenta la mejor toma de
decisiones.
Es consciente de la necesidad de la información.
Formula preguntas acordes con sus necesidades de información.
Identifica las fuentes potenciales de información.
Desarrolla acertadas estrategias de búsqueda.
Utiliza diferentes tecnologías para acceder a la información.
Es capaz de evaluar la información.
Puede organizar la información para facilitar su aplicación.
Incorpora la información a su acervo de conocimientos.
Utiliza la información en sus procesos mentales, por ejemplo para
solucionar problemas.
Pronto se avanzó en el despliegue de competencias de la denominada
alfabetización o destreza informacional, y sin duda el pensamiento crítico
resultaba capital. Entre las fortalezas y habilidades (tanto
intrapersonales como funcionales u operativas) del individuo
informacionalmente diestro, cabría destacar:
Afán de aprender.
Tenacidad.
Intuición.
Perspicacia.
Integridad.
Pensamiento crítico.
Estrategia de búsqueda.
Manejo de herramientas.
Lectura selectiva.
Evaluación de la información.
Comprensión y síntesis.
Conexiones y abstracciones.
Aplicación sinérgica y sistémica.
También en los primeros años 90, surgió en el mundo empresarial la idea de
la gestión del conocimiento (knowledge management), aparecida para superar
las prestaciones de los entonces vigentes sistemas de gestión de la
información. Los informes ofrecidos por los ordenadores no siempre
permitían acertar con las decisiones, y se vino a pensar que, más allá de
gestionar la información, había que hacer una idónea gestión del
conocimiento. Ya en este siglo XXI, los tres movimientos —pensamiento
crítico, destreza informacional y gestión del conocimiento— convergen
plenamente, y nos mueven a buscar siempre la información necesaria, a
traducirla con esmero a conocimiento, y a dar curso a éste en las
organizaciones, en beneficio colectivo. Disponemos de mucha información,
pero hemos de distinguir debidamente la más valiosa de la que resulte
confusa, desorientadora o falsa.
Criticidad y pensamiento crítico
Quizá procede insistir ahora en la diferencia entre lo que consideramos en
la empresa una persona crítica, y lo que entendemos por pensador crítico.
El crítico es, en efecto, mal visto en las organizaciones: a menudo se le
considera un individuo negativo y, por decirlo así, se le pone bajo
observación. Seguramente, el crítico está siendo injustamente tratado, en
general; pero en todo caso, el de pensador crítico es otro concepto, y
subrayemos diferencias.
Entendemos que el individuo crítico:
Busca defectos, fallos.
Presenta actitud negativa.
Cree poseer buen juicio.
Se precipita en las inferencias.
Genera desconfianza e inseguridad.
A menudo tiene reproches.
Ve lo malo.
Identifica fracasos y culpables.
Denota insatisfacción.
Admite todo lo que avala sus juicios.
Entendemos que el pensador crítico:
Busca verdades.
Presenta actitud exploratoria.
Quiere poseer buen juicio.
Lentifica las inferencias.
Genera confianza y seguridad.
A menudo tiene dudas.
Acaba viendo lo oculto.
Identifica causas y consecuencias.
Denota curiosidad.
Contrasta toda la información.
Sin duda podríamos destacar otras diferencias, pero tal vez no hace falta.
Podemos observar con prevención al crítico o al escéptico compulsivos,
pero, en las empresas del saber, hemos de catalizar la presencia del
pensamiento crítico, del pensamiento autocontrolado, tanto en directivos
como en trabajadores expertos.
Mensaje final
Hemos hablado de distintos movimientos oportunos en torno a la Sociedad de
la Información, y podríamos haberlo hecho igualmente del movimiento de las
competencias (competency movement), de creciente reflejo en las
iniciativas de formación continua: desarrollar en los individuos los
rasgos competenciales exigidos por su trabajo actual y futuro. Sin
embargo, los modelos de competencias, aunque alineados con la idea del
aprendizaje permanente, no están quizá prestando suficiente atención al
pensamiento crítico (ni al autoconocimiento, la intuición, las fortalezas
personales, la empatía...).
En la medida en que necesitemos directivos y trabajadores que piensen,
necesitamos que lo hagan con esmero y efectividad. Cuando, en las
empresas, limitáramos a alguien a obedecer, lo estaríamos limitando mucho,
muchísimo; si queremos que también piense —o que sobre todo piense—, hemos
de catalizar el cultivo del pensamiento crítico. Las iniciativas de
formación continua deberían quizá prestar mayor atención a esta necesidad,
en beneficio de las cotas de productividad y competitividad perseguidas.
Lejos de sofocar el pensamiento crítico, cultivémoslo y facilitemos su
cultivo.
José Enebral Fernández
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