Cuando pensar científicamente no es
pensar filosóficamente
Existen muchísimos autores de formación científica que además de publicar
textos de su especialidad incursionan en la publicación de textos con un
sesgo intencionalmente más ideológico, a veces filosófico, y otras,
bastante antifilosófico. Mucho público que está bien dispuesto a leerles
por sus aportes a la ciencia también puede estarlo para adoptar sus
reflexiones filosóficas o antifilosóficas. Y no se trata de público
ignorante: el interés por aspectos importantes de nuestra civilización y
cultura requiere un cierto nivel de conocimientos y una inteligencia
normal para poder surgir.
Cuando un individuo halla un texto que le parece revelador intenta
difundirlo; lo mismo hace con la música, y el arte en general. En
consonancia, un meme sobrevive gracias a los cerebros bien predispuestos a
recibirle y reproducirle. Así, gran cantidad de quienes leen estos textos
de los que hablamos ya piensan en la misma dirección. En tal sentido, hay
poca diferencia con quienes profesan ideas pseudocientíficas o místicas.
Hay que decirlo claramente: el género literario al margen de la ciencia
cultivado por algunos físicos, astrónomos, matemáticos y biólogos
constituye un pobre sustituto de la Filosofía. Así como se habla de
pseudociencia habría que hablar de pseudofilosofía.
Muchos científicos de renombre en sus obras reflexivas tratan
peyorativamente a la Filosofía, creyendo que la superan, que la curan, que
la iluminan o que la rematan. De tal manera, mientras evitan el trabajo de
seguir más responsablemente la huella de los textos y autores clave
ignoran lo que está suficientemente debatido en la Filosofía, y así
retoman ingenuamente errores y discusiones hace mucho tiempo superadas.
Estas habituales acometidas probablemente se deben a un exceso de
confianza y a una clara subestimación de lo que la Filosofía fue, es, y
puede ser. Tales «visiones científicas» del mundo que pretenden pasar por
visiones filosóficas suelen ser grandes ingenuidades disimuladas por el
barniz del lenguaje científico o técnico. Y si estas visiones se sostienen
algún tiempo en la cultura es puramente por estar bajo la influencia del
prestigio de los científicos que las esgrimen o de la ciencia misma, no
por el valor inherente de tales visiones. Los desaciertos prestigiosos
también tienden a pasar de boca en boca.
El hecho de ser científico - por profesión y por estilo de pensamiento -
no es suficiente para producir verdadera reflexión filosófica. Así como se
vería bastante ridículo que un filósofo genuino escribiese un libro de
Física sin haberse tomado el trabajo de estudiar atentamente los
principios y las leyes constitutivas de la Física, habría que considerar
los textos de aquellos científicos que sintieron la necesidad de dar a
conocer su visión filosófica del mundo, fuertemente asociada a su
metodología de trabajo pero pobremente relacionada con la Filosofía en sí.
Para cualquier aporte que un científico haya hecho o haga en el terreno de
la Filosofía está la condición previa de haber asumido el rol y la
perspectiva del filósofo antes que la del científico. Desde la visión
filosófica los interrogantes son diferentes a los que produce el
pensamiento científico y siempre son considerados más importantes que las
certezas. Si respetamos la verdadera historia de la reflexión humana, la
diferencia entre estas formas de pensar es sustancial. Por otra parte, las
visiones del mundo que hayan aportado los filósofos no son necesariamente
mejores; pero toda vez que hayan sido erradas, la propia Filosofía las
discute y las supera.
Lamentablemente, es una gran cosa que los sistemas educativos estén más
preocupados por desarrollar en los estudiantes la capacidad de pensar
científicamente. Ojalá superemos esta paradoja.
Patricio Jorge Vargas Gil
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