Acerca de percepción,
registro e inconsciencia
A orillas del Leteo
... Es opinión general que se está inconsciente cuando se recibe la
anestesia para una operación quirúrgica. Sin embargo, hay en la
bibliografía médica bastantes informes fidedignos de pacientes que,
anestesiados por completo, conservaron alto grado de percepción. Algunos
de los más antiguos, fechados en el decenio de 1960, conciernen a enfermos
intubados; es decir, a quienes se deslizó un tubo por la garganta, lo cual
motiva un reflejo de vómito. (Como he tenido el gusto discutible de ser
intubado durante la guerra sin el beneficio de la anestesia, doy fe de lo
desagradable de la experiencia, que persiste cierto tiempo.) El empleo de
fármacos para relajar los músculos permitió dominar los vómitos, de suerte
que ahora acostumbra usarse narcóticos muy débiles. También se recurre a
la anestesia débil en la operación cesárea y otras de poca monta. Algunos
pacientes informaron que estaban conscientes y que incluso sintieron dolor
o molestias durante la intervención; pero los médicos imaginaron al
principio que no habían recibido suficiente anestesia, cuya dosis práctica
varía mucho de una persona a otra.
Con todo, se efectuó un estudio cuando los informes continuaron afluyendo.
Reveló que el diecisiete por ciento de los pacientes conservaba ingrata
memoria de la experiencia, en la que sufrieron inclusive dolor, y que un
dos por ciento recordaba cosas tan precisas como las palabras del equipo
quirúrgico durante su "inconsciencia". Algunos se acordaban de su
paralización e incapacidad para respirar. Estaban aterrados. El estudio
agregó que varios guardaban considerable resentimiento a causa de aquel
resultado, mientras que otros no le daban importancia.
Dos notables experimentos, verificados en la República de Sudáfrica,
demostraron que no se trataba sólo de una dosis inadecuada de anestésicos.
B. W. Levinson, especialista en hipnosis de Johannesburgo, sometió a diez
pacientes anestesiados a una sugestión indicativa de crisis. En cierto
momento de la operación el anestesiólogo dijo: "¡Un momento! No me gusta
el color del enfermo. Está muy azul, sobre todo en los labios. Le
administraré un poco más de oxígeno." Un mes después, todos los pacientes
fueron hipnotizados y se les dijo que pensaran en el momento de la
operación. A continuación, se les preguntó si recordaban algo. Cuatro
repitieron casi al pie de la letra las frases pronunciadas, y otros cuatro
se llenaron de ansiedad y se despertaron del estado hipnótico. Dos no se
afectaron, sólo en apariencia, porque el examen de las ondas cerebrales,
registradas durante la intervención quirúrgica (en un caso), presentó
anomalías que se iniciaron en el instante de la sugestión y persistieron
durante varios minutos. Los voluntarios del experimento recibieron como
anestesia tiopentiona, óxido nitroso, oxígeno y éter para la extracción
dental.
Una transcripción típica reza:
P. ¿Quién habla?
R. El doctor H. Dice que tengo mal color.
P. ¿De veras?
R. Me dará un poco de oxígeno.
P. ¿Cuáles son sus palabras?
R. (Pausa.) Asegura que me pondré bien.
P. ¿Sí?
R. Noto que se inclina sobre mí.
Jacobus Mostert, un ayudante, escandalizado de la actitud indiferente de
Levinson, reveló más tarde que, en otro experimento similar, se emplearon
con resultado análogo las frases más alarmantes de "Tiene los pulmones
negros... Lo debe a vivir en la ciudad". Agrega que sólo palabras de este
género causaron la reminiscencia.
Y hay otra prueba fragmentaria.
La hipnosis se utiliza en ocasiones para que los cancerosos soporten el
dolor. En cierta ocasión, se les pidió que juntaran el pulgar y el índice
en señal de que percibían las instrucciones del hipnotizador. Se averiguó,
en ocho casos, que, aunque agonizaban y estaban inconscientes según el
criterio ordinario, aún podían unir los dedos cuando se les indicaba. Los
dos enfermos que no lo hicieron morían dos horas después.
Mostert, en un examen de la cuestión, concluye que los cirujanos deben ser
muy cautelosos en lo que dicen durante una operación. En vista de las
bromas de mal gusto que los cirujanos jóvenes gastan a veces,
probablemente como medio de descargar su tensión y quitar importancia a la
situación, el consejo está lleno de sensatez. Sin embargo, yo voy más
allá. Si los estímulos relativamente suaves de las frases - algunas de las
cuales no tienen significado malicioso o funesto - atraviesan las defensas
y se registran en la memoria, puede suponerse que los más poderosos del
dolor también lo hacen. No se ha intentado el experimento de pedir a un
enfermo hipnotizado que recuerde el dolor. (También sería interesante
colocar sustancias de gustos definidos en la lengua de las personas
anestesiadas para ver si se acuerdan de ellos.) Si así es, el cuerpo o,
mejor, la mente subconsciente, debe recordar las injurias (como se llaman
en el quirófano) de la cirugía, aunque no se reflejen en la consciencia.
Tal vez eso explique el largo tiempo que se tarda en recobrarse de las
operaciones graves y el efecto depresivo de las menores.
Si resulta posible adquirir información sin darse cuenta consciente, cabe
preguntarse qué adquiriremos durante el sueño e incluso durante la
vigilia. No se sigue que esta forma de adquisición opere sólo bajo
anestesia.
Una prueba irrefutable
El sabio vienes nos reveló, en su Psicopatología de la vida cotidiana,
que reprimimos las ideas y los recuerdos molestos. Nos olvidamos, muy
convenientemente, de una cita que no deseamos cumplir. Acallamos
resentimientos, y nos sorprende en ocasiones que broten en un instante de
franqueza. Lo verdadero en la existencia diaria también lo es en
situaciones extremas. Los soldados que sufren aterradoras experiencias
bélicas llegan a crear la "amnesia histérica". La noción resulta familiar.
Decimos a menudo: "Debí de hacerlo de forma inconsciente" o "no me di
cuenta de ello, pero noté que algo no marchaba bien".
En el fenómeno llamado "hipnosis de la carretera", el conductor de un auto
se encuentra en ocasiones en un lugar desconocido de la ciudad, sentado en
su vehículo y sin la menor idea de cómo llegó allí. Acaso recuerde que
salió de su trabajo y se puso al volante. Y nada más. Sin duda, estuvo
consciente (en algún sentido) de las luces de tráfico, de los otros
vehículos y del trazado y estado de la calzada, ya que, de lo contrario,
hubiera sufrido un accidente. Se trata de un caso extremo de lo que
solemos describir con la frase: "Pensaba en otra cosa." Es, con toda
certeza, imposible negar que somos, si se acepta la expresión, conscientes
sin darnos cuenta de ello conscientemente.
Asombra que no dispongamos de vocabulario convenido para distinguir las
dos condiciones. Por lo tanto, propongo hablar de percepción consciente e
inconsciente, usando la percepción en sentido más amplio. La consciencia
se aplicará sólo en respuesta a la pregunta de qué pienso por mí
mismo. Significará conocer y saber que conozco.
Se trata de una decisión arbitraria, que irritará a algunos filósofos,
pues casi todos los que escriben sobre esta cuestión aseveran rotundamente
que "consciencia" y "conocimiento" o "percepción" son la misma cosa. John
Locke dijo en el siglo XVII: "Es imposible percibir sin percibir que uno
percibe", si bien su coetáneo John Norris opinó: "Tenemos ideas de las que
no somos conscientes." Pocos le han seguido, porque la mayoría ha caminado
sobre las huellas lockianas. Algunos con quienes he hablado consideran que
consciencia tiene que utilizarse como término más amplio que la
percepción. Lo rechazo porque, en la práctica, cuesta menos aceptar la
expresión "darse cuenta inconscientemente" que la de "ser consciente sin
darse cuenta". Esta distinción afecta también a palabras como "saber" y
"percibir". ¿Percibimos algo si lo hacemos de manera inconsciente?
Los científicos -algunos de ellos- quizá se molesten, porque unos pocos
niegan aún que haya algo como la percepción subliminal. Me pregunto por
qué. Así Arturo Rosenblueth, distinguido neurofisiólogo mejicano y antiguo
colaborador del célebre Walter Cannon, declara de manera impresionante:
"Puesto que defino los "procesos mentales" como las experiencias
conscientes de que nos damos cuenta, el concepto de "procesos mentales
inconscientes" es, en mi criterio, una contradicción inaceptable."
Desde luego, si se prefiere presentar los procesos mentales de manera que
excluya lo inconsciente, la expresión "procesos mentales inconscientes" se
vuelve contradictoria y hay que buscar otro rótulo para ellos. Pero
definir términos no anula los hechos. Me intriga sobremanera que alguien
del calibre intelectual de Rosenblueth pueda convencerse de que ha
despachado el asunto con un subterfugio tan transparente.
La evidencia es irrefutable, y ha llegado el momento de que nos basemos en
ella.
Gordon R. Taylor, "The natural history of the mind"
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