La pereza
¿Quién no experimenta pereza? ¿Quién no se deja ganar por la holgazanería
e incluso la desidia? En todas las personas, en mayor o menor grado, hay
una resistencia al esfuerzo, a desarrollar energía, a seguir una
disciplina con constancia. Muchas veces nos invade la pereza y nos hace
negligentes o apáticos. No es fácil luchar contra ella, porque a veces nos
produce una especie de astenia o dejadez casi insuperable. No se la puede
considerar un obstáculo grave si sólo se presenta de vez en cuando o
estamos capacitados para superarla, pero cuando se intensifica y cronifica
sí puede convertirse en un impedimento o incluso en un oscurecimiento
mental. Además, nos impide desplegar la energía necesaria para reeducarnos
psíquicamente y seguir la senda de la realización. La pereza es todo lo
contrario que el esfuerzo o energía; se puede presentar también como
indolencia o incluso tedio. Intensificada o demasiado repetida no es desde
luego una buena aliada, pues nos impide seguir un entrenamiento de
cualquier orden que sea o realizar con asiduidad una actividad de
cualquier tipo. La pereza, muy desarrollada, puede resultar paralizante y
la persona siente una gran falta de energía y vitalidad, quedando inerme.
Hay diversos tipos de pereza y algunos inducen a la más completa
holgazanería. Hay una historia sobre ella, no exenta de humor.
Comprobando el abad del monasterio que uno de los novicios era
incorregiblemente holgazán, se dirigió a él y le dijo:
-Quedas expulsado del monasterio.
-¿Por qué?
-Por fidelidad.
Malhumorado, el novicio repuso:
-Es la primera vez que veo que se expulsa a alguien por fidelidad.
-Sí -repuso el abad-. Por la más completa fidelidad a la pereza, la
vagancia y la holgazanería.
La pereza puede cursar con abatimiento o languidez. A veces se produce por
división interior o ausencia de objetivos definidos y motivados o
indecisión crónica o conflictos internos o lucha desgarradora de
tendencias. Hay una pereza más sana y otra totalmente patológica, que a
menudo encubre otros trastornos psíquicos o desarreglos emocionales. La
pereza surge como un síntoma o signo de fragmentación interior, ausencia
de claridad y orientación, desarmonía, falta de interés o crisis anímica o
existencial. Pero no podemos en ningún caso infravalorar el esfuerzo
personal o la energía bien dirigida, lo que no quiere decir que debamos
exagerar en el esfuerzo o desarrollarlo compulsivamente. Es necesario
medir y equilibrar el esfuerzo y saber cómo y en qué dirección aplicar la
energía o fuerza vital, que es uno de los recursos más preciosos del ser
humano, e imprescindible para desarrollar cualquier actividad con
precisión y esmero y, por supuesto, para seguir la senda de armonía mental
y la madurez emocional. La energía nos procura vitalidad, constancia,
aplicación perseverante y un sentimiento de integración. Por ello todos
los antiguos sabios de Oriente han insistido siempre en la necesidad de
saber cuidar y cultivar la energía o fuerza vital y evitar diseminarla o
desaprovecharla con actitudes mentales negativas.
De hecho casi todos los errores básicos de la mente roban energía y
plenitud a la persona. Necesitamos de la energía y el esfuerzo consciente
para conocernos y realizarnos, para llevar a cabo la acción consciente y
diestra, para mejorar las relaciones afectivas con las otras criaturas,
para desarrollar nuestras actividades cotidianas y para perseverar en
cualquier disciplina. Necesitamos esfuerzo y no poca energía para ir
superando, precisamente, todos los errores básicos de la mente que tanta
desdicha nos causan a nosotros mismos y a los demás. Requerimos de la
energía para estar más atentos a lo que pensamos, decimos y hacemos; para
mantenernos más concentrados y lúcidos, para poder ser más receptivos en
el trato con los seres queridos y evitar dañarlos, para mantener una
actitud más inteligente en la vida cotidiana. La energía es el suministro
de la atención consciente, esa que nos conecta con la realidad momentánea
y nos abre al aquí-ahora, dándole mayor sentido y peso específico a cada
momento.
En el Anguttara Nikaya se nos dice: "No conozco nada tan poderoso como el
esfuerzo para evitar que nos invadan la pereza y la apatía, cuando aún no
se han insinuado en nosotros; o, si ya están en nosotros, para
desembarazarnos de ellas. Quien se esfuerza intensamente impide la
aparición de la apatía y la pereza, y si ya aparecieron, las destruye."
Por pereza, la conciencia se torna crepuscular y nos invade una especie de
hipnosis psíquica que promueve aún más los oscurecimientos o errores de la
mente. Necesitamos ejercitarnos sin desmayo, sin desfallecer, con
vitalidad renovada, para ir poco a poco logrando disolver los velos que
ofuscan la percepción y no permiten el conocimiento correcto. A menudo me
gusta inspirarme en las siguientes líneas del Dhammapada: "Quien no se
esfuerza cuando llega el momento de hacerlo; quien, aunque joven y fuerte,
es perezoso, aquel cuyos pensamientos son descuidados y ociosos, no ganará
la sabiduría que lleva dentro."
También la pereza nos puede llegar como reacción ante el fracaso o la
frustración, o como resultado del desaliento, pero hay que evitar
permitírsela en exceso, porque si no se va desarrollando hasta invadir
todo nuestro ánimo y dejarnos en verdad inermes.
Una práctica excelente para ir superando la pereza y sus parientes más
próximos (holgazanería, indolencia, dejadez y otros) es la práctica de la
meditación, precisamente porque casi siempre nos da pereza llevarla a cabo
y porque no resulta excitante ni divertida y, además, exige notable
esfuerzo. Es un buen modo de bruñirse en el esfuerzo consciente e ir
superando la pereza.
La motivación, el anhelo bien dirigido hacia un noble objetivo, la acción
consciente y llevar a cabo con vitalidad una actividad asidua van
previniendo contra la pereza y, por el contrario, desarrollando diligencia
y plenitud.
Ramiro Calle, Las zonas oscuras de tu mente
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