La
Realidad es una compleja red de interconexiones
La Realidad no es una colección de elementos aislados y separados, sino
una multidimensional, indivisible y compleja red de interconexiones. Lo
que se denomina un “objeto” o un “suceso” es simplemente un determinado
patrón dentro de una red inseparable de relaciones ilimitadas. Objetos y
sucesos son conceptos, creaciones del cerebro-mente, abstracciones
producidas como resultado de una parcial interpretación del mundo real. El
ser humano cuenta con una forma para almacenar, construir y comparar
conceptos, y está relacionada con el lenguaje. Los seres humanos no
piensan con palabras; las palabras simplemente acompañan el pensar. El
lenguaje ha evolucionado para tratar con el mundo macroscópico de objetos
y sucesos relativamente autónomos, pero ya no es adecuado para describir
las experiencias que trascienden el mundo sensorial cotidiano, como los
fenómenos observados en el nivel subatómico y en los estados no ordinarios
de conciencia.
Todo ser vivo está situado dentro de algún determinado entorno, ambiente o
contexto, que lo circunda, rodea y envuelve total y absolutamente,
intercambiando con él materia, energía e información [Moriello, 2005, p.
142]. La supervivencia de aquel depende de su capacidad de acoplarse
estructural y dinámicamente con éste, en una relación que no es lineal
sino dialógica y circular. Tal es así que no se puede separar el pez del
agua sin matarlo, ya que ambos forman un sistema, una unidad indisoluble,.
Pero el ser vivo no puede saber cómo es su entorno. Toda la información
que proviene del exterior y alcanza el sistema nervioso del ser vivo, lo
hace a través de sus sistemas sensoriales. De allí, que la información
recolectada es inexacta (pues los sistemas sensoriales son imperfectos) y
es incompleta (pues los sistemas sensoriales no pueden capturar todas las
radiaciones procedentes del entorno). El ser vivo sólo puede “procesar” lo
que afecta a sus sentidos (ya sea directa o indirectamente) [Fritz, 2006].
La “realidad”
La Realidad no es una colección de elementos fundamentales aislados y
separados, sino que se parece más bien a una multidimensional, indivisible
y compleja red de interconexiones entre las diversas partes de un Todo
unificado [Capra y Steindl-Rast, 1993, p. 214] [Capra, 1994, p. 24]. Lo
que se denomina un “objeto” o un “suceso” es simplemente una configuración
particular, una pauta dinámica, un determinado patrón dentro de una red
inseparable de relaciones ilimitadas. Son creaciones del cerebro-mente,
una abstracción producida como resultado de una parcial interpretación del
mundo real; algo relativo, limitado e ilusorio, limitado por la
experiencia ordinaria del mundo físico [Capra y Steindl-Rast, 1993, p.
121] [Capra, 2005, p. 178, 224 y 246].
Cualquier “objeto” o “suceso” surge recortándolo del resto. Pero tal
recorte sólo existe en el cerebro-mente del ser vivo, que selecciona la
“realidad” percibida para adecuarla a sus propias creencias y
condicionamientos [Bateson, 1998, p. 7]. De allí que cada criatura sólo
puede conocer una ínfima porción de la Realidad, la cual es –en cierto
sentido– “producida” por su cerebro-mente [Grinberg, 2002, p. 16]. La
Realidad última, el Todo, no puede ser conocida, medida, aprehendida, ni
–mucho menos– expresada en palabras por la mente racional y científica;
sólo puede serlo –en parte y según los místicos– a través de la intuición
[Bertalanffy, 1971, p. 190]
Los conceptos
Los “conceptos” se generan y existen sólo en el cerebro-mente del ser vivo
y son los elementos básicos a partir de los cuales va a construir todo su
edificio cognitivo [Fritz, 2006] [Fritz, García Martínez y Marsiglio,
1990, p. 125]. A partir de ellos, por encadenamientos e interrelaciones
sucesivas (y de manera progresiva a lo largo del tiempo), el ser vivo va
formando una estructura interrelacionada e interdependiente (una especie
de red conceptual cognitiva), que utiliza para elegir acciones y predecir
situaciones. Es así que, prácticamente, ningún concepto puede tener
sentido por sí mismo si no es en relación con otros conceptos ya conocidos
(en general, muchos) [Minsky, 1986, p. 66].
Los conceptos más básicos, más concretos, emergen del reconocimiento de
patrones espaciotemporales, a partir de coordinar las percepciones con las
acciones del ser vivo. En otras palabras, surgen de la propia experiencia
(“symbol grounding”) y es por esa razón que son comunes a muchas culturas.
Por un proceso progresivo de abstracción, el ser vivo es capaz de
construir conceptos más y más abstractos. Por ejemplo, el concepto “árbol”
está conectado al concepto más abstracto –más general– “vegetal”; es
decir, un árbol es un caso particular de vegetal. De forma similar, el
concepto abstracto “animal” está conectado con el más concreto –más
específico– “mamífero” y éste al más concreto –más específico– “ratón”.
La relación entre la “cosa” y el concepto
No se entiende fácilmente la relación entre las cosas (los “objetos”) del
entorno y los conceptos que el ser vivo utiliza para representarlos. Para
aclarar este proceso, se debe observar el cerebro-mente humano. Se dice,
por ejemplo, que sobre la mesa hay una manzana. Pero, ¿es realmente así?
¿O se confunde la “cosa” en sí (el objeto sobre la mesa) con el “concepto”
(la representación) del objeto?
La “cosa misma”( Concepto acuñado por el filósofo alemán Immanuel Kant,1724-1804),
aquella que se puede “ver” en alguna parte allí afuera, emana señales
(radiaciones electromagnéticas) en todas las direcciones. Algunas de estas
radiaciones llegan al ojo humano que convierte parte de esta radiación (la
“luz visible”) en impulsos nerviosos y los procesa [Fritz, 2006]. A esta
altura, la señal se transformó en “información”. Ahora el ojo envía todos
los impulsos nerviosos al cerebro-mente, que es el responsable de la
información sensorial.
Este sistema combina los diferentes impulsos nerviosos que le brindan
información sobre color, forma y otros aspectos para formar un “modelo
mental” coherente. Es aquí donde –por primera vez– el cerebro-mente le da,
a todo ese conjunto de información, una designación, una etiqueta. Esta
designación es lo que se denomina “concepto” y que consiste en un patrón
de neuronas (excitadas y en reposo) –en el cerebro-mente de un animal– o
en un número –en el cerebro-mente de un robot– [Fritz, 2006].
Los modelos mentales
Como se dijo, los seres vivos no tienen un contacto con la Realidad, sino
que se relacionan con ella a través de los denominados “modelos mentales”.
Se trata de representaciones internas que les permiten describir,
interpretar y almacenar parte de su experiencia del mundo. Es decir, a
partir de la percepción de su entorno –mediante sus sistemas sensoriales–
el ser vivo puede “interiorizar” la realidad externa construyendo
representaciones mentales propias.
En el caso del ser humano, los modelos mentales han sido profundamente
arraigados, “precableados”, a lo largo de la evolución y son hipótesis,
supuestos y creencias internas, tácitas y subconscientes (por eso
raramente son sometidos a verificación y examen). Modelan y afectan los
actos, las percepciones, los sentimientos y las emociones de la persona; y
son modelados y afectados –a su vez– por la cultura, los valores
(personales y sociales), las experiencias, el aprendizaje y los estados
fisiológicos, anímicos y emocionales. Así, dos personas (o la misma
persona en diferentes contextos o en distintas etapas de su vida) pueden
presenciar el mismo hecho y describirlo de manera diferente, porque tienen
modelos mentales distintos y, en consecuencia, prestan atención a aspectos
y detalles diferentes [Moriello, 2005, p. 44/5].
El concepto no es la “cosa”
O, lo que es equivalente, en palabras del científico polaco Alfred
Korzybski, “un mapa no es el territorio que representa”. El concepto (la
etiqueta) de esta construcción acumulativa de información, es lo que el
ser vivo utiliza durante el proceso de pensar en, por ejemplo, una
“manzana”. Este proceso consiste, en realidad, de una cierta distribución
de impulsos nerviosos dentro del cerebro-mente biológico de un animal y de
un número (esencialmente binario) dentro del cerebro-mente inorgánico de
un robot.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que “¡el concepto de una manzana no
es lo que está allí sobre la mesa!”. El concepto es, en realidad, una
organización material, un agrupamiento de información dentro del
cerebro-mente del ser vivo. La información de que una manzana es
comestible y tiene semillas, no es lo que está sobre la mesa; existe
solamente en el cerebro-mente del ser vivo.
Sin embargo, no hay dudas que hay “alguna cosa” allí sobre la mesa. Esta
“alguna cosa” es la “cosa en sí”, la que ha producido lo que se llama
“ondas electromagnéticas” y que determinan parte de un concepto. Lo que se
“ve”, es esa parte del concepto, es el resultado de la parte visible de
esas ondas electromagnéticas.
No es que se ve una “manzana”. Una “manzana” es mucho más que solamente el
efecto que ejerce cierto tipo de ondas electromagnéticas visibles sobre el
sistema sensorial de un animal. Cuando un ser humano “piensa en una
manzana”, lo que realmente hace es pensar (utilizar) el concepto “manzana”
(una organización de datos), algo que únicamente existe en su
cerebro-mente. Los seres vivos, hay que recalcar, no “piensan” con la
“cosa misma” (el objeto físico) que se encuentra dentro de su entorno [Fritz,
2006].
Comunicación de los conceptos
Para simplificar la comunicación, el cerebro-mente humano adjudica una
secuencia única de letras (m-a-n-z-a-n-a) a cada concepto nuevo. Esta
secuencia de letras es la que determina cómo se transmite este concepto
cuando se utilizan los medios de comunicación escritos. También se
almacena una secuencia sonora que se utiliza cuando se quiere hablar sobre
el concepto. Pero es necesario recordar que, estas dos formas de
comunicación, son sólo una parte del concepto. Es decir, las letras y el
sonido “no son el concepto en sí” [Fritz, 2006].
Para comunicarse es importante definir muy bien las palabras que se van a
utilizar. La experiencia diaria muestra que las interpretaciones levemente
distintas de las palabras –no pocas veces– confunden y dificultan el
entendimiento mutuo. Es que, dentro de un proceso comunicacional, el
contenido semántico de una palabra depende del relativo consenso que una
comunidad le otorga.
Dado el carácter arbitrario del lenguaje, sólo es posible la comunicación
si los agentes, tanto emisores como receptores, dan sentido al entorno de
la misma manera y expresan ese sentido con las mismas palabras [Boyle,
1977, p. 51]. Al utilizar palabras vagas, difusas, se genera una
ineficiente transmisión de información: apenas se produce una comunicación
muy parcial de los conceptos.
Crecimiento de un concepto
El ser vivo codifica su experiencia del mundo por medio de categorías que
le sirven para organizar las ideas, agrupándolas de diversas maneras. Así,
cada vez que tiene una experiencia en donde percibe algo nuevo acerca de
su entorno, su cerebro-mente crea un nuevo concepto o expande el
correspondiente concepto ya existente.
Por ejemplo, cuando inicialmente un niño percibe un objeto, lo convierte
en el primer miembro de una categoría, el “prototipo” o “estereotipo”; el
ejemplo representativo de la nueva clase. Luego, a medida que va
percibiendo otros objetos similares, de forma inconsciente lo va
comparando con aquel prototipo y va definiendo y completando el concepto
por iteración, por aproximaciones sucesivas. Así, si el infante está
acostumbrado a ver gatos, la primera vez que vea a una pantera, pensará
que es un gato, pero seguramente los padres le marcarán el error, con lo
cual generará otra categoría de felinos. A medida que el niño madura,
refinará gradualmente su categorización de forma tal que coincida con la
del tutor [Moriello, 2005, p. 35].
Los conceptos básicos son tan simples como sea posible, pero pueden
combinarse conforme a determinadas reglas para formar configuraciones tan
complejas como sea necesario. Al encadenarse unos con otros, los conceptos
se hacen interdependientes, potenciándose en esa interrelación. Así, el
significado y valor de cada uno de ellos surge de las interacciones con
los demás.
A medida que se agregan más conceptos a la red conceptual (al
interaccionar con el entorno), se van enfocando, precisando y explicitando
de mejor manera mediante la consistencia y coherencia propia y global de
dicha red [Capra, 1994, p. 68] [Fritz, García Martínez y Marsiglio, 1990,
p. 125]. La mente de un ser vivo se ve, entonces, como una red finita y
dinámica de conceptos interconectados e interrelacionados, una totalidad
organizada, que modifica su topología a medida que se van incorporando
progresivamente nuevos conceptos. (Por supuesto, el nuevo concepto
aprendido debe acoplarse e integrarse satisfactoriamente con la red de
conceptos previamente existente).
Pensar con conceptos
El ser humano cuenta con una forma para almacenar, construir y comparar
conceptos, y está relacionada con el lenguaje. Una vez que se tiene el
concepto, se lo puede expresar lingüísticamente; por eso, muchas veces
“indecible” es casi sinónimo de “impensable”. Sin embargo, no todos los
conceptos pueden expresarse con palabras. En efecto, el hombre puede
experimentar una multitud de estados mentales sin necesidad de recurrir al
lenguaje [Casacuberta, 2001, p. 210].
Para el psicolingüista estadounidense Steven Pinker, el cerebro-mente
humano utiliza –como mínimo– cuatro formatos principales de
representación. Uno es la imagen visual, que se asemeja a un cuadro
bidimensional. Otro es una representación fonológica, una cadena de
sílabas con las que se planifica los movimientos a realizar con la boca,
imaginando el sonido que tienen las sílabas.
Un tercer formato es la representación gramatical: oraciones formadas por
palabras y construidas en un idioma determinado (habitualmente el materno,
pero para los políglotas puede ser cualquiera). El cuarto formato es el “mentalés”,
una especie de “lenguaje” interno y abstracto en que se expresa el
conocimiento conceptual humano. Es el medio en que se capta o reproduce
fielmente el contenido o lo esencial de una situación [Pinker, 2001, p.
126/7].
Pensamiento y palabras
Los seres humanos no piensan con palabras; las palabras simplemente
acompañan el pensar. Se recuerdan únicamente las palabras que acompañan
los pensamientos, no los pensamientos mismos. Estas palabras pueden ser
conductos, guías, para indicar por dónde “transitaron” los pensamientos, y
pueden ser utilizadas para guiar futuros pensamientos [Fritz, 2006]. En
efecto, para pensar, el ser humano utiliza “conceptos” y no “palabras”.
Para ello, se puede hacer uso de una situación hipotética: a veces, cuando
uno trata de transmitir algo, encuentra cierta dificultad para hacerlo.
Es una situación donde, a pesar de tener claro el concepto en el
cerebro-mente, momentánea-mente falta la palabra correspondiente para
transmitir ese concepto. Es el típico caso de “tenerlo en la punta de la
lengua”. Se podría decir que, si se piensa con palabras, se debería tener
presente las palabras que se necesitan para establecer una comunicación; o
sea, no debería ser necesario “buscarlas” [Fritz, 2006].
Asimismo, al usar palabras para describir una determinada experiencia se
restringe la flexibilidad del pensamiento. La propia experiencia del mundo
está determinada por los términos en que el ser vivo se refiere a ella, en
el lenguaje de la comunidad en la cual se ha criado. Un código lingüístico
restringido ofrece dificultades para expresar matices diferenciales finos,
lo cual le dificulta al ser vivo la resolución de problemas que exigen
alto grado de abstracción [Boyle, 1977, p. 56 y 64].
Por ejemplo, el lenguaje corriente ha evolucionado para tratar con el
mundo macroscópico de objetos y sucesos relativamente autónomos y no es
adecuado para describir las experiencias que trascienden el mundo
sensorial cotidiano, como los fenómenos observados en el nivel subatómico
y en los estados no ordinarios de conciencia [Capra, 2005, p. 76 y 409] [Briggs
y Peat, 1989, p. 145].
Sergio Alejandro Moriello es Ingeniero en Electrónica (1989), Postgraduado
en Periodismo Científico (1996) y en Administración Empresarial (1997) y
Magister en Ingeniería en Sistemas de Información (2006). Es autor de los
libros Inteligencias Sintéticas e Inteligencia Natural y Sintética.
Walter Fritz estudió ingeniería mecánica en Spokane (Washington, EEUU.) y
vive en la Argentina desde 1951. Fue profesor en el laboratorio de
inteligencia artificial del Instituto Tecnológico Buenos Aires. Dió más de
30 conferencias en temas relacionados con inteligencia artificial y
publicó dos ponencias científicas. Es co-autor del libro Sistemas
Inteligentes Artificiales (1990) y autor del libro electrónico Sistemas
Inteligentes y sus Sociedades.
Ambos autores son miembros del GESI (Grupo de Estudio de Sistemas
Integrados), rama argentina de la ISSS (International Society for the
System Sciences). GESI e ISSS, junto a IFSR (International Federation for
Systems Research), auspician en agosto próximo en Argentina un Seminario
Internacional sobre Sistémica Interdisciplinar con motivo de la 1ra.
Reunión Regional de ALAS (Buenos Aires, YMCA, Agosto 7-8-9).
Bibliografía
1. Bateson, Gregory (1998): Pasos hacia una ecología de la mente. Buenos
Aires, Editorial Lohlé-Lumen.
2. Bertalanffy, Ludwing von (1971): Robots, hombres y mentes. Madrid,
Ediciones Guadarrama.
3. Briggs, John y Peat, David (1989): A través del maravilloso espejo del
universo. Barcelona, Editorial Gedisa.
4. Boyle, D. (1977): Lenguaje y pensamiento en el desarrollo humano.
Buenos Aires, Editorial Troquel.
5. Capra, Fritjof (2005): El Tao de la Física. Málaga, Editorial Sirio, 7°
edición.
6. Capra, Fritjof (1994): Sabiduría Insólita. Conversaciones con
personajes notables. Barcelona, Editorial Cairos, 2° edición.
7. Capra, Fritjof y Steindl-Rast, David (1993): Pertenecer al universo.
Buenos Aires, Editorial Planeta.
8. Casacuberta, David (2001): La mente humana. Barcelona, Editorial
Océano.
9. Fritz, Walter (2006): Sistemas Inteligentes y sus Sociedades. Última
actualización: 7 de marzo.
10. Fritz, Walter; García Martínez, Ramón y Marsiglio, A. (1990): Sistemas
Inteligentes Artificiales. Buenos Aires.
11. Grinberg, Miguel (2002): Edgar Morin y el pensamiento complejo.
Madrid, Editorial Campo de Ideas.
12. Minsky, Marvin (1986): La Sociedad de la Mente. Buenos Aires,
Ediciones Galápago.
13. Moriello, Sergio (2005): Inteligencia Natural y Sintética. Buenos
Aires, Editorial Nueva Librería.
14. Pinker, Steven (2001): Cómo funciona la mente. Barcelona, Ediciones
Destino.
http://www.tendencias21.net/La-Realidad-es-una-compleja-red-deinterconexiones_a1030.html
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