Realismos
Muchos creen - y adoctrinan - que ser
realistas consiste en ver y aceptar las cosas como son. Se burlan de
quienes se resisten ante la cruda existencia de lo peor de la especie y,
lo que es peor, insisten en que hay que asumir cierta perversión en la
naturaleza humana. Quienes se resisten a la mediocridad o a lo peor de
nosotros son tildados de ingenuos, simples, inmaduros, o peores cosas aún.
Los realistas de los que hablamos creen estar en la cima del intelecto por
aceptar sólo lo que ya está dado en la existencia, y de la manera que está
dado. A eso le llaman realismo. Ostentan la máscara social del analista
imparcial o técnico (la inmutabilidad total es su ideal de imagen)
mientras comentan incluso las atrocidades más grandes de la "realidad" sin
un sólo gesto humano.
Se preocupan por señalar y adoctrinar a los "ingenuos e idealistas" sobre
sus consideraciones acerca de lo real y lo posible, se creen en la
necesidad de "bajar a tierra" o burlarse de los que desean algo mejor a
"lo que ya tenemos" y, por otro lado, aceptan o son claramente
indiferentes a cuanta basura ética o tecnológica se produzca. Así parece
haber ocurrido por generaciones. Seres condescendientes con "las artes de
lo posible" pero que se sienten impulsados a impedir la existencia de los
ideales.
Si reconocemos que el ser humano interviene en la naturaleza y está
inmerso en un proceso de evolución biotecnológica y cultural -
continuamente estamos cambiando la naturaleza de las cosas - ¿Por qué
razón habríamos de aceptar una normalidad mediocre o dañina?
Las cuestiones humanas, si somos coherentes, son demasiado importantes
como para dejárselas a los defensores de esta clase de realismo. Los
grandes avances en cuestiones humanas se los debemos a todos esos "tontos
e ingenuos" que con sus obras y enseñanzas rechazaron el "realismo" de su
época. Gracias a ellos tenemos civilización. No a las conversaciones entre
"realistas".
Patricio Vargas Gil
patriciovargas@mentat.com.ar
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