Artículo extraído de Solohijos.com
La
resilencia o la capacidad de ser fuerte
El miedo al futuro
En estos últimos años hay ciertas preocupaciones que los padres me
manifiestan de modo habitual en las conversaciones sobre sus hijos: "Le
veo muy vulnerable, tiene poca personalidad" "¿Le estamos protegiendo
demasiado?" "¿Sabrá hacer frente a las adversidades a medida que crezca?"
"¿Es conveniente que vea de todo para coger experiencia?"
La resilencia es la capacidad que tiene una persona para poder seguir
proyectándose en el futuro a pesar de las adversidades. Dicho de otro modo
más sencillo: la facultad de conseguir los objetivos que uno se propone a
pesar de las dificultades. Si a los adultos ya nos cuesta poderlo
conseguir, ¿cómo no les va a costar a nuestros jóvenes de hoy en día?
Esta es una preocupación que tienen tanto los padres como educadores:
¿cómo conseguir hacer fuertes a los hijos?
No debemos esperar a que se presenten fatalidades para educar en ello. Hay
que saber verlas venir y sobre todo irles formando en esta aptitud
continuamente, aprovechando las muchas menudencias -aparentemente sin
importancia- que se presentan cada día. Si en lo más pequeño les enseñamos
a ser fuertes, cuando vengan los reveses sabrán cómo actuar.
La ley del más fuerte: el caso del ketchup
Luís cursa 2º de ESO. Como otros chicos de su edad, tiene sus propias
debilidades. Hay una ante la cual no puede resistirse: el ketchup. Cuando
come siente la necesidad de acompañarlo todo con la salsa de tomate. No
solamente si le dan de comer hamburguesa o patatas fritas, sino que
también con el pan, la ensalada, la verdura, etc.
Su madre, muy consciente de ello, me explicaba recientemente en una
conversación: "¡Se acabó! ¡Nada de ketchup! Pero no lo guardo, sino que,
sabiendo que lo tiene prohibido, se lo pongo delante, mientras está
comiendo y ¡que aguante!"
La verdad es que Luís lo soporta estoicamente y su madre, con gracia, se
lo propone como un reto personal. Luís ha aprendido que a veces él mismo
se crea necesidades de las que puede prescindir. Su madre sabe que el
problema no está en el ketchup, pero se aprovecha de él para fortalecer a
su hijo. Eso sí, el día que se puede probar el ketchup, para Luís es
fiesta mayor.
Aprender a decir que no en aquello que no es malo ni perjudicial ayuda a
fortalecer el buen hábito, a la vez que se disfruta mucho más cuando se
posee.
Ser fuerte ante lo destructivo
Una característica de la resiliencia es la de ser fuerte ante aquello que
destruye. Es decir, llevar una vida sana ante un ambiente poco favorable.
Educar entre algodones pocas veces acaba siendo provechoso. Por otra parte
la permisividad acaba siendo tan perjudicial o incluso peor.
Este es un dilema que se plantean muchos padres: ¿Cuál debe ser el término
medio? La mayoría de las veces, los adultos estamos muy por detrás de los
jóvenes, y vamos con el lirio en la mano. "No, mi hijo nunca ha probado un
porro", "Lo del sexo ni le preocupa, aún ha de madurar", "Ni se le ocurre
copiar en un examen, siempre lo estudia todo", etc. No nos engañemos,
cuando nosotros vamos, ellos muchas veces ya están de vuelta.
Para conocer no es necesario experimentar. Sin embargo, sí hay que
informar y orientar convenientemente. Asentar unas buenas bases y encauzar
de modo conveniente los pasos de los hijos debe ser la prioridad de todo
padre. No hay que huir de sus preguntas, debemos contestar siempre del
modo adecuado a la edad y madurez.
Muchas veces no habrá que esperar a que ellos tomen la iniciativa, sino
adelantarse. Tampoco hay que llegar hasta tener la sospecha de que algo
pueda estar pasando. Si los padres no resuelven las cuestiones y
preocupaciones de sus hijos, acabarán buscando las respuestas por otros
cauces que probablemente no serán los que ofrezcan mayores garantías.
No hay nada peor para un adolescente que encontrarse con unos padres que
pretenden darle dosis de "moralina" para intentar formarle. Debemos
aprender a comunicarnos con nuestros hijos. Si antes no existe un clima de
confianza, si no mostramos preocupación por sus cosas, si no nos
interesamos por aquello que les gusta y les interesa a ellos, difícilmente
nos escucharán cuando queramos ayudarles. Y aún así, no siempre resulta
fácil, ya que una de las características del adolescente es la búsqueda de
su propia identidad a través de la guarda de su intimidad.
Por ello hay que ganarse la confianza. Ir a verles jugar si forman parte
de un equipo de deporte, valorar sus trabajos, reírse de sus chistes,
mostrar preocupación ante aquello que les inquieta, participar de alguna
de sus aficiones, etc. nos ayudarán a crear una sintonía que es necesaria
para que luego nos escuchen cuando sea preciso.
Ante los problemas, buscar soluciones
Por lo general, los jóvenes buscan la vía más fácil y cómoda para resolver
sus problemas. Muchas veces la opción que adoptan es la de cerrarse y
desentenderse. Si suspenden, el profesor es injusto; si son impuntuales,
no se puede llegar antes; si la ropa está desordenada, no ha habido tiempo
para dejarla bien. Para evitar discusiones los adultos acabamos
resolviéndoles los asuntos.
Hay que enseñarles a solucionar las dificultades que se van encontrando.
No debemos dar por hecho que no quieren hacer las cosas. Muchas veces lo
que ocurre es que no saben cómo hacerlas. Es importante que les afrontemos
ante el problema, buscar vías de resolución y animarles a que las saquen
adelante. A partir de entonces, seguir insistiendo en ello y ver cómo
están logrando los objetivos propuestos.
La inestabilidad es frecuente en los adolescentes. Cuando parece que un
objetivo ya está conseguido, en el momento más inesperado vuelve a
aparecer de nuevo. Cuando se logran unas metas, aparecen nuevas
dificultades. Éste es el arte de la educación. No hay que desesperarse ni
caer en el desánimo. Debemos armarnos de paciencia y seguir exhortando en
aquello que nos hemos propuesto. No hay que tirar la toalla. Aunque
quieren ir solos, nos necesitan como nunca.
Ante los problemas, buscar soluciones
¿Qué podemos hacer en el día a día para fortalecer la resilencia en
nuestros hijos adolescentes?
Ayúdale a conocer sus puntos débiles y ofrecer modelos de actuación. Por
ejemplo, tu hijo es impulsivo y cuando fracasa en algo, desplaza la culpa
hacia los demás, enfadándose con ellos en lugar de hacerlo consigo mismo.
Intenta reflexionar con él y hacerle ver que éste es un punto débil.
Entonces, y a través de las experiencias que te ofrece el día a día,
buscar entre ambos pautas de actuación para controlar este impulso:
reflexionar ante un fracaso para averiguar realmente hasta qué punto es
por su culpa, aislarse en su cuarto antes de estallar con algún miembro de
la familia, escribir en un diario sus sentimientos ante un problema o
frustración, etc.
Potencia su autoestima, evita criticar todo lo que hace mal, valorando
aquello que consigue alcanzar y potenciando aquellas cualidades en las que
destaque.
Proponle metas concretas y a corto plazo. No le digas "Tienes que
estudiar". Es mejor proponer un tiempo determinado de estudio y un plan de
trabajo semanal. Evitar comentarios tipo "Hay que ser más ordenado". Es
preferible incidir en aspectos concretos: "Recoge la toalla al acabar de
ducharte", "No dejes la ropa tirada en el suelo de tu cuarto", etc.
En la medida de lo posible, no resuelvas sus problemas, deja que sean
ellos quienes den el primer paso. Por ejemplo, si tu hijo no tiene
suficiente con el dinero que le das cada mes, no le incrementes la paga
para que vaya más holgado y no pase tantas estrecheces. Permite que
aprenda a administrarse mejor y/o a prescindir de algunos gastos que no
puede permitirse.
Enséñales a pedir ayuda cuando lo necesiten. Hay que establecer un clima
de confianza y buscar cauces de comunicación entre la familia y los hijos.
Adiéstrales en reflexionar antes de actuar. Cuando se equivocan, deben
asumir la responsabilidad del mal causado y reparar el daño si es
conveniente. Por ejemplo, si jugando al fútbol rompen el cristal de la
ventana del vecino, que sean ellos quienes vayan a pedir disculpas y se
hagan cargo de la reparación que suponga.
Ante los problemas, buscar soluciones
Déjales participar en decisiones familiares y facilitar que sean ellos los
que propongan maneras de solucionar aspectos cotidianos. Por ejemplo, en
el tema del manejo de Internet, podéis establecer juntos las reglas de
uso: pedir permiso para acceder a Internet, horarios, antes de comprar
cualquier objeto comentarlo con los padres, limitar los chats, filtros
etc.
Enséñale a amaestrar los afectos y emociones, ayudándole a controlarse
ante situaciones que requieran mayor serenidad y capacidad de juicio. Por
ejemplo, tu hijo llega a casa después de un partido de fútbol y está
enfadado porque el árbitro ha sido injusto. Hay que hacerle ver que esta
situación no debe repercutir en su carácter y el modo de tratar a la
familia a lo largo de todo el día.
Disciplinarles en la competitividad sin caer en la deslealtad o la
desconsideración hacia los demás.
Tu hijo o hija se está convirtiendo en un adulto. ¿Por qué no fomentarle
la idea de hacer voluntariado? No hay nada para fortalecer nuestra
capacidad de superación como descubrir "en primera fila" las necesidades
de los demás, las desgracias de otras personas menos afortunadas que
nosotros. En esos momentos, nuestros hijos se involucran en un proyecto
que les obliga a dar lo mejor de sí mismos a pesar de las adversidades.
Piénsalo. Tu hijo ya no es aquel bebé indefenso y vulnerable. Ahora es un
adolescente capaz, lleno de grandes y pequeños talentos que necesitan
proyectarse en el exterior para crecer y conseguir las metas propuestas.
Autor/a: Óscar A. Matías, coordinador de Secundaria, orientador de
familias y jóvenes en edad escolar
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