¿Qué es Real? Lo subjetivo y lo objetivo  

Una aproximación reflexiva hacia la experiencia mística

 

El criterio popular presupone la existencia del hecho objetivo y sólido como generador de la dudosa experiencia subjetiva, cuando el proceso es el inverso y las cualidades las opuestas. La experiencia subjetiva (veo un árbol) nos provoca la creación de una hipótesis (ahí hay un árbol). La experiencia subjetiva es real, no hay duda de ella. En cambio la hipótesis objetiva es fruto de una combinación de imaginación y percepción, susceptible de error, y siempre sujeta a revisión. La existencia de la percepción es una certeza. La existencia del hecho percibido es una hipótesis.

Como caso particular de lo anterior, la existencia del yo es un hecho subjetivo cierto, del que no hay duda. Sin embargo su conceptualización como algo externo o mediante su relación con el resto de objetos del Universo produce una descripción del yo que por objetiva es susceptible de error. Es decir, cuando uno se observa a sí mismo, no cuando uno establece y pone prueba hipótesis objetivas acerca de la naturaleza de uno mismo como si se tratara de un objeto externo, sino, simplemente, cuando uno se observa a sí mismo, obtiene una certeza de su observación.

Pero la certeza subjetiva apenas puede explicarse con palabras. No hace referencia a la naturaleza de conceptos, o a su relación entre sí. Lo que obtenemos mediante la experiencia subjetiva es una certeza existencial, en la que se demuestra tautológicamente la existencia de la subjetividad. La subjetividad demuestra la existencia de "yo", pero el "yo" que la experiencia sensible demuestra está desprovisto de todos los atributos salvo su propia capacidad sensible.

Sin quitar importancia al método científico basado en la creación y puesta a prueba de hipótesis objetivas, probablemente indispensables para la supervivencia del yo, en este texto se destaca la consciencia de la existencia de la propia experiencia subjetiva en sí misma. Esta reflexión permite reconocer lo que comúnmente se llaman "hechos objetivos" como meras hipótesis.

Lo subjetivo es real, y lo objetivo imaginario
Es curiosa la popular asociación entre objetivo con real y subjetivo con imaginario. Se habla de "hechos objetivos" y de "experiencias subjetivas". Parece como si los hechos, objetivos, fueran reales, sólidos, probados; y en cambio las experiencias, subjetivas, sujetas a duda, cuando no imaginarias o distorsionadas.

El criterio popular, de igual forma, parte de la existencia del hecho objetivo como generador de la experiencia subjetiva. Por ejemplo: ahí hay un árbol (hecho objetivo) y por eso, yo, que miro en esa dirección, veo un árbol (experiencia subjetiva).

Parece lógico. Si veo un árbol, será porque existe un árbol que ver. El árbol existe, es sólido, objetivo, y en cambio mi humilde percepción es defectuosa, subjetiva, sujeta a duda.

Las cualidades de los términos Objetivo y Subjetivo son contrarias a lo que la gente cree.

En mi opinión, el proceso es el inverso y las cualidades las opuestas: la experiencia subjetiva (veo un árbol) nos provoca la creación de una hipótesis: (ahí hay un árbol).

El hecho subjetivo no necesita de prueba. El hecho subjetivo es parte del propio "yo". En realidad, el hecho subjetivo es el propio yo, es la propia subjetividad. La propia existencia solipsista no requiere de demostración.

El hecho objetivo, por el contrario, es realmente difícil de probar o demostrar completamente, sin ningún tipo de dudas. De hecho es realmente difícil llegar a acuerdos completos sobre cosa alguna. Aunque sí llegamos a aproximaciones de consensos sumamente útiles. Sin llegar a la verdad, tenemos certezas o explicaciones más posibles, que son el fundamento del conocimiento científico.

Resumiendo, no tiene sentido poner en duda que yo veo un árbol, aunque sí hay ciertas dudas acerca de si ahí hay un árbol. Expresado de otra forma: Yo veo un árbol, vete a saber si ahí hay un árbol, yo sólo se que veo un árbol.

¿Por qué el criterio popular asocia objetivo con real y subjetivo con imaginario? El origen de esta confusión de términos lo podemos encontrar en la naturaleza social del hombre y en la aplicación de la inteligencia como herramienta de supervivencia.

Según el criterio popular, hablar de "hechos objetivos" no es hablar de "hechos ciertos", sino hablar de "hechos reconocidos por todos". Más correctamente, habría que hablar de "hechos reconocidos por casi todos", ya que es muy difícil encontrar una sola cosa en la que todo el mundo esté de acuerdo. El hecho de que exista una "realidad" (objetiva) externa, reconocida por casi todos, es fundamental para la propia supervivencia, independientemente de hasta que punto dicha interpretación de la "realidad" externa sea realmente verdadera.

Cuanto más intensos a la vez que limitados vínculos sociales tengamos, tanto más fácil es atribuir certeza a hipótesis falsas acerca del mundo en el que vivimos. Por otra parte, tanto una breve desconexión social, como el contacto con personas de culturas muy diferentes a la propia, nos abre los ojos a errores en nuestra interpretación del mundo. Existen miles de ejemplos de esto, y casi todos empiezan por "todo el mundo": "todo el mundo elige con quien casarse"; "todo el mundo tiene al menos tanto dinero para ocio"...

¿Por qué el criterio popular no asocia subjetivo con Real? Porque sistemáticamente se ignora la existencia del hecho subjetivo, al menos el de los demás y frecuentemente, el propio. Cuando se pone en duda el supuesto hecho subjetivo, implícitamente se está poniendo en duda, no el hecho subjetivo, sino el presunto hecho objetivo que ese hecho subjetivo presupone. Y frecuentemente se ignora el hecho subjetivo.

Por ejemplo, si alguien cree que hemos robado algo (hecho subjetivo), es común centrar el interés en el hipotético hecho objetivo que esto manifiesta, e intentar "demostrar" (argumentar) que somos inocentes de tal cargo (hecho objetivo). Pero para hacerlo deberemos convencer a un jurado de nuestra inocencia (hecho subjetivo). Unos y otros buscamos el hecho objetivo presuponiendo su existencia y sin poder acercarnos a él más que desde la subjetividad.

Pero también podríamos centrar nuestra atención en el hecho subjetivo, es decir, en nosotros mismos. Podemos centrar la atención en la propia percepción de nuestra inocencia. En la paz interior que ésta produce. Argumentando nuestra inocencia y sin dejar de defendernos. Pero simultáneamente, sin permitir que el resultado del juicio nos afecte. Es decir, cuando esto, en última instancia, nos resulte indiferente; cuando experimentemos indiferencia por los siempre dudosos hechos objetivos y nos centremos en la subjetividad, pero sin dejar de actuar coherentemente en el mundo objetivo, paradójicamente seremos capaces de transmitir a la subjetividad ajena nuestra inocencia de una forma mucho más profunda que con "hechos" y "pruebas".

Otro ejemplo de situación en la que se ignora el hecho subjetivo es una discusión. Cuando dos personas comparten opiniones opuestas, y se crea un malestar, y hasta un sentimiento de desesperación en la incomprensión, esto es resultado del intento de convertir en subjetivo para el otro nuestra propia subjetividad, pero yendo de una a otra por un camino lleno de trampas: el camino de las palabras, el camino de los hechos objetivos. Si dos personas discuten y se produce una tensión desagradable, estas dos personas están hablando de cosas distintas.

Los mundos de Karl Popper
En su libro En busca de un mundo mejor, en el primero de sus artículos (El conocimiento y la configuración de la realidad), Popper habla de tres mundos. El mundo 1, el material; el mundo 2, el de la experiencia, y el mundo 3, el de los productos de la mente humana.

Como comenta Popper, parece evidente que el mundo 1 es el creador del mundo 2. Sin duda el mundo 1 es el más "sólido", por su naturaleza material. Pero en mi opinión no es el más real.

En mi opinión, aunque todo parece indicar que el mundo 1 provoca la creación del mundo 2, es el mundo 2 el lugar desde el cual podemos permitirnos suponer la existencia del mundo 1. Es decir, nuestra percepción, sensibilidad, subjetividad, yo, ego, o como queramos llamarlo, es lo que nos permite suponer la existencia del mundo material. Esta suposición acerca de la existencia del mundo material es útil para la supervivencia -del yo-, pero nos puede alejar de la propia subjetividad, nos puede alejar de la auténtica realidad, pudiendo llevarnos al extremo de creer a ciegas en el hipotético mundo material consensuado y olvidarnos totalmente de nosotros mismos.

Frecuentemente es mucho más fácil reconocer la falta de realidad auténtica de los objetos del mundo 3: el de los productos de la mente humana, aunque no falta quien, por el contrario, les asigna aún mas realidad que a los objetos físicos. El dinero no es un objeto material, es un concepto con muy diversos soportes materiales. El dinero tiene valor porque el resto de personas está dispuesto a cambiarlo por cosas. Pero los billetes no se pueden comer.

Asignar realidad a los objetos materiales del mundo 1 está más que justificado por la cantidad de veces que nos chocamos con la materia. Pero a pesar de ser reales tanto el concepto "dinero" del mundo 3 como el papel que con el que este dinero está representado, y que es parte del mundo 1, el auténtico mundo real es el mundo 2, el de la subjetividad; en el ejemplo, el mundo de las sensaciones que nos produce el dinero o su falta de él. Esta idea no está tan extendida, y puede ser debido a que la omnipresencia de la subjetividad la convierte en invisible. Probablemente, las sensaciones recibidas cuando nos chocamos con los sentimientos son tan fuertes que no nos permiten reflexionar sobre ellas.

Para cada uno de nosotros, el (mundo) Único Real es la subjetividad, la experiencia sensible, la experiencia subjetiva. No podemos ponerla en duda, no implica una relación con otra cosa. Es. Si yo siento frío, no puedo poner en duda el hecho de que yo siento frío. Otra cosa distinta es que cuando yo sienta frío, la temperatura ambiente corresponda con aquella que comúnmente se considera fría. Si yo veo una vaca no puedo asegurar que eso sea una vaca, lo que es seguro es que a mi, en este momento, me parece una vaca.

Personalmente puedo reconocer que tal vez exista una realidad objetiva: por ahora no tengo forma de saber si esto es cierto o no. Pero no puedo asumir que existan "puntos de vista objetivos". Todos los puntos de vista son subjetivos. Todas las afirmaciones se dan en un contexto y cualquier creencia puede ser puesta en duda (paradójicamente, incluso esta misma afirmación). La única realidad sin duda es: "yo siento", y es indudable, pero sólo para mí.

Perder el "yo" parece que sería la única forma de llegar a la hipotética objetividad. Parece un juego de palabras (y lo es) pero si consiguiera "observar sin tener un punto de vista", captaría hechos objetivos. Observando sin un "yo", es decir, sin un punto de vista, los propios hechos objetivos se observarían a sí mismos sin ningún tipo de distorsión.

Ahora bien ¿Ha conseguido alguien alguna vez "observar sin tener un punto de vista"? Si lo hizo, él no estaba. Si nos lo cuenta, nos lo cuenta quien no lo hizo, pues no lo hizo nadie. Olvidando estos trabalenguas, pensemos en algo más cercano: observar una realidad tratando de minimizar nuestro punto de vista, evitando opiniones y prejuicios, evitando los propios intereses y evitando juzgar al otro. Esto es más parecido a observar sin tener un punto de vista.

Tantos universos como subjetividades
Hay una metáfora que puede ayudarnos a entender el concepto de la subjetividad. Imaginemos que existe no uno sino multitud de universos (podríamos llamarlos mundos, para tratar de ser mas exactos, todos idénticos y conteniendo cada uno de ellos todos los objetos del universo, existiendo una copia de estos universos por cada subjetividad (una copia por cada observador). Si yo rompo un jarrón en mi universo, el jarrón se rompe en todos los universos simultáneamente. Si yo recibo una carta, la recibo en todos los universos. Mi persona física está copiada en todos los universos, pero yo sólo estoy en uno de ellos. Hay un universo que es excepcional, que para mí es diferente de todos los demás: es el universo en el que estoy yo. Y no sólo esto: me encuentro solo en mi universo, y no conozco ninguna forma de saltar a otro universo, de ver las cosas como las ve otra persona, de convertirme o fusionarme con otra subjetividad. Esta idea ilustra el hecho de que, aun existiendo una supuesta realidad objetiva común para todos, existen tantas realidades subjetivas como observadores.

La anterior metáfora de los multi-versos destaca las grandes diferencias entre la subjetividad y la materia, y puede ser útil para entender la existencia de una multiplicidad de subjetividades separadas unas de otras, y su relación con lo material. Pero no es suficiente como explicación de la realidad, ya que faltan algunos elementos. Unos y otros "universos" poseen la misma estructura material, pero la subjetividad no interacciona directamente con la materia. Podríamos identificar otras capas que podemos llamar: "sentimientos", "personalidad", "mente", "cerebro" y "cuerpo". Algunas de estas capas que rodean a la subjetividad sí son diferentes en cada uno de los universos. Un buen ejemplo son los sueños. Cuando una persona sueña, su subjetividad tiene unos sentimientos y vive unas experiencias (subjetivas) que no existen en ninguno de los otros universos.

Analogías de la subjetividad
El sentido en el que empleamos ciertas expresiones puede servir para ilustrar la idea de la subjetividad. Por ejemplo, es llamativa la diferencia que existe entre "confiar en alguien" y "confiar en uno mismo" aunque ambas expresiones conjuguen el mismo verbo.

Podemos encontrar una analogía interesante de la subjetividad reflexionando sobre la relatividad del movimiento. Es frecuente haber experimentado la extraña sensación que se obtiene cuando, después de estar un rato detenido en una vía de tren, dentro de un vagón, y dando la casualidad de que existe otro tren y vagón también detenido en la vía contigua muy próximo a nosotros, de forma que incluso podemos ver a los pasajeros del tren que debe circular en el sentido contrario al nuestro, y expresamos "por fin nos movemos" cuando observamos el movimiento de nuestro vagón respecto del vagón de la otra vía, pero posteriormente nos damos cuenta de que es el otro vagón el que está en movimiento, y nosotros seguimos detenidos.

En cuanto al concepto de relatividad del movimiento podemos identificar inicialmente tres etapas históricas:

a) El Sol gira alrededor de la Tierra
b) La Tierra gira alrededor del Sol
c) El movimiento entre ambos es relativo

No es lógico detenerse en este punto, sino llegar a:

d) El movimiento entre ambos es relativo, pero si incluimos más elementos en el sistema tiene más sentido decir que es la Tierra la que gira alrededor del Sol.
e) El movimiento entre ambos es relativo; si incluimos más elementos en el sistema tiene más sentido decir que es la Tierra la que gira alrededor del Sol. De todas formas, yo veo que el Sol sale por Oriente y se pone en Occidente.

Es decir, tratar el propio punto de referencia como uno más es adecuado, pero no debemos olvidar que no es un punto de referencia cualquiera: es el propio.

Cuando el árbol soy yo mismo
"Yo" es un filtro a través del cual se produce todo. Entre otras cosas, "yo" es un filtro a través del cual se produce todo el conocimiento científico. Y es bastante razonable tener serias dudas acerca de que es "yo".

En matemáticas abundan las situaciones en las cuales la recursividad (la auto-referencia) provoca inconsistencias que generan la necesidad de un cambio de paradigma, de una nueva forma de ver las cosas, más elevada que la anterior.

Este es un precedente que nos advierte de las posibles situaciones extrañas que podemos encontrar al aplicar la recursividad en otros contextos.

Volviendo al tema de la percepción y la subjetividad, y aplicando la recursividad, observamos que se produce una curiosa situación cuando el hecho (subjetivo u objetivo) es la propia subjetividad, el propio "yo".

Es decir, mi propia subjetividad se puede analizar desde un aspecto objetivo o subjetivo. Antes hablábamos de:

Veo un árbol (Hecho subjetivo)
Ahí hay un árbol (Hecho objetivo)

y concluíamos que el hecho subjetivo no estaba sujeto a duda, y en cambio el hecho objetivo si. Cuando el hecho es el propio yo, nos queda la siguiente situación extraña:

Yo existo (Hecho subjetivo)
Yo existo (Hecho objetivo)

La idea puede entenderse mejor si declaramos:

Yo creo que existo (Hecho subjetivo)
La gente cree que yo existo (Hecho objetivo)

El hecho subjetivo sigue sin estar sujeto a duda: si yo creo (cualquier cosa), sin duda, yo creo que existo. La propia subjetividad existe, esto es, de la misma forma que las percepciones de la subjetividad no se ponen en duda, la propia subjetividad tampoco.

Por otra parte, en cuanto al hecho objetivo, vuelve a suceder lo mismo y aquí es donde nos encontramos con el gran problema, paradoja o necesidad de cambio de paradigma. El hecho objetivo sigue sin ser probado, sigue sujeto a duda. Es decir, yo existo, pero ¿Quién soy yo?

¿Quién soy yo?
Si pensamos en el "yo" como en un concepto objetivo, el origen de esta duda es el mismo que el origen de la duda de la existencia objetiva de cualquier objeto que conocemos a partir de su percepción subjetiva. La percepción está sujeta a error, los defectos en la vista, oído, etc hacen que las personas perciban de forma diferente.

De todas formas, las coincidencias entre las descripciones de lo que nos rodea son tantas que parece que podríamos estar razonablemente seguros de que estamos describiendo es una misma "realidad". Independientemente de que sea o no una auténtica realidad, la descripción de la "realidad exterior" según el criterio común es fundamental desde el punto de vista de la supervivencia del individuo, y esto hace que en la práctica la consideremos como realidad auténtica. Sin embargo, aunque se trate de una "misma realidad", esto no quiere decir que la realidad percibida, aún siendo consensuada, sea Real. La realidad percibida es percepción, no es realidad, aún en el caso de que "todos" percibamos lo mismo.

La "realidad exterior" convencional no es Real (con mayúscula). Es decir, las descripciones de lo que nos rodea por parte de cada subjetividad convergen, más o menos, hacia una presunta realidad común uniforme, al menos en muchos aspectos. Esto nos permite, en algunos casos, hablar de las "mismas cosas" y entendernos, independientemente de si aquello de lo que hablamos es real.

El hecho de que hablemos de las mismas cosas no quiere decir que sean reales. Por ejemplo, cientos de personas viendo una película de cine pueden molestar a sus compañeros de butaca hablando de lo que ven, y realizando comentarios sobre la película, los personajes y sus motivaciones. A pesar de coincidir en sus percepciones, esta "realidad exterior" de la que hablan no la podemos considerar Real. De igual forma, en esta figura, a "todos" nos parece que los círculos se mueven, pero sabemos que no lo hacen.
Tan importante se considera el consenso en cuanto a la realidad exterior, que existen personas (científicos) dedicadas a establecer descripciones y explicaciones coherentes de este "exterior", experimentando, demostrando y divulgando, estableciendo teorías que puedan convencer tanto a los hechos como a las personas. Primero se pone a prueba la teoría enfrentándola a los hechos materiales mediante una estructura lógica matemática. Con esto queda "demostrada" la teoría, y el siguiente paso es enfrentarla al criterio de los seres humanos, "divulgarla" y convencer. Frecuentemente las personas son mucho más difíciles de "convencer" que los "hechos" materiales y los teoremas previos.

Sin duda el método es útil y cada vez que se aplica todo parece confirmar una y otra vez que la realidad (material) que nos rodea es una (o al menos se comporta como tal) y que todas las diferencias en su interpretación son debidas a incoherencias de los observadores, es decir, de nosotros mismos, y no de la "realidad exterior". Esto funciona bien con cosas materiales, con cosas ajenas a uno mismo, pero no con uno mismo. Cuanto más nos acercamos a lo más íntimo de uno mismo, desde el cuerpo, el cerebro y la mente, pasando por la personalidad psicológica y los sentimientos hasta el yo subjetivo, tanto menos útil es el método científico, y en cambio más útil es la atención consciente y serena sobre uno mismo.

Suponer que uno mismo es un objeto externo observable y medible científicamente, es ignorar la cualidad esencial de la auto-observación. Digamos que hay dos formas de auto-observarse, una es entendiendo el yo como un hecho objetivo y otra es entendiendo el yo como un hecho subjetivo. Nuestra costumbre objetivista, totalmente razonable, útil e inteligente, nos puede hacer olvidar la radicalmente distinta y poderosa cualidad de la subjetividad. No es necesario poner en duda la subjetividad como ocurre con lo objetivo. La subjetividad siempre es verdadera.

Dicho de otra forma: auto-observarse suponiendo que uno mismo es algo ajeno a uno mismo es una forma un tanto extraña de auto-observarse.

Al igual que las personas perciben objetos y colores de forma diferente, la auto-percepción es muy susceptible de error. Por ejemplo, uno cree ser de una forma cuando los demás le observan de otra. Una persona puede engañarse a si misma acerca de sus defectos o virtudes. Por tanto, una persona puede engañarse a si misma en cuanto a la propia naturaleza de si misma. De igual forma, es realmente complicado acertar a la hora de establecer juicios sobre los otros. A la ciencia le resulta complicado establecer si alguien es egoísta, compasivo o celoso. El hecho subjetivo del yo nos indica que el yo existe. Pero no nos habla de cómo es ese yo. Nuestra percepción de ese yo puede ser totalmente incorrecta. Si simplemente analizamos el yo buscando un hecho objetivo, no podremos salir nunca de esta falta de seguridad acerca de la auténtica naturaleza del yo. Pero como el yo auténtico no es susceptible de duda, el yo psicológico, el yo como personalidad no es el auténtico yo.

¿Cómo reconocer el auténtico yo subjetivo? Para conseguirlo es necesario desprenderse del "yo objetivo" para poder observarlo y dejar sólo el "yo subjetivo". Efectivamente, todo esto es algo muy confuso. Por decirlo de otra forma: el yo (auténtico) es el yo subjetivo. Pero el yo subjetivo es algo muy extraño, y no incluye la propia personalidad, aunque se encuentre cercano a ella. Cuando los místicos, o quienes interpretan sus palabras, intentan transmitir sus métodos para centrar la atención en el yo subjetivo (o en la conciencia, o en Dios), hablan de "reducir el yo a su mínima expresión" o de "ampliar el yo hasta abarcar todo lo existente". A pesar de la contradicción entre ambas ideas, indican la misma cosa. Podremos saber quienes somos -subjetivamente- cuando dejemos de serlo -objetivamente-. Podremos saber quienes somos cuando deshojemos el "yo" de todos sus atributos salvo la propia experiencia subjetiva. Al hacerlo, todas las subjetividades se convierten en Uno. En brotes de una misma cosa. En ese punto no se pueden establecer diferencias entre "yo" y "todo", experimentando algo que podemos llamar Unidad, Tao, Amor o Dios.

El decir que todas las subjetividades son en definitiva Una es sin duda una conclusión precipitada para este texto, basado en argumentos intelectuales. Lo íntimo de las sensaciones como el placer y el dolor son un buen argumento en contra. Si los demás no sienten lo mismo que siento yo ¿cómo se puede argumentar que en última instancia unos y otros somos lo mismo? Sin embargo, podemos encontrar un nivel de "yo" aún más profundo que el nivel de sentimientos específicos, que es el nivel de "yo" de la propia existencia (de algo, por ejemplo, la existencia de unos sentimientos concretos). Tautológicamente, todas las entidades sensibles tenemos en común nuestra sensibilidad. Desde este planteamiento, todo el universo es sensibilidad, subjetividad pura, y cada uno de nosotros participa en ella en cierta forma con su propia sensibilidad.

Cuando digo "todo el universo es sensibilidad, subjetividad pura" me refiero al universo Real, es decir, al universo de las subjetividades, al único real, al único existente. No sabemos nada de la materia. Hablamos de ella, pero es algo totalmente ajeno a nosotros. Nosotros sólo sabemos de subjetividad, de sentimientos, de sensaciones. Este es nuestro universo, y para nosotros, el único.

El sol, que es espíritu, se separa en rayos al topar con las ventanas, que son cuerpos.
Cuando contemplas el disco solar, es uno, pero quien sólo pueda percibir sus cuerpos cae en la duda.
La pluralidad se haya en el espíritu animal; el espíritu humano es una sola esencia.
Dado que Dios difundió su luz sobre la humanidad, los seres humanos son esencialmente uno.
En realidad, Su luz nunca se ha separado de ella.

Jalal al-Din Rumi. (Masnavi II, 186-189).


Por otra parte, si bien es cierto que quienes dicen experimentar la subjetividad en grado profundo afirman sentir la integración con todo lo existente, tal vez este sentimiento se encuentre circunscrito al propio cerebro y represente únicamente la integración de las múltiples personalidades existentes en la mente, es decir, la fusión del consciente con el inconsciente (por simplificar, se supondrán sólo estas dos), tal como argumenta Timothy Ferris en El firmamento de la mente, y no la fusión con el resto de subjetividades de otras personas, en otros cuerpos.

De todas formas, en una misma mente y cerebro podría existir más de una subjetividad (al menos consciente e inconsciente) y parece lógico que el fusionar distintas subjetividades en un mismo cerebro sea un paso previo antes de pasar a la fusión con las de otros cerebros. El hecho de que la experiencia mística suponga la integración de consciente e inconsciente no implica que la experiencia sea sólo eso.

La subjetividad y el problema de la Inteligencia Artificial (o Test de Turing)
Se acerca el día en el que la tecnología pueda crear robots o simulaciones de seres humanos capaces de engañar a nuestros sentidos. Pero no hace falta que ese día llegue, para que podamos experimentar el conflicto que esto puede suponer.

Como proponía Turing, podemos jugar a lo siguiente. Muchos de nosotros estamos acostumbrados a navegar por Internet, enviar correos electrónicos y conversar con personas a las que a veces no hemos visto nunca físicamente. Tal vez alguna de las personas con las que creemos estar hablando sea realmente un software que gracias a que posee una cierta inteligencia creada artificialmente por un grupo de programadores, es capaz de responder a nuestras preguntas y mantener con nosotros algo parecido a una conversación.

En el juego original en el que se inspiró Turing, se trataba de descubrir si lo que había al otro lado de la línea era hombre o mujer, así como de intentar que el otro no descubriera el propio sexo. En el caso que nos ocupa, aparentemente se trata de descubrir si lo que hay al otro lado es Hombre o Máquina, y de crear programas de computadora (máquinas) capaces de engañar acerca de su propia naturaleza. Pero a continuación veremos que no es simplemente eso.

Es posible que la entidad que se comunica con nosotros a través de la red de computadoras, y de la cual no sabemos si es hombre -o mujer-, o en cambio, una inteligencia artificial, tenga un problema, nos pida ayuda, apele a nuestra misericordia o a nuestra ética para que hagamos algo por él, ella o ello. Podemos pensar que en este caso, para poder tomar una decisión, lo que nos interesa es ser capaces de distinguir entre personas y máquinas, pero esto sería presuponer que las máquinas no poseen una subjetividad y que por tanto no son susceptibles de tener intereses y de sufrir por su falta de realización.

Lo que en realidad necesitamos es un mecanismo para saber si la entidad con la que nos estamos comunicando posee una subjetividad, ya sea hombre, mujer, animal, máquina, planta o bacteria. Pero no sólo esto, también deberíamos intentar descubrir si lo que nosotros creemos que la entidad está experimentando coincide con lo que realmente está experimentando. Es decir, una cosa es que una entidad tenga una subjetividad, y otra cosa es que teniendo esa subjetividad, esté sufriendo la falta de satisfacción de sus necesidades de la forma en la que dice y nosotros entendemos que se está produciendo. Pudiera ser que la entidad mintiera o que se expresara en un lenguaje que nosotros no pudiéramos entender.

Suponer que todas las subjetividades son, en última instancia, "Uno", es una hipótesis de trabajo muy útil para resolver el problema de poner a prueba la subjetividad ajena, por ejemplo, para descubrir si una máquina es susceptible de tener intereses y/o sufrir por ellos, y por tanto es susceptible de tener derechos y de que estos sean vulnerados, esto es, saber si es susceptible de entrar en nuestro universo moral; para que seamos capaces de decidir si moralmente debemos o no respetar los derechos de una maquina que afirma tener sentimientos y que pide que no la desconectemos.

No podemos estar seguros de la subjetividad de un ordenador por la misma razón por la cual no podemos estar seguros de la subjetividad de cualquier cosa objetiva, ajena a nosotros mismos, ya sea una máquina, una bacteria, un gato o un amigo. La única forma de estar seguros de la subjetividad de algo ajeno es ser ese algo, que por tanto deja de ser ajeno. Por esta razón, la presunción de una posible fusión de subjetividades no es sólo una hipótesis prometedora para solucionar el problema del Test de Turing. Es una hipótesis necesaria: si las subjetividades no se funden de alguna forma, no será posible tener una certeza acerca de la existencia o no de la subjetividad ajena.

Es posible que el desarrollo de la propia subjetividad, que también podemos llamar "desarrollo de la propia consciencia" sea el camino por el que podamos llegar a la fusión con el resto de subjetividades o en alguna suerte de conexión intensa de algún tipo sustancialmente diferente a lo que habitualmente conocemos, que finalmente nos permita reconocer la subjetividad ajena.

La actitud de servicio a los demás, o la empatía con sus estados de ánimo, especialmente entre familiares, pueden ser manifestaciones de una capacidad, aunque sea mínima, de una fusión de subjetividades, preludio de un nuevo hombre integrado al que la evolución nos lleva.

Manuel de la Herrán Gascón, Arena Sensible


 

 

 


 

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