Hallan un mecanismo natural que protege del trauma acústico   

 

 

Los oídos de los cazadores-recolectores deben de haber captado mayormente el rumor de la lluvia, el silbido del viento y el grito apagado de los pájaros silvestres.

Pero no se puede negar que el mapa auditivo de los habitantes de las ciudades del siglo XXI es diametralmente opuesto... y bastante más sufrido. Incluye desde el rugido de los trenes (80 decibeles), hasta los conciertos de rock (110 dB) y el estruendo de los motores de avión (de 120 a 130 dB).
 


Estas agresiones constantes, advierten los especialistas, conducen a la pérdida auditiva y al tinnitus (sonidos en los oídos que no provienen de ninguna fuente externa; los padece alrededor del 20% de la población mundial, y en el 1% es tan inhabilitante que la persona no puede desarrollar una vida normal).

Basta con delinear este escenario para comprender la importancia del trabajo que un equipo de científicos argentinos acaba de publicar en la revista PloS Biology :los investigadores lograron desentrañar un antiguo mecanismo natural que "apaga" el oído para protegerlo de sonidos que pueden dañarlo. El estudio abre la puerta a la búsqueda de fármacos que mimeticen este proceso bioquímico y ofrezcan una protección contra el trauma acústico.

"La mejor forma de evitar el daño en los oídos es prevenirlo; lo que pasa es que hay algunas situaciones en las que no se puede, ciertos trabajos, la guerra... De hecho, en el caso de los veteranos de Irak, son mayores los gastos médicos por tinnitus que por amputaciones", afirma la doctora María Belén Elgoyhen, que dirigió el equipo del Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular (Ingebi), del Conicet, integrado por Juan Taranda, Jimena Ballestero, Eleonora Katz y Jessica Sabino, con el que colaboraron investigadores de las universidades Tufts, Harvard, de California en Los Angeles y Johns Hopkins.

Hace tiempo que los científicos sabían que, a diferencia de lo que ocurre con otros sistemas sensoriales, que sólo traducen estímulos externos en señales eléctricas que viajan al sistema nervioso central, el procesamiento del sonido también es modulado por señales que viajan "en reversa"; es decir, del cerebro al oído.

"Una pregunta fundamental que nos hacíamos era cuál es el papel que cumple este feedback en nuestra capacidad de oír -explica Elgoyhen, que el año último recibió el premio L´Oréal a la mujer en la ciencia y hace más de una década está a la vanguardia en este tema-. Para averiguarlo, generamos un modelo animal [un ratón modificado genéticamente] en el que este sistema de neuronas esté sobreexpresado."


El abecé del oído

Según explica Richard Robinson en un comentario que acompaña la publicación, cuando las ondas de aire vibran, los huesitos del oído medio (martillo, yunque y estribo) transmiten esa vibración al fluido del interior de la cóclea, que a su vez distorsiona los diminutos cabellos de una capa de células llamadas ciliadas. Las ciliadas internas activan las neuronas del nervio auditivo. Estas señales viajan al cerebro y oímos la música, por ejemplo.

Las ciliadas externas, por su parte, responden a las vibraciones elongándose o acortándose. Con estos movimientos, amplifican el sonido y la sensibilidad del aparato auditivo.

Pero, y esto es lo más sorprendente, también tienen otra propiedad: al igual que las internas, hacen contacto con las neuronas, pero no para enviar mensajes, sino para recibir los que manda el cerebro. Cuando estamos en presencia de ruidos fuertes, estas neuronas liberan un neurotransmisor, la acetilcolina, que al unirse con receptores de estas células reduce su capacidad de cambiar de forma y, por lo tanto, inhibe la amplificación de los sonidos.

"En el ratón que diseñamos -explica Elgoyhen-, introdujimos una mutación puntual que produce un efecto drástico. Su respuesta a la acetilcolina es mucho más prolongada y fuerte que en los silvestres. El sistema funciona «a lo loco» y, como consecuencia, los animalitos resisten sonidos que están más allá del límite normal para su especie. Son increíblemente resistentes al sonido intenso que induciría pérdida definitiva de la audición."

Dado que la naturaleza dotó a la cóclea de una sensibilidad tan exquisita como para captar hasta los sonidos más tenues, cabe preguntarse por qué incorporó también un sistema para atemperarla. Una de las respuestas, afirman los científicos, es que de esta forma el cerebro puede "apagar" la cóclea y protegerla del daño que le ocasionan los ruidos intensos.

Pero habría, además, otra explicación: esta inhibición también ajustaría la resolución temporal y la localización del sonido, capacidades que, entre otras cosas, tienen un papel fundamental en el aprendizaje auditivo, tan importante en la adquisición del lenguaje.

 

Nora Bär

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Última modificación de la página:06/07/2009

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