Una nueva
mente...
Creo que desde el principio debemos ver muy claro cuál es la intención de
esta reunión. Creo que no debería degenerar en modo alguno en un mero
intercambio intelectual de palabras e ideas, ni en una exposición del
propio punto de vista. No estamos ocupándonos de ideas, porque las ideas
sólo son la expresión del propio condicionamiento, de las propias
limitaciones. Argüir sobre ideas –quién está en lo cierto y quién
equivocado- es por cierto completamente vano. Más bien exploremos juntos
nuestros problemas. En vez de ser espectadores, como en un juego que se
está desarrollando, participemos cada uno de nosotros en estas
discusiones, y veamos si podemos penetrar muy profundamente en nuestros
problemas –no sólo los problemas del individuo, sino también de lo
colectivo. Creo que nos sería posible ir más allá de las murmuraciones,
del parloteo de la mente, más allá de las exigencias e influencias
mundanas, y descubrir por nosotros mismos lo que es verdad. Y, al
descubrir lo que es verdad, podremos afrontar, estar con los muchos
problemas que tiene cada uno de nosotros.
Quizá podamos así discutir inteligentemente, despacio, tanteando, para
captar de este modo todo el significado de la vida, de nuestra existencia,
qué es todo esto. Y creo que eso es posible sólo si podemos ser muy
honestos con nosotros mismos, cosa que es bastante difícil. En el proceso
de discutir deberíamos estar revelándonos a nosotros mismos, no a otro,
para que por nuestra propia inteligencia, por nuestro propio pensar
preciso, podamos penetrar en algo que realmente valga la pena.
Creo que la mayoría de nosotros sabemos, no sólo por los periódicos sino
por nuestra propia experiencia directa, que se está realizando un tremendo
cambio en el mundo. No me refiero al cambio que va de una cosa a otra,
sino a la rapidez del cambio mismo, no sólo en nuestra propia vida, sino
en lo colectivo, lo nacional, en todos los diversos pueblos del mundo.
Por lo pronto, las máquinas están haciendo cosas asombrosas; en muchas
esferas, los cerebros electrónicos, las calculadoras, actúan con mucho
mayor precisión y rapidez que nosotros los seres humanos. Y se está
investigando cómo hacer máquinas que a su vez hagan funcionar a otras
máquinas, sin la intervención del hombre. Se va, pues, eliminando poco a
poco al hombre. Esas máquinas funcionan bajo el mismo principio que la
mente humana, el cerebro humano. Quizá con el tiempo compongan, escriban
poemas, pinten –tal como se ha enseñado al mono a pintar cuadros, etc. Hay
una extraordinaria oleada de cambio, y el mundo jamás volverá a ser como
ha sido para nosotros. Creo que todos somos conscientes de eso. Pero de lo
que no estoy nada seguro es de que nos demos cuenta de nuestra relación
individual con todo ese proceso, porque consideramos el conocimiento como
una cosa inmensamente importante; adoramos el conocimiento; pero las
máquinas son capaces de un conocimiento enormemente mayor. Este es un
aspecto del problema.
Luego tenemos la existencia de todos los tipos de comunismo, fascismo y
todo lo demás. Observa uno la enorme, la aplastante y degradante pobreza
de Asia, y a los seres humanos buscando un sistema que resuelva el
problema. Pero el problema sigue sin resolver, debido a nuestros puntos de
vista limitados, nacionalistas, porque cada país, cada sistema quiere
dominar.
Me parece, pues, que para hacer frente a todos estos problemas desde un
punto de vista totalmente distinto, es necesaria una revolución
fundamental, no la revolución comunista, socialista, norteamericana o
china, sino una revolución íntima, una mente del todo nueva. Creo que ésta
es la cuestión, no la bomba atómica, ni el ir a la luna, ni quién ha dado
la vuelta a la tierra media docena de veces en un cohete; el mono lo ha
hecho, y cada vez lo hará mas gente. Seguramente, para hacer frente a la
vida como un todo, con todos sus incidentes y accidentes, tiene uno que
tener una mente del todo distinta; no la mente llamada religiosa, que es
el producto de la creencia organizada, sea de Oriente o de Occidente; una
mente así sólo perpetúa la división y crea cada vez más superstición y
miedo. Todas las absurdas divisiones y limitaciones –pertenecer a un grupo
u otro, ingresar en una sociedad u otra, seguir una particular forma de
creen, la o norma de acción- estas cosas, no van a resolver nuestros
inmensos problemas.
Creo que sólo es posible hacer frente a estas cuestiones, si podemos
penetrar en algo que no es meramente resultado de la experiencia, porque
la experiencia es siempre limitada, siempre coloreada, está siempre dentro
del cautiverio del tiempo. Tenemos que descubrir por nosotros mismos
–¿verdad?- si es posible ir más allá de las fronteras de la mente, más
allá de la barrera del tiempo, y descubrir la inmensa significación de la
muerte, lo que realmente implica desentrañar lo que es vivir. Para eso,
por cierto, es en absoluto esencial una mente nueva, no inglesa, india,
rusa o norteamericana, sino una mente que pueda captar el significado del
todo, que pueda destruir el nacionalismo, los condicionamientos, los
valores, e ir más allá de las palabras, de las que es esclava.
Esa, para mí, es la verdadera cuestión, el verdadero reto. Quisiera
discutir con vosotros inteligentemente, con precisión, sin
sentimentalismo, sin parábolas, para descubrir si hay un medio o no lo
hay, de llegar a una nueva mente. ¿Hay un sendero, un método, un sistema
de disciplina que nos conduzca a ello? ¿O hay que echar completamente por
la borda todos los métodos, disciplinas, sistemas e ideas, eliminarlos, si
es que la mente ha de quedar fresca, joven, inocente?
Como sabéis, en la India, ese antiguo país con tantas tradiciones, en el
que hay desgraciadamente tanta gente, han tenido varios –así llamados-
maestros, que establecieron lo que está bien y lo que está mal, qué método
debería uno seguir, cómo meditar, qué pensar y qué no pensar; y por eso
están atados, sujetos en sus diversas normas de pensamiento. Y aquí
también, en Occidente, el mismo proceso está en marcha. No queremos
cambiar. Más o menos constantemente buscamos seguridad en todo lo que
hacemos: seguridad en la familia, en las relaciones, en las ideas.
Queremos estar seguros, y este deseo de estar seguros inevitablemente
engendra temor, y este produce sentimiento de culpa y ansiedad. Si miramos
en nosotros mismos, veremos cuán intensamente temerosos estamos de casi
todo y como existe siempre la sombra de la culpabilidad. Como sabéis, en
la India el ponerse una ropa limpia le hace a uno sentirse culpable; hacer
una buena comida también le nace a uno sentirse culpable, por haber tanta
pobreza, suciedad y miseria en todas partes. Aquí no están las cosas tan
mal, porque tenéis el Estado asistencial, empleos y un considerable grado
de seguridad; pero tenéis otras formas de culpa y ansiedad. Sabemos todo
esto, pero desgraciadamente no sabemos cómo librarnos de todos los feos y
limitantes factores; no sabemos cómo deshacernos de ellos por completo, de
manera que nuestra mente vuelva a ser fresca, inocente y joven. Por
cierto, es sólo la mente que se renueva la que puede percibir, observar,
descubrir si hay una realidad, si hay Dios, si hay algo más allá de todas
estas palabras, frases y condicionamientos.
Así pues, considerando todo esto, ¿qué va uno a hacer? Y si hay algo que
hacer ¿qué es y en qué dirección esta? No sé si lo que estoy diciendo
significa siquiera algo para vosotros. Para mí es muy serio, no en el
sentido de cara larga, mal humor, sino en el sentido de ser intenso,
urgente, inmediato; y, si vosotros sentís también la necesidad de una
mente nueva, discutamos dónde va uno a empezar, qué ha de hacer.
Extractado de pláticas de J. Krishnamurti en Europa
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