La mente como
movimiento: simplicidad, complejidad, regularidad y novedad
No podemos asumir ingenuamente que las ideas simples
y sencillas son siempre el reflejo de la sabiduría. Tampoco
significa esto que lo contrario es cierto, que por tratarse de
procesos más sutiles, abstractos, necesariamente tendremos que
tratar siempre con la complejidad.
De hecho, la sencillez y la simpleza también son cosas que tienen un
valor muy ambiguo en la cultura; por un lado, muchas personas
piensan que son valores apreciables y dignos de alcanzar pero, por
otra parte, igualmente numerosa, se subvalora a los pensamientos
sencillos y simples. Sin embargo, seguramente coincidiremos con la
idea de que aprender algo con inteligencia, comprender muy bien
algo, es volverlo un poco más sencillo para uno mismo.
La ignorancia, en todas sus formas, es complejidad y complicación a
reducir; aunque esté prejuiciosamente asociada con una simpleza
inicial.
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Todo camino hacia la sabiduría espiritual trata de
reducir la complejidad. Se asume que el estado inicial en su
búsqueda es la complejidad y la confusión.
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Todo camino hacia la sabiduría del conocimiento de la
naturaleza también trata de reducir la complejidad. Su estado
inicial es la complejidad y la confusión.
Entonces, no se trata de la complejidad o la
sencillez de lo que está afuera de nosotros mismos sino de nuestra
propia condición mental. Nuestra propia complejidad y/o simplicidad
al confrontarlo.
Desde la antigüedad, la reflexión tenía en cuenta esto:
reflejar verdaderamente el mundo y reflejarnos verdaderamente a
nosotros mismos. Cuando reflexionamos acerca del mundo
material notamos que lo que denominamos realidad es tanto algo
cambiante como fijo, estable. Los días se suceden con regularidad,
la rueda gira pero su eje no, etcétera. Cuando reflexionamos sobre
nosotros mismos, más allá de toda duda, notamos la misma dualidad:
aspectos constantes y aspectos cambiantes. Es evidente que todo
movimiento implica esta doble realidad.
Uno podría enfocarse, a la manera tradicional, en los aspectos que
definen a nuestra mentalidad. Haciendo esto, necesariamente nos
centramos en las características fijas, regulares. Y es muy lógico
que establezcamos un nexo fuerte entre nuestro cerebro y nuestra
mente, incluso una unidad. Pero también podemos intentar, de una
manera no tan tradicional, trabajar sobre lo fijo y lo cambiante, y
sobre las estructuras que se forman en su relación. Sobre sistemas y
estructuras, por ejemplo, dentro de una realidad cambiante.
Hace un tiempo había propuesto la idea de los textos como ciclo de
acción (ver tip El texto como un ciclo de acción). Un texto,
cualquier texto, es un conjunto de elementos fijos y cambiantes
dentro de una estructura coherente y estable que actualmente se
conoce como superestructura. De la misma manera, la mente
puede considerarse un conjunto de elementos fijos y cambiantes que
constituyen una estructura coherente y estable. La mente, en tal
sentido, también puede verse como un ciclo de acción, como un
movimiento hacia las cosas:
-
el inicio de la acción es una creación,
-
la continuación de la acción es un pensamiento
elaborado basado en la creación,
-
el cese o conclusión es el pensamiento final sobre la
creación.
Tener pensamientos, elaborarlos (continuarlos), y
concluirlos, es todo un movimiento mental. En general, nuestras
emociones intervienen decisivamente en este movimiento natural de la
mente. La misma palabra emoción, etimológicamente, implica
movimiento.*
*(Pero esta emocionalidad es ambivalente ya que puede
paralizarnos tanto como motivarnos. Y hay emociones en el inicio, la
continuación y en la conclusión de cada movimiento mental. Así que,
si has de trabajar mentalmente, sabes que no puedes orientar la
razón en base a emociones. Y sabes que el hecho de que influencien
el proceso no les otorga propiedades racionales. No obstante, allí
están).
Si quisiéramos, en la medida que sea posible, reducir complejidad
para establecer un trabajo concreto en el aspecto mental, hay
algunos modelos que están resultando cada vez más aceptados. El
principio, en todos estos modelos, es el fundamento
espacial-visual de la mente humana. Y cuando decimos espacial,
estamos hablando directamente del movimiento en un espacio dado,
no sólo del espacio figurado en un texto (para el despliegue de
su propio movimiento narrativo –discursivo-expositivo) o
del espacio figurado mental (para la creación, continuación y
finalización de ideas-pensamientos), sino del espacio concreto,
físico.
Es nuestra naturaleza corporal la que determina la preponderancia de
lo espacial-visual de nuestra mentalidad. Y para su aprovechamiento
práctico sólo hace falta un movimiento mental: crear
intencionalmente.
Nuevamente, crear es movimiento. Como tal, es más sencillo de
aprehender en la acción que en el pensamiento.
Y es esta condición de nuestra mentalidad la que determina la
eficacia de todo aprendizaje multisensorial. Siempre que busquemos
reducir la complejidad en los procesos del trabajo intelectual
buscamos también una reducción natural en la complejidad de las
estrategias o métodos efectivos. Afortunadamente, cuando nos guiamos
por los movimientos naturales de la mente, llegamos sin esfuerzos a
la representación de sus contenidos y creaciones por el
movimiento físico.
Patricio Jorge Vargas
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