Los desafíos del
cientificismo sin alma
Junto con el notable avance de la ciencia, se ha
introducido también una corriente ideológica que pretende explicar
todos los comportamientos humanos en términos puramente científicos.
Se trata de un materialismo que puede tener, a la larga, efectos
devastadores sobre el hombre. En una conferencia organizada por el
Manhattan Institute, de la que seleccionamos unos párrafos, Leon R.
Kass, ex presidente del Consejo de Bioética del Presidente de EE.UU.,
explicó este fenómeno y señaló que la filosofía y la religión son el
mejor contrapeso.
En estos tiempos, defender la dignidad de la vida humana no es cosa
de broma. Entre las amenazas actuales a nuestra condición humana,
las más profundas vienen del ámbito más inesperado: nuestras
maravillosas y muy humanas ciencia y técnica biomédicas. El poder
que nos otorgan para modificar el funcionamiento de nuestros cuerpos
y de nuestras mentes se está empleando ya para fines que exceden la
terapia, y quizá pronto se podrá usar para transformar la misma
naturaleza humana. En el curso de nuestra vida ya hemos visto cómo
las nuevas tecnologías biomédicas han alterado profundamente las
relaciones naturales entre sexualidad y procreación, identidad
personal y corporalidad, capacidades humanas y logros humanos. La
píldora, la fecundación in vitro, alquiler de úteros, clonación,
ingeniería genética, trasplante de órganos, prótesis mecánicas,
drogas para aumentar el rendimiento, implantes electrónicos en el
cerebro, Ritalin para los jóvenes, Viagra para los viejos, Prozac
para todos. Aunque casi no nos hemos dado cuenta, el tren al
deshumanizado Mundo feliz de Huxley ha partido ya.
Lo que está en juego
Pero bajo los graves problemas éticos que plantean estas nuevas
biotecnologías yace una cuestión filosófica más profunda, que pone
en peligro nuestro concepto de quiénes y qué somos. Las ideas y
descubrimientos científicos acerca del hombre y la naturaleza,
perfectamente aceptables y en sí mismos inocuos, están siendo
reclutados para una batalla contra nuestras enseñanzas morales y
religiosas tradicionales, y aun contra nuestra forma de entendernos
a nosotros mismos como criaturas dotadas de libertad y dignidad.
Ha surgido una fe cuasi religiosa –me permito llamarla
“cientificismo sin alma”– que cree que nuestra nueva biología puede
desvelar por completo el misterio de la vida humana, ofreciendo
explicaciones puramente científicas del pensamiento, el amor y la
creatividad humanos, de la conciencia moral e incluso de nuestra fe
en Dios. La amenaza a nuestra condición humana proviene hoy no de la
creencia en la transmigración de las almas en la vida futura, sino
de la negación del alma en esta vida; no de que se crea que tras la
muerte los hombres pueden convertirse en búfalos, sino de que se
niega toda diferencia real entre unos y otros.
Todos los amantes de la libertad y la dignidad del hombre –incluidos
los ateos– debemos comprender que nuestra humanidad está en peligro.
La ciencia es más modesta
En primer lugar, tenemos que distinguir entre la presuntuosa fe
del cientificismo contemporáneo y la ciencia moderna como tal, que
empezó siendo una empresa más modesta. Aunque los fundadores de la
ciencia moderna querían obtener conocimientos útiles para la vida
mediante conceptos y métodos nuevos, comprendían que la ciencia
nunca ofrecería un conocimiento completo y absoluto de la vida
humana en su totalidad: por ejemplo, del pensamiento, el
sentimiento, la moral o la fe.
Eran conscientes –y nosotros tendemos a olvidarlo– de que la
racionalidad de la ciencia es sólo una racionalidad concreta y muy
especializada, inventada para obtener únicamente el tipo de
conocimiento para el que fue concebida, y aplicable sólo a aquellos
aspectos del mundo que pueden ser captados con las nociones
abstractas de la ciencia. La razón peculiar de la ciencia no es, ni
nunca se pretendió que fuera, la razón natural de la vida ordinaria
y la experiencia humana. Tampoco es la razón de la filosofía ni del
pensamiento religioso.
Así pues, la ciencia no pretende conocer los seres o su naturaleza,
sino sólo las regularidades de los cambios que sufren. La ciencia
pretende conocer sólo cómo funcionan las cosas, no qué son y por qué
existen. Nos da la historia de las cosas, pero no sus tendencias ni
finalidades. Cuantifica determinadas relaciones externas de un
objeto con otro, pero no puede decir nada en absoluto sobre sus
estados internos, no sólo en el caso de los seres humanos, sino en
el de cualquier criatura viva. Muchas veces, la ciencia puede
predecir lo que ocurrirá si se dan ciertas perturbaciones, pero
evita explicar los fenómenos en términos de causas, especialmente de
causas últimas.
Fenómenos cerebrales
Las explicaciones de los fenómenos vitales o incluso psíquicos
que ofrece el nuevo materialismo no dejan lugar para el alma,
entendida como principio interno de vida. Se dice que los genes
determinan el temperamento y el carácter. Las explicaciones
mecanicistas de las funciones cerebrales parecen hacer superfluas
las nociones de libertad e intencionalidad humana. Los estudios del
cerebro mediante neuroimagen pretenden explicar cómo formamos los
juicios morales. Una explicación totalmente externa de nuestro
comportamiento –el grial de la neurociencia– reduce la relevancia de
nuestra interioridad percibida. El sentimiento, la pasión, la
conciencia, la imaginación, el deseo, el amor, el odio y el
pensamiento son, desde el punto de vista científico, meros
“fenómenos cerebrales”. Hay incluso quienes dicen haber hallado en
el cerebro humano el “módulo de Dios”, a cuya actividad atribuyen
las experiencias religiosas o místicas.
¿Qué sentido tienen nuestras preciadas ideas de libertad y dignidad
frente a la noción reduccionista del “gen egoísta” o la creencia de
que el ADN es la esencia de la vida, o la doctrina de que todo el
comportamiento humano y toda la riqueza de nuestra vida interior se
pueden explicar como fenómenos exclusivamente neuroquímicos y por su
contribución al éxito reproductivo?
Naturalmente, ni el reduccionismo, ni el materialismo ni el
determinismo aquí expuestos son nuevos: ya los combatió Sócrates
hace mucho tiempo. Lo nuevo es que esas filosofías parecen estar
avaladas por el progreso científico. Aquí, pues, estaría el efecto
más pernicioso de la nueva biología, más deshumanizador que
cualquier efectiva manipulación tecnológica presente o futura: la
erosión, tal vez la erosión definitiva, de la idea del hombre como
ser noble, digno, valioso y semejante a Dios, y su sustitución por
una concepción del hombre, no menos que de la naturaleza, como
simple materia prima para manipular y homogeneizar.
El hombre, más que materia
El nuevo cientificismo no sólo destierra al alma de su visión de
la vida: muestra un desprecio desalmado por los aspectos éticos y
espirituales del animal humano. Pues de todos los animales, somos
los únicos que emitimos juicios morales, los únicos que nos
interesamos por cómo hemos de vivir. De todos los animales, somos
los únicos que nos preguntamos no sólo “¿qué puedo saber?”, sino
además “¿qué debo hacer?” y “¿qué puedo esperar?”. La ciencia, pese
a los grandes servicios que ha prestado a nuestro bienestar y
nuestra seguridad, no puede ayudarnos a satisfacer esos grandes
anhelos del alma humana.
Como es bien sabido, la ciencia, por su propia índole, es moralmente
neutra, no dice nada sobre la distinción entre lo mejor y lo peor,
el bien y el mal, lo noble y lo abyecto. Y aunque los científicos
esperan que el uso que se hará de sus descubrimientos será, como
profetizó Francis Bacon, gobernado con caridad, la ciencia no puede
hacer nada para asegurarlo. No puede proporcionar criterios para
orientar el uso del impresionante poder que pone en manos humanas.
Aunque persigue el saber universal, no tiene réplica al relativismo
moral.
No sabe qué es la caridad ni lo que la caridad exige, ni siquiera si
la caridad es buena y por qué. ¿Qué nos quedará entonces, moral y
espiritualmente, si el cientificismo sin alma consigue derrocar
nuestras religiones tradicionales, nuestras concepciones heredadas
de la vida humana y las enseñanzas morales que dependen de ellas?
Un progreso científico ciego
En ningún ámbito será esa falta más vivamente sentida que en
relación con las propuestas de usar el poder biotecnológico para
fines que exceden la curación de enfermedades y el alivio del
sufrimiento. Nos prometen mejores hijos, mayor rendimiento, cuerpos
siempre jóvenes y almas felices, todo gracias a las biotecnologías
“perfectivas”. Los bioprofetas nos dicen que estamos en camino hacia
una nueva fase de la evolución, hacia la creación de una sociedad
posthumana, una sociedad basada en la ciencia y levantada por la
tecnología, una sociedad en que las doctrinas tradicionales sobre la
naturaleza humana quedarán anticuadas y las enseñanzas religiosas
sobre cómo debemos vivir serán irrelevantes.
Pero ¿qué servirá de guía para tal evolución? ¿Cómo sabremos si las
llamadas mejoras lo son realmente? ¿Por qué los seres humanos
tendríamos que aceptar ese futuro posthumano? El cientificismo no
puede responder estas preguntas morales decisivas. Sordo a la
naturaleza, a Dios, e incluso a la razón moral, no puede ofrecernos
criterios para juzgar si el cambio es progreso, ni para juzgar nada.
En cambio, predica tácitamente su propia versión de la fe, la
esperanza y la caridad: fe en la bondad del progreso científico,
esperanza en la promesa de superar nuestras limitaciones biológicas,
caridad que promete a todos liberarnos definitivamente –y
trascender– nuestra condición humana. Ninguna fe religiosa se apoya
en fundamento tan endeble.
Leon R. Kass, Aceeprensa 20 febrero 2008
Leon R. Kass, doctor en Medicina y en
Bioquímica, miembro del American Enterprise Institute, presidió
(2002- 2005) el President’s Council on Bioethics, órgano asesor del
presidente de Estados Unidos. Es autor de varios libros, entre ellos
Life, Liberty and the Defense of Dignity: The Challenge for
Bioethics y El alma hambrienta.
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