El poder de un paradigma
A los humildes, los valientes y los «grandes» que nos
enseñan
que el liderazgo no es una posición, sino una elección
El escritor John Gardner escribió en una ocasión: «La
mayoría de las organizaciones aquejadas de problemas han
desarrollado una ceguera funcional a sus propios defectos. No sufren
porque no puedan resolver sus problemas, sino porque no pueden
verlos. Einstein lo expresaba así: «Los problemas significativos que
afrontamos no pueden solucionarse en el mismo nivel de pensamiento
en el que estábamos cuando los creamos».
Estas afirmaciones subrayan uno de los conocimientos más profundos
de mi vida: si queremos realizar cambios y mejoras de poca entidad
de una manera paulatina, trabajemos con prácticas, conductas o
actitudes. Pero si queremos hacer mejoras grandes e importantes,
trabajemos con paradigmas. La palabra, paradigma procede de la
palabra griega paradeigma y originalmente era un término científico
que hoy se suele usar para designar una percepción, un supuesto, una
teoría, un marco de referencia o una lente a través de la cual
contemplamos el mundo. Es como el mapa de un territorio o de una
ciudad. Si es inexacto, dará lo mismo que nos esforcemos mucho por
encontrar nuestro destino o que pensemos de una manera muy positiva:
nos perderemos igual. Si es exacto, la diligencia y la actitud sí
que tendrán importancia.
Por ejemplo, ¿cómo intentaban curar a la gente en la Edad Media?
Haciendo sangrías. ¿Y cuál era el paradigma? El mal estaba en la
sangre y así se sacaba. Y si no pusiéramos en duda ese paradigma,
¿qué haríamos? Lo haríamos más. Lo haríamos más rápido. Lo haríamos
con menos dolor. Aplicaríamos a la sangría la metodología Six Sigma
o la gestión de calidad total. Haríamos análisis de varianza,
controles de calidad estadísticos. Realizaríamos estudios
estratégicos de viabilidad y diseñaríamos brillantes planes de
marketing para poder anunciar: «¡Tenemos la mejor unidad de sangría
del mundo!». O podríamos llevar a la gente a la montaña y dejar que
se lanzaran desde precipicios a los brazos de los demás para que
cuando volvieran a la unidad de sangría del hospital trabajaran con
más amor y confianza. O podríamos hacer que los miembros de la
unidad de sangría se sentaran en círculo en jacuzzis y exploraran
sus psiques mutuamente con el fin de desarrollar una comunicación
más auténtica. Incluso podríamos enseñar pensamiento positivo a
nuestros pacientes y a nuestros empleados para que la energía
positiva fuera óptima cuando se hiciera una sangría.
¿Puede el lector imaginar lo que ocurrió cuando se descubrió la
teoría de los gérmenes, cuando Semmelweis en Hungría, Pasteur en
Francia y otros científicos empíricos descubrieron que los
microorganismos eran una de las principales causas de enfermedad?
Explicó de inmediato por qué las mujeres querían parir con la ayuda
de comadronas. Las comadronas eran más limpias. Se lavaban.
Explicaba por qué en el campo de batalla moría más gente por
infecciones que por las balas. Las enfermedades se propagaban tras
las líneas del frente por medio de los microbios. La teoría de los
gérmenes abrió nuevos campos para la investigación y ha guiado las
prácticas de la asistencia sanitaria hasta el día de hoy.
Éste es el poder de un paradigma acertado. Explica y luego guía.
Pero el problema es que los paradigmas, al igual que las
tradiciones, no desaparecen sin más. Los paradigmas erróneos siguen
vigentes durante siglos después de que se haya descubierto otro
mejor. Por ejemplo, aunque los libros de historia dicen que George
Washington murió de una infección en la garganta, es probable que
muriera a causa de una sangría. La infección de garganta era el
síntoma de algo más. Puesto que el paradigma era que el mal estaba
en la sangre, le sacaron varios litros de sangre en veinticuatro
horas. Hoy, en general, se aconseja que una persona sana no dé más
de medio litro de sangre cada dos meses.
La nueva era del trabajador del conocimiento se basa en un paradigma
nuevo que difiere por completo del paradigma cosificador de la era
industrial. Llamémosle paradigma de la persona completa.
El paradigma de la persona completa
En el fondo, sólo hay una razón muy sencilla y general de que haya
tantas personas insatisfechas con su trabajo y de que la mayoría de
las organizaciones sean incapaces de aprovechar el talento, el
ingenio y la creatividad de su personal y no lleguen a ser
organizaciones realmente grandes y duraderas. La razón es un
paradigma incompleto de quiénes somos, de nuestra concepción
fundamental de la naturaleza humana.
La realidad más fundamental es que los seres humanos no son simples
cosas a las que se deba motivar y controlar; los seres humanos
tienen cuatro dimensiones: cuerpo, mente, corazón y espíritu.
Si estudiamos todas las filosofías y religiones, sean occidentales u
orientales, desde los inicios de la historia conocida, hallaremos
básicamente estas cuatro dimensiones: la física/económica, la
mental, la social/emocional y la espiritual. Se suelen usar palabras
diferentes, pero siempre reflejan estas cuatro dimensiones
universales de la vida. También reflejan las cuatro necesidades y
motivaciones básicas de todas las personas que se ilustran en la
película correspondiente al primer capítulo: vivir (supervivencia),
amar (relaciones), aprender (crecimiento y desarrollo) y dejar un
legado (sentido y aportación); véase la figura 2.3.
Figura 2.2
Las personas pueden elegir
Así pues, ¿cuál es la conexión directa entre el paradigma de control
de la «cosa» (piezas-personas) que predomina en el trabajo de hoy en
día y la incapacidad de los directivos y las organizaciones de
inspirar a su personal para que contribuya con su talento? La
respuesta es
Figura 2.3
simple. La gente elige. Consciente o
subconscientemente, la gente decide en qué medida se va a entregar a
su trabajo en función del trato que reciba y de las oportunidades
que tenga para utilizar las cuatro partes de su naturaleza. Estas
opciones van desde rebelarse o renunciar, hasta trabajar con
excitación creativa.
Ahora consideremos por unos instantes cuál de las seis opciones que
aparecen en la figura 2.4 elegiríamos —rebelión o abandono,
obediencia maliciosa, condescendencia voluntaria, cooperación
placentera, compromiso genuino, excitación creativa— en los cinco
escenarios siguientes:
Figura 2 4
Primero, no se nos trata con justicia. Es decir, en
nuestra organización hay mucha política; hay nepotismo; el sistema
salarial no parece justo; nuestro propio salario no refleja con
exactitud el nivel de nuestra contribución. ¿Cuál sería nuestra
elección?
Segundo, supongamos que nos pagan lo correcto pero que no se nos
trata muy bien. Es decir, no se nos respeta; se nos trata de una
manera arbitraria y caprichosa, quizá dictada principalmente por el
humor de nuestro jefe. ¿Cuál sería nuestra elección?
Tercero, supongamos que nos pagan correctamente y nos tratan bien,
pero cuando se precisa nuestra opinión nadie nos la pide. En otras
palabras, se valoran nuestro cuerpo y nuestro corazón, pero no se
valora nuestra mente. ¿Cuál sería nuestra elección?
Cuarto, supongamos que nos pagan correctamente (cuerpo), que nos
tratan bien (corazón) y que podemos participar de una manera
creativa (mente), pero se nos dice que cavemos un hoyo y lo volvamos
a rellenar o que redactemos informes que nadie va a leer o usar. En
otras palabras, el trabajo carece de sentido (espíritu). ¿Cuál sería
nuestra elección?
Quinto, supongamos que nos pagan correctamente, que nos tratan bien
y que podemos participar de una manera creativa en un trabajo
significativo, pero a costa de engañar y mentir a los clientes, a
los proveedores y a otros empleados (espíritu). ¿Cuál sería nuestra
elección?
Obsérvese que hemos transitado por las cuatro partes del paradigma
de la persona completa: cuerpo, mente, corazón y, por último,
espíritu (habiendo dividido el espíritu en dos partes: hacer un
trabajo carente de sentido y trabajar sin escrúpulos). La cuestión
es que si desatendemos alguna de las cuatro partes de la naturaleza
humana, convertimos las personas en cosas, ¿y qué es lo que hacemos
con las cosas? Debemos controlarlas, dirigirlas y usar la zanahoria
y el palo para motivarlas.
Figura 2 5
He planteado estas preguntas por todo el mundo y en
diversos escenarios y, de una manera prácticamente inevitable, la
respuesta siempre cae en una de las tres categorías inferiores: la
gente se rebela o renuncia, obedece maliciosamente (es decir, hace
lo que le dicen pero esperando que no funcione) o, como mucho, se
limita a cumplir. Pero en la actual era del trabajador del
conocimiento y de la información, sólo quienes se ven respetados
como personas completas con un trabajo completo —lo que supone una
retribución correcta, un buen trato, el uso de la creatividad y
oportunidades de atender necesidades humanas sin traicionar
principios (véase la figura 2.5)— optan por una de las tres opciones
superiores: cooperación placentera, compromiso genuino o excitación
creativa (véase de nuevo la figura 2.4).
Stephen Covey, El octavo hábito
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