Vuelve a poner en hora
tu reloj: Aprende a vivir en el momento
Para volver a poner en hora tu reloj viene bien que
seas una persona un poco rara y que oigas voces que te hablan dentro
de la cabeza. A mí eso me sucede con frecuencia, pero las voces me
ayudan a no convertirme en una víctima. (Una vez le conté esto a una
señora que me regaló un distintivo que dice: «Espero que no le
moleste el ruido que me hace la cabeza».) Cuando estoy en una
reunión profesional o en un taller, pienso en lo que quiero
compartir. Si estoy preocupado por lo que pensará la gente y tengo
miedo de hablar libre y abiertamente, cuando me levanto para tomar
la palabra, una voz me dice: «Podrías morirte mientras regresas a
casa». Y como yo sé que si me sucediera eso me sentiría muy mal por
no haber compartido lo que tenía en el corazón, pues lo digo, porque
así sé que, si no sobrevivo, por lo menos habré dicho lo que
necesitaba decir. Lo que sientan los demás o lo que puedan decir los
críticos es problema suyo, no mío. La conciencia que tengas de tu
propia mortalidad puede salvarte de la timidez. (Pero si haces lo
mismo para ganarte el aplauso del público y de los críticos, sólo
conseguirás volverte más vulnerable.)
Una muchacha solía trabajar conmigo cuando era estudiante de
medicina. Su familia me escribió para decirme que, cuando estaba a
punto de empezar su práctica como médico, la picó una avispa. Un
amigo que la fue a visitar a su casa la encontró en estado de shock
y la llevó a la unidad de cuidados intensivos del hospital local,
pero tres días después murió de un shock anafiláctico. Siempre
pienso en esa chica cuando recuerdo lo incierta que es la vida, y
cómo deberíamos todos esforzarnos por vivir en el presente, que en
realidad es lo único que tenemos.
Una vez que uno acepta, literalmente, que podría morirse antes de
llegar a casa, empieza a sentirse libre para actuar de una manera
que dice: «Así soy yo, y así es como deseo hacer mi aportación».
Insisto en que no es egoísmo. Cuando aceptas tu mortalidad, en tu
vida hay más humor y más amor. El sentimiento de tu propia
mortalidad favorece un comportamiento saludable y humorístico, y
deja ver, en vez de esconderlas, tu individualidad y tu
peculiaridad.
Yo le pido a la gente que aprenda a vivir en pequeños segmentos de
tiempo, porque veo una y otra vez que las personas felices viven en
el momento, y están, en cierto sentido, acercándose tanto como es
posible al Cielo sobre la Tierra. Cuando podemos empezar a vivir sin
estar siempre pendientes del reloj y a disfrutar simplemente del
aquí y ahora, cambiamos, y nuestro cuerpo también cambia. Una mujer
me contó que el día en que tuvo súbitamente la sensación de vivir en
el momento estaba sentada en una silla junto a una ventana abierta
por donde entraba la brisa. Por primera vez en su vida tomó
conciencia de que sentía el aire sobre la piel. Antes de ese momento
filtraba esas impresiones porque estaba viviendo para el futuro,
concentrándose en lo que había de venir. Otra mujer, que estaba a
punto de suicidarse, se fijó de pronto en la nieve y en el cielo
azul, y esa belleza le salvó la vida.
Vivir en el momento no significa que uno no pueda organizar las
cosas ni hacer planes para el futuro. Pero cuando tus planes se ven
modificados, tal vez Dios esté tratando de hacer que sigas el ritmo
del universo, procurando que te pongas en contacto con tu lado
intuitivo.
Un hombre me contó que, una vez que se hubo jubilado, «de pronto, la
gente empezó a hablar conmigo en las tiendas, y los perros a
mostrarse más amistosos». Por supuesto, lo que pasaba era que él,
sin darse cuenta, había cambiado y se mostraba ahora más abierto.
Recuerdo haberme quedado perplejo, en un curso universitario de
filosofía y religión, ante la afirmación de san Agustín de que para
ver hay que amar... Yo pensaba que el amor era ciego. Más adelante,
me di cuenta de que los amantes están abiertos al mundo. Si uno se
puede mantener abierto, aceptará las cosas cuando las vea, e incluso
si no entiende por qué ha pasado algo, sabrá que ha sucedido y podrá
tomar nota de ello y observarlo en vez de rechazarlo. Como decía
Carl Jung: «No podemos cambiar nada a menos que lo aceptemos».
Si estamos abiertos a nuevas verdades, nos pueden suceder cosas
espontáneas e inesperadas; los misterios pueden resolverse. Son
tantos los descubrimientos hechos accidentalmente, mientras los
científicos iban en pos de alguna otra cosa... Allí, a un lado,
había una pequeña verdad junto a la cual podrían haber pasado
precipitadamente sin verla, si no hubieran tenido el espíritu
abierto. Mi hijo Jeffrey dijo un día de alguien que tenía «una mente
demasiado cerrada» para ser un científico. Me pareció un comentario
estupendo; expresa el hecho de que, si nos cerramos ante lo que sea,
la religión, la enfermedad o la ciencia, jamás aprenderemos. Me
refiero a estar abiertos ante el misterio, no ante la magia o los
milagros. La magia y los milagros no se prestan a las soluciones.
Los misterios sí, y algún día los tendremos todos resueltos.
He recibido cartas de personas que están en prisión y que optan por
vivir una vida de sanación. Un hombre me escribió: «Yo me sentía
condenado a muerte y me quedaba sentado esperándola. Ahora dedico
ocho horas diarias a hacer un trabajo pesado (cargar a pulso bloques
de hormigón) y pienso con mucha ilusión en el mañana. En vez de
esperar la muerte, ahora espero vivir».
Tú puedes estar en la cárcel o ser prisionero de tu propio cuerpo,
pero la opción de vivir depende de ti y no de lo que te rodea. Si
esperas a salir de la prisión o que te vuelva a crecer el pelo para
vivir, estás postergando la vida.
Los que sufren son mis grandes maestros. Ve a buscarlos en cárceles
y hospitales, y pregúntales por qué quieren vivir. Yo he recorrido
muchos pasillos de hospital, y he entrado en las habitaciones de
personas que tenían cosas que a mí me daban miedo para preguntarles
por qué querían vivir y cómo se las arreglaban. Siempre fueron
sinceras y se mostraron dispuestas a colaborar. Algunas me decían:
«Siéntese, que se lo contaré». Otras me decían que volviera, que me
prepararían una lista. Lo que me impresionó fue que las listas no
contenían páginas de análisis filosófico sobre el significado de la
vida, sino que hablaban de cosas muy simples... «Pinté un cuadro»,
decía una mujer sin dedos, que tenía que trabajar con el pincel
atado a la mano. «Miré por la ventana, y el día era hermoso. » «La
enfermera me hizo un masaje en la espalda.» «Me llamó mi familia
para decirme que me vendrían a ver.» Y así seguían las listas, con
cosas sencillas y cotidianas. Y yo empecé a darme cuenta de que eso
es, realmente, la vida.
Un joven que hablaba elocuentemente de vivir el momento era Mark
Rakowski, que jugaba al fútbol americano en Colgate, la universidad
donde yo estudiaba, pero enfermó de leucemia poco después de
graduarse. Su ex entrenador de fútbol y director de atletismo, Fred
Dunlap, y la mujer de éste contaron la historia de Mark en el
periódico de la universidad. Describieron cómo este joven siempre
había impresionado a los miembros del equipo de fútbol con su
energía y su voluntad de vivir, y explicaron que le querían conceder
un galardón. Como él no podía recibirlo en el estadio, ya que no
habría sido prudente exponerlo al contacto con la multitud por su
bajo recuento de glóbulos blancos debido a la quimioterapia, se lo
entregaron en los vestuarios antes del partido. Mark dijo a los
jugadores:
Cuando yo jugaba al fútbol siempre creí que daba todo lo que tenía
en cada partido, especialmente durante mi último año. Pero ahora que
ya no juego, sé que no era así; simplemente me lo parecía. Ahora que
ya he dejado de jugar, daría cualquier cosa por volver a hacerlo y
entregarme totalmente. Algún día vosotros podéis sentir lo mismo.
Entonces, hoy, no os dejéis nada aquí. Dejadlo todo afuera, en el
campo.
Es innecesario decir que todos se emplearon a fondo, y ganaron el
partido al equipo contrario por 22-20.
Tiempo después Mark murió debido a las complicaciones surgidas tras
un trasplante de médula, pero hay muchas personas que no lo
olvidarán jamás, ni a él ni su ejemplo.
Y eso es lo que yo comparto contigo, amigo mío, amiga mía. Juega
plenamente tu partido.
Vive como si te estuvieras muriendo; escribe como si te estuvieras
muriendo. En un artículo aparecido en el New York Times Book Review
del 28 de mayo de 1989, titulado «Write Till You Drop» [Escribe
hasta que no puedas más], Annie Dillard decía:
Escribe como si te estuvieras muriendo. Al mismo tiempo, da por
sentado que escribes para un público compuesto únicamente de
pacientes terminales. Al fin y al cabo, ¿no es eso cierto? ¿Qué te
pondrías a escribir si supieras que has de morir pronto? ¿Qué le
podrías decir a un moribundo que no lo enfureciera por su
trivialidad?
A mí me gusta usar este ejercicio en mis talleres, y ahora te
pregunto: ¿Qué escribirías sobre el tema si supieras que no te
quedan más de seis meses de vida? ¿Qué querrías compartir con otras
personas para ponerte en contacto con los sentimientos que llevas
profundamente sepultados dentro de ti? Cuando hacemos esto, todos
empezamos a concentrarnos en lo que más amamos.
Haz una pausa; cierra los ojos. En la oscuridad puedes perder la
vista ordinaria y adquirir visión interior. Hellen Keller solía
preguntar a la gente: «Si tuvieras tres días para ver, ¿qué
elegirías ver en esos días?». Creo que tu elección te enseñará qué
es lo que amas de verdad en tu vida.
Bernie S. Siegel, Cómo vivir día a día
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