Consecuencias de la “economía mental”   

 

 

1. Sesgos atencionales
Cuando prestamos atención, no lo hacemos de manera objetiva y desprevenida. Por ejemplo:

  • Si una persona tiene un esquema de incompetencia ("No soy capaz") su atención estará más orientada a detectar fallas que aciertos personales, lo cual fortalecerá cada vez más su idea de incapacidad personal.

  • Si alguien ha creado un esquema de abandono ("La gente que amo tarde o temprano me abandonará"), la mente estará más atenta a destacar señales de rechazo que indicadores de afecto positivo.

  • Un esquema de grandiosidad (narcisismo) hará que la persona esté más atenta a los elogios que a las críticas.

La atención trabaja al servicio de los esquemas que tenemos. No es libre, sino esclava de las creencias. Vemos lo que nos conviene, sacrificamos el todo, lo real, por aquellas partes o trozos de información que concuerdan con nuestra motivación básica. Veamos un caso.

Juana era una muchacha de 23 años, muy insegura en el amor porque se sentía poco interesante y "no querible". Con todos los jóvenes con los que había mantenido relaciones le pasaba lo mismo. A los pocos días de cada romance, la duda hacía su aparición: "Cuando me conozca bien, se va a sentir decepcionado y me va a dejar". La activación de su esquema de inamabilidad hacía que su atención se concentrara más en los indicios negativos (aburrimiento, cansancio, distracción de su pareja) que en las manifestaciones positivas de amor (alegría, interés, expresiones de afecto). Consecuente con lo anterior, su mente contabilizaba más lo malo que lo bueno y confirmaba (erróneamente) el esquema de "antiamor" del cual era víctima.

Como resulta obvio, ninguna relación prosperaba. De manera sistemática, al cabo de uno o dos meses la contabilidad mostraba un saldo en rojo de proporciones enormes y ella optaba por retirarse antes de que su compañero la dejara por "poco interesante". Lo contradictorio de las predicciones de Juana era que los hombres de los cuales ella prescindía no se resignaban a la pérdida y seguían llamándola de manera insistente para tratar de reiniciar la relación.

La atención debe ser balanceada. Ver todo: lo bueno y lo malo. No podemos fraccionar la vida como si se tratara de una cuestión de compra y venta. Ver todo, estar en contacto pleno con la realidad, tomar conciencia de los esquemas que dirigen nuestra atención y completar la observación con lo que nos quedó por fuera. Ver la belleza del bosque, sin dejar escapar la belleza de cada árbol.

Prestar atención a la atención, vigilar al observador para hacerlo más objetivo y honesto. La atención sesgada perpetúa las teorías negativas que tenemos de nosotros mismos, el mundo y el futuro y crea condiciones irreales de confirmación. La mejor manera de poner a tambalear un esquema negativo y comenzar a desprenderse de él, es concentrar la atención en todos los aspectos de la realidad que nos rodea.


2. Sesgos de memoria
Nuestros recuerdos no son tan pulcros y objetivos como nos gustaría. A diferencia de lo que nos sugiere el sentido común, la memoria no permanece inalterable a través de los años. Si pudiéramos viajar al pasado estoy seguro de que nos sorprenderíamos al ver cómo los hechos acaecidos no fueron como los recordamos. Embellecemos o dramatizamos nuestro pasado y luego tomamos decisiones con base en esos datos alterados.

De manera similar a lo que ocurre con los sesgos atencionales: recordamos más fácil y mejor aquello que concuerda con nuestros esquemas o creencias almacenadas. Autoengaño por todas partes. Por ejemplo:

  • Si estoy convencido de que soy torpe, recordaré más fácilmente situaciones de torpeza que situaciones en las que he sido hábil o diligente.

  • Si creo que no soy digno de amor, recordaré con más frecuencia fracasos afectivos que los buenos momentos de amor.

  • Si pienso que un amigo es desleal, es probable que recuerde más sus intrigas (así sea una) que sus actos de compañerismo (así sean muchos).

Diego era un hombre de 32 años al que se le había diagnosticado una depresión mayor. Lo que más lo atormentaba eran los sentimientos de inseguridad en el trabajo. Había llegado un nuevo jefe supremamente exigente que lo había intimidado desde el primer día. La consigna del mandamás era demoledora para la mayoría: "EI que no rinde se va" (todavía hay gente que piensa que el miedo es un buen motivador para aprender y aumentar el rendimiento, lo cual no es cierto).

Aunque el comportamiento laboral de Diego siempre había sido muy bueno, un viejo esquema de incompetencia y otro de autocrítica se activaron de inmediato. Su memoria comenzó a recordar de manera obsesiva fallas anteriores, no sólo en lo referente al trabajo sino en otras áreas. Como nadie está exento de haber cometido errores, la búsqueda confirmaba su "incompetencia" una y otra vez. Por otra parte, la autocrítica incrementaba el autocastigo y la depresión, lo que hacía que los recuerdos negativos sobre sí mismo cobraran más fuerza.

Además de las creencias, el estado de ánimo también ayuda a sesgar la memoria: la tristeza hace que recuperemos más información depresiva y la ansiedad que recordemos más eventos trágicos o catastróficos. Este fenómeno se denomina aprendizaje dependiente del estado4. Diego estaba atrapado en una trampa: cuánto más se autocriticaba y más incrementaba su depresión, más se autocasticaba con los malos recuerdos.

Para romper el circulo vicioso hubo que intervenir no sólo a nivel psicológico sino también psiquiátricamente. Al cabo de unos meses de terapia, expresó así su sentir: "Estaba en un hueco oscuro, como un torbellino que me hundía cada vez más hacia un sinsentido... Algo me arrastraba a la autodestrucción, sentía que la amargura crecía en mí, cada día me quería menos y no era capaz de identificar la causa... Era como estar poseído…". Y no estaba tan lejos de la verdad, estaba poseído, pero de sí mismo. La memoria puede ser la mejor compañera o la peor enemiga.

Además de los esquemas, nuestros recuerdos también están afectados por el tiempo. La información que almacenamos en la memoria no queda estática para siempre, sino que se altera con la entrada de nuevos datos. Esa es la razón por la cual existen los falsos recuerdos de los cuales no somos conscientes. Juramos que esto o aquello fue así, pero la distorsión existe ¿Quién no se ha sorprendido alguna vez cuando volvemos a un sitio en el cual habíamos estado hace muchos años y descubrimos que era más pequeño o más grande, más lindo o más feo, menos oscuro o más tenebroso de como lo recordábamos?

Así que todo lo que recuerdes puede estar sesgado por los esquemas y por el tiempo mismo. Es mejor sospechar de la remembranza. No digo que haya que desarrollar una amnesia protectora, sino que es bueno tomar con pinzas aquellos momentos que confirman tu malestar, tu alteración y tu dolor. Memoria balanceada, razonada y razonable. Memoria discriminada en la convicción de que no todo lo que brilla es oro, ni nada es tan horrible o tan espectacular como el pasado nos sugiere.

3. Sesgos perceptivos
El proceso de percepción no es pasivo. Algunos filósofos como Locke pensaban que la mente obra como una tabla rasa, es decir, que somos una especie de pantalla en blanco donde la realidad objetiva se imprime en ella tal cual es y sin distorsión alguna. Como ya dije, hoy sabemos que no es así: el ser humano construye en gran parte su mundo interior. Somos activos procesadores de la información, afectamos el ambiente y el ambiente nos afecta.

Los sesgos perceptivos hacen referencia a las interpretaciones irracionales, erróneas o ilógicas que hacemos de los hechos. Son conclusiones equivocadas que sacamos a partir de lo que observamos o recordamos.

Se dio que en una reunión social, un joven homosexual con sida hizo un comentario sobre las connotaciones místicas del orgasmo. Según él, la sexualidad es una vía de comunicación con Dios ya que en el climax el tiempo psicológico desaparece. Uno de los asistentes, que conocía la enfermedad del hombre, no pudo esconder su disgusto ante el comentario: "No me parece que la sexualidad sea el camino más seguro para alcanzar la espiritualidad. Esa concepción puede llevar fácilmente a la promiscuidad. La vida desordenada sólo conduce a problemas, por eso pienso que deberíamos ver el sexo con más responsabilidad". Acto seguido se levantó y se fue.

Después supe que la persona que se había ofuscado pensaba que los portadores del VIH eran "enfermos sexuales". Partiendo de ese estereotipo, había percibido la opinión del joven homosexual como una apología a la promiscuidad. Guiado por su creencia "antisida", realizó una interpretación errónea de la información, una inferencia arbitraria a favor de su presunción. Dicho de otra forma: a partir de una premisa falsa ("La gente con sida es promiscua") interpretó unos hechos de manera inadecuada. El silogismo se completó con la siguiente conclusión: "Él tiene sida, por lo tanto es promiscuo y no tiene autoridad moral para hablar de la sexualidad como lo hace".

Gran parte del tiempo generamos deducciones equivocadas. Es claro que no somos los mejores estadísticos naturales ni los mejores razonadores: un gesto, una mirada, un ademán o un silencio pueden ser mal percibidos si existen creencias rígidas que orienten nuestro pensamiento. El prejuicio es una enfermedad en cualquiera de sus formas y los errores de interpretación su consecuencia obvia.

Los sesgos perceptivos te hacen ver ¡o que no es. Te obligan a llegar a conclusiones equivocadas donde tú eres el centro de todo. Es verdad que no hay percepción totalmente descontaminada, pero de todas maneras hay que intentar viciarla lo menos posible. La mejor estrategia para combatir el sesgo perceptivo es la verificación consciente, que consiste en revisar las premisas de las cuales partes y examinar el proceso por el cual llegas a ciertos resultados. Las generalizaciones apresuradas son peligrosas porque siempre hay excepciones a la regla que puedes ignorar. Lo ideal es, como verás más adelante, lentificar el proceso perceptivo, observarlo como si se tratara de una película en cámara lenta, estudiarlo paso a paso para no dejar entrar la distorsión.

Walter Riso, Pensar bien, sentirse bien

 

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