¿Sobre qué debemos
pensar?
Estas son algunas de las preguntas que cualquiera de nosotros puede
formularse acerca de sí mismo: ¿Qué soy? ¿Qué es la conciencia? ¿Puedo
sobrevivir a mi muerte corporal? ¿Tengo la certeza de que las experiencias
y las sensaciones de los demás son como las mías? ¿Si no puedo compartir
la experiencia de los demás, puedo comunicarme con ellos? ¿Actuamos
siempre de forma egoísta? ¿Acaso soy una especie de títere que cree actuar
libremente cuando en realidad sus actos están programados?
También hay preguntas acerca del mundo: ¿Por qué existe algo, y no la
nada? ¿Cuál es la diferencia entre el pasado y el futuro? ¿Por qué la
causalidad actúa siempre desde el pasado hacia el futuro, o tiene sentido
pensar que el futuro puede influir sobre el pasado? ¿Por qué hay
regularidades en la naturaleza? ¿Presupone el mundo un Creador? Y si es
así, ¿podemos comprender por qué lo creó (él, ella o ellos)?
Finalmente, también hay preguntas acerca de nosotros y el mundo: ¿Cómo
podemos estar seguros de que el mundo es tal como creemos que es? ¿Qué es
el conocimiento y cuánto poseemos? ¿Qué es lo que convierte un campo de
investigación en una ciencia? (¿Es una ciencia el psicoanálisis? ¿Lo es la
economía?) ¿De dónde procede nuestro conocimiento de los objetos
abstractos, como los números? ¿De dónde procede nuestro conocimiento de
los valores y los deberes? ¿Cómo podemos saber si nuestras opiniones son
objetivas o meramente subjetivas?
Lo raro de estas preguntas no es sólo su aspecto desconcertante a primera
vista, sino también que desafían cualquier intento de encontrar la
solución por un procedimiento sencillo. Si alguien me pregunta cuándo hay
marea alta, sé dónde tengo que buscar la respuesta. Puedo consultar tablas
autorizadas sobre mareas; puede ser que tenga una idea aproximada de cómo
se forman, y si falla todo lo demás puedo ir y medir yo mismo la subida y
la bajada de la marea. Una pregunta como ésta se responde por medio de la
experiencia: es una cuestión empírica. Se puede resolver mediante
procedimientos convencionales, que consisten en realizar ciertas
observaciones y mediciones, o bien en aplicar ciertas reglas que han sido
contrastadas con la experiencia y se sabe que funcionan. Las preguntas del
párrafo anterior no son de este tipo. Parecen requerir un mayor grado de
reflexión. No se nos ocurre de forma inmediata dónde tenemos que buscar la
respuesta. Tal vez no estemos del todo seguros de lo que queremos decir
con ellas o de qué podría valer como respuesta. ¿Cómo podría saber, por
ejemplo, si no soy después de todo un títere que cree actuar libremente
cuando en realidad sus actos están programados? ¿Deberíamos preguntar a
científicos especializados en el cerebro? Pero ¿cómo sabrían ellos lo que
tenían que buscar? ¿Cómo sabrían que lo han encontrado? Imaginen el
titular de prensa: "Los neurofisiólogos descubren que los seres humanos no
son títeres". ¿Cómo es posible?
Entonces, ¿de dónde surgen estas preguntas tan desconcertantes? En una
palabra, de la autorreflexión. La capacidad de reflexión sobre sí mismos
acompaña siempre a los seres humanos. Incluso cuando actuamos guiados por
el hábito, seguimos siendo capaces de reflexionar sobre dicho hábito. Es
algo habitual para nosotros pensar sobre algo y luego reflexionar sobre lo
que estamos pensando. Podemos preguntarnos a nosotros mismos (o bien puede
ser otra persona quien nos haga la pregunta) si sabemos de lo que estamos
hablando. Para responder a eso debemos reflexionar sobre la posición que
hemos adoptado, sobre nuestra propia comprensión de lo que decimos, sobre
nuestras fuentes de autoridad. Podemos comenzar a dudar si de verdad
sabemos lo que queremos decir. Podemos preguntarnos si lo que decimos es
"objetivamente" cierto, o sólo el resultado de la perspectiva que
adoptamos, de nuestra forma de enfocar la situación. Al pensar sobre estas
cuestiones, nos encontramos con categorías tales como el conocimiento, la
objetividad, la verdad, y es posible que también queramos pensar acerca de
ellas. En tal caso lo que hacemos es reflexionar sobre conceptos,
procedimientos y creencias que habitualmente nos limitamos a usar.
Observamos el andamiaje de nuestro pensamiento, hacemos ingeniería de
conceptos.
Este momento de reflexión puede plantearse en el curso de un debate de lo
más normal. Un historiador, por ejemplo, se verá obligado en algún momento
a preguntar por el significado de "objetividad", "evidencia" o incluso
"verdad" en el campo de la historia. Un cosmólogo deberá detenerse por un
momento antes de resolver ecuaciones que incluyan la letra t, y preguntar
qué significa, por ejemplo, el flujo del tiempo, la dirección del tiempo o
bien el origen del tiempo. Pero en este momento, lo admitan o no, se
convierten en filósofos. Y se ponen a hacer algo que se puede hacer bien o
mal. La cuestión es hacerlo bien.
¿Cómo se aprende filosofía? Una forma más adecuada de plantear la pregunta
sería decir: ¿Cómo se pueden adquirir nuevas técnicas de pensamiento? En
este caso se trata de pensar acerca de las estructuras básicas del
pensamiento. Esto es algo que puede hacerse bien o mal, de modo
inteligente o inepto, pero hacerlo bien no depende en primer lugar de la
adquisición de un cuerpo de conocimientos. Es más parecido a tocar bien el
piano. El "cómo" es tan importante como el "qué". La personalidad
filosófica más famosa del mundo clásico, el Sócrates de los diálogos
platónicos, no se vanagloriaba de lo mucho que sabía. Al contrario, se
enorgullecía de ser el único que sabía cuán poco era lo que sabía (de
nuevo, reflexión). Lo que de verdad hacía bien -se supone, pues existen
divergencias sobre este punto- era mostrar la debilidad de las
pretensiones de conocimiento de los demás. Pensar correctamente significa
evitar las confusiones, detectar las ambigüedades, centrar la atención en
cada cosa por separado, construir argumentos fiables, darse cuenta de las
alternativas posibles, y esta clase de cosas.
En resumen: nuestras ideas y conceptos se pueden comparar con las lentes a
través de las cuales vemos el mundo. En filosofía, el objeto de estudio es
la lente en sí misma. El éxito no depende tanto de lo que podamos saber al
término de la investigación como de lo que podemos hacer cuando la
cuestión se pone difícil: cuando soplan los vientos de la argumentación y
la confusión lo invade todo. Se tiene éxito cuando se toman en serio las
implicaciones de las ideas.
Simón Blackburn, Pensar
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