El pensar
ordenado
Entre tantas cosas en la vida, ¿han considerado ustedes
alguna vez la razón de que casi todos seamos más bien descuidados en
nuestro vestir, en nuestros modales, en nuestros pensamientos, en nuestra
manera de hacer las cosas? ¿Por qué somos tan poco puntuales y, por tanto,
desconsiderados con otros? ¿Y qué es lo que trae orden en todo ello, orden
en nuestro vestir, en nuestros pensamientos, en nuestro hablar, en nuestra
manera de caminar, en el modo como tratamos a aquellos que son menos
afortunados que nosotros? ¿Qué es lo que origina este curioso orden que
llega sin compulsión, sin plan alguno, sin premeditación? ¿Alguna vez han
pensado en ello? ¿Saben qué es lo que entiendo por orden? Es sentarse
tranquilamente, sin apremio alguno, comer con elegancia y sin prisa,
actuar pausadamente y, no obstante, con precisión, ser claro en el pensar
y, aun así, efusivo. ¿Qué es lo que genera este orden en la vida? Es un
punto realmente muy importante, y pienso que, si a uno pudieran educarlo
para descubrir el factor que genera orden, ello tendría una gran
significación.
Ciertamente, el orden adviene sólo a través de la virtud; porque a menos
que seamos virtuosos, no solamente en las cosas pequeñas sino en todas las
cosas, nuestra vida se vuelve caótica, ¿no es así? Ser virtuosos tiene
poco significado en sí mismo; pero debido a que somos virtuosos, hay
precisión en lo que pensamos, hay orden en todo nuestro ser; y ésa es la
función de la virtud.
Pero, ¿qué ocurre cuando un hombre trata de volverse virtuoso, cuando se
disciplina para ser amable, eficiente, reflexivo, considerado, cuando
procura no lastimar a los demás, cuando gasta sus energías en tratar de
establecer orden, en esforzarse por ser bueno? Sus esfuerzos sólo conducen
a la respetabilidad, la cual genera mediocridad en la mente; por lo tanto,
ese hombre no es virtuoso.
¿Han mirado alguna vez muy de cerca una flor? ¡Qué asombrosamente precisa
es, con todos sus pétalos...! No obstante, es extraordinariamente
delicada, con su belleza, su perfume. Ahora bien, cuando un hombre trata
de ser ordenado, su vida puede ser muy precisa, pero ha perdido esa
cualidad de delicadeza que adviene sólo cuando, como en la flor, no hay
esfuerzo alguno. Nuestra dificultad, pues, consiste en ser precisos,
claros y efusivos sin ningún esfuerzo.
Vean, el esfuerzo para ser ordenados o metódicos, tiene una influencia muy
limitadora. Si yo trato deliberadamente de ser ordenado en mi habitación,
si tengo sumo cuidado de ponerlo todo en su lugar, si siempre estoy
vigilándome a mí mismo - dónde pongo los pies, etc.- entonces, ¿qué
sucede? Me convierto en un pesado intolerable para mí mismo y para los
demás. Es una persona muy aburrida aquella que siempre está tratando de
ser “alguien” o “algo”, cuyos pensamientos están muy cuidadosamente
arreglados, que escoge un pensamiento con preferencia a otro. Una persona
así puede ser muy pulcra, muy clara, puede usar las palabras con precisión
y ser muy atenta y considerada, pero ha perdido la alegría creativa del
vivir.
¿Cuál es, entonces, el problema? ¿Cómo puede uno tener esta alegría
creativa del vivir, ser efusivo en sus sentimientos, amplio en el pensar
y, no obstante, ser preciso, claro, ordenado en el vivir? Pienso que la
mayoría de nosotros no es así, porque jamás sentimos nada intensamente,
jamas entregamos por completo a algo nuestras; mentes y nuestros
corazones. Recuerdo haber estado observando a dos ardillas rojas que, con
sus espesas y largas colas y su hermoso pelaje, estuvieron persiguiéndose
mutuamente hacia arriba y abajo de un alto árbol durante casi diez minutos
y sin detenerse ni un instante tan sólo por la alegría de vivir. Pero
ustedes y yo no podemos conocer esa alegría si no sentimos las cosas
profundamente, si no hay pasión en nuestras vidas pasión, no para hacer el
bien o para producir alguna reforma, sino pasión en el sentido de percibir
las cosas con mucha fuerza; y esa pasión vital sólo podemos tenerla cuando
hay una revolución completa en nuestro pensar, en la totalidad de nuestro
ser.
¿Han advertido qué pocos de nosotros tenemos un sentimiento profundo con
respecto a cualquier cosa, sea lo que fuere? ¿Alguna vez se rebelan
ustedes contra sus maestros, contra sus padres, no sólo porque algo no les
gusta sino porque sienten profunda, ardientemente, que no quieren hacer
ciertas cosas? Si sienten de ese modo con respecto a algo, descubrirán que
este sentir mismo trae, curiosamente, un orden nuevo en sus vidas.
El orden, la limpieza y claridad en el pensar, no son muy importantes en
sí mismos, pero se vuelven importantes para un hombre que es sensible, que
siente de manera profunda, que se halla en un estado de perpetua
revolución interna. Si ustedes sienten con intensidad el sino del pobre,
del mendigo que recibe en su rostro el polvo que le arroja el automóvil
del rico que pasa a su lado, si son extraordinariamente receptivos,
sensibles a todo, entonces esa misma sensibilidad trae consigo el orden,
la virtud; y creo que esto es muy importante que lo comprendan, tanto el
educador como el estudiante.
En este país, desafortunadamente, igual que en todo el mundo, las cosas
nos interesan muy poco, no tenemos un sentimiento profundo por nada. Casi
todos somos intelectuales, intelectuales en el sentido superficial de ser
muy ingeniosos, de estar llenos de palabras y teorías acerca de lo que es
bueno y lo que es malo, acerca de lo que debemos pensar y de lo que
debemos hacer. Mentalmente estamos muy desarrollados, pero internamente
hay muy poca sustancia o significación; y es esta sustancia interna la que
da origen a la acción verdadera, que no es la acción conforme a una idea.
Por eso es que deben ustedes tener sentimientos muy intensos -
sentimientos de pasión, de ira - y observarlos, jugar con ellos, porque si
meramente los reprimen, si dicen: “No debo enojarme, no debo ser
apasionado porque eso está mal”, encontrarán que poco a poco la mente se
encierra en una idea y, debido a eso, se vuelve muy superficial. Podremos
ser inmensamente hábiles, podremos tener conocimientos enciclopédicos,
pero si no existe la vitalidad de un sentir intenso y profundo, nuestra
comprensión es como una flor que carece de perfume.
Es muy importante que comprendan todas estas cosas mientras son jóvenes,
porque entonces, cuando crezcan, serán verdaderos revolucionarios
revolucionarios no conforme a una ideología, teoría o libro, sino
revolucionarios en el sentido total de la palabra, seres humanos
integrados por completo, de modo que no quede en ustedes ni un solo punto
contaminado por lo viejo. Entonces tendrán una mente fresca, inocente y,
por tanto, capaz de una creatividad extraordinaria. Pero si confunden el
significado de todo esto, la vida se les volverá muy monótona y rutinaria,
porque serán arrollados por la sociedad, por la familia, por la esposa o
el marido, por las teorías, por las organizaciones religiosas o políticas.
Por eso es tan perentorio para ustedes que se los eduque apropiadamente lo
cual implica que han de tener maestros que puedan ayudarlos a abrirse paso
por la costra de la así llamada civilización, a fin de que sean, no
máquinas repetidoras, sino individuos en cuyo interior haya realmente un
canto y que, por tanto, sean seres humanos felices, creativos.
Jiddu Krishnamurti
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