Conferencia acerca de la meditación
La meditación. Los “gurús”. La carga del conocimiento
psicológico. La virtud. La disciplina. La verdad. El amor. El
condicionamiento. Lo que es. El observador y lo observado.
Vamos a hablar juntos sobre un problema complejo. La mayoría de
nosotros actuamos fragmentariamente: en lo político, religioso,
social, individual, familiar, etc. No parece que seamos capaces de
descubrir por nosotros mismos una acción que sea total no
fragmentaria y que responda ampliamente a todos los problemas.
Parece que no podemos vivir una vida plena, completa, total y
siempre estamos tratando de dar con una acción que de alguna manera
nos traiga satisfacción o contento en cualquier cosa que hagamos, ya
seamos profesionales, políticos o personas religiosas. Parece casi
imposible hallar una actividad que conteste todas estas preguntas
sin contradicciones, sin dejar una sensación de insuficiencia.
En la mañana de hoy podemos entrar en un tema que tal vez dé
respuesta a esta urgencia por una actividad abarcadora y total en
que no haya división ni lucha de una acción contra otra. Vamos a
hablar juntos de este tema: la meditación. Acaso algunos de ustedes
crean que la meditación es simplemente una entretenida experiencia
individual, con el fin de descubrir algo que está más allá de lo que
la mente puede medir. Algunos de ustedes podrán creer que no es más
que una introducción innecesaria a algo que carece de valor cuando
estamos interesados en el vivir diario. Y algunos quizás habrán
experimentado ya con sistemas de meditación que proceden del Lejano,
Cercano o Mediano Oriente.
Antes de entrar en el tema, creo que deberíamos presentar, como
aclaración, ciertas cosas absolutamente necesarias. En primer lugar,
tenemos que estar libres de toda hipocresía; no debe haber
fingimiento de clase alguna, ni doblez en las normas de la vida, ni
doblez en las actividades eso de decir una cosa y hacer otra-. Toda
forma de superchería propia está descartada. ¡Y la mayoría nos
balanceamos tan sutilmente entre la hipocresía y el deseo de decir
la verdad...! ¡Somos presuntuosos sólo por haber tenido la
experiencia de alguna insignificante visioncita o algún estado de
emoción que creemos es el fin absoluto de todo!
Así que, ¿es posible que la mente, la totalidad de nuestro propio
ser, en acción, en pensamiento, sea honrada completamente, y no
hipócrita? Eso es muy importante; el ser hipócrita, en cualquier
forma, conduce al propio engaño, a la ilusión. Una mente que quiera
descubrir lo que es la verdadera meditación, de ninguna manera debe
proponerse esta doblez de normas en la vida, camino por el cual se
desliza uno con tanta facilidad al decir una cosa, hacer otra y
pensar otra cosa del todo distinta.
En segundo lugar, tiene que haber la más elevada forma de
disciplina. A muchos nos disgusta la palabra «disciplina». Creo que
esta palabra significa, por su raíz en latín, «aprender», pero hemos
representado o interpretado mal su sentido dándole el significado de
conformidad, obediencia, imitación. En todo ello está envuelta la
represión de los propios deseos, ambiciones y necesidades, para
ajustarnos a un patrón o una fórmula, a fin de seguir un ideal. En
esto siempre hay conflicto entre lo que es y lo que debería ser. Ir
en pos de lo que debería ser, lleva a la hipocresía. Y si se me
permite decirlo cortésmente- en la mayor parte de los idealistas hay
un tinte de hipocresía porque eluden lo que es.
Ajustarse a un modelo de lo que debería ser conduce al conflicto, a
la pugna, a una existencia dual; e inevitablemente lleva al doblez
en las normas y a la hipocresía. Cuando usamos la palabra
«disciplina», lo hacemos en un sentido del todo diferente. Dijimos
que tiene que haber la más alta y completa forma de disciplina sin
conformismo, sin represión, sin seguir una ideología y sin crear una
existencia doble, dual. Esta disciplina no es compulsión externa ni
nada que usted se imponga como una exigencia interior para
conformarse a algo, imitar, seguir, obedecer; la disciplina está más
bien en el acto mismo de aprender cualquier cosa. Si quiero aprender
un idioma, ese idioma requiere que la mente sea disciplinada; el
aprender mismo implica disciplina. En eso no hay conflicto alguno.
Si no quiere usted aprender un idioma, ahí termina el asunto; pero
si, en efecto, quiere aprenderlo, entonces el aprendizaje mismo
produce su propia disciplina. Así es que la disciplina en el más
elevado sentido, que es la sensibilidad de la inteligencia, tiene
que existir. Esa es, pues, la segunda cosa.
En tercer lugar algo que es un poco más complejo es todo este
problema de los gurús. Creo que esa voz, en sánscrito, significa
«uno que señala». El no asume ninguna responsabilidad por usted. Esa
palabra ha sido mal usada, como muchas otras. El gurú, en la
antigüedad, era alguien con quien usted vivía; le decía qué hacer,
cómo observar, cómo examinar. Vivía usted con él y con eso tal vez
aprendía sin imitarlo, sin ajustarse al modelo que él presentaba,
sino observando. De ahí se desarrolló toda esta ficción de los gurús.
Por favor, uno tiene que saber esto con alguna profundidad, porque
al proponerse penetrar en este asunto de la meditación, que en sí
misma es muy, muy compleja- uno tiene que comprender la necesidad de
estar libre de toda autoridad incluyendo la de quien habla para que
la mente, esa forma más elevada de suprema inteligencia, sea una luz
para sí misma. Y esa inteligencia no aceptará ninguna autoridad, ya
sea la del salvador, del maestro, del gurú o de cualquiera. Tiene
que ser y lo es, una luz para sí misma. Puede que cometa un error,
que sufra, pero justamente en el proceso de sufrir, de cometer un
error, está aprendiendo y, por lo tanto, se está convirtiendo en una
luz para sí misma.
Hay muchos gurús en el mundo, los que se ocultan y los que se
presentan abiertamente. Cada uno de ellos promete que, al
conformarse a cierto sistema o método, la mente llegará a la
realización de lo que es la verdad. Pero ningún sistema o método que
implica imitación, conformismo, inclinación a seguir a otros, y, por
tanto, temor- tiene importancia de clase alguna para quien está
investigando todo este asunto de la meditación, asunto que requiere
una mente muy delicada, inteligente, en extremo sensible. Se supone
que el gurú sabe y que usted no sabe. Se le supone muy avanzado en
evolución y que por tanto ha adquirido un conocimiento ilimitado a
lo largo de muchas vidas, de muchas experiencias de haber seguido a
otros gurús superiores, etc. Y usted que está muy por debajo, va a
llegar de grado en grado a esa más alta forma de conocimiento. Todo
este sistema jerárquico que existe, no sólo fuera en la sociedad,
sino también internamente y aún entre los llamados gurús- es,
evidentemente, una ilusión, cuando se está investigando lo que es
verdad.
¿De qué valor es el conocimiento aparte del tecnológico? Tiene que
haber conocimiento técnico, científico, no se puede eliminar todo lo
que el hombre ha acumulado al correr de los siglos. Ese conocimiento
tiene que existir, no es posible que usted y yo lo destruyamos. Los
santos y todos los que han dicho que el conocimiento mecánico es
inútil tienen su propio prejuicio particular.
Yo puedo tener el conocimiento más profundo de mí mismo; sin
embargo, cuando hay acumulación de conocimientos, se empieza a
interpretar, a traducir lo que se ve, en términos del propio pasado.
Mientras haya esta carga de conocimiento psicológico, de
conocimiento interno, no habrá actividad libre. Y existe la
diferencia entre el hombre que está libre de esa carga y el que dice
que sabe y que le conducirá a otro a ese conocimiento, a esa cosa
suprema; y, si afirma que lo ha logrado, entonces desconfíe usted de
él por completo, porque un hombre que dice que sabe, no sabe. Y esa
es la belleza de la Verdad.
Tiene que haber base para la recta conducta, para la rectitud.
Cometemos un error, ponemos una piedra angular que puede no ser
resistente; pero pongamos una resistente para que el cimiento sea
inquebrantable en virtud. No hay virtud si no hay amor; la virtud no
es cosa que deba cultivarse, para convertirla en hábito. La virtud
nunca es un hábito, es una cosa viva, y, como no es hábito, su
belleza reside en que está siempre viva.
La virtud, pues, no puede tener como cimiento hipocresía alguna, ni
el propio engaño, por supuesto. Y tiene que haber la más elevada
forma de disciplina, que es una sensibilidad para actuar y
comprender rápidamente. La disciplina no es algo que uno convierta
en hábito. Tenemos que vigilarla todo el tiempo, cada minuto, cada
día. Es que si no levantamos este cimiento, nos vendrá toda clase de
calamidades, engaño, hipocresía, ilusión. Y como ya dijimos, toda
autoridad (hablamos de la autoridad interna, no de la autoridad de
la ley) anclada en el conocimiento, en la experiencia, en el
concepto de que hay uno que sabe y el otro que no sabe, sólo sirve
para crear arrogancia y falta de humildad, tanto respecto del que
sabe como del que trata de seguir a éste. De modo que cuando tenemos
esto firmemente, profundamente establecido, entonces podemos
proceder a investigar esa cosa extraordinaria llamada meditación.
Para la mayoría de nosotros, la palabra «meditación» tiene muy poco
sentido. En Oriente se ha establecido firmemente que la «meditación»
envuelve ciertas maneras de pensar, de concentrarse, la repetición
de palabras y el acto de seguir sistemas, todo lo cual niega la
libertad y la vivacidad de la mente. La meditación no es una
desviación o un entretenimiento; es parte de toda nuestra vida. Es
tan fundamentalmente importante y esencial como el amor y la
belleza. Si no hay meditación, entonces no sabe uno cómo amar, no
sabe lo que es la belleza. Y, haga uno lo que quiera (puede uno
indagar, ir de una religión, de un libro, de una actividad a otra,
tratando siempre de descubrir lo que es la verdad), nunca descubrirá
nada, porque la «búsqueda» de la verdad implica que una mente puede
hallarla y que tiene la capacidad de decir «esa es la verdad». Pero,
¿sabe uno lo que es la Verdad? ¿Puede reconocerla? Si la reconoce,
ya es algo que pertenece al pasado. De modo que la verdad no puede
encontrarse buscándola; ha de venir sin ser invitada, o si uno es
afortunado, por suerte. La meditación no es una evasión de la vida,
no es proceso nuestro, particular, individual, que nos pertenezca.
No hay sendero que conduzca a la verdad. No existe el sendero suyo o
el mío. No hay un camino cristiano hacia la verdad, ni un camino
hindú tampoco. Un «camino» implica un proceso estático hacia algo
que también es estático. Hay un camino desde aquí a ese pueblo
próximo. El pueblo está firme allí, arraigado en los edificios, y
hay una carretera hasta él. Pero la verdad no es así; es una cosa
viva, algo que se mueve, y por eso no puede haber sendero que nos
lleve a ella, ni suyo ni mío ni de los otros. Esto ha de estar muy
claro en nuestra mente, en nuestra comprensión, pues el hombre ha
inventado tantos caminos, ha dicho que usted tiene que hacer esto o
aquello para encontrar algo como los comunistas cuando afirman que
el de ellos es el único camino para gobernar a la gente, es decir,
tiranía, dictadura, brutalidad, asesinato. Cuando uno ha despejado
el campo, ha despejado la cubierta, puede entonces pasar a descubrir
lo que la meditación es. Y no es un monopolio del Oriente. (Una de
las cosas más monstruosas es decir que existen los que le enseñarán
a uno a meditar; eso es evidentemente... ¡no quiero usar adjetivos!)
Procedamos, pues, a descubrir por nosotros mismos no como
individuos, sino como seres humanos que somos, viviendo en este
mundo, con toda la extraordinaria complejidad de la sociedad
moderna- tratemos de descubrir lo que es el amor. No «encontrarle»,
sino hallarnos en ese estado de perfección, en esa condición de la
mente que no está agobiada por los celos, la desdicha, el conflicto,
la lástima de sí mismo. Sólo entonces hay una posibilidad de vivir
en una dimensión diferente, que es el amor. Y así como el amor es de
importancia inmensa, también lo es la meditación.
¿Cómo vamos (hago esta pregunta, no por casualidad, sino
seriamente), cómo vamos a proceder con este problema? El problema,
bastante obvio, de que nuestras mentes están condicionadas, de que
nuestras mentes están eternamente charlando, nunca en silencio.
Tratamos de imponerle silencio, o ello ocurre de manera casual, por
suerte. Para encararse a este problema, para aprender, para ver, se
requiere una mente serena que no esté dividida, que no está
desgarrada, atormentada. Si quiero ver algo con mucha claridad: el
árbol o la nube, o el rostro de una persona que está junto al mí,
para ver muy claramente sin distorsión alguna, es obvio que la mente
no debe estar parloteando. Tiene que estar muy callada, para
observar, para ver. Y el ver mismo es acción y aprendizaje.
¿Qué es entonces la meditación? ¿Es posible la meditación (utilizo
la palabra con el significado que le da el diccionario, no con el
sentido extraordinario que le dan los que creen saber lo que es
meditación), es posible considerar, observar, comprender, aprender,
ver con mucha claridad, sin ninguna distorsión, oír todo tal como
es, sin interpretarlo, sin traducirlo conforme a nuestro propio
prejuicio? Cuando usted escucha al pájaro una mañana, ¿es posible
escuchar por ejemplo, sin que una palabra surja en su mente,
escuchar con atención total, sin decir «¡Qué bella, qué agradable,
qué hermosa mañana!» Todo esto significa que la mente ha de estar en
silencio, y no puede estar así cuando es afectada por cualquier
clase de distorsión. Por eso tenemos que comprender toda forma de
conflicto entre el individuo y la sociedad, entre el individuo y el
prójimo, entre él mismo y su esposa, sus hijos, su marido, etc. Toda
forma de conflicto, a cualquier nivel, es un proceso de deformación.
Cuando hay contradicción interna, la cual surge cuando uno quiere
expresarse de varias maneras distintas y no puede, emerge entonces
un conflicto, una pugna, una pena. Esto trastorna la calidad, la
sutileza, la viveza de la mente.
La meditación es comprender la naturaleza de la vida, con su
actividad dual, su conflicto: es ver su verdadero significado, su
verdad, de modo que la mente se vuelva clara sin distorsión alguna,
aunque haya estado condicionada durante millares de años, viviendo
en conflicto, en lucha, en combate. La mente ve que la distorsión
tiene que producirse cuando sigue una ideología, la idea de lo que
debería ser en oposición a lo que es. De ahí viene una dualidad, un
conflicto, una contradicción, y, por tanto, una mente atormentada,
deformada, pervertida.
Sólo hay una cosa: aquello que es, lo que es, nada más. Al
interesarse uno por completo en lo que es, desecha toda forma de
dualidad, y por eso no hay conflicto, no hay tortura mental. La
meditación es entonces el estado de la mente que ve en realidad «lo
que es», sin interpretarlo, sin traducirlo, sin desear que no
existiera, sin aceptarlo. La mente puede ver esto únicamente cuando
cesa el «observador». (Por favor, es importante comprender esto).
Casi todos nosotros estamos amedrentados: hay miedo, y el que desea
librarse del miedo es el observador. Este observador es la entidad
que reconoce el temor nuevo y lo traduce en términos de los viejos
temores que conoció y acumuló del pasado del cual ha escapado. Así
pues, mientras existan el observador y la cosa observada tiene que
haber dualidad y, por tanto, conflicto. Hay un retorcimiento de la
mente, y esa es una de las condiciones más complicadas, algo que
tenemos que entender. Mientras exista el «observador», tiene que
existir el conflicto de la dualidad. ¿Es posible ir más allá del
«observador», siendo éste toda la acumulación del pasado, el yo, el
ego, el pensamiento que brota de este pasado acumulado? Bien, la
meditación es la comprensión de todo el mecanismo del pensamiento.
Espero que, mientras el que habla pone esto en palabras, usted lo
estará escuchando y observando con mucha claridad, para ver si es
posible eliminar todo conflicto, a fin de que la mente pueda estar
totalmente en paz no contenta, pues el contentamiento surge sólo
cuando hay descontento, que es además el proceso de la dualidad.
Cuando no hay observador, sino sólo «observar», y, por tanto, no hay
conflicto, únicamente entonces puede haber completa paz, de otro
modo, hay violencia, agresión, brutalidad, guerras, y todas las
demás formas de comportamiento en la vida moderna.
Así, pues, la meditación es el medio de comprender el pensamiento y
de descubrir por uno mismo si el pensamiento puede terminar. Sólo en
este caso, cuando la mente está en silencio, es que puede ver en
realidad lo que es, sin ninguna distorsión, hipocresía o concepción
ilusoria de sí misma. Ahí están esos sistemas y los gurús, etc., que
dicen que, para terminar con el pensamiento, uno tiene que aprender
a concentrarse, a dominarse. Pero una mente disciplinada en el
sentido de haber sido disciplinada para imitar, para someterse,
aceptar y obedecer, siempre tiene miedo. Una mente así nunca puede
estar en silencio, sólo puede fingir que lo está. Y a ese estado de
la mente silenciosa no es posible llegar mediante el uso de ninguna
droga ni por la repetición de palabras. Puede uno reducirla al
embotamiento, pero no estará en silencio.
Por la meditación se termina con el dolor, con el pensamiento que
engendra miedo y dolor el miedo y el dolor en la vida diaria, cuando
uno está casado, cuando entra en los negocios. En el trabajo tiene
que usar su conocimiento técnico, mas cuando este conocimiento se
usa para fines psicológicos- para llegar a ser más poderoso, ocupar
una posición que le dé a usted prestigio, honra, fama sólo crea
antagonismo y odio. No es posible que una mente en ese estado pueda
comprender nunca lo que es la verdad.
Meditar es comprender el comportamiento de la vida, es comprender el
dolor y el miedo y trascenderlos. Trascenderlos no es simplemente
captar de manera intelectual o racional el significado del proceso
del dolor y el temor, sino que es ir realmente más allá de ellos. Ir
más allá es observar con verdadera claridad el dolor y el miedo como
son. Al verlos con suma claridad, el «observador» tiene que
terminar.
La meditación implica seguir el camino de la vida, no escapar de
ella. Evidentemente, meditar no es experimentar para tener visiones
o extrañas experiencias místicas. Como saben, uno puede tomar una
droga que dilata la mente, que produce ciertas reacciones químicas y
la vuelve altamente sensible. En ese estado sensible usted puede ver
las cosas realzadas, pero de acuerdo con sus condicionamientos.
Y meditar no es repetir palabras. Ya saben, ha estado de moda
últimamente que alguien le dé a uno una palabra, una palabra
sánscrita; la está uno repitiendo y con ello espera lograr alguna
experiencia extraordinaria lo cual es completamente absurdo. Desde
luego, que si usted sigue repitiendo una serie de palabras, se
embota la mente y, por tanto, se aquieta; pero eso no es meditación
en absoluto. La meditación es la comprensión constante de la forma
en que se vive, cada minuto, mientras la mente se mantiene
extraordinariamente viva, alerta, sin estar agobiada por ningún
miedo, ninguna esperanza, ninguna ideología, ninguna pena. Y, si
podemos ir juntos hasta este punto (espero que algunos de nosotros
hayamos podido llegar en realidad y no en teoría, hasta ahí),
entonces entraremos en algo por completo diferente.
Como dijimos al principio, uno no puede llegar muy lejos sin poner
los cimientos de esta comprensión de la vida diaria, la cotidiana
vida de soledad, de tedio, de excitación, de placeres sexuales, de
las urgencias para realizar algo, para autoexpresarse; la vida
diaria de conflicto entre el odio y el amor, vida en la cual uno
reclama que se le ame; una vida de profunda soledad interna. Si no
se comprende todo eso, sin distorsión alguna, sin volverse
neurótico; si no se es completa y sumamente sensible y equilibrado;
sin esa base usted no puede llegar muy lejos. Y cuando ésta se halla
profundamente establecida, entonces la mente es capaz de estar en
completo silencio y, por tanto, en completa paz lo cual es muy
distinto a estar contento como una vaca. Sólo entonces es posible
descubrir si existe algo que esté más allá de lo que la mente puede
medir; si existe la realidad, Dios, algo que el hombre ha buscado
durante millones de años, algo que ha buscado mediante sus dioses y
templos, sacrificándose a sí mismo, convirtiéndose en un ermitaño y
creyendo en todos los absurdos y ficciones por los que ha pasado.
Ustedes saben que hasta cierto punto es posible la explicación, la
comunicación verbal, pero mas allá de eso no hay comunicación verbal
lo cual no implica que haya alguna cosa misteriosa, metafísica ni
parapsicológica. Las palabras sólo existen para fines de
comunicación, para comunicar algo que pueda expresarse en palabras o
por un gesto.
Pero no es posible poner en palabras lo que esta más allá de todo
esto. Describirlo no llega a tener sentido alguno. Lo único que
puede uno hacer es abrir la puerta, esa puerta que solo se mantiene
abierta cuando existe este orden no el orden de la sociedad, que es
desorden- el orden que adviene cuando usted ve realmente «lo que
es», sin ninguna distorsión producida por el «observador». Cuando no
hay distorsión alguna, entonces hay orden, que en sí mismo lleva su
propia disciplina, extraordinaria, sutil. Y lo único que uno puede
hacer es dejar abierta esa puerta, venga o no por ella esa realidad.
No puede uno invitarla. Y, si uno es muy afortunado por alguna
casualidad extraña, puede que venga y dé su bendición. Usted no
puede buscarla. Después de todo, así son la belleza y el amor. No
puede usted buscarlos; si los busca, llegan a ser simplemente la
continuación del placer, que no es amor. Hay una dicha que no es
placer. Cuando la mente se halla en ese estado de meditación hay
dicha inmensa. Entonces el vivir diario, con sus contradicciones,
brutalidades y violencias, no tiene aquí lugar. Pero tiene uno que
trabajar de manera muy intensa todos los días, para echar los
cimientos; eso es lo único que importa, ninguna otra cosa. De ese
silencio, que es la naturaleza misma de una mente meditativa, puede
venir el amor y la belleza.
Jiddu Krishnamurti, La libertad interior
Comparte esta información
Guarda este artículo en formato PDF
|